Notas: la siguiente es una línea de tiempo que elaboré para poder realizar el recuento de todo lo que sucedió en esta historia previa a lo narrado en Lost Canvas. Evidentemente no se trata de datos oficiales sino de una propuesta de la autora para dicha obra de ficción. La línea de tiempo ira creciendo de acuerdo a como vaya avanzando este relato.

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LÍNEA DE TIEMPO LOST CANVAS

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-10 de Marzo de 1696 nace Lugonis de Piscis.

-16 de Agosto de 1697 nace Ilias de Leo.

-8 de Noviembre de 1697 nace Zakros de Escorpión.

-12 de Enero de 1698 nace Sagramore de Capricornio.

-30 de Mayo de 1698 nacen Aspasia y Thais de Géminis.

-24 de Junio de 1699 nace Deyanira de Cáncer.

-30 de noviembre de 1713 nace Sísifo de Sagitario.

-12 de Enero de 1716 nace El Cid de Capricornio.

-24 de Junio de 1717 nace Manigoldo de Cáncer

-1718 Septiembre, Ilias de 21 años se retira del Santuario, emprende un largo viaje por Europa y Asia.

-10 Marzo de 1719 nace Albafica de Piscis.

-8 de Noviembre de 1720 nace Kardia de Escorpión.

-7 de Febrero de 1721 nace Dègel de Acuario.

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LIBRO XIII

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Había cumplido su palabra, Zakros caminaba hacia el templo de la cabra, al templo de Capricornio, alumbrado apenas por la mortecina luz del sol que estaba ocultándose como una moneda insertada en la ranura de una alcancía; los breves rayos aún estaban bañando las escaleras del Santuario, y a lo lejos, en la cima, la escultura imponente de Atenea Nikè se impregnaba con esas últimas centellas, custodiaba el refugio y parecía observar con una sonrisa en el rostro a sus moradores.

El corintio no tuvo que andar mucho, sólo cruzar la que en un futuro sería la morada de Sísifo, apenas un niño en esos momentos: la casa de Sagitario.

¿Quién diría que esa tarde de 1719 las cosas iban a dar un vuelco inesperado?

Todavía le estaban latiendo las sienes, todavía sentía el impulso de avanzar más rápido.

Negó con la cabeza cuando contempló el décimo templo frente a sus ojos con el símbolo astrológico en su dintel.

Por la cabeza del corintio pasaron un montón de ideas, todas al mismo tiempo en ese breve momento en el que se estaba acojonando por nada. Quizás era que la emoción de una nueva conquista le devolvía el calor a la piel y de ahí, a muchos rincones del cuerpo, algunos muy castos, algunos otros… no tanto.

—Que jodido estoy… ¡Enhorabuena! Que se prepare el muy cabrón para recibirme duro como la piedra, con la mano o con la boca —siseó.

Se aclaró la garganta pero antes de que dijera palabra alguna, el guardián de Capricornio ya había salido a su encuentro, de entre la nada, brotó de las sombras del mismo templo de la Cabra.

—Bienvenido, viajero —le dijo la voz con evidente acento hispano, hablaba un griego muy limpio, pero su acento era imposible de disfrazar, lo que le daba un atractivo peculiar de entre todos, amén de su aspecto físico que era impecable.

—Traigo una ofrenda para el morador del décimo templo: pan y vino…

—Como es costumbre helena, siempre estáis de humor para compartir la mesa, ¿cierto?

Aprovechando el breve acercamiento del Arconte de Escorpión, Sagramore pudo constatar que aquel hombre exudaba sensualidad, no importaba bajo qué luz se le viera y no importaba en qué situación se encontrara, todo él destilaba deseo.

Aquellos ojos verdes le tenían cautivado.

—Y… ¿qué tal ha sido tu regreso? —inquirió siguiéndole los pasos hacia el área privada, a un lugar más cómodo para platicar que en la entrada.

