LIBRO XVII

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Sagramore sintió con claridad la explosión cósmica, que sus compañeros por supuesto no ocultaron ni siquiera por respeto al Sumo Sacerdote, claro, no le sorprendía ni tantito por parte de Zakros, ese pedazo de cabrón.

Y por otro lado la rabia poco disimulada del amante roto, desangelado, quien se sabe como el puto hazmerreir del lugar, porque… siendo honestos, Sagramore sabía perfectamente que aquel hombre… había amado o aún amaba a alguien más, y suponía por el mucho encono con el que se enfrentaba, que ese alguien era Ilias.

Cosas como esas, eran las cuáles le hacían replantearse qué diablos hacía ahí, se sentía herido también, herido porque, tenía que confesarlo, era la primera vez que le había entregado ese corazón pendenciero a un amante… ¡Y a quién había decidido entregárselo!

Se debatió un instante entre arrojarse al pozo vacío del desamor y desgarrarse en él, o subir corriendo a enfrentar el remolino de una realidad brutal.

Optó por lo segundo.

Corrió escaleras arriba, y no fue el único, porque un minuto después de que llegó hasta la Explanada de la Expiación y observó a los dos hombres chocar como envueltos en luz, cubiertos de sangre, como si de dos estrellas magnas se tratara… y de esa explosión, por supuesto que no quedaría nada… Aspasia también había llegado.

Todo había ocurrido muy rápido, a una velocidad vertiginosa.

La amazona había corrido, había gritado que se detuvieran, que les iba a lanzar de lleno la Explosión de Galaxias, ellos no escucharon, ya estaban más allá de todo lo razonable.

Las agujas de Zakros la atravesarían y entonces él tuvo que moverla y moverse de ahí antes de que todos acabaran como coladeras humanas y les fuera imposible vivir sin agujeros.

Al final, cuando ambos, tanto Ilias como Zakros se dieron cuenta de que ellos dos estaban ahí como imbéciles y que además habían salido volando cual basura movida por el viento, fue que dejaron de hacer estupideces.

—¡Sagramore! —El corintio corrió hacia donde estaban ambos derribados, tanto Aspasia como él.

—¡Eres un estúpido! Pedazo de mierda… ¡Eres un gilipollas! —Le contestó el español indignado, revisando a la mujer que, huelga decir, le constaba que estaba bien dado que el golpe al caer lo había recibido de lleno él.

—Lo… siento…

—¡NO! ¡No lo sientes, cabrón! ¡Todo el tiempo eres tú, tú, TÚ! Todo gira en torno tuyo, todo tiene que ver contigo… eres un jodido egoísta…

Dicho lo cual, cuando al fin le dio rienda suelta su corazón herido, cuando sintió que la sangre le saldría del pecho porque ya no podía seguir tolerando más… fue que tuvo un poco de paz. Paz de hacerlo sentir un adefesio, pero… era lo menos que se merecía… a su forma de ver las cosas.

—Sagramore… yo…

Aspasia se había dirigido a donde estaba Ilias, compungido, como un niño también, cuando escuchó la perorata entre ellos dos, y luego contempló a la amazona de Géminis, sí, también se sintió como un niño estúpido.

Algo le dijo ella, y después se fueron, dando por zanjada la pelea.

El rubio se acercó a Sagramore, como perro con la cola entre las patas, trató de tocarlo, pero el Arconte de Capricornio le devolvió una mirada fría, y simplemente dio la vuelta para irse, dejándolo ahí.

¿Por qué se seguía sintiendo tan mal…?

Fácil: porque tenía las venas abiertas ante la realidad de un hombre que no le correspondía, y que lo había hecho trizas, soñaba con el equilibrio en medio de un desequilibrio doloroso y además, hiriente.

