LIBRO XXII
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La penúltima noche en el Santuario, y la última dónde todos estaban juntos, había un silencio sepulcral.
Código Rojo, lo llamaban, y se trataba de la víspera de la pelea en respuesta a un ataque repentino, donde lo único que se escuchaba eran los rezos de sacerdotes y sacerdotisas, el humo de los altares que subía crepitando por el cielo, los cánticos y plegarias que avanzaban por los doce templos, purificando los lugares y a los moradores, consagrando a los Arcontes a una vida de victorias o si fuese el caso, a una muerte digna.
Porque todo guerrero busca una muerte digna.
Ahora afrontaban rotundos la realidad de la guerra, la noche que no volvería y a aquellos que se negaron a llegar, en los respectivos casos de cada uno, en sentido figurado al menos… porque casi todos ahí tenían algo o alguien a quien perder, y otros… ya habían perdido tiempo atrás.
Algunos meditaban, otros maximizaban su cosmos, unos más se entregaban con arduo placer al extenuante ejercicio del cuerpo, otros más consagraban su armadura en el tótem de su signo para bañar las mismas con el cosmos del portador.
Y unos pocos habían salido de su respectivo templo, aunque se supone que no podían hacerlo, para encontrar un remanso de paz.
—¿Acaso hay sitio aquí para el humilde peregrino? —Inquirió la voz varonil de Paris, quien había llegado a Géminis, atravesando los templos de sus compañeros y donde nadie le impidió el paso.
Quizás porque sabían de antemano que Paris no habría salido del acuartelamiento general sólo porque sí, alguna razón tendría, él no era de desobedecer por ocurrencia. O quizás simplemente lo habían ignorado, ensimismados como estaban cada cuál en su respectivo sitio.
—No eres un peregrino y tampoco eres humilde, pero sí, puedes pasar —respondió ella divertida—, ¿qué haces aquí? Se supone que no puedes salir del thòlos de Acuario…
—He venido a verte —respondió directo.
—¡Ah! Todo se resume a eso, bueno pues… —no terminó de burlarse del otro porque caminó a paso seguro hasta ella y le quitó la máscara.
—No esperarás que me quede así como si nada después de que… probé tus labios…
—¡Vaya! Eres todo un romántico ¿no?
—¿Y qué si lo fuera?
—Pues, es algo que yo no te recomendaría porque…
No pudo seguir parloteando puesto que el otro la atrajo hacia él, tomándola de la cintura, y luego con ambas manos heladas tomó su rostro entre ellas, la besó… con un conocimiento casi nulo de cómo hacerlo, guiado por la intuición, o el instinto, para esos momentos, ambas cosas sonaban a lo mismo.
Sí, sí era un romántico recién descubierto, a quién todo le estaba pareciendo nuevo, sorpresivo, excitante… tristemente supo que entendía al resto de sus compañeros, que enredados en la vorágine de emociones entre ellos, los llamaba "intensos" a modo de burla, y ahí estaba él tragándose sus propias palabras.
No, no quería morir sin saber… un poco trágico, un mucho exagerado.
No tenía idea de nada, pero tampoco es que le faltara iniciativa, o de menos ocurrencia, y en silencio rio, rogaba a Afrodita Pandemos que guiara lo que sea que tuviera que guiar.
Si ya había terminado rompiendo este y aquel juramento, la realidad es que no estaba en posición de conservar de un hilo el juramento entero, y es probable que su decisión fuera cuestionable, pero… por primera vez había sentido en sí mismo que no podía abstraerse de su propio deseo, y este le arrollaba, como seguramente Odiseo fue arrollado en el mar, condenado a no llegar a Ítaca.
Esa noche será y no será, con el corazón en la mano, donde él no permitió que nadie lo tomara, sólo ella, y que pocos días le bastaron para rendirse. Alguien un día quizás respetaría ese voto obligado del thòlos de Acuario… o tal vez no.