—La verdad es que no es lo que yo deseaba, y no me hace feliz estar aquí —respondió sin miramientos, al juzgar sus palabras como descorteses sonrió brevemente y le indicó uno de los cómodos sillones. — Pero más bien depende, me ha parecido que de poco o nada sirve mi presencia aquí, hasta hoy…

—Hasta hoy —repitió el corintio—. Supongo que eso es algo bueno…

—Supones… y bien caballero, ¿tú eres…?

—El Arconte de Escorpión, dos templos más abajo del tuyo, imagino que has pasado por ahí —satirizó—, a menos claro que Sage te haya mantenido encerrado aquí como una canéfora.

La sorpresa se dibujó en los ojos y en el gesto del español, no era para menos, y él que había pensado que se trataba de un simple caballero de plata o un emisario especial… pero tenía que ser, el cosmos de ese hombre, aunque disimulado, podía percibirse poderoso… como todos los de la estirpe de oro. Después rio con soltura.

—Que va, estabas en una misión, me parece haber escuchado… y dime Zakros, puesto que acabas de llegar hoy… ¿Te apetece salir a por un trago… o estás muy cansado para ello?

El corintio le observó con una sonrisa torcida en el rostro y pensó que ese hombre sí que tenía las bolas bien puestas, su descaro era mucho… y eso le había gustado… era una buena manera de conocer a alguien… si antes se conocían sus labios.

"Ya está, el tipo merece…", con esas palabras se quedó el rubio guerrero mientras caminaban hacia una taberna, por caminos poco transitados, escondidos, hacia algo que tal vez estaba predestinado a ser.

Se llamaba "Las Antesterias" y estaba en la zona de dudosa reputación, entre mujeres de moral relajada y hombres fáciles, un lugar en dónde era sencillo conseguir lo que sea que se deseara, el vino era bueno, tradicionalmente griego, y la comida era respetable; el lugar emulaba pobremente el ambiente de los symposium de la Grecia dorada, había música típica y bailes a la antigua.

Sagramore no se amilanó, contrario a lo que pensó el corintio, simplemente arqueó una ceja y se adentró con él, acabaron sentados cómodamente en una parte solitaria, en unos gastados clinos que seguramente habían visto pasar a muchos a lo largo de los años.

El hispano no estaba tan acostumbrado a eso que los griegos llamaban "vino sin aguar", le gustaba su sabor especiado, fuerte, pero lo que lo tenía realmente mareado no era otra cosa más que Zakros y su incipiente atracción; bastaba con verle ahí acomodado, con su largo cabello rubio cayendo por la espalda, desperdigado en mechones ondulantes que se acomodaban en sus hombros y acariciaban su pecho… las pupilas se le dilataban ante el espectáculo de verlo tendido en el clino, como un dios griego, como esas pinturas que retrataban la belleza de los hombres que eran capaces de arrebatar la cordura de cualquiera, incluida la suya.

—Entonces, Sagramore, ¿es cierta toda aquella cháchara de la Santa Inquisición…? —se atrevió a preguntar el griego mientras escanciaba el vino, el tercer vaso.

—Es cierto en algunas partes… —comentó orgulloso—, me tocan los huevos con su mucha mojigatería y, supongo, que la parte de hechicería viene a ser la más dudosa…

—Supongo que Sage también se sintió un poco tocado por los huevos cuando leyó eso…

—No le hizo gracia, te lo aseguro, si la carta que me envió tuviese algún poder mágico, seguramente me hubiese masacrado nada más abrirla, pero… la verdad es que el "Santo Oficio" no es más que un atado de hombres que han tenido a bien condenar todo aquello que sale de su comprensión, amén de los fines políticos y de los muchos intereses que a tan conveniente posición benefician…

—¡Joder! Pero si eres todo un caballero, salud por eso —comentó el griego, levantó el vaso y le dio un trago profundo.

—Te parece gracioso pero no lo es… desde aquí no puedo hacer nada, mucha gente muere en los calabozos, gente inocente…

—Has hecho lo que estaba en tus manos, aunque no estoy seguro de si proteger al pueblo incluya follarse a las mujeres pudientes y a las no pudientes también…

—Muy gracioso… ¿y qué me dices de ti?

