LIBRO XVIII

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Antes de meterse subrepticiamente al camarote de Minos, Suikyō pasó esa tarde devorando todo lo que le pusieron delante, casi era magia el cómo estaba desapareciendo comida a velocidades insospechadas. Según recordaba, tenía más de un mes que lo único que llevaba en la barriga era pan mohoso y agua igualmente enlamada.

Por supuesto había dejado de lado todo aquello que tenía vaca, todo lo inspeccionó, oliéndolo, tocándolo.

Un espectáculo un tanto… salvaje, los hombres lo observaban como algo no de este mundo, y si lo pensaba detenidamente, no era de ese mundo, al menos no del de los humanos, por lo que le había dicho Minos, Hal, como se llamara.

Y tampoco confiaba en él.

Fuese espectro, conejo, humano, al final era uno de esos europeos que no el agradaban ni mínimamente. Quizás le estaba contando una historia de fantasía sólo para llevárselo quién sabe a dónde. Por otro lado, muy dentro de él, algo… algo en sus palabras le decía que era verdad, que ellos dos eran un par de muchos que se encontraban en los tiempos para… ¿Una guerra, había dicho?

Por más que se esforzaba en tratar de encontrar algo en su agujerada cabeza, no llegaba a nada.

"Y la puta que lo parió", pensó en silencio ahogándose casi con el pedazo de pan.

Sentía el alma diluida, si es que eso tenía sentido.

Fue con su andar un tanto agónico a ese lugar, sabía que él estaría ahí, y quería respuestas, eso era lo que quería, ni más ni menos.

¿Por qué se le abalanzó encima?

"Porque su carne parece conmovedora", eso era lo que había mascullado para sí mismo, además, a juzgar por la manera en la que lo observaba… algo bueno podría sacar tal vez de ahí.

No sería la primera vez que echaba mano de su físico, se sabía atractivo, esa era una verdad inexpugnable, y le quedaba claro que las personas solían hacer muchas tonterías en aras de ello, si a eso se sumaba que Hal no tenía mal ver, lo aceptaría: estaba muy bueno, mucho esfuerzo no tendría que hacer.

Era diabólicamente concupiscente.

Sobre todo, considerando que otra cosa se había apoderado de su mente, además de las dudas y agujeros: asco, nada detestaba más que la cobardía, esa última confesión de Hal, le había dado asco. ¡Abandonar la batalla! Ni él en sus peores momentos, que habían sido innumerables hasta entonces, habría recapitulado ¡Eso jamás!

Hades, Atenea, la guerra, su supuesto papel en ella.

Todo le estaba dando vueltas en la cabeza desordenada, lo mismo que sus manos que daban vueltas rodando por la piel prístina del lienzo de ese hombre que estaba debajo y a quién con poco, ya lo tenía comiendo de su mano.

Sus labios, los de Hal, sabían bien, su lengua parecía conocer caminos que él no conocía, y sorpresivamente, le arrojaban a un desenfreno indescriptible, considerando que Suikyō de quietud no sabía nada.

La ropa le estaba ahorcando, tomando en cuenta que él no estaba acostumbrado a traer tantas cosas encima, además, entre sus piernas, aquello estaba firme como mástil de barco, de buena suerte que su compañero, sobre el que estaba sentado a horcajadas, se encontraba en las mismas condiciones.

Eso le hizo sonreír, mezquino, ¿tanto así le excitaba?

Cuando Minos trató de acariciarlo, el otro le agarró las manos, ambas muñecas, y lo detuvo.

—No.

—¿Por qué… no?

—Ahora no —arguyó observando sus pupilas dilatadas.

Se levantó de encima suyo y se sacó la ropa, sin ayuda de nadie, sin que el otro se la quitara como si se tratase de una puta, mientras lo hacía, los ojos de Minos estaban clavados en su cuerpo, en su piel, en sus pupilas violáceas… lo observó sentado, obediente en el sillón de fino tapiz, pero como Minos de todas maneras seguía siendo rebelde a su manera… acabó por él mismo meterse mano entre la ropa, para tomar en ella su sexo que evidentemente estaba apretado entre los pantalones.

Tenía el cinismo de tocarse mientras él le regalaba la visión de su cuerpo desnudo caminando hacia la cama.

Fue hasta entonces que el hombre de cabello incoloro se levantó, fue dejando caer la ropa por aquí, por allá, daba igual, hasta que llegó al pie de la cama y contempló la magnífica obra de arte que era Aiacos, su Aiacos, y no importaba cómo creía que se llamaba, era Aiacos y era suyo.

