LIBRO XIV
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La desaparición de Albafica fue un suceso que por aquellos días dio de qué hablar en el Refugio, sobre todo porque nada, se supone, pasaba en el Sacro Santo Santuario sin que la máxima autoridad —Sage— lo supiese, o mínimamente lo sospechara, así que en honor a la verdad, le había tomado por sorpresa, una que tarde o temprano descubriría, de eso no tenía la menor duda.
Alguien más pensaba que casi tenía la certeza del culpable de semejante acto, mientras observaba a Lugonis retorcer el pañuelo, la capa o lo que fuera, en plan de plañidera o madre de un hijo perdido, que literal lo era… para Sagramore la escena era entre jocosa y preocupante.
Considerando que de quién sospechaba, estaba ahí muy chabacano, fingiendo, aunque fuese un poco de sorpresa en aquel rostro bello, pero siempre con gesto sarcástico, es más, si lo observaba a detalle, casi podía notar que estaba al borde de la carcajada.
Deyanira analizaba todo, pero en especial a todos a través de su curiosa máscara de Artemisa, pintada con motivos venecianos, y una mano sobre el hombro del Arconte de Piscis, en señal de silencioso apoyo moral.
Sí, tenía que ser ese escorpión de los cojones míticos, la pregunta era ¿por qué? ¿Sólo por el placer de ver al otro pobre como Magdalena? ¿De verdad era tan mezquino? O es que había una razón de fondo y él no terminaba de enterarse.
¿Por qué?
—Joder —susurró para sí mismo mientras bajaba las escalinatas, en un tren de pensamientos que más bien parecía un caballo desbocado.
Para cuando Zakros regresó a su templo, el español estaba muy cómodamente instalado en ahí, mordiendo una manzana, sus ojos gris acero observaron a detalle a su amante, había aprendido a conocerlo tan bien… cada gesto, cada mirada, podía observarlo y casi saber qué es lo que pensaba… como cuando estaban en la cama y su respiración le decía todo aquello sin lenguaje que entre amantes se comparte sin compartir.
—Terrible lo que ha pasado ¿no? —Inquirió mordaz.
—Seguro —contestó el otro sin un ápice de emoción— ¿Hace mucho que estás aquí?
Se acercó a él con ese andar casi épico, hacía que las piernas le temblaran.
"Por Afrodita Pandemos", imploró.
—No, apenas unos minutos antes, y bueno, ¿me vas a decir qué cojones hiciste con ese niño?
Soltó de golpe, sin querer estirar más el momento, porque de otra manera, acabaría arrojando la manzana por ahí, se le iría encima y lo de averiguar, quedaría en una bonita imaginación suya.
—¿Con el… niño? —Preguntó con cinismo, arqueando una de sus perfectas cejas rubias.
—Sí, joder, el crío de Lugonis, ¿no te parece que llegas demasiado lejos?
—Bueno, Sagramore, si yo supiese algo de ello, por supuesto que sería el primero en solucionar el asunto, ¿qué te hace pensar que he sido yo? —ladeo la cabeza, en un gesto perfectamente ensayado, pero el Arconte de Capricornio no era estúpido, le quitó la manzana de la mano, la mordió y se la devolvió.
—No me vengas con esas ¡Que Atenea me asista si no te vi casi riendo hace un momento! ¿Por qué te empeñas en torturarlo?
—Confieso que me da placer fastidiarlo, sin embargo, esto excede con mucho mi idea de fastidiarlo, ahora, si no te importa… —dijo mientras tomaba algunos libros—, he de devolverle esto a Sage… ¿te veo más tarde?
Y en ese "más tarde", quedaba perfectamente implícito el "te quedarás conmigo por la noche".
—Más tarde, sí… —contestó empequeñeciendo los ojos, y detestando que le mintiera con semejante desfachatez.
Se devanó los sesos después, tratando de recordar… tratando de pensar cómo lo haría el otro, pero llegó a la conclusión de que nunca estaría en ese jodido nivel de mezquindad, niveles sólo alcanzados quizás por las huestes de Hades.