Las cosas, todavía se iban a poner peor…

Sagramore se despareció por aquellos días, más bien se escondió, no quería hablar con el otro, seguía furioso, seguía dolido, esa era la realidad, sabía que lo había estado buscando, porque lo percibía, sabía que se trató de hacer el aparecido en lugares que solían frecuentar, dentro del Santuario y fuera de él… necesitaba poner en orden sus pensamientos, pero sobre todo, dejar de estar tan colérico.

Zakros, lo que nunca, había dejado sus pullas, sus sarcasmos y su sonrisa encantadora, ahora no estaba tan seguro de qué hacer de sí mismo, y ¿por qué negarlo? Ver la decepción en los ojos grises de su amante… le había dolido lo indecible.

Cuando no estaba buscándolo, estaba escondido en su terrario del octavo templo, oculto en la oscuridad.

Entonces tuvo una buena idea, una de esas… muy a su peculiar estilo.

Desde toda la vida el corazón de la juventud, de los aprendices y maestros, y siendo honestos, también de los erastes y eromenos, era la antigua palestra, el lugar donde estaba bien mostrarse y estaban bien los mirones, y el mismo lugar donde ellos también entrenaban como era necesario… y como buen lugar de regocijo público, era también el lugar donde muchas cosas se ventilaban, entre sus pasillos, en los muros…

Las pintas existían desde mucho antes de que se hablara de la demokratia en Atenas.

Así que una noche fue hacia el pasillo que comunicaba las termas con la palestra, al lugar que absolutamente todos atravesaban y dejó el mensaje:

"Por Zeus Hetaireo, Sagramore es digno de ser celebrado como encantador y llevado a casa con honores."

Por supuesto que todo mundo lo vería y seguramente también Sagramore, quien, imaginaba, apenado por semejante declaración, una de dos: correría a borrarlo e iría a gritarle; o la segunda, entendería el mensaje e iría… también a gritarle. El mensaje era el mismo, quería llevarlo a casa, a su casa, que no era otra cosa que el lugar que compartían ambos, mayormente, el octavo recinto.

Zakros normalmente le decía eso a modo de broma: que el octavo templo era su casa, que él era el dueño de ese lugar y él, Zakros, sólo estaba como invitado.

En cualquiera de las dos, el resultado era el mismo, o con ello estaba contando, porque si lo ignoraba, tendría que idear alguna otra triquiñuela.

No hizo falta pensar en nada más.

Sagramore, cuando cayó el sol, dejó la furia que para entonces había disminuido y fue, pensó en que seguramente su compañero debía estar bastante desesperado al haberse arriesgado a dejar ese mensaje a vista de todos, y dejar ver que había problemas, que algo sucedía entre los dos.

Sus ojos de acero se clavaron en las esmeraldas de él, sostuvo su mirada fiera e hizo acopio de valor, porque… para desconsuelo del español, las piernas le temblaban de estar ahí, los muslos casi se le mojaban de puro deseo y el corazón idiota le palpitaba con fuerza. Rogaba por no hacer evidente lo mucho que lo extrañaba.

—Estás muy pirado como para dejar ese mensaje, tío…

—Estaba desesperado —le confesó.

—¿Por qué?

—Porque… aunque parezca que no… —y por primera vez en aquellos años, vio lo más parecido a temor en aquel hombre en apariencia tan rudo, tan oculto siempre por su manto de sarcasmo agónico—, aunque te haga parecer que no, yo te quiero Sagramore —finalmente le soltó tragando saliva, que casi juraba era más de medio litro.

—Vaya…

—Lo que yo quiero decir, bueno… yo te amo —acabó por arrojar a toda velocidad antes de que se arrepintiera o se atragantara con las palabras, o acabara muerto en su propio templo por la impresión.

—¿Por qué haces… todo lo que haces, Zakros? —Inquirió acercándose hasta él, sujetándolo por la barbilla, sin perder el detalle de su rostro tan bello, belleza fatal.