Que la carne de ella pareciera estar hecha para él, que tenía la medida perfecta para sus manos, que sus ojos le devolvieran, fingido o no, el reflejo de sí mismo como nunca antes fue… que el orgasmo compartido, que no conocía, fuese un atisbo de los Elíseos.
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Había sentido y visto como la estrella de Géminis se apagó, sabía lo que significaba, y aunque mantenía la mirada en la constelación, realmente ya no estaba ahí, no estaba observando, estaba sumido en sus pensamientos, aderezados con vino sin aguar en el vaso de cerámica roja griega.
El vaso estaba vacío.
Había sentido con claridad cómo se había adentrado a su templo, podía casi escuchar su corazón latir, y podía perfectamente percibir el calor de su cuerpo y su pulso.
—No deberías estar aquí, Sagramore —le dijo sin volverse.
Él simplemente llegó hasta su espalda, pasó los brazos por su cintura, rodeándolo, se recargó en su hombro, en silencio, observaba con él lo que ya sabía que estaba ahí en las estrellas. Conocía su rencoroso corazón y sabía que se estaba reconcomiendo entre el odio y la tristeza, no se lo echaba en cara, entre lo mucho que podría arrojarle encima.
—Lo siento mucho… —fue lo que le susurró al oído.
La mano de Zakros acarició una de las de su compañero, en ella llevaba la sortija de oro del Escorpión, símbolo de su casa, y que generación tras generación lo fundían para crear uno nuevo para el nuevo portador.
Sonrió con la desfachatez de siempre, no le dijo nada, estaba por demás. Y en el fondo, muy en el fondo, dentro de su propia oscuridad y su noche fantasmal, sabía que a lo largo de todos esos años… Sagramore ya debió de haberlo mandado a volar, como era lo conducente.
Se volvió hacia él y clavó aquellos ojos verdes tan intensos en los grises de su compañero de armas.
—No, no lo digas —contestó el guerrero de Capricornio, más bien le ordenó.
—¿Qué?
—Sé que vas a decir, sé que vas a espetarme que no debería seguir aquí… contigo y si te soy franco, yo a veces también me lo pregunto por qué… —paladeó sus propias palabras— los celos, la rabia, me suelen sobrepasar, pero yo te amo, y eso no me es posible cambiarlo ya.
Torció los labios en un gesto que pretendía ser una sonrisa pequeña, irónica, negó con la cabeza y caminó con él hacia el centro del templo, le hubiese gustado llegar hasta las habitaciones privadas, pero no quiso llegar, le daba igual, de todos modos nadie debería pasar por ahí ya.
Entre las columnas, en las eternas baldosas, sobre el mármol de cientos de años de antigüedad, acabó despojándose de su propia ropa, y luego la de él, la del amante que se consiguió por casualidad un día de reunión con Sage.
Su lengua trazaba pequeños caminos por ese cuerpo de piel blanca, perfecto, músculo a músculo, hecho como una escultura, una peligrosa porque, aunque había visto un poco de la técnica de Sagramore, la realidad es que no había visto su totalidad y sospechaba que era más peligrosa de lo que vio.
Se sabía de memoria, con ojos cerrados, que ese pequeño punto debajo de su ombligo, en el pubis, antes de su sexo, lo mataba, lo volvía loco, lo sabía porque detectaba su pulso disparado.
Las manos de él, del español, viajaban por su piel morena, mediterránea, y siempre pensaba que amaba su tacto, que amaba su desnudez, esa en la que el otro se sentía cómodo.
El corintio se subió encima de él a horcajadas, sólo porque sí, porque le daba la gana, se ahogó en el gemido que escapó de sus labios cuando el punto de unión de ambos se acompasó en ese vaivén que más pronto que tarde se volvería desesperado, furioso, como si la vida se les fuera en ello.
Acostados entre el desorden de la ropa, cubiertos de sudor, sobre el piso, como tapetes de bienvenida, trataban de recuperar el resuello.
—No me vayas a dejar caer al agua, ¿de acuerdo? —solicitó Sagramore.
—¿Cómo? ¿No sabes nadar…? —Le lanzó el otro con mirada de franco pavor.