Así. Irrefutable.

Le enseñó las cosas interesantes que podía hacer con sus hilos, le mostró un poco de la perfección de las marionetas mientras el interior de su amante le constreñía al límite del paroxismo, llegó a pensar que le arrancaría el miembro y gustoso se lo habría arrancado y dejado dentro si Aiacos pudiese recordarle… aunque fuese sólo un poco.

Resultó que pese a su hosca forma de ser, a su horrible temperamento, peor que el suyo, también era bastante elocuente y cooperativo en la cama.

Estuvo a punto de reírse, pero lo evito, a riesgo de calentarle las bolas al otro cuando tuvo la buen apuntada de decirle con mucha claridad que no habían terminado aún en esa cama.

—Bueno… satisfecho estás, y ¿qué más, Minos? ¿Me la vas a chupar o vas a poner tu blanco trasero a mi disposición? —Le había arrojado sin miramientos.

Y sí, Hal no se lo hizo repetir, porque lo siguiente fue su boca engullendo el pináculo de placer de su compañero… lo que no se esperó fue que en una de esas, Suikyō lo empujo por la nuca hacia su pelvis, literal casi ahogándolo, y de no ser porque ese tipo de cosas… habían pasado cuando era mucho más joven e inexperto y sabía qué hacer, literal, su señor Hades reclamaría el cuerpo de Minos para darle sepultura… y colocar en su lápida: "Valiente guerrero, respetado por los suyos y amadísimo de Hades, murió porque una polla le atravesó la garganta…"

Sí, era un buen epigrama, digno de ser recogido en la Antología Palatina(1).

Lo que no se esperaba fue que apenas terminaron, el otro se levantó y empezó a vestirse.

—¿A dónde vas?

—Me voy, mañana quiero que me hables de eso de la Garuda —le dijo sin siquiera mirarlo.

Hal frunció el ceño molesto, aquello sonaba a una orden que tenía que cumplir de forma rápida y expedita, no era ciertamente una petición.

Se pregunta una y otra vez por qué carajo tienen que pasarle cosas tan… ¿Penosas? ¿Nefastas? Y luego recuerda exactamente porqué, un gran suspiro para llenar los pulmones, la soledad de la cama después de tenerlo ahí es infinita, exangüe piensa en que pronto será momento de llevarlo al Inframundo, quizás ahí pueda recordar un poco más.

Quizás no.

Pero lo cierto es que Hal, no podría olvidar jamás la primera vez que sujetó su muñeca, nunca. La tensión, la rabia, el atisbo de su naturaleza salvaje.

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Ni siquiera fue necesario que le dijera palabra alguna, en sus ojos pudo leer el mensaje: que aquellos ratos de entretenimiento, de compañía, tenían que llegar a su final.

Por Ilias, o por culpa, o por todo lo anterior.

Porque lo más probable es que si se habían liado en la cama, había sido por un desvarío, por un devaneo tonto de Aspasia, y que para ella, para Deyanira, había sido la vida misma ese tiempo que por fin compartieron.

Terrible.

Irónico.

¿Pero qué se podía hacer cuando beligerante el corazón tomaba sus propias decisiones? Nada, sólo dejarse arrastrar.

Y ella se habría arrastrado por donde fuese, en el Inframundo incluso si su Lesbia se lo pedía.

Sus labios rodaban por su piel, su lengua se habría paso por los caminos sinuosos del cuerpo de ella, trataba de memorizar cada parte, cada centímetro, incluido el sabor, el olor, la tibieza, y los gemidos contenidos que escapaban de su garganta, cuando trataba de estar en silencio, incólume. Su boca se había apoderado de esa pequeña parte en el centro de su cuerpo, la sentía hincharse entre sus labios mientras jugaba con su lengua.

Trató de que esa tarde durara mucho tiempo, pretendió que no acabara.

Pero acabó.

Aspasia no se lo dijo, pero ella sabía, que estaba tratando de poner tierra de por medio, y curiosamente, si antes Deyanira había respetado todo el tiempo su negativa a ser algo más que compañeras… no estaba dispuesta ya a dejarlo así como si nada, como aquellas amantes femeninas, anónimas, que habían desfilado por su lecho en llamas.

¿Qué más daba ser… la otra? A ella no le importaba.

Esa fue la última tarde juntas, la última de la vida de Aspasia, porque esa noche, cuando todo se había derrumbado, y había tomado la decisión… de irse, aunque Deyanira no lo supo, el recuerdo de su tibieza y sus brazos protectores, sería algo que la acompañaría siempre, hasta el final.