—¿Qué quieres saber…?

—Todo, todo lo que se pueda saber… y lo que no, eso ya lo descubriré…

—¿Tan seguro estás…?

—Muy seguro… —dicho lo cual se puso de pie y acabó sentándose en el mismo clino que Zakros.

Estaba a una distancia relativamente corta, tenía contra la espalda una de sus musculosas piernas y el solo tacto tibio de su cuerpo cubierto con tela fina… bastó para que entre sus piernas comenzara a crecer el pináculo de su lujuria.

Se inclinó un poco, lo suficiente para poder pasar el dedo pulgar por los labios lascivos del Arconte de Escorpión, y de no ser porque estaban en un lugar público… se le hubiese ido encima en ese momento para arrancarle la ropa y comérselo entero.

—Estás muy majo…

Zakros ni siquiera le contestó, simplemente se rio, tomó su muñeca y lo jaló hasta casi hacerlo caer encima de él, con una celeridad admirable acabó besándolo en la boca, salvaje, ardiente, como horas atrás en el Templo del Strategos; a él sí que no le importó si los veían… acarició esa lengua tan ardiente del Arconte de Capricornio, se entretuvo mordiendo sus labios… hasta que el calor fue demasiado, se detuvo antes de que en verdad acabaran follando ahí mismo… y entonces sí, literalmente, estuviesen más jodidos aún de lo que Sage sospechaba.

El corintio se levantó llevando a Sagramore por la muñeca, lo arrastró por entre la gente que estaba departiendo en el lugar, le hizo una seña con los ojos al dueño y luego lo llevó por unas escaleras burdamente hechas de piedra común… a la parte de arriba del lugar… en donde había habitaciones clandestinas, iluminadas tan pobremente que fue un milagro que no acabaran tropezando.

Se escuchaban gemidos, el peculiar sonido de los muelles de la cama… y olía a una mezcla bizarra de vino y sexo. Caminaron hasta el final del pasillo, a la última de esas sórdidas habitaciones, la más alejada… apenas Zakros cerró la puerta a sus espaldas y comenzó de nuevo el jugueteo de los besos prohibidos, esta vez con el embate pasional exacerbado de lo que continuaba.

Sagramore obedeciendo a sus instintos más básicos se sintió seguro en ese reducto lujurioso que era el cuerpo de su compañero… que acaba de conocer ese mismo día… y ese mismo día iban a terminar en la cama. Se aferró a las caderas de ese hombre que lo ponía a tope, se aferró después de las nalgas, de su cintura, de todo él, las manos no le bastaban, y cuando sintió que no podía más acabó empujándolo sobre la cama que chirrió bajo el peso de los dos… abrió la ropa de su compañero con desesperación y permitió que él se deshiciera de la suya, sentía tal ansiedad por él… que estaba seguro de que en ese manoseo previo acabaría corriéndose… el sólo contemplar su cuerpo desnudo… su cuerpo perfecto, cincelado a mano, hizo que se pusiera más firme…

El rubio lo jaló y lo acostó sobre el colchón… sin darle tregua recorrió el cuerpo de pecado del hispano, su piel blanquísima, comparada con la suya morena le parecía una mezcla evocadora… con la cabeza clavada entre sus muslos, dejando que su cabello rubio los acariciara, se dedicó recorrerlo con la lengua… y después a bebérselo todo, sin pudor, incluso levantó la mirada verde felina para encontrarse con sus ojos grises… en un diálogo sin palabras se decían a todo que sí. La lengua del Arconte de Escorpión era famosa por dos cosas: por su capacidad para poner a prueba al más paciente y porque sabía moverse por el mundo de la pasión…

Pero el hispano no estaba dispuesto… no esa vez… no en ese momento.