—No, por eso te lo digo, si me caigo al agua me iré hasta el fondo con el ropaje de Capricornio…
—No me jodas, Sagramore, ¿qué coño crees que va a pasar? ¡Olvídalo! Le pediré a Sage que me cambie de compañero…
Sagramore no pudo evitar ahogarse en su propia carcajada, la cara del otro había sido un poema.
—Idiota.
—Oh vamos, claro que sé nadar, sólo te estaba jodiendo…
—En fin, será mejor que regreses a tu templo, antes de que alguien vaya con la premisa de que estabas aquí.
—Vale, pero… promete que no harás estupideces, porque… si algo te pasa…
—Nada me pasará, y tu procura no caer al agua, porque además del peso de la armadura, el peso de tu cabezota de roca te hará caer al fondo y sin retorno…
—Eres un imbécil.
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—¡Aaarrrggg! —Gritó fuera de sí con el pulso de la energía corriendo por ambos brazos hasta llegar a su pecho, energía fuerte sí, pero descontrolada y no bien enfocada.
Sus ojos violetas centelleaban del mismo color de la energía que se desprendía, furiosos y sin entender de bien a bien por qué no podía despertar en su totalidad el poder.
Hal salió despedido hacia atrás, no se fue de culo pero estuvo a punto de hacerlo cuando la última explosión de Suikyō le empujó con fuerza, tal y como había sucedido las otras veces y él trató de contenerlo, recibió primero el golpe y a medida que la fuerza crecía, en la desesperación del otro, la misma lo expulsó.
Lanzó los hilos sobre su compañero para tratar de evitar que siguiera descontrolado, pero lo único que logró fue hacerlo enojar.
—¡Suéltame! ¡Suéltame te digo! —Gritó rabioso.
—¡No! ¡Controla tu energía! Si no logras controlarla todo va a explotar, todo lo que nos rodea…
—¡Que me sueltes, cabrón, hijo de puta! —Otra explosión que esta vez logró reventar los hilos que sostenían sus brazos.
Para ese entonces perfectamente conocía la técnica de Minos, porque… bueno, le había mostrado una lúdica manera de utilizar los hilos mientras estaban en la cama.
Controlado por la rabia le lanzó una llamarada de fuego oscuro en forma de plumas de Garuda, y de no ser porque los reflejos de Hal eran envidiables, le habría destrozado del todo al no tener encima la sapuri de Grifo, esas llamas todo lo consumían.
Esta vez el noruego lanzó los hilos enredando las cuatro extremidades del nepalí, retorciéndolo de manera anormal en el piso, en medio de un alarido de dolor.
Poco a poco se fue apagando su poder descontrolado, hasta que lo único que quedó fue una chispa, Hal acabó por escupir al suelo terregoso una bocanada de sangre… al final Suikyō lo había impactado con un solo golpe.
—Cálmate, si te sigues resistiendo los hilos se van a incrustar más…
Despacio, como juguete de cuerda(1) fue perdiendo fuerza y dejó de pelear, aunque seguía furioso y resoplando, cuando Hal lo notó, lentamente fue soltándolo, una vez que estuvo seguro de que no se le iría a la yugular, quitó los hilos, se acercó a él con una rodilla en el piso y tocó su frente sudorosa.
—Lo has hecho bien… trata de controlar la cantidad de energía, visualiza el objetivo…
El otro, ofuscado, rehuyó de su tacto, se puso en pie y echó a andar a la embarcación nuevamente, al Fortune(2), el barco que les llevaría por la costa hacia la región de Ancona en Italia, donde estaba la entrada a su reino, al menos eso era lo que le había dicho Hal.
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Sage había bajado al templo del Cangrejo, sólo por saber cómo estaba su alumna predilecta, y se encontró con algo que llamó su atención por completo, no podía creerlo, casi abrió los ojos como platos, a punto de desorbitársele.
Se acercó al triklinion donde estaba cómodamente sentada una muñeca ¡Era idéntica a Deyanira!