Aspasia había pensado muchas veces que tal vez la que realmente debió estar en el refugio era Thäis, su hermana gemela, era más aguerrida, de naturaleza indómita, y otras tantas pensó en que quizás el ropaje de Géminis se había equivocado al decantarse por ella.

Cuando enfrentó los ojos verdes de su compañero de armas no pudo evitar sentirse también mal por él, porque al final del día lo que le estaban pidiendo no era como pedirle un tazón de azúcar.

—¿Estás segura de que esto es lo que quieres hacer? —Arguyó.

—Lo estoy… y… gracias por tu ayuda… —respondió ella tratando de conservar el aplomo mientras se cubría la cabeza con la túnica, puesto que ya estaban acercándose a Rodorio.

—Lo hago por ti, no por él, y todavía puedes arrepentirte —rezongó el corintio, lanzándole una mirada asesina al Arconte de Leo.

Ella soltó una pequeña risilla, se detuvo un momento, tomó su rostro entre ambas manos y le dio un beso cariñoso en la frente.

Zakros cerró los ojos y suspiró. No había vuelta de hoja, la decisión estaba tomada.

Caminaron al menos una hora más cuando salieron de los límites de Rodorio, literal por el descampado.

—¿Dónde mierda se fue a refugiar tu hermana? —Preguntó molesto el rubio a Aspasia, que cabe destacar, desde el momento en el que salieron del Santuario, se dedicó a ignorar a Ilias, y sus palabras siempre se dirigían a ella.

Ilias por su parte lo dejó estar, no lo culpaba.

—A ella siempre le gusto este lugar… alejado de todo y de todos.

—Bueno pues, por el peplo de Atenea que se ha ido bastante lejos…

Tardaron quizás treinta minutos más por esa vereda abandonada y que se le antojaba a Zakros como un buen lugar para el tránsito de pillos y demás linduras… por supuesto todo estaba en su cabeza quisquillosa, porque durante todo el camino con lo único que se toparon fue con un conejo y un búho que los siguió con su mirada atenta.

Ahí estaba el pequeño oikos de Thäis.

Nada espectacular, una casa como muchas otras, sin mayores lujos ni pretensiones, con lo suficiente para vivir cómodamente, lejos de todo, pero en tranquilidad.

Zakros e Ilias las conocían a ambas, y obviamente Sage, en realidad, si lo pensaba detenidamente, ellos dos fueron los únicos que convivieron un poco con ambas, antes de que Aspasia fuese elegida como la Arconte de Géminis, en medio de una batalla feroz entre las dos mujeres.

Ilias por supuesto no convivía mucho que se dijera, siempre fue así, distraído y más bien perdido en alguna cosa extraña de la "naturaleza", según decía, lo cual era verdad, pero que un adolescente diga que los árboles y el viento le hablan… lo hacía parecer como un lunático.

El corintio por el contrario, se las apañaba bien para socializar, la cuestión era que Aspasia, de las dos, era la que le gustaba, y aunque Thäis era su gemela idéntica, algo en la forma de ser de ella no le terminaba de agradar del todo… se parecía un poco a Deyanira en ese aspecto.

Y Thäis siempre manifestó particular interés por él.

Ella estaba en la puerta, esperando, observándolos, por supuesto no llevaba máscara, su rostro idéntico al de su hermana, y quizás en lo único en lo que se diferenciaban, era en la manera en la que ella, la menor por un par de minutos, sonreía… un poco de lado, un poco… siniestra.

Su cabello castaño, del mismo color que el de Aspasia, estaba recogido por completo en un moño desenfadado por encima de su cabeza.

—¡Vaya, vaya! ¡Lo que ha traído Hermes! Salve guerreros, algo importante debe traer a tan respetable comitiva a mis dominios —ironizó, con ese particular tono de mofa.

Aspasia se acercó hasta ella, la abrazó, acto reflejo de su hermana, que correspondió a su abrazo apretándola, después observó con detenimiento su rostro sin la máscara amazónica, se detuvo un momento inspeccionando sus ojos, y luego negó con la cabeza… como si supiera de antemano que algo muy grave estaba pasando.

—¿Y por qué querría yo tomar su lugar? Eso significaría que tendría que abandonar lo que hasta ahora me ha hecho feliz… para irme a encerrar con todos ustedes…

Aclaró ella con una sonrisa amarga en los labios, después empujó el contenido de su vaso por la boca, el restante vino que estaba ahí, vino sin aguar, por cierto.