Tiró de él por el brazo y, en un movimiento intrépido dado que era de estatura ligeramente más baja que él y un tanto menos corpulento, lo tendió de nuevo en la cama. Zakros no pudo evitar lanzarle una mirada escéptica, intentó incorporarse y arrojarlo a la cama para abrirle las piernas y dejarle ir lo que él mismo había provocado…

—No…

—No ¿Qué?

—No ahora…

El corintio se quedó boquiabierto y poco le faltó para arrojarlo, levantarse y largarse… pensó que su jodido destino se estaba convirtiendo en ser el pasivo de alguien más, situación que le incomodó… torció la boca y entornó los ojos, después se volvió hacia un lado, se quedó quieto con las piernas abiertas esperando… su amante de ocasión no supo si tomarse esa actitud como una evidente protesta y su manera de decir "haz lo que gustes".

—Después podrás hacerme lo que quieras—le tomó por la barbilla y le hizo mirarle—, relájate, voy a pensar que te tengo aquí obligado…

Ante la nula respuesta de su compañero devoró su carne, se lo bebió, lo agarró con una mano, humedeció con su boca aquella carne dura y caliente, la cama se agitaba, sofocada entre aquellos cuerpos que ardían; lo engullía con delectación hasta el sonriente meato…

A ningún hombre había deseado como a ese… y probablemente a ninguno desearía de esa manera tan rabiosa… cuando al fin lo tuvo y el otro cooperó voluntarioso se sintió desfallecer… como desfallecía al sentir sus muslos temblar de placer.

Placer implacable… trémulo… Zakros abrazándolo con las piernas hizo surgir el aguijón de su mano derecha… marcó la espalda de su amante, en una línea fina y larga desde casi las nalgas hasta la nuca.

Y no fue sino hasta que pasadas unas horas, mientras castigaba a Sagramore por su mucha osadía y lo sodomizaba a placer… cobrando su palabra de "después podrás hacerme lo que quieras" que mientras acariciaba y lamía su cuerpo se dio cuenta de que la línea que había trazado en su espalda había enrojecido de manera brutal, incluso la piel parecía hinchada, lastimada…

—Eres alérgico…

—No pasa nada… sigue… ¿te vas a cortar por eso…? Vamos tío, que primero me tienes aquí ensartado y luego te cortas…

—Es raro… eres alérgico al veneno que yo poseo…

El hispano le puso un dedo en los labios y le instó a seguir… seguir hasta que ya no pudieron más… hasta que cayeron los dos agotados sobre la vieja cama que seguramente tenía un historial largo de amantes ocasionales, como ellos dos… pero que no tenía en su lista a unos amantes que parecían arder en el mismo fuego que ellos provocaban… y que incendiaban todo a su paso…

Mientras Sagramore dormía y respiraba cadenciosamente después del embate amoroso, Zakros lo miraba, permanecía en vela, y se preguntaba si aquel encuentro sería algo más que casual… eran prácticamente dos desconocidos que habían terminado en la cama y que por una causa fortuita coincidieron en el mismo lugar, en el mismo tiempo… no quiso hacer ningún movimiento brusco, ni despertarle, simplemente se conformó con verlo dormir plácidamente y se preguntó qué estaría haciendo en ese preciso instante Aspasia, Ilias… y Lugonis… se sacudió de la cabeza la idea y prefirió tratar de dormir, ya tendría tiempo de torturarse mentalmente a la mañana siguiente… a ellos dos todavía les esperaría un largo camino y un sinfín de cosas que saber el uno del otro…

—Hay algo que me pregunto… —interrogó Paris, meses después, en apariencia muy inocentemente, al Arconte de Capricornio— ¿En verdad tú y él…?

—¿Él y yo qué? —respondió el hispano esperando escuchar una de las peroratas del pelirrojo referentes a lo muy poco conveniente que era la compañía del Arconte de Escorpión.

—Ya sabes…

—Dilo… —insistió riendo.

—Son… ¿Cómo llamarlo? ¿Qué son?

—¿Amantes? —la burla en el rostro hermoso del español era evidente, le encantaba poner en situaciones incómodas a su compañero, que dicho sea de paso, se convirtió en un buen amigo suyo.