No pudo evitar tocar su cabello ensortijado, brillante, largo y del color del ónix, como el de ella, la muñeca tenía puesta una máscara de Artemisa igual a la de la Arconte de Cáncer, sin poder reprimirse, le desprendió la máscara sólo para encontrarse con una copia del rostro conocido.
—¡Qué grosería! Por favor, regrésale la máscara —dijo la amazona fingiendo indignación, sorprendiendo al Patriarca.
—¡Deyanira! Lo siento, verás —pronunció como niño descubierto, volviendo a colocar la máscara en el rostro de madera bellamente tallada—, no sabía que estabas interesada en las muñecas y esta es hermosa, es idéntica a ti… ¿Quién te la dio? Lo pregunto porque… quién te la haya regalado, te ha visto muy bien… —fue su comentario malicioso.
—Una amistad…
—¿En serio? Pues esa amistad se gastó una fortuna, ¿por qué no me la regalas?
—¡Por supuesto que no! Fue un regalo… pero… con todo gusto será tuya cuando yo muera…
—¡Por Zeus, Deyanira!
—¿Qué? Es la verdad, puedo morir, todos sabemos que las guerras son así, entonces, una vez que yo no esté, puedes llevártela —algo le decía a Deyanira que tenía razón, que era muy probable que no volviese al Refugio.
—No digas eso, —le dijo negando con la cabeza— he venido a traerte algo que recién encontré por ahí…
Dicho lo cuál le extendió una cinta de seda rosa, era la cinta de su cabello, cuando era una niña y recién había llegado a Atenas, Sage le había atado el cabello alborotado cuando ella se quejó de que le estorbaba para entrenar.
—Mi cinta.
—Así es, estaba en un viejo baúl.
Deyanira la tomó, la analizó y sonrió, al menos ahora tenía una buena solución para atarse el cabello cuando le hartara en el camino.
—Voy a teletransportarlas un poco más delante de dónde Zakros y Sagramore entren por el mar Adriático, de otra manera, tardarán en llegar al camino que les lleve hasta la gruta…
—Entiendo; vamos a regresar a esos figli di puttana… —mencionó con una sonrisa mezquina.
—Lo harán…
Más tarde por la noche, Deyanira fue al recinto de los aprendices, cercano a la Palestra, buscó a Manigoldo, una vez que lo localizó le dio un envoltorio, que a penas el pobre niño podía manejar sin azotarlo por ahí.
—¿Qué coño es…? ¡Es muy grande!
—Lo sé, ahora guárdalo entre tus cosas y no lo saques, ¿entendido?
—Entiendo, ¿y luego?
—Cuando yo ya no esté, quiero que se lo des a Sage, ¿vale?
—Sí pero… ¿dónde voy a guardar esta mierda? ¡No cabe en ningún lugar! —Dijo preocupado el niño.
—Ummm, en tu baúl, estoy segura de que cabe ahí…
Le había dado la muñeca que fue un regalo de Sagramore y que tanto había gustado a Sage, no tuvo el corazón para abandonarla solitaria en el templo de Cáncer.
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Frente naval
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El peán(3) resonaba sordo entre las tropas navales y las de tierra, los respectivos dirigentes, los Arcontes de Escorpión y Cáncer dirigían la oda hacia los dioses para obtener de ellos su bendición en la empresa que estaban por tomar.
Tanto Deyanira como Zakros encabezaron los sacrificios esa mañana, una y otro degollaron a los bueyes para ofrendarlos, y en compañía del oráculo descubrieron las vísceras para encontrar respuestas a sus muchas preguntas; pero como siempre, las respuestas nunca eran claras, al menos no como ellos querían que fuesen.
Zakros hizo una ligera inclinación hacia Deyanira, en señal de respeto, como su igual y como jefa de las tropas de a pie, el mismo gesto que ella tuvo con él.
Una vez que terminó la ceremonia, ambos se separaron. Deyanira se reunió con Aspasia y ambas mujeres azuzaron a los guerreros para tomar el camino hasta el punto donde Sage les indicó que se detuvieran para de ahí teletransportarlas, sería el tiempo suficiente para alcanzar las embarcaciones del navarco.
