LIBRO XX
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Sintió que el corazón se le había partido en dos, porque aquella a quien había amado por tantos años, ahora no era más que el recuerdo de lo que fue, una pintura al óleo, diluida y que nunca fue terminada por el artista.
La Arconte de Cáncer, pensó en que no habría alcohol suficiente que pudiese embriagar la espantosa sensación de soledad que se albergaba en su alma.
Dolida porque Aspasia no le hubiese dicho la verdad, herida porque al final, ella misma sabía que lo que sentía por ella, no era otra cosa más que un oasis en medio del desierto, y profundamente enojada porque Ilias, deliberadamente, o eso pensaba ella, la había condenado a una situación riesgosa…
—Supongo que está de más preguntar por qué, ¿cierto? —había balbuceado ella.
—Supones bien.
Quiso odiar profundamente a Zakros, a Ilias, pero tampoco eso pudo, porque uno había hecho hasta lo imposible por ella, y el otro, aunque quisiera, no podía… tanto así debió amarlo ella.
—¿A dónde han ido?
—No lo sé, supongo que eventualmente lo sabremos, cuando Ilias se lo comunique a Sage, quiero decir, lo de su hijo, pero —apuntó él—, no creo que sea buena idea que vayas y te aparezcas ahí…
—Así que lo único que me queda es la loca que está ahora en Géminis, ¿no? —la sonrisa en sus labios se había vuelto socarrona.
—Harás bien en dejar de intentar algo que no va a suceder con ella.
—Y bien, ¿qué es lo que quieres saber? —cambió el tema de golpe, porque si bien ya era suficiente fastidio con verse tan expuesta y dolida.
—Yo pensaba que era Ilias, ¿sabes? Pensaba que Zakros solía reñir con él, a pasto, porque lo quería… pero después, con todo esto que pasó, no era Ilias, era Aspasia…
—No.
—¿Cómo que no? ¡Es obvio!
—Te equivocas, en una parte… ¿y dónde está la cama?
—¿Cómo?
—La cama… no pensarás que me tire al piso y aquí, ¿o sí? —ironizó ella arqueando una ceja morena en su bello rostro.
—Pero mujer, ¿qué dices?
—¡Oh, vamos Sagramore! No me vengas con golpes de pecho ahora… además, me es más fácil si… platicamos y eso —admitió incómoda.
Sagramore tuvo que echarse a reír, porque lo que menos se imaginó fue acostarse con alguien mientras intercambiaban secretos.
—¿Quieres ir allá… mientras hablamos de esto? Preferiría hablar simplemente…
—Bien, como sea; te equivocas, sí, Aspasia siempre le gustó, pero no hubo nada ahí, porque ella de quién estaba enamorada, era del otro idiota… ella no fue il primo amore.
—¿Quién era? —Para esos momentos ya nada le iba a sorprender si resultaba que Zakros vivía enamorado de Sage.
—Lugonis.
—¿Qué?
—Era Lugonis… tú no figurabas aquí, no sé qué hacías en las montañas de España, supongo que cuidar ganado, el punto es…
—¡No cuidaba ganado!
—¿Es acá? —Inquirió caminando por el templo de la Cabra Amaltea, sus pies descalzos a penas hacían ruido, sin esperar mayor indicación se adentró a la cámara privada de su templo.
Él la siguió hasta ahí.
"Acá, todos estáis locos de atar", pensó.
Ella inspeccionaba el lugar, le parecía que para tratarse de un hombre que pensaba era un lío, todo parecía estar en perfecto orden, cosa que no siempre pasaba en su templo.
—Ellos eran buenos amigos, crecieron juntos, desde que Lugonis llegó, cuando era un niño, Zakros siempre se mostró particularmente amistoso con él —soltó como quien suelta una plegaria en la iglesia—, cuando crecieron la cosas cambiaron…
Sagramore no pudo evitar sentir aquello como un golpe bajo, porque en sus narices, siempre había existido otro, siempre… ahora entendía un poco del por qué su compañero mezquinamente siempre estaba jodiendo al otro.
—¿Qué pasó, entonces?
