LIBRO XXIII
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Frente naval
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La fragata de Sagramore avanzaba a toda velocidad, de las siete embarcaciones que iban siguiendo al Fortune, había logrado hundir a tres de ellas, pero aún restaban cuatro más, dos de las cuales, con pocos cañones estaban disparando en línea hacía el Queen Anne´s, hasta ese momento sólo habían dañado un poco el casco de la embarcación de su compañero, pero muy pronto aquello se volvería un problema.
—¡A la carga! ¡Acérquense a esos bastardos, vamos a hundirlos! —Gritó Sagramore trepado en el palo mayor desde donde echaba un vistazo.
El barco dio una complicada semi vuelta hasta que pudo colocarse a un buen ángulo para disparar los cañones y a una distancia prudente antes de ser alcanzado por las balas enemigas.
El español bajó de un salto imposible para los humanos comunes, pero limpio y fácil para él, corrió hacia la proa, su cosmoenergía brillante le envolvía y el viento que generaba en su brazo derecho creaba ráfagas cortantes.
—¡Vamos, más cerca! ¡Aumenten los nudos! —Gritó al contramaestre, este a su vez vociferó a los hombres de cubierta, quienes apresurados siguieron las indicaciones.
Los otros guerreros que le seguían en el resto de las embarcaciones se alinearon a la par que él. Cerrando el paso de las embarcaciones para que no siguieran avanzando y el Queen Anne's pudiese pasar por el costado de ellos y llegar al Fortune.
—¡Prepárense para posible impacto! —Gritó el hombre entrado en años.
Sagramore observó que estaba a buena distancia para poder lanzar su espada mortífera desde esa posición y al menos dejar fuera de combate a dos.
—Venga palurdos, venga… —farfulló el hombre de ojos color acero— Ahora… ¡Excalibur!
La ventolera mortal que lanzó, impactó a dos de las fragatas piratas, destrozándolas por completo y dejando a los hombres, los que pudieron saltar, en el mar, mientras al mismo tiempo la embarcación de Zakros pasaba por el costado a velocidad considerable, recibiendo los impactos de los cañones de las otras dos que seguían aún en el mar.
El griego aprovechó la maniobra para abrirse camino una vez que Sagramore lanzó su mortal técnica, sonrió maquiavélico cuando observó los estragos de aquella explosión, y por alguna extraña razón en ese preciso momento recordó el sonoro nombre completo de su amante: Sagramore de Montpalau y Ferrer, ¿por qué? No lo sabía, cosas raras pasaban en los albores de la batalla, cosas bizarras atravesaban por la mente de los hombres en las situaciones de peligro.
—¡Faltan dos! —Gritó uno de los caballeros de plata que estaba en la nave con Sagramore.
—Lo veo, no soy ciego, pero… tenemos que obligarlos a ir hacia la costa, porque aquí estaremos a tiro de todos, de ellos y del Fortune, tendríamos que…
No pudo completar la frase, se distrajo cuando observó que del Fortune, había salido una esfera de energía, de energía bastante poderosa, aunque no preocupante ¡Tenía que tratarse de alguno de los tres Polemarkhos del Inframundo!
Saltó entre los restos de los navíos y luego sobre los otros, los que seguían a flote, de ahí fue a dar, a la velocidad de la luz probablemente, hacia la costa.
—¡Mierda! —Maldijo el español —No lo vamos a alcanzar, espero que Deyanira y Aspasia puedan detenerlo… seguramente trata de huir hacia la gruta…
Zakros y la embarcación principal por fin habían salido del campo de tiro enemigo, gracias al esfuerzo de Sagramore y su tripulación pudieron tener más espacio para maniobrar, y en línea ya, podían disparar sin el riesgo de que las balas no atinaran en la nave de los espectros.
En el Fortune, Hal y su tripulación habían reaccionado en cuanto este fue notificado de lo que estaba por suceder: un encuentro por mar.
—Disparen, contra lo que sea que venga navegando hacia acá, simplemente disparen los cañones —ordenó el noruego sin miramientos, sin siquiera sentirse un poco inquieto.
Consideró que ni siquiera haría lo posible por llamar a su sapuri, no veía peligro… y muy tarde se daría cuenta de su error al subestimar a los jodidos guerreros de Atenea.
—No es necesario que intervengas —le había dicho a Suikyō.
—¿En serio? ¿Crees que sólo se trata de una escaramuza? —Inquirió el nepalí con un dejo de ironía.
—Por supuesto —confirmó el otro haciendo un gesto con la mano, restando importancia al hecho.
—Iré a cubierta igual —respondió su compañero sin esperar réplica.
Minos contaba con que se mantendría a raya y que no tendría por qué preocuparse por él, otro grave error. Suikyō había demostrado ya que era volátil y que ciertamente de órdenes no sabía. Era como tratar de domar a un animal salvaje.