—Por favor, Thäis… si no fuese de suma urgencia, jamás me atrevería a pedirte esto —le dijo su hermana, acariciando su mano tímidamente.

El rubio tuvo ganas de matar nuevamente a Ilias, y de pasada también a Thäis, en general tenía ganas de hacer una carnicería ya que todo estaba saliendo jodidamente mal ese día.

—Voy a ser claro, por si las cosas no han quedado del todo claras —interrumpió harto el griego—, este imbécil que está aquí cometió un error de dimensiones bíblicas, ahora, tu hermana puede tener una oportunidad de sobrevivir al crío que está gestando, pero eso no sucederá dentro del refugio, es más, seguramente acabará vendiendo pescado en Rodorio…

Ironizó a punto de levantarse y tomar por los cabellos a la gemela de Aspasia, quien honestamente, parecía estar disfrutando de todo aquello.

—No me vengas ahora con que esto es una cuestión de honor, porque… yo recuerdo perfectamente bien que tú estabas bastante interesada en convertirte en guerrera, no importando cómo…

—¡Zakros! —Reprendió compungido Ilias.

—¿Qué? Es la verdad, ¿o no, Thäis? Pues bien, tienes la oportunidad en tus narices, si quieres decir que Aspasia nunca debió ser elegida, correcto, no debió, ahora puedes tomar tu lugar…

Thäis acabó riendo a carcajada suelta por aquella perorata, bastante ofensiva, que le había lanzado el Arconte de Escorpión, lo reconocía: tenía pelotas.

Le dirigió una mirada afilada y después se volvió hacia los otros dos.

—Pienso que es una estupidez lo que has hecho, Aspasia, y creo que no tendríamos que cargar con el bulto, nadie de los aquí presentes… —un suspiro desganado—, lo pensaré…

—¡Joder, no! No hay tiempo de pensarlo, ¿qué crees que venimos a ofrecer viajes en barco a las Cícladas? —Desesperado increpó Zakros.

—¿Quieren que tome la decisión ahora? ¡Já! Menuda broma con ustedes tres…

—Ilias, Aspasia… váyanse ya, me quedaré a razonar con esta cabezota… si seguimos aquí, será tarde y después tendrán que correr como cortejo de bacantes hacia el puerto —les dijo a los dos.

Los otros se miraron sin entender muy bien, ¿tan seguro estaba de que Thäis acabaría diciéndole que sí? Al parecer sí.

—¿Qué esperan? ¿No fui claro? ¿O los dioses me han dado el don de hablar distintas lenguas y ahora nadie me entiende? —Ironías aparte.

Aspasia se despidió de su hermana, la abrazó, se apretujaron entre las dos, como cuando eran niñas, susurraron algo, que nadie de los que estaban ahí pudo escuchar, algo simplemente entre ellas.

Después se despidió de él, del rubio, y él sentía la perturbación en su cosmos, podía detectar con mucha claridad el latir de su corazón, veloz, asustado, podía percibir que su olor había cambiado ya… pese a todo, Zakros poseía la capacidad de detectar todo eso en las personas, a veces era una maldición. Era uno de esos raros escorpiones que habían logrado desarrollar a la perfección ese arte.

—Gracias por todo, gracias por entender —le susurró ella.

Tuvo ganas de agarrarla del brazo y decirle que no, que no valía la pena todo lo que estaban haciendo… tuvo tantas ganas de no dejarla ir, pero al final ¿qué haría? No había nada que pudiese hacer… y por dentro, muy en el fondo, algo le decía que no la volvería a ver más, tenía el presentimiento.

Se tuvo que decir a sí mismo, aunque no estaba de acuerdo, que no podía salvarles a todos, aunque quisiera…

—Ya se han ido, ya nadie escucha… —pronunció el guerrero, mientras cerraba la puerta de la pequeña casa y clavaba sus ojos verdes en los de la mujer— ¿qué es lo que quieres para hacerlo?

Ella se acercó a él y le observó detenidamente, con una sonrisa siniestra en los ojos.

—¿Lo que yo quiera, eh?

—Sí, sí, ¿qué es? ¿Dinero? ¿Propiedades? ¿Un pedazo del friso del Partenón?

—No me hace falta nada de eso, la verdad es que quiero algo muy simple…

—¿Qué…?

—A ti…

—No jodas, Thäis, esto no es una transacción de taberna ¡Tienes en tu nariz el ropaje sagrado de Géminis! ¡No es cualquier baratija de turistas! —Alegó indignado el otro.