—Sí, bueno… pero… ¿Ocasionales…? Ya sabes, todo con él siempre es ocasional.

—No, de ocasional nada, ¿vosotros qué os pensáis? ¿Que es una carpa de circo a la que puede ingresar cualquiera, cuando quiera? —inquirió frunciendo el ceño.

—¡Ah! Entonces realmente está sólo contigo… menudo logro, el muy hijo de puta suele ser un Don Juan, muy parecido a ti, espero ver en dónde va a terminar esto y no digas después que no te lo advertí.

—Gilipollas…

En silencio, en medio de las risas de los dos, el hispano terminó por rememorar la escena, meses atrás, cuando había terminado por esconderse del corintio, y todo porque… al final de cuentas él albergaba la idea de tener algo más que incendiar la cama todas las noches… porque le gustaba ese hombre lo indecible y porque podía percibir que dentro, muy oculto, había un hombre que estaba hecho pedazos… finalmente todos eran un largo historial de vivencias no siempre agradables.

—¿Qué pasa… por qué te estás escondiendo? —le había preguntado cuando lo siguió hasta la villa, entre las animadas calles, lo había tomado por el hombro para enfrentarlo, observando las pupilas grises del hispano y su rostro tan bello, tanto que le hacía sentirse sobrecogido.

—No me escondo, es solo que he tenido otras cosas que hacer —fue la respuesta más bien mala que dio—, además supongo que tú también tienes más cosas en qué entretenerte.

—¿Más cosas en que…? —El Arconte de Escorpión acabó soltando una risa nerviosa—. Háblame claro, me fastidian las indirectas.

—¿Qué es lo que quieres…?

—A ti… —le respondió sin rodeos.

—Pero tienes un serrallo de personas con las que…

—¿Con las que follo…? Se trata de eso entonces… —se mordió el labio inferior y por primera vez en su vida se sintió incómodo en su propia piel—, no tengo un serrallo de personas, no por ahora.

—¿Sólo conmigo…? —Inquirió a media voz—. Si quieres estar conmigo… realmente que sea eso, si sólo es de vez en cuando… de vez en cuando entonces y justo ahora no tengo ganas.

Zakros soltó una risa boba, mostrando su perlada dentadura, redujo la distancia entre los dos, llevó un mechón negro ónix que caía por el rostro de Sagramore, detrás de la oreja, embebido en su particular atractivo, era arrollador todo él.

—¿Eso quieres?

—Sí… eso, sólo yo…

—Bien, sólo tú… te doy mi palabra, ¿y qué hay de ti?

Por toda respuesta Sagramore lo abrazó, rodeó su cintura, sin importarle que estaban en un lugar bastante público… y lo besó brevemente ante las miradas curiosas de unos y de desagrado de otros.

—Ya sé que tienes toda una historia detrás, igual que yo… sólo no me mientas…

Tendría que haberse imaginado que las cosas no iban a ser tan fáciles para ninguno de los dos, y quién sabe hasta dónde llegarían, pero eso era algo en lo que no deseaba pensar, no de momento.

Zakros estaba observando por el telescopio, aquel que una vez se había robado Ilias del estudio de Sage, era un bonito guiño a aquellos tiempos en los que todavía no acababan las cosas como guerra entre troyanos y aqueos. Seguía considerándose a sí mismo como un mediocre lector del manto estelar, la teoría la tenía, pero no esa facilidad que algunos otros poseían, aun así se había sometido a las enseñanzas de Sage.

—¿Has revisado la Tabla de Esmeralda? —le preguntó Sage al Arconte de Escorpión.

—La he revisado, el acceso a la Gran Obra… la Eternidad en la búsqueda de lo absoluto, no me queda muy claro… palabras bellas pero no tan útiles o tal vez es que mi pensamiento es más… pragmático.

Sage se rio ante la desfachatez de aquel hombre y negó con la cabeza.