Así que regresó a lo primero: recordar.
Zakros solía ayudar a algunas familias de bajos recursos en el puerto, en algunas islas, pese a ser el patán que era, tenía que admitir que, bajo esa cáscara de mal bicho, era un patán compasivo.
Le quedaba claro que no se había ido a una de las islas, no habría tenido tiempo de ir y venir con el crío de Lugonis, así que tuvo que haberlo dejado con alguna de las familias del Pireo, pero… ¿cuál? O…
—¿Fuiste capaz de abandonarlo en un… orfanatorio? No… no serías capaz de hacer eso —negó con la cabeza— ¿La familia de la granja famélica? ¿La de las muchas mujeres solas? ¿O la del pescador?
Al final pensó que la última opción era la ganadora, porque si dejaba otra boca que alimentar, por supuesto no lo haría en las dos anteriores.
Y allá fue a dar, muy orgulloso de su capacidad de deducción; se escapó del Refugio, tampoco es que le costara mucho trabajo, ciertamente la guardia estaba relajada y aún no había toque de queda, aún…
Mientras andaba por el camino reseco, como perro sin beber agua, se preguntó hasta cuándo las cosas iban a cambiar, dado que los nuevos soldados estaban surgiendo, las cartas astrales de aquellos que ocuparían sus lugares empezaban a brotar aquí y allá.
Pero él sabía que, el ejército de Hades aún no estaba en tiempo… o tal vez comenzaba, sin embargo la cuenta de los años le decía que ellos, su generación, no sería la que tuviese que enfrentarlos con toda su fuerza, no, serían los próximos.
Sumido en sus pensamientos atravesó la villa, y luego tomó el camino hacia el puerto, hasta dar con la casa medio desvencijada del pescador, el viejo Vlachos.
Y sí.
La mujer le recibió con una mirada inquisidora, observándolo de cabeza a pies, sabiendo, como quien está seguro de la hecatombe que se viene, que algo traía entre manos, en especial porque no venía con Zakros.
—Señor Vlachos, en hora buena, espero que Atenea les guarde, verá… —¿Cómo empezar? ¿Cómo decirle que estaba en búsqueda de alguien que se les perdió en el Santuario? —, he venido por el encargo que le dejó mi compañero, Zakros…
—¡Ah! El bebé, sí, lo dejó acá hace unos días, le dijo a mi mujer que serían unos cuantos días —indicó el hombre con una risa sonora—, ¿ya viene por él?
—Sí, le agradecemos su apoyo y cuidados, como bien le dijo mi compañero, solamente serían unos cuántos días…
"Lo sabía", pensó complacido el Arconte de Capricornio.
—Nada que agradecer —contestó la mujer acercando el envoltorio con el bebé, quién estaba profundamente dormido arrebujado en su manta dentro de una cesta de mimbre.
Sagramore se asomó para observar, y cogió la cesta con mano cuidadosa.
Después de los parabienes necesarios y protocolarios se marchó llevando al niño cuesta arriba, de buena suerte que a pesar del sol a plomo que caía para ese entonces, el bebé fue tranquilo todo el camino, despertó casi cuando habían atravesado las columnas de la pronaos, haciendo pequeños gorgorillos ininteligibles.
—He de suponer que sabes dónde estamos, ¿verdad? Bueno, la aventura terminó por ahora… ni siquiera estoy seguro de que entiendas lo que te digo, ¿o sí?
Se sentía un poco estúpido hablándole a un bebé que evidentemente no entendía nada del mundo hasta ese punto.
Cuando el español le entregó el encargo incómodo a Lugonis, este le devolvió una mirada entre suspicaz y de gracia infinita, no dijo más, únicamente se deshizo en parabienes y agradecimiento al respecto.
Los demás, los que se enteraron de refilón del acontecimiento, y los pocos que lo vieron, no pudieron evitar pensar en sí se trató de una broma de mal gusto de Sagramore… o de Zakros, peor aún.
El Strategos, Sage, por supuesto que supo desde el segundo exacto en el que entregaron a Albafica, que algo no cuadraba ahí.