—Algún día… tal vez, hablemos de ello… sólo quería decirte que lo siento, que me gustaría no esconderte tantas cosas, Sagramore, pero… me es imposible hablarte de todo sin dejar de sentir que estoy… expuesto…

El Arconte de Capricornio sintió franca ternura, ternura por el hombre que estaba plantado delante suyo, tratando de hacer un esfuerzo sobrehumano por ser honesto, por vencer sus propios miedos… y otra vez sintió que estaba descorazonado, que en su pecho no existía nada más que el vendaval que había experimentado aquella primera vez cuando lo vio.

Menudo atado de imbéciles.

Porque sólo un par de imbéciles, siendo como eran, pensaron que era buena idea enredarse.

Por toda respuesta lo abrazó, lo acunó en sus brazos, y el otro se dejó arrebujar ahí, se quedó quieto, casi sin respirar, cerró un momento los ojos y suspiró.

No se fueron a la cama de inmediato, se sentaron a beber, a reír, a comer aceitunas y queso, luego jugaron a los dados, apostaron, cada uno tenía su pequeño montículo de monedas, iban empatados.

Entonces lo sintió acercarse, peor aún, lo sintió cuando se quedó en la entrada del templo del Escorpión.

Se puso en pie de inmediato.

Sagramore cerró los ojos y suspiró, para después seguir al otro.

—Tiene que ser una puñetera broma —rezongó.

—No he venido a pelear, necesito hablar contigo, por favor —imploró el invitado no deseado, Ilias, quién le miraba casi suplicándole, desencajado, y algo en sus ojos daba a entender que efectivamente, su visita ahí no era algo fortuito.

Aquello no hizo más que encender nuevamente la alarma… algo no estaba bien.

—Debe tratarse de una urgencia, porque de otra manera no te creo tan estúpido como para venir por tu propio pie hasta mi templo —puntualizó Zakros—, pasa…

—No, aquí no… por favor… me gustaría hablar contigo en otro lugar…

Zakros se volvió hacia su amante, tomó una de sus manos, y beso el reverso de esta, tocó la lozana mejilla con delicadeza y le sonrió.

—Volveré más tarde, si quieres mañana podemos seguir y…

—No, te esperaré, a la hora que sea, me quedaré aquí.

—Vale, tan pronto como sea posible regreso.

Los vio bajar las escalinatas, sólo rogaba porque lo siguiente que detectara, no fuese la Explosión de Galaxias que Aspasia juró lanzarles, días atrás.

El silencio entre ambos era más que incómodo, la tensión ni siquiera se podía disimular, Zakros trataba de no pensar en que quería retorcerle el cuello y dejarlo por ahí tirado, e Ilias… bueno, ¿quién sabe qué pensaba Ilias? O si es que pensaba.

Se adentraron al templo del León de Nemea, donde muchas veces había estado Zakros, cuando eran amigos.

—¿Y bien? —Le dijo con frialdad.

—Necesito de tu ayuda… yo… no sé a quién acudir y… necesito ayuda —Le dijo, transparente como siempre, porque eso sí había que reconocerle, que jamás mentía, y que si lo llegaba a hacer, era fácil descubrirlo.

Algo en sus palabras, en sus ojos, le dijo que en verdad se trataba de algo que requería su atención.

—¿Ayuda con qué?

—Se trata de ella y yo…

—¿Aspasia? ¿Qué pasa con Aspasia?

—Zakros, Aspasia está encinta…

Y entonces sí, el mundo se le vino encima a Zakros, todo lo que habían hablado años atrás respecto a que Ilias buscaba heredar su rango a su propio hijo, le cayó como un balde de agua fría, entonces otra vez la ira se apoderó de él.

Lo tomó por el cuello con ambas manos, apretándolo con fuerza descomunal, incrustó a su compañero contra una de las columnas de su propio templo, sentía el crujir de los huesos en sus dedos.

—¡¿Qué carajo hiciste?! ¡Vas a acabar fastidiándola, por tu puto egoísmo, maricón de mierda! —Le espetó lleno de rabia.