—Es muy claro: para llegar al Todo, partiendo del Uno, y de sus inconformidades terrenales, reconociendo la trascendencia de nuestra propia limitación racional, y de ahí reconocer el Símbolo. No hay nada oculto, todo es claro… "Separa la Tierra del Fuego, lo sutil de lo burdo, pero sé prudente y circunspecto cuando lo hagas"...

—Magia, Alquimia, Astrología… son artes que no revelan mucho para mí, y quizás usted comprenda más lo que Hermes Trismegisto quiere decir…

—Ya desde antes, desde muchos miles de años atrás se hablaba del Símbolo, él no es el primero ni el último en hacerlo, la filosofía cósmica ha estado acompañando al hombre desde tiempos ancestrales, producto, según algunos, de la iluminación de los mismos dioses… quienes aún susurran a su hijos más desprotegidos, los hombres, la sabiduría para aquellos que quieran tomarla…

—Atenea siempre ha sido una diosa que infunde la sabiduría…

—Así es…

—Entonces… ¿Hermes Trismegisto pudo ser... ?

—Un iluminado… o un visionario, según como le quieras ver.

El rubio se quedó pensativo, había cosas que escapan de su pensamiento práctico y lógico, y a pesar de ellos mismos pertenecer a una estirpe diferente… a veces se negaba a creer en cuestiones místicas, en lo predestinado… pero había cosas que escapaban a su comprensión más racional. Como el hecho de que esa noche ambos habían observado el brillo inusual en Alrischa, la estrella alpha, la principal de Piscis.

—Piscis acaba de alinearse en la elipse zodiacal… —farfulló el rubio caballero levantando la vista del telescopio para concentrarse en el cielo abierto, en la cúpula del recinto de observación Starhill.

Sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo… sabía el significado… sabía lo que pronto ocurriría.

—El sol se pondrá un día contigo, para ocultarse y salir bajo un nuevo reinado —le dijo críptico el Strategos.

Zakros guardó silencio, clavó las pupilas verdes en las del lemuriano, quería preguntarle tantas cosas, y decirle otras más… pero no lo hizo. Sage sabía bien que tras esa mirada de incertidumbre, de miedo… había algo de sentido mucho más profundo que el Arconte de Escorpión se esforzaba por ocultar... él, que había caminado por la Tierra tantos años, conocía bien a su guerreros, también alguna vez fue joven como ellos.

Sólo esperaba que supiera tomar decisiones juiciosas cuando llegara el momento…

Y de juicio poco sabía el morador del octavo recinto.

—He recibido una carta, de Ilias, ha estado ocupado al norte del Rin…

—Ya… —sintió un golpe en el estómago cuando le escuchó mencionar siquiera su nombre.

—Todos tenemos que buscar a los que nos sucederán, es un ciclo, como el ciclo de la vida —comentó con nostalgia el lemuriano, y hasta ese entonces le pareció a Zakros poder divisar al hombre cansado que era, y a veces, muy de vez en cuando, disimuladamente, con un dejo de paternalismo. Se sintió conmovido… por el hombre que era y no por el Strategos que representaba.— Supongo que esto no es desconocido para ti…

—¿Buscar a mi sucesor…? Si es que sobrevivo para ello…

—Ilias ha manifestado su deseo de… buscar a una mujer, de transmitir su conocimiento y su poder por medio de la sangre.

—Lo sé —contestó a secas el corintio, mientras cerraba los libros que habían estado consultando y se ocupaba de recoger un poco la mesa de caoba que estaba tallada con complicados dibujos estelares.

—Tú podrías buscar lo mismo, si quisieras, pese a que no apruebo tu proceder la mayoría de las veces, eres un guerrero valioso… —sugirió el antiguo caballero de Cáncer, le quitó de las manos el compás y lo colocó en el mapa estelar trazando una ruta perfecta del sol hacia Escorpión, hizo un breve cálculo de los grados—, Escorpio pronto estará en su cúspide… —tomó una pequeñísima porción de polvo estelar, pronunció una oración en una lengua desconocida para él.