—Sabes que Lugonis es peligroso, por el veneno… vamos Sagramore, no se necesita pensar mucho —le contestó entornando los ojos, sentándose en la cama—. A veces aparecía por ahí el otro con evidentes señas de que… algo habían hecho… hasta que Zakros no pudo salir de la cama, por la fiebre.
Al menos la imagen de Zakros cubierto de sarpullido bastó para causarle un poco de gracia.
—¿Por qué no se quedó con él? —Tuvo miedo de preguntarlo.
—No lo sé a ciencia cierta, de un día para otro dejaron de andar juntos de aquí para allá, y Lugonis acabó por refugiarse en su templo, supongo que… al final él se dio cuenta de que aquello no podía ir a más.
Como si se tratara de efectivamente un trámite más, empezó a sacarse la ropa ella misma, porque ni hablar de que un varón lo hiciera.
¡Jamás en toda su vida ningún sujeto había hecho aquello, y no iba a empezar ahora! ¡No señor!
—¿Qué, te vas a quedar con la ropa puesta? —Inquirió mientras el otro estaba perplejo, entre lo que le acababa de decir y lo que estaba haciendo— Las cosas cambiaron para siempre entre ellos, tú ya los has visto, lo último debió suceder cuando fueron a recuperar…
—La espada…
—Sí, la espada, porque Lugonis regresó solo, y Zakros por su parte, en fin, ya sabes lo que pasó después.
—Vaya, no es ningún consuelo —admitió apenado.
Ahora entendía que el haberle quitado al bebé, no era más que su forma de decirle que no estaba de acuerdo con que entregara su vida para heredarle la técnica a ese niño… tuvo envidia, celos… y tristemente pensó que al final, a él sólo le quedaron los pedazos de Zakros, nada había quedado para sí mismo… porque probablemente el escorpión había amado a esos dos, que no le correspondieron… y que terminaron dando al traste…
—Aún puedes arrepentirte, y hablo enserio, Deyanira… no tienes por qué hacer esto.
—No quiero deberte nada… y bueno… sólo asegúrate de no dejarme para el arrastre, o descomponerme, porque ustedes los hombres todo lo descomponen, quiero decir, todo lo que tocan…
Sagramore pensó en que ¿qué más daba? Total, llevaba cerca de diez años, desde 1719 con Zakros, diez largos años en dónde lo único que quería… era la verdad…
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Después de la pelea encarnizada contra Zakros, las cosas se enfriaron un poco entre ellos dos. Thäis se sentía medianamente más confiada, aunque seguía luchando a veces contra su propia armadura, que irónicamente le jugaba malas pasadas, por ejemplo ensamblarse sobre su cuerpo sin una de las grebas, o sin un guantelete, es decir incompleta, tal como si la misma estuviese diciéndole que no la terminaba por aceptar del todo.
Mientras todo eso acontecía a su alrededor, incluidos los problemas de los demás, alguien, uno de ellos, parecía observarle a tiempo completo.
Lo sabía, lo sentía, y unas pocas veces había alcanzado a divisarlo entre las sombras, era un poco novata respecto a la pelea, pero tampoco era tan estúpida como para no percatarse de que ese sujeto había encontrado a bien observarla en silencio.
La pregunta era ¿por qué?
¿Un pervertido? ¿O es que… se habría dado cuenta de quién realmente era ella?
Afortunadamente la otra mujer, Deyanira, se había marchado con Sage, a Italia, a recolectar, porque no había otra forma de llamarlo, a uno de los que les sustituirían tarde o temprano.
Estaba cansada de pelear con ella, y ni siquiera se trataba de que… pensara que era una mala persona, o que le descubriría, se trataba de que… algo tenía con Aspasia y pues… a ella las mujeres no le iban.
Algo le había causado particular gracia: un tipo que estaba de tan buen ver, y que por vocación decidiera simplemente estar incólume ante todos ahí… porque había hecho un voto de eterna virginidad, era para reír.
De buena suerte que esa tarde, calurosa en particular, había decidido ir a tomar un respiro a la Poza de Artemisa, esa que alguna vez había visto con su hermana, cuando eran niñas y aquel lugar, el Santuario, no tenía tanta vida como ahora.
Y hasta allá, él la había seguido.