—¿Por qué te sorprende? Tú a mí siempre me gustaste, a diferencia de Aspasia, no creo que sea un gran sacrificio para ti… y ella te gustaba, entonces, ambos salimos beneficiados… —su cinismo no tenía parangón—, puedes imaginar que te la estas follando…

El varonil rostro de Zakros enrojeció de golpe, como una granada a punto de reventar, la boca se le secó, por muchas razones, pero la principal era que justo eso no lo quería negociar, si le hubiese pedido otra cosa, se lo habría dado… pero, la realidad era que estaba metiéndose en un problema, por el sencillo hecho de que Sagramore, con quién a penas ese día, habían semi resuelto un montón de diferencias… lo estaba esperando en su templo, y él… estaba ahí a punto de ceder al chantaje de aquella mujer…

No importaba cuan víctima de sus bajas pasiones era, ni tampoco que a veces su vida se había resumido a todo aquello que le excitaba… las cosas eran un poco diferentes, o tal vez quería pensar que podían ser diferentes… pero ella le estaba mostrando que no, que al final, era carne y sangre, y era instinto.

—Con dos condiciones, y que quede claro que esto no volverá a suceder…

—Te escucho —dijo ella acercándose como un felino que está por caer encima del ratón.

—Siempre usarás la máscara, tal como tu hermana, no puedes andar por el Santuario sin ella, porque eso es algo que Aspasia no hacía… y la otra también es muy sencilla —le dijo con una sonrisa igual de retorcida que la de la mujer—, jamás podrás decirle a nadie quién eres, siempre serás Aspasia, no volverás a ser Thäis… ¿entendido?

Ella le dirigió una mirada llena de odio, pero al final asintió. Le tendió la mano para cerrar el trato, una vez que el hombre estrechó esta, tiró de él para llevarlo hacia su dormitorio.

Y por los cojones de Ares, estaba seguro de que se iba a arrepentir de aquello…

Ilias y Aspasia ya habían tomado camino hacia los bosques sagrados de Atenea, donde el Arconte de Leo esperaba poder ayudar a su mujer a resistir y salvar su vida, llegado el momento del alumbramiento de su heredero. Confiaba en que la fuerza de la naturaleza pudiese hacer contra peso a la fuerza que se gestaba en ella.

Lo deseaba con todas sus fuerzas.

Para cuando Zakros, llevando a Thäis, regresó al Santuario y atravesaron la Explanada de los Peregrinos, era entrada la madrugada, probablemente unas cuántas horas antes de que se asomara el carro de Apolo.

No encontraron por el camino mayor distracción más que la de esconderse un poco para librar a los hoplitas de segunda línea, efebos en entrenamiento y unos que otros honderos de Rodas. Nada de qué preocuparse.

Cuando llegaron al templo de los Gemelos, de Cástor y Pólux, Zakros se detuvo delante del tótem de Géminis, después de ir en silencio aquellas horas que caminaron, para finalmente hablar.

—Recuerda lo que has prometido, en adelante será tu deber defender este recinto y vestir con honor el ropaje sagrado… —le dijo con frialdad.

—Lo haré, sólo espero que no se arrepientan de la decisión que tomaron —refutó ella con voz lacónica.

—Yo también espero que no nos hayamos equivocado… Aspasia… —murmuró girando sobre sus talones y dejándola sola en aquel lugar, el recinto que antes moraba la mayor de las gemelas.

Continuó escaleras arriba hasta alcanzar el octavo templo, llegó a pensar que quizás para entonces Sagramore, cansado de esperar, ya se habría retirado… y sin embargo estaba ahí, lo sentía, podía escuchar su corazón agitado y sentir su pulso disparado.

El Arconte de Capricornio salió de entre las sombras, con la magnificencia que poseía, estoico, cerrándole el paso y observándolo a detalle. No se necesitaban tres dedos de frente para saber que estaba f-u-r-i-o-s-o. Sus ojos gris acero lo taladraban, lo escrutaban centímetro a centímetro para corroborar con certeza que su amante… se había ido por ahí a entregarse licencioso a sabrá Zeus qué cosas.

"No puede ser".

—¿Dónde coño has estado toda la puta noche?

—Yo… salí con Ilias, hablamos, arreglamos las cosas… y bueno…

"Ajá, arreglamos el jodido problema en el que nos metió a todos", se dijo en silencio.