—Yo no…

—¡Oh no! No me digas que no sabías, porque eso ni tú te lo crees… el que estuvo buscando fuiste tú… y me parece una idiotez que no sepas lo que va a suceder ahora, hijo de puta…

Terminó por arrojarlo al piso, a las baldosas que, con la fuerza y el golpe, algunas salieron volando. Caminó hasta él sólo para poner el pie en su cuello mientras luchaba contra las ganas locas que tenía de ejecutarlo en ese momento.

—Los hijos engendrados por los caballeros dorados son distintos, eso lo sabías y no te importó —siseó—, es distinto el parto, no es un parto fácil, ¡Está en los condenados libros! ¡En los anales!

El Arconte de Leo como pudo se liberó del agarre de su compañero, resollando, tratando de respirar.

—No te lo voy a perdonar ¡Jamás! —Le gritó rabioso, porque sabía, que Aspasia probablemente no sobreviviría, se trataba de dos caballeros dorados, no sólo de uno… y eso era una realidad irrefutable.

—Por favor… necesito sacarla de aquí… necesito llevármela… —le imploró de rodillas, con las lágrimas escurriendo por su varonil rostro, desesperado, lleno de angustia.

—¿Y qué diablos es lo que pretendes…? ¡Eso no va a servir de nada!

—Puede tener una oportunidad, pero no será aquí en el Refugio, tiene que ser afuera, la naturaleza…

—No me vengas con pavadas…

—Necesito de tu ayuda, Zakros, la única manera es esa, puede existir una oportunidad de salvar su vida, pero aquí no será posible, además… las leyes de las amazonas… tú lo sabes… la van a expulsar con deshonor… ¡Te lo suplico!

Zakros cerró los puños, parecía que los huesos de los nudillos se saldrían por la piel que estaba tan tensa que se veía blanca, apretó los ojos tratando de pensar en lo que estaba balbuceando el otro, entonces recordó… sabía hacia dónde iba.

—¡No!

—Por favor…

—¿Quieres traer a la otra… no? ¡No! ¡Olvídalo!

—No puedo hacerlo solo, ella no querrá… ella no querrá escucharme, la conoces, sabes cómo es, ella te escuchará a ti…

—Si Sage se entera…

—Sin tu ayuda no podremos, y entonces las posibilidades se reducen a cero. Zakros… tú la quisiste, te lo ruego por el amor que sentiste por ella ¡Estoy rogándote por su vida! —Lo chantajeó de la manera más baja posible, pero Ilias estaba dispuesto a eso y más.

—¿Y que le dirás a Sage? ¿Crees que no sabrá que tu hijo, si sobrevive, será tan fuerte que es imposible negar que es hijo de dos guerreros?

—No, he hablado esta tarde con una de las Pitias, se llama Arkhes… ella ha aceptado cubrirla…

—¿Dirás que es hijo de una sacerdotisa…? —Negó con la cabeza, pensando en tres mil opciones, pero ninguna parecía buena—, ¿Qué te hace pensar que Thäis querrá tomar su lugar?

—Ella siempre deseó la armadura… ella te escuchará…

El corintio se llevó ambas manos a la cabeza, tratando de poner en orden sus pensamientos sin lograrlo, lo único que logró fue desordenar su ya desordenado cabello, los ojos llenos de rabia, inyectados en sangre observaban al otro, no podía con las ganas de matarlo, y por otro lado, tampoco podía dejar de lado que la vida de la mujer que algún día quiso, pendía de un hilo y que, lamentablemente, la única oportunidad para tratar de ayudarla y remediar el lío de Ilias, era justo esa… la opción que no quería tomar.

—Thäis… ¿sigue viviendo en la periferia?

—Sí, alejada de casi todo, en la última frontera de Rodorio…

—Vámonos, es tarde y mientras más tardemos, habrá más riesgo de que nos descubran —acabó por aceptar.

Deseaba con todo el corazón que no estuviese tomando la peor decisión posible, una que costara vidas, porque entonces sí, acabaría ejecutando a Ilias de la peor manera posible, es más, le cercenaría la cabeza y se la llevaría él mismo a Sage.