"Pues bien, si quieres observar, te voy a dar un buen espectáculo", habló para sí, maliciosa.
Se sacó toda la ropa, prenda a prenda, dejándola caer en la orilla, para beneplácito de Paris.
La cuestión fue que… Paris, hasta ese momento, se dio cuenta de algo que no había pasado desapercibido, no para él: Aspasia, a quién había visto desnuda por accidente en ese mismo lugar, no tenía ninguna marca en la piel, al menos no visible.
Pero Thäis, tenía un lunar en el muslo interno derecho… y él sabía perfectamente que los lunares, al menos no como ese, no aparecían de un día para otro, así nada más porque sí.
Tuvo la clara impresión de que ella, no era Aspasia, aunque era idéntica…
Un rayo a la velocidad de la luz, cortó de tajo la rama donde estaba, a penas, de un salto pudo esquivar el impacto directo. Acabó cayendo al suelo de un salto limpio.
Ella le observaba con sus ojos inteligentes, felinos, sin importarle estar totalmente desnuda.
—Ya me cansé de que me espíes por los rincones… ¿qué es lo que quieres? —Lanzó la amazona con voz afilada.
—Yo… fue un accidente, lo siento, no ha sido mi intención…
—¿Ah no? Pues no sé cómo le llamarías al hecho de permanecer oculto mientras una compañera, se desnuda para tomar un baño, y no sólo eso… has esperado incluso a que me quitara la máscara…
—Lo siento… —fue su disculpa peregrina.
—¿En serio? ¿Sabes que tengo derecho a tomar tu cabeza, bajo las leyes de las amazonas, la Ley de Artemisa?
—No harías eso —aseguró Paris, quizás con demasiada certeza.
Por un momento pasó por su pelirroja cabeza el hecho de que ella tenía razón y que, estaba en su derecho de matarlo como mejor le pareciera por la injuria de haberla espiado desnuda y sin máscara.
La cuestión era que no quería morir a manos de una compañera de armas, y tampoco era su momento.
El viejo Krest se volvería loco si llegaba una misiva indicando que su discípulo había sido ejecutado por… pervertido, porque aunque tenía actualmente la responsabilidad de empezar el entrenamiento del sucesor de Acuario, hasta dónde él sabía, el niño había sido encontrado ya en Normandía y estaba con Krest, por muchas ocupaciones que tuviese, tenía los ánimos de recordarles las buenas, respetables y correctas costumbres.
Por alguna razón, desconocida para ella y para su cabeza divergente, esa tarde no le cercenó la cabeza, aunque hubiese sido un buen comienzo, la realidad era que tampoco le interesaba empezar ahí, en el Santuario, con un muerto al que tendría que desaparecer. Lo dejó marchar con la consigna de que no se volviese a aparecer cerca de ella…
Pero Paris tenía otros planes al respecto.
Porque como buen Arconte de Acuario, una vez que algo se metía en su cabeza, no podía sacarlo hasta saber… era curioso como todos los que habían habitado el thòlos de Acuario, como si su destino fuera inefable e inherente a sus curiosidades.
En su mente lo que daba vueltas era la misteriosa aparición de un lunar en el muslo de Aspasia, un lunar que nunca existió… y eso sólo podía significar, que… Aspasia no era Aspasia, si es que eso tenía sentido.
Allá fue a dar, a investigar, a buscar en la biblioteca de Acuario, en los registros del Santuario, en las Anales, buscó por todos lados, pero… lo único que encontró fue lo que ya se sabía: que en Géminis eran dos.
Se preguntó muchas veces si Aspasia entonces, era una de dos.
Su perspicacia le llevó a cometer muchas estupideces. La primera de ellas fue increparla directamente, sólo para salir volando de su templo, del de Géminis, disparado hasta estrellarse en las escalinatas de subida de Cáncer, y todo por haberle soltado directamente la pregunta: "¿Quién eres tú?, te pareces a Aspasia, pero no eres ella".
Acto seguido, su bonito rostro acabó estampado en el mármol. Casi imaginaba que su figura terminaría dibujada como grabado de Goya en la piedra.
Aspasia, o quien creían que era ella, prácticamente había barrido con al menos dos de sus compañeros: Deyanira y Paris.
