LIBRO XI
Se despojó del toque de tela que cubría el cuerpo cincelado, la naturalidad con la que dejaba deslizar el lienzo lamiendo su piel mientras caía era para rememorar per se, incluso, aquel simple tacto bastó para que la piel se le enchinara y el deseo aflorara con una erección más firme, desprotegido de lo poco que se interponía entre sus deseos avanzó, segundo a segundo, hasta el lecho de pecado añejo que cobijaba al guerrero de Piscis, quién ignorante de lo que sucedía a su alrededor, distraído de las imaginaciones lúbricas de su compañero dedicadas a él, se entregaba a Hipnos.
"Una maldita revolcada para rememorar bastará para que regreses a donde perteneces… a mí…"
El corintio subió casi reptando a la cama, que se doblegaba con suavidad ante su peso hasta que se encontró sobre Lugonis, cada poro gritaba de deseo airado, la cascada de oro de su cabello caía como lluvia estelar sobre ambos, fue hasta entonces, al roce sugerido de un mechón sobre el hombro del groenlandés, que éste abrió los ojos de golpe y se encontró con las pupilas esmeralda del caballero de Escorpión, dilatadas de lujuria, trató de incorporarse pero el griego fue más veloz y lo mantuvo preso bajo su cuerpo rechazando sus empujones y golpes sin ton ni son, la serpiente había atrapado al ratón, estaba divertido, sonriente, complacido, exiguo de cualquier buen pensamiento.
Lugonis sintió pánico al verse vulnerable, no había caído ante enemigo ni oponente, pero sí ante un camarada, ante un hetairoi, y peleo más férreamente, rabioso como una fiera, como cuando aquellos pequeños animales se encuentran atrapados ante un enemigo mayor y aunque saben que serán devorados luchan hasta el final; la ira latente corrió por sus venas cuando se dio cuenta de que Zakros no llevaba absolutamente nada encima, y más abajo entre sus muslos, el ariete dispuesto de su masculinidad le saludaba triunfante.
El groenlandés de cualquier forma había confiado en él como en su compañero de batalla y así le pagaba Zakros, con el deseo de su cuerpo transformado en una erección imposible de ignorar y de la que él otro se encontraba muy orgulloso.
—¡Zakros!... ¿Qué carajo crees que estás haciendo? —Farfulló peleando contra el otro que hábilmente le despojó de la sábana que le cubría— ¡Hijo de puta!
—¿Qué pasa Lugonis? ¿Ya no te acuerdas?... ¿Acaso tu envenenado cuerpo está muerto de la cintura para abajo? —bromeo con crueldad una vez que lo tuvo piel a piel y se restregó contra él, complacido notó que algo comenzaba a ondear, cuál bandera al viento, entre los muslos de su compañero, su sonrisa se ensanchó y tragó saliva saboreando el instante.
—¿A qué has venido? —las fuerzas de Lugonis iban mermando en ese dominio de poder entre los dos.
—Ya sabes a que he venido… —susurró mientras atrapaba sus labios entre los suyos haciéndolo callar y complacido por la respuesta del otro quien a voz de cuello gritaba que no, traicionado por su cuerpo que gritaba que sí.
—No…
—Sí… —dijo como dictando su sentencia.
Zakros que para ese entonces se encontraba acariciando con mano diestra el cuerpo desnudo de su compañero quemando su piel en cada clandestino toque, transmitiendo un fuego intenso en la llama de una pasión que exudaba prohibición, lentamente ganaba terreno, voraz, implacable.
El groenlandés sentía como a cada instante perdía más y más, se dejaba llevar, y deseaba que los pensamientos ya no se le agolparan en la cabeza, deseaba no pensar, no pensar en que ese hombre que brillaba con luz propia de una forma tan terrible que era una agresión hacia los dioses su sola existencia.
"Estoy perdido…"
Pensó mientras se aferraba con mano trémula a la piel helena que tanto tiempo había deseado sentir una vez más, una sola para toda la eternidad, una sola para sus memorias… un gemido de sus labios mientras el otro mordía la piel blanca de sus hombros al sentir el tacto de las manos del escorpión entre sus muslos, con sus propias piernas Zakros separaba las suyas y le hacía sentir lo mucho que le deseaba, inflamado en lúbrico placer.