Ante sus ojos, el mapa estelar pareció cobrar vida, se levantó en una proyección, podía ver el sistema solar atravesado por un círculo de fuego, un cinturón, que contenía los doce signos zodiacales, algunos de ellos brillaban con especial fulgor: los que estaban muy próximos a cambiar en sus estrellas Alpha… Sagitario, Capricornio y Cáncer habían mutado tiempo atrás, lo que significaba que los siguientes caballeros ya había nacido, Piscis era el próximo, después le seguía Escorpio, Leo…

—Suena a toda una tradición transmitida de generación en generación… de padres a hijos… muy bonito, sin duda —de un golpe con la mano borró aquella ilusión que cayó en forma de polvo brillante sobre el mapa otra vez—. Pero lamento decirle que mi estirpe morirá conmigo… —respondió con frialdad, con una sonrisa apática.

—No creo que quieras permanecer por los siglos de los siglos siendo el Arconte de Escorpión ¿O me equivoco?, bonito te vas a ver de unos cuarenta años entre los más jóvenes…

—No, no quiero un maldito cargo vitalicio… buscaré a alguien cuando llegue el momento… reitero: si es que sobrevivo…

Dicho lo cual dio la vuelta para marcharse de ahí, aun en la puerta del templo casi oracular, se volvió ligeramente.

—Ambos sabemos que no soy bueno para estar con nadie y que tampoco soy paciente, ni buen "maestro"...

—Te juzgas duramente, el tiempo y las experiencias te darán la sabiduría que necesitas… y también la paz —comentó divertido el Patriarca.

—Buena noche, que los dioses le bendigan… —susurró mientras escapaba de esa nueva incógnita que tenía delante.

Fue el 10 marzo de 1720, cuando todo ocurrió sin más, después de un fuerte temblor... Deyanira, Zakros e Ilias, que había hecho una visita breve, se encontraban en el templo del Patriarca, pero… eso no fue lo extraño… sino la rara presencia cósmica que parecía emanar del templo de Piscis. Sage les dio la orden a los tres de regresar sobre sus pasos… escucharon el llanto de un un bebé… muy bajito, a lo lejos, pero era perceptible… Lugonis se quedó de pie, en silencio casi sin respirar, en medio del doceavo templo, con una velocidad envidiable supo el lugar de donde venía el llanto... se trataba del jardín de rosas envenenadas… se adentró al lugar… al santuario particular del Arconte de Piscis. La belleza de los rosales y la magnificencia de las flores era impresionante, mientras se caminaba por el jardín, siguiendo su instinto, muy pronto se vio con las piernas y brazos cubiertos de rasguños, pero eso no era nada para él…

De alguna forma, no supieron con exactitud cómo pasó, habían abandonado a un bebé en medio del jardín de Piscis… su cuerpo desnudo estaba pobremente envuelto en una cobija, y a pesar de respirar una atmósfera venenosa, no parecía inmutarse…

—No sé mucho de bebés… pero te aseguro que ése tendrá unas horas de haber nacido —comentó la Arconte de Cáncer, observando a través de su peculiar máscara de guerrero femenino.

—Y sin embargo lo han abandonado en medio de este lugar… —dijo Lugonis sosteniendo al bebé que dejó de llorar en ese instante, tal vez la energía del caballero de Piscis le tranquilizaba.

Zakros ni siquiera se acercó, permaneció en las sombras y cuando todos estuvieron lo suficientemente distraídos se marchó a rumiar de nueva cuenta la desazón de sí mismo… se encerró, como buen Escorpión, en su terrario del octavo templo, oculto incluso de Sagramore… que con el paso del tiempo entendió que si su amante se aislaba… era porque algo lo estaba carcomiendo… y por más que trataba de desenmarañar todo aquello que guardaba tan celosamente, era poco lo que conseguía… aun así se quedó con él, siempre… descubrió que amaba todo eso que era Zakros, que amaba su sarcástica y mezquina personalidad, y que amaba también, todo aquello que se esforzaba en ocultar… aún lo más oscuro…

Meses después comenzó el conflicto… como casi siempre, auspiciado por el griego… el conflicto que después, con el paso de los días se volvería una disputa abierta...