La cuestión era que Paris, a diferencia de Deyanira, decidió seguir intentándolo, para disgusto de la primera.
Otro día, Thäis encontró entretenido meter a Paris, que iba de paso, a una de las ilusiones de Géminis, y el pobre, deambulaba perdido por el infinito que parecía haber construido dentro del Templo de los Gemelos, llevaba al menos una hora ahí perdida.
Zakros, que por entonces iba subiendo, tuvo un ataque cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo.
—¡Termina esta jodida ilusión, Aspasia! —Le gritó fastidiado.
—Bueno, ha sido una interesante prueba, la realidad… —El pelirrojo trató de disculparla ante la furia creciente del otro.
—La realidad es que se está entreteniendo como si fuésemos roedores en una jaula, y no se tú, pero tengo urgencia de llegar a mi recinto… ¡Aspasia, si no quitas esto, lo voy a reventar con un solo tiro! Y te aseguro que de tu templo no quedará nada…
—¿Urgencia? —Inquirió Paris con una ceja levantada.
—Sí, urgencia, joder, ¿qué a ti te gusta orinar en los arbustos o de camino por las escaleras? —Ironizó el otro.
—¿En serió? ¿Lo intentarás? —Contestó la voz de ella, burlona, casi atacada de la risa.
—Te quedará vivir como menesterosa en Tauro o en Cáncer, o entre los escombros, así que acaba ya con esto…
Thäis desapareció la ilusión, mostrándose sentada muy cómodamente en uno de los antiguos triklinion de su templo, cual gato mimado, y aunque traía la máscara puesta, Zakros estaba seguro de que debajo de ella, estaba riéndose de los dos.
—Bueno, me retiro, de nada, Paris —le dijo al otro, con su peculiar forma de ser.
Dicho lo cual, desapareció casi corriendo, como si las Erinias fuesen tras él.
Paris se acercó a ella, se inclinó apoyando los brazos en el triklinion, le habló calmo, con una curiosa sonrisa ladeada, aunque amable.
—Y bueno, ya que me entretuviste aquí… ¿qué te parece un poco de hospitalidad?
—¿Quieres estar de beodo en mi templo?
—No bueno, pero…
—Puedes servirte un vaso con agua, si gustas —contestó displicente.
—¿Y si traigo una botella de vino? Buen vino…
—No puedo tomar delante de ti, la máscara, ¿recuerdas?
—¿Realmente te importa? Ya te he visto, ¿lo olvidas?
—¡Qué cínico eres!
Pero hasta ella tuvo que admitir que Paris tenía estilo, y paciencia, así que al final de cuentas no tuvo otra opción más que aceptar esa pequeña invitación, de cualquier forma habían pasado ya días y más días en ese estira y afloja donde a menudo Paris era parte de sus bromas y juegos crueles.
La vida a menudo era una crueldad, de ellos dependía si al menos esa crueldad se volvía llevadera o no.
Haciendo honor a su palabra, un par de días después, Paris se presentó en su templo, llevaba la botella de vino, tal como lo prometió, ella por su parte se conformó con hornear un poco de pan al que le puso encima algunos condimentos y queso, algo que normalmente ella comía en su oikos, cuando no tenía ganas de preocuparse de nada más.
Eso extrañaba: su libertad.
En realidad la velada había sido simplemente una pequeña reunión con algo frugal, plática sin mayor trascendencia y buen vino, pero, casi hacia el final, Paris volvió a lo mismo, a eso que ella no quería tocar. Hasta que acabaron discutiendo.
—¿Por qué no me quieres decir quién eres?
—Aspasia, tu compañera, no sé de dónde te sacas tantas tonterías —dijo ella, alucinada.
—Aspasia, ¿eh? Entonces me puedes decir de qué hablamos la última vez, tú y yo…
—No voy a contestar eso, sólo por darte gusto, así que si sigues fastidiando con ello te voy a pedir que te vayas —amenazó.
—Además… hay algo que me llama la atención —empezó él, observando su rostro, sus gestos, aprovechando que efectivamente, se quitó la máscara mientras estaban ahí.
—¿Qué cosa?