El corintio reprimiendo las ganas salvajes de penetrarlo de una vez y hasta el fondo, hacerlo gritar de dolor como compensación de su rechazo durante tanto tiempo, hacerlo gritar de placer como una hetaira en plena faena, de abrirlo en canal para cauterizar su dolor a punta de besos, no sabía de delicadezas, pero estaba dispuesto a aprenderlas si tan sólo él se decidiera.
En esa ceremonia licenciosa en la cual el Arconte de Piscis le urgía a hacerle lo que le viniese en gana, empujando la cadera contra su cuerpo e invitándolo a seguir, fue consciente de la peligrosa situación en la que ambos se encontraban, fue como un cubetazo de agua helada sobre la hoguera, si permitía que Zakros lo tomara correría un riesgo altísimo su vida al estar en contacto con su veneno, ya una vez había sobrevivido, había demostrado que su persona al estar también contaminada por el veneno de los escorpiones resistía un poco más… pero aquello estaba seguro que no lo resistiría… se detuvo en seco, asustado y detuvo a Zakros en el camino por su vientre.
—No… — dijo con todo el aplomo que fue capaz de reunir— Sabes que no puedo… no puedo poner en riesgo tu vida…
Zakros incrédulo lo observó como si se tratase de una broma, pero al ver la seriedad de su rostro deseó molerlo a golpes y lo maldijo por todos los dioses que conocía y por los que no conocía.
—¿Qué? ¿Esto es demasiado para tu virginal persona? ¡Já! ¡Por favor! No me hagas reír… eso no parece opinar lo mismo que tú… —se burló cruelmente señalándole entre las piernas la erección imposible de ocultar.
Su compañero de armas enrojeció de ira, de vergüenza, no podía creer que al otro le diera lo mismo quedar ahí entre esas sábanas, envenenado, no valoraba su vida, y tampoco se creía que fuese tan cruel para burlarse.
—¡¿Y qué quieres que haga?! ¿Qué regrese al Santuario y le diga a Sage: "Oh, disculpe venerable Patriarca, Zakros está un poco envenenado porque tuvimos a bien revolcarnos hasta cansarnos en Roma?..." —le espetó saliendo de debajo de él y sentándose en la cama, el cabello revuelto, las mejillas sonrojadas, una visión ciertamente graciosa de sí mismo.
—Eso mismo Lugonis, ¿por qué no te dejas de estupideces y te dejas de hacer el mártir? ¡Por la verga de Hades! ¡Esto no te da ni te quita nada! —contestó descontrolado a carcajada viva.
Colérico y fuera de sí Lugonis lo tomó por el cuello apretando dolorosamente la garganta del corintio, haciendo que parase de reír de golpe, tomado por sorpresa lo arrojó sobre la cama casi empotrándolo hasta la base de la misma, un poco más y se hubiese tenido que llevar de regreso a Grecia a Zakros fundido con la base de la cama cual friso.
—Cierra la maldita sucia boca grandísimo idiota…
—¿Es… todo lo que vas… a hacer? ¿Eh? Maricón de tercera… —le provocó con el poco aire que le quedaba.
El Arconte de Piscis inesperadamente se arrojó encima de él besándolo sin delicadeza alguna, mordiéndolo, acariciándolo obscenamente, esta vez fue él quien lo doblegó ante la mirada de sorpresa del griego, dominado por la furia y por su pasión encendida, lo jaló por la cadera abriéndole las piernas y colocándose entre los muslos del griego, acto que correspondió pegándose a él lascivamente, indicándole que dispusiera entonces de sí como mejor le pareciera, aunque deseaba someterlo a su deseo más que nada, su victoria pírrica había consistido en volverlo a llevar a la cama.
Implantándose en su cuerpo, sin previo aviso, sin más jugueteo, con un dolor tremendo que hizo que el otro se arqueara a su vez y él mismo sintiese como si el cuerpo de Zakros instintivamente le fuese a arrancar el miembro, a pesar de la nublada consciencia del groenlandés, cuidó de su compañero de armas dejándole fuera del contacto de su semen envenenado, aún con el olvido del escorpión, quien se entregaba obsequioso, así de poco le importaban los riesgos, tal parecía que lo que más le excitaba era llevar al límite su propia vida, en batalla y en la cama. Nadie se entregaba tan incondicional en el campo de guerra ni en la cama como el corintio.
En una orgía de dolor, placer, dominación y sentimientos ocultos en la oscuridad, esa noche, como años atrás, se olvidaron por un momento de armaduras, cosmos, obligaciones y dioses cruentos, fueron simplemente amantes de ocasión en un castillo italiano.