Zakros le observaba a la distancia, con esa sonrisa retorcida que quemaba por dentro a quién miraba, sus ojos verdes empequeñecidos parecían decirle que esta vez lo había pillado… sólo esa vez.
—¿Y bien? —Inquirió Sage desde el sitial, con la pierna cruzada, el pie moviéndose inquieto, señal inequívoca de que estaba por perder los estribos.
—¿Señor?
—No te hagas el tonto, Sagramore, hay dos opciones: la primera que tú llevaste cabo esta broma de pésimo gusto —espetó tamborileando con los dedos—, la otra es que Zakros y su retorcida crueldad, fue el artífice de esto y tú —le escupió—, tú lo estás cubriendo, entonces, ¿cuál de las dos?
Sagramore, con la rodilla apoyada en el piso, en señal de respeto, se mantuvo calmo al respecto, no era la primera vez que mentía, sin embargo tendría que adornar un poco la historia al respecto.
—Ninguna de las dos, simplemente he escuchado esta mañana en el puerto de una familia que recién había encontrado a un bebé, sólo he ido a corroborar si era el que buscábamos…
—¿El puerto, eh? ¿Y qué hacías ahí, si se supone que tendrías que estar aquí?
Nada escapaba a la inteligencia del Strategos, daba miedo saber la claridad de pensamiento que tenía.
—He salido a comprar algunos víveres…
—Se supone que eso lo puedes hacer el día asignado para ello, en cuyo defecto puedes enviar a alguien del servicio a esos menesteres, lo sabes, ¿no?
—Era urgente…
—Ya veo, y entonces mágicamente apareció el niño por ahí, como quien se encuentra una margarita creciendo en cualquier rincón, ¿no? —Ironizó el hombre frunciendo el ceño—, y dime Sagramore, ¿esperas que yo crea tal fantasía?
—Ninguna fantasía, es la realidad, así fue como sucedió.
—¿Quién fue, Zakros o tú?
—Ninguno.
—Eventualmente lo sabré, supongo que eso lo tienes claro, y cuando tenga las pruebas, tú o él… tendrán bastante trabajo como parte del servicio en la armería, o quizás los envíe a acampar al Areópago…
Aquella amenaza le sonaba al lúcido deseo de cumplir aquellas palabras, pese a ello Sagramore no retrocedió ni un milímetro en sus palabras, y tampoco le demostró que sentía pavor de verse relegado como un esclavo de baja monta.
—No habrá necesidad, su Santidad, como le dije, todo lo que le he narrado es la verdad.
—En fin, puedes retirarte… —le echó con sequedad.
Ni tarde ni perezoso huyó de la mirada lacerante del Patriarca, era la viva imagen de un hombre tratando de escapar de la condena de trabajar en las minas de plata de Laurio.
No pudo evitar pensar en que, de alguna manera, esas pequeñas triquiñuelas de Zakros comenzaban a ponerle los pelos de punta, y peor aún le hacían preguntarse más de una vez, por las noches, en la oscuridad del recinto de la Cabra Amaltea, qué era lo que su compañero parecía ocultarle tan bien respecto a Lugonis y al otro que también era víctima de sus puyas: Ilias.
Aunque Sage no olvidaba el penoso episodio del bebé perdido, la vida era taciturna por aquellos días en el Santuario, como si nada hubiese pasado en su imperturbable paz, o al menos el viejo fingía para darse paz mental también.
—A partir de hoy, queda casi un año… —dijo críptico, como siempre, a veces Zakros no podía evitar pensar en él como una especie de oráculo de Delfos, al que habría que hacerle análisis clínico, palabra por palabra, para intentar entender qué era lo que tenía en mente.
Señaló la estrella alfa de Scorpii.
—¿Casi un año…?
—Sí, casi un año… te lo volveré a decir Zakros, y espero que esta vez reconsideres mi propuesta.
—Suena algo romántico eso —ironizó, tratando de protegerse a sí mismo de cualquier cosa extravagante que se le hubiese ocurrido al Strategos.