Zakros abordó el filibote(4) principal, el Queen Anne's Revenge(5), libó con una copa de oro que contenía vino sin aguar y miel, bañó el mascarón de la proa que tenía labrada la efigie de Atenea misma, y arrojó la copa al mar como ofrenda a los dioses propicios para que llevaran a buen puerto la misión.
Era una visión, portaba el ropaje sagrado de Escorpión, cubierto en oro resplandeciente y sin percatarse siquiera de su peso o movilidad, era como si trajera ropa normal.
Los marinos, todos ellos de bastante trayectoria, y el resto de la unidad, se sentían con el corazón sobrecogido y las emociones a cuestas. Estaban listos para lo que sucediera.
Otras embarcaciones más pequeñas, algunas fragatas le seguían de cerca, en una de ellas iba Sagramore, cuya responsabilidad era o bien abrir camino, o cubrir la escapada, en caso de que fuese necesario.
—Se trata del Fortune y con él viajan al menos siete embarcaciones más, entonces, en cuanto las divisemos, tendremos que atacar… ¿entendido? Traten de acercar el Queen Anne's hasta este —indicó al contramaestre.
—Entendido, señor.
—Tenemos que darles alcance antes de que toquen tierra, así que por vida de Zeus, lleguemos a ellos o de otro modo —dijo con su sonrisa cruel—, voy a colgarlos a todos por las pelotas en el friso del Partenón…
—La orden será acatada —respondió el hombre acompañado de un guerrero de plata, ambos torcieron el gesto sintiendo casi el dolor en salva sea la parte.
Zakros no pegó las pestañas al menos durante dos días seguidos en mar, al tercero cayó rendido un par de horas hasta que escuchó a los hombres sobreexcitados corriendo como gallinas decapitadas en cubierta.
—¡El Fortune está a la vista! —Gritó el contramaestre.
Zakros subió a trompicones hasta la cubierta y arrebató el monocular(6) al hombre, observó por él y vio que efectivamente ahí estaba, con sus velas oscuras… el corazón le tamborileó y no pudo menos que soltar una risotada que a todos los presentes descolocó.
Sagramore subió de un salto hasta la embarcación mayor para encontrarse con su compañero.
—Están ahí, voy a barrer con las otras embarcaciones, si te parece bien.
—No expongas a los hombres que llevas, si por algo la situación se torna difícil, abandona y regresa a la cola del barco.
—Bien, no creo que lo haga, se trata de fragatas piratas que seguramente decidieron aliarse con ese, entonces… dudo que me den problema, mientras tanto, deja algo para mí… —comentó el español, divertido, mostrándole el brazo afilado de su espada.
—Dalo por hecho —le respondió mientras nuevamente de un salto limpio regresaba a su fragata y adelantaba la embarcación.
—¡Remen, hombres libres! ¡Remen, so flojos, porque pronto habrá compañeros muriendo! ¡Parece que vamos en un trirreme!(7) —Les gritó a todos— ¡Aseguren las amarras y preparen los cañones! —Él mismo empezó a preparar y apuntar los cañones.
El choque de las embarcaciones guiadas por Sagramore no se hizo esperar, primero el fuego de los cañones alumbró la puesta de sol y luego, por el monocular pudo observar la ráfaga que partió el mar en medio de una luz cegadora, abriendo las aguas y como si estas obedecieran, cayendo encima de algunas fragatas piratas, destrozándolas en mil pedazos, cortadas… antes no había podido observar la técnica mortal del Excalibur de su amante, y qué bueno que era su amante, porque honestamente con eso que cargaba en los brazos, perfectamente podría despedazarlo…
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Fuerza terrestre
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Deyanira y Aspasia llevaban puestas sus respectivas armaduras, cubiertas por sus propias capas que les servían también para cubrir un poco las cabezas; ambas iban a caballo, junto con otros jinetes, también guerreros igual que ellas.
Estaban siguiendo la línea de la costa, al llegar al punto que les indicó Sage se detuvieron para descansar un poco, dieron de beber a los animales y se prepararon.