Abrió los ojos cansado, envuelto en el sopor común que sigue a los encuentros pasionales, debía ser temprano, no había amanecido aún ya que el carro de Apolo ni siquiera daba señales de vida, aún no se asomaba por el firmamento, ya no se escuchaba ruido alguno proveniente de la fiesta, al menos no ruidosamente, era probable que ya los únicos en pie fuesen algunos guardias, uno que otro pasado de copas y tal vez alguna pareja furtiva, se llevó la mano a la frente aclarando sus vidriosos pensamientos , estiró el brazo hacia el otro lado de la cama sólo para cerciorarse de que todo realmente había pasado.
Sin embargo su brazo cayó solo, desmayado, fue a dar hasta el colchón vacío… vacío y frío…
Se sobresaltó y se incorporó de golpe en la cama, al volverse a su lado, incrédulo se dio cuenta de que en efecto Lugonis no estaba ahí, volvió la vista por la habitación parcialmente oscura, iluminada por la luz que entraba de la terraza, sin embargo, eso no fue lo que más le inquietó, sino que por lo que alcanzaba a ver las cosas de Lugonis tampoco estaban ahí.
De un salto se puso en pie, y se sintió más pequeño y miserable abandonado en esa habitación… solo.
—¡Hijo de la gran puta! Bastardo rastrero…
Murmuró cuando vio a su lado una rosa en la almohada donde horas atrás descansaba el castaño groenlandés, se llevó los dedos a las sienes que para ese momento le palpitaban como carros falcados en una alocada carrera, encendió una de las lamparillas de aceite sólo para comprobar lo evidente: Lugonis no estaba y sus cosas habían desaparecido, al menos las más indispensables, el resto de ropa de corte continuaba ahí desperdigada, pero la humilde bolsa de viajero no estaba ahí diciéndole que no sólo lo había abandonado en la cama después de un polvo de miedo, lo había dejado en ese castillo y a esas horas probablemente también se encontraba abandonado en la región.
Tomó la rosa en su mano y la deshizo sin importarle que se le clavaran dolorosamente las espinas en la palma hasta que pensó en algo… esa noche antes de dormir habían acordado introducirse por el pasadizo cuando los pocos que quedaran estuviesen lo suficientemente ebrios o relajados para no prestarles atención, ahora tenía la dudad de si Lugonis preso de la confusión y la culpa, como siempre, se habría metido en el pasadizo y se había largado dejándole tirado como un trasto viejo.
Tembló de furia, los ojos casi inyectados en sangre, tuvo ganas de volar en mil pedazos el castillo completo, suspiró con pesar y se puso a prisa unos pantalones y una camisa que no se tomó la molestia ni de abotonar completa ni de meter en los pantalones, se calzó unas botas que encontró y se puso en marcha.
Si la memoria embotada, no le fallaba aproximadamente se había metido a la habitación del otro a la media noche y seguramente faltaban un par de horas para que amaneciera, así que era poco el tiempo del que disponía para terminar la misión e irse de inmediato del castillo antes de que empezaran las pesquisas por la desaparición de la espada.
Asomó la cabeza por el pasillo,
estaba desierto, se movía aprisa aunque precavido, como un gran felino, se dio cuenta de que en efecto estaba completamente sólo, ni un alma a esas horas.
Bajó las escaleras de mármol teniendo cuidado de no ser visto, oculto entre las sombras, con el corazón latiéndole por la furia contenida y por la adrenalina de no ser descubierto.
—Hábil como una pornai… —murmuró en voz baja y para sí.
En una de las modernas columnas se quedó oculto ante la presencia de un hombre que apenas podía sostenerse, había ofrendado a Baco más allá de lo prudente, éste era conducido por el brazo de un mozo, una vez que pasaron por un lado, acuciado tomó el camino que le llevaba hacia la pintura enorme que coronaba el final de un pasillo, cercano a la biblioteca, de ahí tomó una tea para alumbrarse, y una vez ahí detrás de la cortina rojiza abrió la puerta disfrazada que conducía a las burdas escaleras de piedra que bajaban hasta las viejas celdas.
Hizo el mapeo mental del lugar, en su primera visita había llegado hasta la cámara central en donde estaba la espada en cuestión, custodiada por una guardia pequeña, nada que pusiera en peligro su cabeza, simples civiles.