—La estrella más brillante, la central del Escorpión está lista, a partir de este punto hay dos opciones: la primera, al igual que tu compañero Ilias… es buscar a la mujer, en cuyas características cósmicas se encuentre el equilibrio perfecto para engendrar a tu hijo… —los ojos del lemuriano se clavaron en los de su guerrero, sopesando cada reacción.
—Ya, algo así como una buena vasija ¿cierto? —torció el gesto en una sonrisa macabra—, mucho gusto me dará estar donando a mis hijos al Santuario…
—La otra, es que esperemos, si no te decantas por esa opción, y encontremos la carta astral de aquel que te suplirá, y por ende, que tendrás que entrenar para ceder tu armadura… creo que eres un buen guerrero, te lo he dicho, y aunque no es algo común, que entre los guerreros pasen la estafeta de uno a otro por lazos de sangre, vale la pena…
—Pues gracias por la consideración, pero mi respuesta desde entonces hasta ahora, no ha cambiado, sigue siendo no.
—Me atrevería a preguntarte si es acaso que las mujeres no son de tu agrado, pero sé de buena fuente que no es así, y lo cual también tendría solución —bromeó el regente de Santuario para romper un poco la tensión.
—En cualquiera de las dos opciones tengo que criar a un soldado para entregarlo a la muerte, así que…
—La vida de los guerreros es así, a ti también te entregaron para servir a un fin más honroso que el de un simple mortal.
—Ya, bueno, entonces creo que me mantendré al pendiente de los cambios que ocurran, cuando llegue el momento, ¿puedo preguntar algo?
—Claro.
—Sólo por curiosidad, mientras me follo a la mujer que ustedes escojan, ¿se mantendrán en la puerta cantando y bendiciendo el gamos?
Por toda respuesta Sage dejó escapar una carcajada sincera ante la ocurrencia.
—Bueno, pues tanto como eso no, ¿sabes? En el norte, en Bluegard, hay algunas costumbres interesantes respecto al matrimonio, que seguramente te serían de interés.
—¿En serio?
—Sí, por ejemplo, cuando la familia real contrae matrimonio, los invitados más importantes esperan afuera de la alcoba real, esperan a que el rey llegue a consumar el matrimonio y que complazca a la reina.
—¿Eso significa que están con el oído pegado a la puerta…?
—Un poco sí, no puede empezar el banquete sin la bendición del rey que ha complacido a la reina.
—Y de buena suerte que si no es bruto lo que escucharán serán gemidos en vez de aullidos de dolor, en fin, me consuela que planeen cuidar mi alcoba si decido eso…
El ocho de noviembre de 1720, la carta astral del heredero de Escorpión se rebeló, por lo que Sage corroboró que el siguiente guerrero había nacido finalmente, ahora restaría encontrarlo, según sus cálculos y las coordenadas sagradas, ese niño tendría que estar en algún lugar de la Hélade.
En febrero, unos meses después, el nuevo Arconte de Acuario había nacido, el cual fue localizado rápidamente por Krest Masson, en Normandía.
—Algunos se esfuerzan por nacer en lugares inhóspitos, por no decir que ocultos, ¿no es así? —Inquirió Hakurei a su hermano gemelo, mientras este husmeaba la botella de hidromiel traída específicamente para él desde Jamir.
—Bueno, pues ¿cuándo has visto que las buenas uvas se den en cualquier esquina, hermano? Por supuesto que los guerreros no nacen en cada vuelta de calle.
—Por cierto, he localizado al niño…
—¿Cuál niño?
—El siguiente heredero de Cáncer, italiano también.
—¡Ah! ¿Por qué será que no me sorprende?
—Lo encontré en una Obra Pía, se llama Manigoldo Servadio, es pequeño aún, pero no hay duda, es él.
—Bien, las cosas están acomodándose. Creo que enviaré a Deyanira por él, mientras tanto, ¿has traído contigo esos panecillos con miel que sueles tener en Jamir?
—No, estás muy gordo en estos días…
—¡Por supuesto que no!