—Sé que es mucho pedir… pero me gustaría que no te separes de mí —le soltó Deyanira a su compañera, con la que había cruzado pocas palabras hasta entonces, no quería acabar como las últimas veces, y menos delante de todos los demás hombres.
—¿Por qué? ¿Piensas que soy débil? —Se burló con crueldad.
—No, pero… sería mejor si no nos separáramos…
—¿En serio?
—¡Bien, bien! No quiero que te suceda nada, ¿ya? ¿Contenta? —Contestó furibunda la otra, molesta consigo misma porque ni en esos momentos podía dejar de pensar en ella… como parte importante de sí misma.
La señal estaba dada, una luz surcó el cielo, tal como les había dicho Sage, se reagruparon, en fracción de segundos habían llegado a la costa desde la cuál pudieron observar el fuego en el mar.
Los disparos de los cañones y las ráfagas rojizas de los rayos que salían disparados a la velocidad de la luz desde el Queen Anne's Revenge, ese era Zakros y sus agujas escarlatas, que a saber a quién estaba perforando en ese momento.
—¡Prepárense para seguir la misma línea perpendicular que las embarcaciones! ¡Vivan hoy, para morir mañana! ¡Mueran con honor! —Vociferó Deyanira instando a los hombres y mujeres que les seguían.
La respuesta fue el rugido de los guerreros, el rugido de la batalla.
Y en ese momento, cuando estaban en esas, una luz purpúrea saltó del Fortune, brincó por encima de las fragatas que les seguían y llegó hasta tierra, Thäis lo pudo observar con claridad.
Sin esperar las órdenes de la taxiarca, azuzó a su caballo y a galope tendido se alejó de Deyanira, acompañada por al menos un puñado de guerreros que la siguieron a toda velocidad.
Thäis se había lanzado tras Suikyō quien, huelga decir, también había escapado del ojo de Minos, mientras este último luchaba contra la embarcación del corintio…
¡Thäis había hecho justo lo que le rogó Deyanira que no hiciera!
—¡Mierda! ¡Síganlos, ahora! —Ladró la amazona de Cáncer— ¡Por el coño de Hera Madre!
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N. de la A.
(1)Juguetes de cuerda. En realidad lo que existía por entonces eran autómatas, que datan del medievo, y aunque algunos requerían un sistema sencillo de cuerda, eran más bien replicantes de acciones comunes a modo de juguete, aunque ciertamente eran artículos que más que para niños, eran piezas de colección y arte para los adultos.
(2)Fortune. Es un guiño a la embarcación del pirata Bartholomew Roberts, llamada Fortune, quien acumuló cientos de robos exitosos en su veloz embarcación; conocido, entre muchas otras cosas, por el buen comportamiento exigido a su tripulación, pese a ser piratas.
(3)Peán. El peán era un canto dedicado a los dioses, según la tradición a aquellos dioses de guerra como Ares, Apolo -en su faceta de guerrero- e incluso al mismo Dionisio, hoy queda un vestigio mínimo de ellos en algunos textos antiguos.
(4)Filibote. Embarcaciones mayormente holandesas, ligeras, veloces y capaces de soportar asedios y ser atacantes, la palabra original inglesa para estos barcos era flyboat, entre las curiosidades de estas naves se encuentra que tenían piezas producidas en serie y que permitían su reparación rápida, además podían ser comandadas por tripulaciones pequeñas.
(5)Queen Anne's Revenge. Otro guiño de los mares. Se trata de la embarcación del pirata Barbanegra; originalmente el barco se llamaba La Concorde, pero después fue rebautizado por Edward Teach o Barbanegra, particularmente recordado por recurrir a la violencia y el terror sobre aquellos a quienes atacaba.
(6)Monocular. Pequeño telescopio refractor que servía sobre todo en guerra, tanto en mar como en tierra. Antepasado de prismáticos y telescopios modernos de gran tamaño.
(7)Trirreme. Nave de guerra griega del siglo VII A.C.