—Pasillo largo, tres corredores, vuelta a la izquierda, nuevamente dos corredores, vuelta a la derecha, un corredor y vuelta a la derecha, hasta el final del pasillo… —se recordaba murmurando mientras avanzaba presuroso, no escuchaba nada, se preparaba para la pelea si es que la había.
Si hubiese utilizado alguna de sus habilidades, la aguja escarlata por ejemplo, hubiese sido la forma más rápida y fácil de conseguir lo que quería, pero tampoco podía levantar sospechas, así que sería pelea cuerpo a cuerpo, eso le venía bien ahora, necesitaba desfogar todo lo que llevaba dentro.
Pero sus esperanzas se desvanecieron cuando encontró cuerpos tirados por su camino.
—¿Pero qué carajo pasa aquí?... Encima de todo ese imbécil se las ha apañado para dejar a todos estos aquí tirados…
Si antes estaba agreste como toro, ahora se convertía en algo peor que Eris, la misma diosa se quedaría de una pieza, se inclinó sobre uno de los hombres para tocar su pulso, estaba vivo, inconsciente pero vivo.
—El muy crápula los ha dejado a todos vivos…
Aquello era el colmo para el orgulloso caballero dorado, no sólo lo había dejado desnudo y abierto de piernas en la cama, se había encargado de hacer las cosas fáciles para que él simplemente tomara la espada y se marchara a toda prisa, en aquella misión había perdido toda dignidad.
—Sólo falta que un carruaje me esté esperando, cual doncella en la entrada del palacio… yo me entrego como una condenada esposa y él se encarga de darme una patada en el culo…
Se acercó hasta la sala donde la espada reposaba en una vitrina de cristal, sólo de estar cerca percibía claramente de lo que Sage hablaba, su cosmos sintió de inmediato que aquello que tenía delante, era algo más peligroso de lo que imaginaba, había poder dentro de esa espada en apariencia común.
Quitó la cubierta de cristal y con mano convulsa tomó la espada, era inevitable sentir como una descarga le recorría el cuerpo, dio la vuelta llevándola consigo y con el corazón palpitante, desanduvo el mismo camino hasta las escaleras, en donde abandonó la tea y subió con sigilo hasta adentrarse al palacio, corrió apremiado por huir, subió las escaleras de dos o tres escalones a la vez llevando la espada consigo, entró a su habitación cerrando las hojas dobles recargándose contra ellas, cerró los ojos y notó que una breve gota de sudor escurría por su cuello.
—Vaya, mi estimado Señor Oraios, ¿no es muy temprano para estar despierto?
Preguntó la voz sensual de Mademoiselle de Blois.
Zakros sintió que el corazón se le detenía cuando la vio plácidamente sentada en la orilla de su cama , en la cuál por cierto no había dormido, sus ojos verdes no la perdían de vista y aunque en apariencia estaba calmo, por dentro estaba hecho un lío.
—Señora, que placer encontrarle aquí… sin embargo mucho me temo que…
—Te vas…
—Nada escapa a su aguzada vista… en efecto Señora, mis deberes en el Santuario me reclaman, el Señor Brattahlid ya se ha adelantado y me espera.
El comentario sonaba a una sencilla explicación, sin embargo para la mujer entrada en años, en apariencia aún bella, aquello le parecía extraño y casi detectaba que Zakros estaba huyendo, así mismo sabía que ocultaba algo atrás de su cuerpo y aunque ella se esforzaba por ver que era no lograba atisbar.
—Tienes que salir a prisa ¿Verdad?
—En efecto…
—Puedes usar mi carruaje si tanto te apremia marcharte.
—Preferiría hacerlo a pie, de cualquier forma agradezco su amable gesto.
—De acuerdo, como gustes, sin embargo apreciaría que al menos me dieses algo de lo que no pude gozar esta noche ya que te encontrabas muy… reconfortado en los brazos del Señor Brattahlid… —susurró ella dedicándole una sugestiva sonrisa.
"Maldita sea…"
Se acercó a ella cuidando de mantener oculta en la oscuridad la espada, se inclinó para besarle en los labios, un beso largo, erótico, que sabía a despedida.
—No puedo dar más Señora mía, pero queda la promesa de volvernos a encontrar y concluir esto…
Ella rio, sabía qué clase de embustero era ese griego.
—Muy bien Zakros, tendré que fiarme de tu palabra, aún quedan sirvientes despiertos y uno que otro invitado, me haré atender como se debe para que puedas salir sin más dilación…
—Gracias… —dijo sinceramente el corintio agradeciendo su gesto por encubrirlo y el hecho de que no hiciese más preguntas.