—El lunar en tu pierna…
—¿Mi pierna? Así que tuviste el tiempo suficiente para estar fisgándome…
—Aspasia no tenía ningún lunar, por accidente una vez la vi —confesó sin quitarle de encima los ojos.
—Parece que te pasan muchos accidentes, ¿no? O tal vez es que eres un pervertido que se la pasa espiando mujeres, y qué, ¿A Deyanira también la has estado espiando? —La amazona de Géminis, mordazmente lo provocó.
—No… pero, los lunares no aparecen y desaparecen así como así, entonces… eso me lleva a pensar que no eres ella, ¿quién eres? ¿Cuál es tu nombre?
—Sigues con lo mismo —contestó poniéndose en pie, y dispuesta a marcharse dejándolo ahí en la mesa.
—Eres idéntica a ella, así que puedo deducir que eres su hermana gemela… me gustaría saber cómo te llamas… y porqué estás tú aquí, y no ella… —acabó por rematar, soltándole todo de golpe.
No quería chantajearla, tampoco amenazarla con ir de acusico ante Sage, sólo deseaba saber… le quedaba claro que tenía un poder similar al de Aspasia, y que no era una enemiga, por lo que podía sentir en su cosmos y en su persona… realmente deseaba saber quién era, y por qué estaba fingiendo ser su hermana… si la armadura no la aceptara, sería signo inequívoco de que se trataba de una traidora o una enemiga, pero el ropaje de Géminis la había aceptado, la había visto portándola.
—Será mejor que te vayas —finalizó la plática.
—Lo haré, pero… no voy a parar hasta averiguarlo, y preferiría que me lo digas tú —dicho lo cual, tocó su hombro, le hizo volverse y se atrevió a quitarle la máscara para depositarla en su mano.
—Puedes confiar en mi —le dijo simplemente, con una sonrisa franca en su hermoso rostro.
Dio la vuelta para marcharse, aunque no quería, esa extraña le llamaba poderosamente la atención, pero sobre todo, había sentido respeto por ella… porque se necesitaban cojones para sustituir a la anterior dueña de ese templo y andar así… como si nada…
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Hal, le habló a Aiacos de su poder escondido, de lo que habían hecho en otros tiempos, de las guerras, del ejército de Hades, de los compañeros de batalla, aprovecharon los días que estuvieron navegando, primero hacia el Mar Arábigo, luego internándose por el Mar Rojo, y de ahí a Europa, días y sus noches, en los cuales Minos, desesperaba cada vez más, porque Aiacos, Suikyō, no parecía recordar nada… y tampoco es que tuviera el interés de hacerlo.
Además, lo más preocupante: no lograba despertar su poder del todo. Y para ello estaba casi seguro de que sabía cuál era la respuesta, y esa era que al no tener la sapuri de Garuda, su cosmoenergía no había podido despertar del todo en su cuerpo físico.
Contaba con ello, porque honestamente no quería saber que uno de ellos, uno de los tres Polemarkhos del Inframundo, no era otra cosa más que un medio humano y medio espectro.
—Ni hablar, Radhamanthys se reirá hasta más no poder… y seguramente querrá desaparecerlo —pensó en voz alta.
Suikyō era fuerte, eso le quedaba claro, cuando tuvieron oportunidad de estar en tierra, cada ciertos días, aprovechaban para tratar de entrenar un poco, y ciertamente seguía teniendo una fuerza brutal en los brazos, sin embargo si trataba de concentrarse e invocar el poder de Garuda, algo pasaba que no lo lograba.
Solía desesperarse, ponerse de pésimo humor… y descontrolarse. Algo en él, no estaba bien, pero Hal, no lograba entender qué era.
Las cosas en su cama tampoco habían cambiado mucho, a veces iba y venía, a placer, con la rudeza de siempre, con la falta de tacto y con las nulas ganas de esforzarse un poco.
—Hueles a eso que les gusta robar de la India —tuvo la buena puntada de soltarle un día Suikyō a Hal, mientras lo olisqueaba, como siempre.
—¿A qué te refieres?
—Eso —le señaló la taza humeante sobre la mesa.
—Café…
—Eso es lo que roban —afirmó.