Y antes de que pudiera seguir balbuceando incoherencias, a Sagramore le tembló el labio inferior, enrojeció de rabia y le dio un puñetazo en el rostro, mismo que le hizo sangrar copiosamente la boca.

—¡No me vengas con pavadas, pedazo de cabrón! ¡¿Y por eso hueles a puta?!

—Me acosté con una —admitió—, bebimos, pero…

—¡Cómo te atreves, hijo de puta! Ni siquiera te puse la mano encima esta noche… y vas por ahí con ese idiota, ¿pretendes que te crea que sólo bebisteis unos tragos de camaradas?

—Sagramore no es así…

—¡No! Claro que sí es así, sois todos unos gilipollas… no me vengas con tus asquerosas mentiras, como siempre…

—Por favor, Sagramore —le rogó el otro jalándolo del brazo cuando pegó la vuelta para irse de ahí.

—¡Suéltame! Por mí puedes quedarte con quién mejor te plazca, es más, puedes follarte a todo el puto Santuario, me da igual…

—Puedo explicarlo, por favor, no te vayas, no así —le suplicó, y sería la primera vez que le rogaba alguien, el orgulloso Arconte de Escorpión.

—¿Qué me vas a decir? ¡Mas de tus jodidas mentiras! ¿Verdad?

—No… no más mentiras… —le dijo observando sus ojos, y tratando de poner en los propios lo más cercano a la honestidad, esa que a veces se le olvidaba.

"¡Qué apropiado!", rezongó para sí, el español.

—¿En dónde diablos estabas? ¡La verdad! —Exigió.

—Bien, sin mentiras, pero… me gustaría un vaso de vino, y… no es fácil de decir, todo lo que ha pasado esta noche, lo que te voy a contar, probablemente me cueste el rango, la armadura, y bueno, si el viejo Sage se entera, estoy seguro de que me borrará la memoria…

Algo en todo lo que le arrojó el griego le hizo bajar la guardia, quería creerle, quería que dejara de mentirle, y ¡Por los cojones de Hades! Quería la verdad, se negaba a seguir viviendo así, de verdades a medias, de cariños a medias… de ese corazón de Zakros, a medias…

—¿Qué hiciste…?

—En Géminis, desde la época del mito, siempre son dos… siempre hay dos… —comenzó su relato.

Se sentaron en aquella mesa de madera, la que era una antigüedad, probablemente de 1600, escanció el vino sin aguar, tal como se lo pidió el otro, y se quedó en silencio escuchándolo, sin interrumpirle, sin preguntas, sólo lo dejó hablar mientras el vaso lleno iba y venía.

Sagramore se llevó las manos al cabello, a la cabeza, trataba de mesar sus pensamientos, que ahora mismo eran un torbellino, trataba de reacomodar todas las piezas.

Resultaba que no era Ilias, era Aspasia, que estuvo enamorado de ella, y al final, todo acababa en lo mismo: en que, para él, sólo habían quedado los pedazos de Zakros y los restos de su corazón, ¿qué tenía para sí mismo? Nada, todo a medias…

¿Qué hacer con todo eso que le había confesado?

No estaba seguro, no sabía si echar a correr, si huir, si dejar todo por la paz… o si temerle más que detestarlo, porque ese hombre ciertamente era un peligro, con la mano en la cintura había metido a una desconocida al Santuario, para sustituir a una compañera.

¿De qué era capaz Zakros? De todo, se respondió a sí mismo.

—Vete a bañar… hueles a ella… —le dijo con sequedad.

—¿Te irás? —había preguntado miserablemente el otro.

—No… no me iré…

Y deseó no arrepentirse de tomar la decisión de no dimitir, porque pese a todo… lo amaba, con todo y sus mentiras, con todo y su horrorosa manera de ser, con todo y su corazón hecho pedazos… lo amaba…

Algo tenía que reconocerle: que no le temblaba la mano para hacer las cosas más arriesgadas, por aquellos a quienes quería, por lo que él consideraba justo, aunque los métodos eran cuestionables.

Y más lo amaba… por ello…

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N. de la A.

(1) Antología Palatina – Los epigramas son poemas, en su mayoría cortos de entre dos a siete u ocho versos, cultivados desde la Grecia Antigua hasta el periodo Bizantino; los epigramas comúnmente eran grabados en lápidas (funerarios), algunos eran votivos y también existían los epigramas eróticos de amplia tradición y algunos de ellos satíricos incluso. La Antología Palatina, hasta nuestros días, recoge al menos 15 libros (o divisiones, capítulos) que contienen dichos epigramas en sus distintas formas y utilidades.