Cuando ella salió suspiró, a toda prisa preparó la bolsa de viaje con lo necesario y envolvió en un trozo de cortina, que groseramente arrancó, la espada, la ató firme y a simple vista parecía que llevaba sólo alguna especie de artesanía o viejo cachivache.
Salió del bello Palazzo Barberini antes de que despuntara el alba en medio de los gritos histéricos de Mademoiselle de Blois pidiendo que le diesen algo de inmediato para sobrellevar la resaca.
Grecia, Atenas.
Días después de la subrepticia partida de Lugonis, arrepentido, bastante desencajado y colérico, regresó al refugio, sabía de antemano que había hecho mal, que eso que acababa de hacer le había dado el tiro de gracia a Zakros y a todo lo que tal vez pudo suceder… sin embargo en sus pensamientos, lo único que existía era el hecho de pretender salvaguardar la vida de su amante ocasional y entregarse a su destino, que como todos los caballeros dorados de Piscis, tenían que morir en manos de su sucesor… el corazón, o lo que quedaba de él estaba hecho pedazos.
Apesadumbrado subió las escaleras, había viajado sin parar y era ahora una piltrafa humana, la imagen que proyectaba ahí parado delante del thòlos de Acuario era terrible.
Paris a quien no escapaba nada le sintió llegar y salió a su encuentro en medio de la noche, lo que observó ciertamente no era el Lugonis de siempre, melancólico sí, pero de gesto amable, aquello era algo que no lograba reconocer.
—¡Por Zeus Hetaireo! Lugonis… ¿Qué ha pasado? —preguntó temeroso de la respuesta y mirando por sobre su hombro para ver a Zakros, pero el groenlandés estaba en apariencia solo— Mira nada más, estás hecho un asco… ¿Tan grave ha sido la misión?... Lugonis… ¿Y Zakros?
Aquella última pregunta la hizo con miedo, con voz trémula, le tomó por el hombro para hacerle reaccionar, las pupilas del caballero de Piscis se clavaron en los ojos de Paris, en silencio, apesadumbrado, Paris le hizo entrar a su frío templo, le dio un poco de brandy, mismo que el otro bebió completamente sediento, de golpe, cual si fuese el último vaso de su vida.
Le hizo sentarse en la silla más próxima dejando la bolsa de piel en el piso.
—No pude evitarlo, lo acabo de echar a perder…
—¿De qué hablas? No te entiendo.
—Zakros… no pude evitarlo, yo… ya sabes que no es posible, sin embargo dejé que pasara —confesó mordiéndose los labios como queriendo que esas palabras no salieran de su boca.
—¿Qué pasara qué? Pero… ¿No te referirás a que…? —El pelirrojo guardó silencio, un silencio incómodo mientras observaba a su amigo completamente deshecho— Lugonis… creí que eso ya estaba olvidado, tú mismo me dijiste que fue una aventura de kouroi y que…
—¡Mentí! ¿Contento? Mentí… ¿Qué querías que te dijera? ¿Qué estaba como una dulce doncella prendada del guerrero? ¿Cómo Ariadna de Teseo? —le escupió furibundo— Me fui en mitad de la madrugada, lo dejé solo en el palacio, él encontró la espada que nos envió a buscar Sage… así que le dejé el camino libre… y luego me fui dejándolo en Roma.
Declaró como si con deshacerse de esa confesión, de esas palabras, su culpa y dolor fuesen amainando.
Paris le observaba detenidamente, ese tipo de acciones, de conductas, le parecían desconocidas hasta ahora, amén de reprobables, frunció el ceño y con el aplomo que le caracterizaba en esas situaciones le habló llenándole el vaso de nueva cuenta.
—Sabes que pudiste quedarte con él… si eso era lo que deseabas y sabes que lo que hiciste es reprobable, abandonar a un camarada… —dijo indignado—, no puedo comprender hasta qué punto afecta tu raciocinio esa pasión que sientes por él… pero creo que sabes que ante todo eres un guerrero, me siento idiota por decírtelo… —suspiró y se mordió los labios— Ya no hay vuelta de hoja…
—No, ya no la hay…
—Tal vez en otra vida… si el anaké así lo quiere…
—Sage se va a poner furioso… —dijo el otro dándole un largo trago al brandy.
—¿Furioso? Eso es poco, te va a desollar vivo, mon ami.
—Tendría que pagar caro el precio… —comentó lacónico.