—Sigues con lo mismo —suspiró el noruego—, te he dicho muchas veces que yo no organicé saqueos, robos, ni invasiones… ojalá tuviera el poder de comandar todo eso ¡Imagínate! Ya habríamos ganado la guerra…
—Eres europeo, como ellos, y te beneficias como ellos, así que… sí eres uno de esos —afirmó silente el otro.
—¿Quieres probar? —Cortó por lo sano mientras le alargaba el plato que contenía algunos chocolates.
—¿Qué es?
—Chocolate, es dulce… pruébalo.
Sin mediar palabra el nepalí —porque después de quién sabe cuantos días pudo sacarle a tirabuzón en dónde había nacido—, tomó un par entre los dedos, los inspeccionó, los olió y luego se los echó a la boca.
—Son muy dulces, ¿esto es lo que sueles comer?
—Me gustan mucho, pero no como demasiados, como ya te diste cuenta son muy dulces, y además, si se vive comiendo sólo este tipo de cosas… bueno, aunque nosotros no somos como los humanos, nuestro cuerpo sigue siendo humano… y eso hace daño.
—Saben bien… ¿quieres coger? —Inquirió el otro con las comisuras de los labios llenas de chocolate.
Minos le sonrió, y acabó por soltar una sonora carcajada, el moreno tenía una muy peculiar manera de soltar cosas con… honestidad avasalladora.
—¿Eso quieres…?
—Tal vez… me dieron ganas…
Alargó la mano con una servilleta para limpiarlo, a lo que el otro primero protestó, y luego se dejó, después se abalanzó sobre él, como solía hacer, para iniciar ese intercambio sexual, con caricias a medias, besos a medias, mordidas, tirones y de más preciosuras.
Los siguientes días Suikyō se dedicó a husmear las arcas de Hal, husmeó la comida, todo aquello que tuviese envoltorios raros, todo lo olió, casi todo lo probó, hubo cosas que sabían asquerosas, como los condimentos y las cosas enlatadas, pero hubo otras que sabían bien… incluso tuvo el descaro de dejar mordidos todos los panes y galletas que encontró, y ante el reclamo de Hal, él simplemente le dijo: "Probé todo para saber que me gustaba, así pude conocer más".
Tristemente Minos pensó en que… tal vez iba a ser mucho más difícil de lo que pensaba, tal vez Aiacos, su Aiacos, se había perdido en la inmensidad del tiempo, o del Leteo… quizás en esa vida las cosas no iban a resultar bien…
"Si como amante no funciona, como guerrero tiene que hacerlo", se dijo a sí mismo.
Y era la realidad, aunque mucho le doliera, aunque sintiera la desesperación robarse su alma, si no le quedaba una cosa, le quedaría la otra.
Aunque fuese sólo por orgullo…
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Deyanira había vuelto de aquel viaje que les tomó un poco más de dos semanas, en primera porque no encontraban al susodicho niño, incluso tuvieron que dividirse para abarcar más terreno; y en segunda, porque al final, habían pasado unos cuántos días haciendo al vago, es decir, no volvieron de inmediato.
¡Y aquello era un caos!
La convivencia entre tantos portadores de Cáncer era compleja, nadie como ellos para el detalle quisquilloso, los tres a su manera lo eran, por supuesto el menos desparpajado era Sage, pero Deyanira y Manigoldo… en menos de una hora tenían revuelta la habitación como si la guerra de Troya hubiese iniciado ahí.
Además, nadie con un humor tan ácido como los dos últimos. A pesar de ser sólo un niño, Manigoldo había tenido una vida dura y problemática, y sin embargo, eso no le impedía bromear y tener en general buen humor, siempre dispuesto para las bromas.
Sage pensó seriamente en que antes de dejarle al niño del todo a Deyanira, prefería tenerlo él un tiempo y empezar su educación, para después pasarle la estafeta a la Arconte actual, de otra manera, seguramente su aprendizaje sería… un franco desorden.
Lo más ridículo ocurrió cuando regresaban al Pireo, el tumulto era tanto que los tres se vieron empujados y casi movidos en automático por la multitud, cuando al fin pudieron ser, literal escupidos por la turba en un rincón, Deyanira y el niño maldijeron en italiano al mismo tiempo, las mismas palabras altisonantes. Ambos se abrazaron como reconociéndose de la misma especie.