—Me sorprende la celeridad con la que este recinto sagrado, hogar de Atenea, se ha vuelto una especie de… orfanato, ¿después qué será? ¿Alguna clase de refugio para bebés? —soltó con sorna el corintio, entrando sin anunciarse debidamente al templo de Piscis, iba de paso y encontró tentadora la oportunidad de fastidiar a Lugonis que sostenía al bebé en los brazos, aparentemente dormido.

—¿No tienes alguna otra cosa que hacer… más que joder? —contestó hosco el joven cuyo cabello caía por la espalda tan ordenadamente.

—Joder, sí… joder mucho y muchas veces… a diferencia tuya, digamos que le doy un verdadero significado a eso… mientras tú cambias pañales…

Lugonis dejó al bebé en la pequeña cesta de mimbre que estaba adecuada para las siestas, lo dejó lejos del alcance de Zakros, incluso lejos de su alcance visual, se volvió hacia su compañero que seguía ahí inamovible.

—¿Qué quieres? Si vienes a fastidiar te voy a sacar de aquí y tu precioso trasero va a ir a dar a las aún más preciosas escaleras de afuera del templo…

—Hace tiempo… hace años… me contaste una historia, tengo buena memoria, ya lo sabes, muy buena memoria y no olvido nada —pronunció amenazante el rubio, levantando la barbilla de su compañero, tocando el labio inferior, con descaro total—. Según el mito, mientras Afrodita y Eros huían de Tifón, la primera decidió huir por el agua llevándose consigo a su hijo… en forma de peces, y para no perderse en la inmensa corriente, se ataron ambos con un lazo , por la cola… así fue como se salvaron y no se perdieron… de forma que los guerreros de Piscis conmemorando ese hecho, se atan unos a otros por medio de lazos de sangre, el padre al hijo, el Arconte al heredero… se envenenan mutuamente… hasta que sólo queda uno…

—¿Qué con ello…? —Lugonis sabía que con aquel hombre, las palabras siempre tenían un significado oculto.

—Que no te voy a dejar hacer lo que pretendes… —aseguró con una sonrisa retorcida en el rostro—, no te voy a dejar fastidiarle la vida a ese niño… hacer su vida miserable —dicho lo cual, lo tomó por el cuello y lo azotó contra uno de los pilares.

—No tienes injerencia en esto…

—Mi deber es salvaguardar las vidas de los demás ¿No? —Sus labios estaban tan cerca, tan cerca que el aliento de ambos se fundía en uno solo—, así que… esto se acabó…

—No puedes hacer nada Zakros, además, ni siquiera sé si…

—¡No te hagas el imbécil conmigo! —Gritó volviéndolo a azotar, haciéndolo parecer un trapo—. Sabes perfectamente que nació el día exacto y que su carta astral es perfecta…

—¿A qué viene tanto maldito alboroto? ¿Qué ganas tú…? —sujetó sus muñecas apretándolas dolorosamente para zafarse de su agarre, estaba sintiéndose como un ratón a merced de una serpiente.

—Todos ganamos… nadie se muere y no andará por el mundo algún otro envenenado marginal como tú…

—Estoy hasta la coronilla de tus tonterías y si no te largas ahora… te juro que haré de ti un florero humano…

Antes de que siguiera hablando, Zakros cubrió sus labios con los suyos, lo besó, impunemente, bifurcándose en dos acciones paralelas: la de su potencia destructora, y la desolación de una pérdida profunda, una más.

—No quiero… que mueras… —fue lo que susurró contra sus boca, se separó de él, lo dejó ahí hecho un mar de dudas… rememorando esas palabras, lo mismo que sus labios y el beso apasionado de ese hombre que era pasión pura… y que no acababa ni de conocer ni de entender.

Albafica Brattahlid, desapareció al día siguiente…