—No fomentes esa clase de lenguaje, Deyanira —le reprendió Sage.
—¡Oh, vamos! Más cosas profanas aprenderá y hará en el refugio —ironizó ella.
—Sí bueno, cuando tenga la edad…
Al llegar a su templo, al templo del Cangrejo, se encontró con una sorpresa, algo que no esperaba y que le hizo reír, incluso se quitó la máscara para poder apreciar mejor.
Recargada en el tótem de Cáncer estaba una caja de madera que le llegaba casi a la cintura, decorada con un lazo de seda rojo, había una sencilla nota, escrita a mano con una caligrafía perfecta, simplemente decía: "Como tú", estaba firmada con el dibujo de una espada.
—Sagramore —dijo para sí. ¿Quién si no?
Deshizo el moño y procedió a abrir la caja, cuando quitó la tapa no pudo evitar emitir un silbido.
Envuelta en papel de seda estaba una muñeca de madera, tallada a mano, pulida a la perfección, tan brillante y perfecta que parecía de porcelana(1), lo mejor de ello… es que ¡Era idéntica a ella! Tenía su diminuta nariz respingada, sus labios carnosos, sus ojos oscuros con pestañas tupidas, y su cabello… por todos los dioses que su cabello era una obra de arte, largo, ensortijado, negro y brillante. En la mano tenía acomodada una máscara igual a la suya, pintada a mano con motivos venecianos.
Se rio, no pudo evitar sacarla e inspeccionarla, detalle a detalle.
Aquello le tuvo que costar una fortuna, estaba segura. Como una niña, se llevó a su muñeca y la sentó en la sala de estar, acomodó su ropa, le puso la máscara y la dejó ahí, como cuidando la entrada de su templo.
Había maldecido hasta que se cansó a Sagramore.
Y eso fue porque justo lo que le dijo que no hiciera, lo hizo. ¡La había dejado jodida para poderse levantar al otro día! ¡Todo le dolía, y ni hablar de… cerrar las piernas!
Eso de estar con hombres definitivamente no era lo suyo. Y no porque… Sagramore la hubiese tratado mal, fue cuidadoso, pero… es que ese apéndice que los hombres tienen entre las piernas, y que más bien parece un arma de guerra, le causaba inquietud y casi miedo, y el tener eso adentro… no iba a repetir. Estaba muy segura de ello.
A menos le agradecía que se hubiese portado delicadamente y que no hubiese abierto la boca al respecto.
Así que consideró ese regalo una muestra de paz.
El español se las había ingeniado para desaparecérsele a Zakros, había bajado a Rodorio y pasó horas atormentando primero a un artista para que plasmara el rostro de Deyanira en el papel.
—¡No así no es! ¡Joder! Esta se parece a la vieja mujer que pide dinero afuera de la taberna, no, la nariz es más pequeña, los ojos son más grandes… aquí… los labios así no son —le dijo por quincuagésima ocasión.
Al final después de un cerro de bocetos, se fue triunfante con el dibujo de Deyanira, y fue a dónde el artesano que hacía muñecas por pedido, le entregó el dibujo y le explicó exactamente qué era lo que quería.
Pagó el total y esperó diez días para tener a la muñeca, muy complacido se la llevó, a escondidas la metió al templo de Deyanira y la dejó esperando a su dueña.
Pensó en que valía la pena un rato de distracción, para todos… porque las estrellas estaban cambiando otra vez, y estaba más que seguro de que más pronto que tarde, las cosas iban a cambiar drásticamente.
Lo sentía… lo sabía.
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N. de la A.
(1)Muñecas de madera. Madera y no porcelana, esto es porque las muñecas de porcelana datan aproximadamente de 1860, siendo muchas de ellas trabajadas en Alemania, el tiempo en el que se inscribe este relato es anterior. Sin embargo el arte de las muñecas de madera fue perfeccionado casi toda la vida (la mayoría de culturas antiguas cuentan con vestigios de estas muñecas), llegando a ser muchas de ellas piezas de arte invaluables, ya sea por el exquisito detalle de sus rostros o por su ropa única y diseñada adecuada a la moda imperante.