Las cosas habían sucedido a la velocidad de la luz, literal, al punto en el que muy pronto resintió las consecuencias de sus malas decisiones. Cuando subió a cubierta tuvo la certeza de que aquello no iba a salir tan bien como lo había planeado.
—¡Mierda!
Antes de que siquiera pudiese enlistar los daños, se dio cuenta de que de las siete fragatas que le seguían, únicamente quedaban en pie tres, y la otra nave estaba ya casi encima de ellos.
—Bueno no quería hacer esto, pero ya que insisten estas molestas ratas —farfulló—, déjenlos acercarse…
—Pero… señor…
—¡Haz lo que te digo! —Gritó al contramaestre— Que se acerquen…
Sin mediar palabra ordenó que se quedaran dónde estaban, aunque el viejo hombre sabía que eso era peligroso, tanto para los tiros de los cañones como para impactar directamente con la otra embarcación.
Suikyō mientras tanto, había decidido ir a explorar por tierra.
—Ni hablar, no me voy a quedar aquí para que me saquen de otro barco —pronunció con malicia, de todos modos sabía que la gruta estaba muy cerca, únicamente tendría que llegar a tierra, además el otro había dicho que no representaban un problema… aunque por los destrozos y humo que veía… no estaba tan seguro.
—¡Señor! ¡Van a colisionar con nosotros! —Gritó histérico el capitán cuando divisó que el Queen Anne's, se dirigía a toda velocidad hacia ellos.
Antes de que el ataque del barco de los griegos impactara, perfectamente sintió el incendiar de un cosmos poderoso desde ahí, otro guerrero de la orden de oro, igual al que estaba hundiendo las fragatas menores, percibió la explosión cósmica y los rayos rojos salir a toda velocidad.
Dio un salto atrás cuando desde la otra nave escuchó el Scarlet Needle y las agujas se estrellaron en la madera de la cubierta, destrozando todo a su paso.
Con una rodilla en el piso bajó la mano derecha, murmuró una invocación lóbrega, impronunciable, ya olvidada por los mortales, encendió su cosmos oscuro, llamó a su sapuri, hasta la Tercera Esfera, Ptolomea, llegó su plegaría y su energía, el tótem del Grifo se incendió en fuego como el de los fuegos fatuos, el sapuri de Grifo reverberó a la llamada de su portador, vibró cimbrando la tierra y salió de Ptolomea.
La armadura sombría se ensambló en su portador, había salido del encierro finalmente, y aunque se había fraguado lo suficiente en el tártaro, consideraba que no estaba al cien aún.
La piel del Grifo cubrió su cuerpo. Abrió las alas magnánimas y ante la mirada desorbitada de los hombres en cubierta, suspendido en el cielo, estas se abrieron y el viento le rodeó concentrado para atacar la embarcación de los griegos.
Al otro lado, en el Queen Anne's, Zakros le observaba con una sonrisa perversa en su bello rostro, los marineros parecían asustados, pero… también con algo de confianza de que estaban en el barco correcto, los guerreros más jóvenes estaban preparados para el asalto en 3, 2, 1…
"Ahí estás, pequeño hijo de puta, y por las bolas de Heracles te regresaré a tu agujero…" pensó.
—Patéticos —susurró Minos mientras su ráfaga mortal se incrustaba en la cubierta de los griegos y de paso barría algunas de las fragatas de Sagramore.
Las agujas de Zakros atravesaron, nuevamente, el vendaval y perforaron la nave, aunque pocas de ellas a penas se acercaron al espectro…
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Fuerza terrestre
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Thäis había llegado casi al mismo tiempo en el que Suikyō se adentraba por el camino que le llevaría a la Grotte di Frasassi, era buena jinete, ligera y sobre un caballo veloz y obediente, le había dado alcance junto a los que la seguían, ya alejados de lo que estaba pasando en el mar.
Pero en lo que ella no había reparado fue en que mientras iba persiguiendo al guerrero oscuro, él había encontrado la manera de burlarlos en el camino perdido y poco a poco fue derribando a los otros jinetes, hasta que al final, sólo quedó ella en pie, y otro caballero de plata, que al igual que Thäis, era un jinete habilidoso.
Suikyō decidió guardarse para el final a esa amazona, porque le había parecido interesante, no pensó en que también existían guerreros femeninos, y eso no se lo había mencionado Hal, estaba saboreándose la carnicería que haría con ella.
De un salto Thäis bajó del caballo y continuó por el sinuoso camino corriendo tras el otro.
Esquivó el golpe de energía que lanzó el espectro, lamentablemente el otro que le seguía no fue tan rápido, sin embargo no estaba herido de muerte, se acercó hasta él para tocarle.
—Regresa con Deyanira, dile en dónde estamos, que para estas alturas debe venir en camino… yo me haré cargo mientras tanto —le indicó, a lo que el malherido guerrero asintió y comenzó a desandar el camino lo más rápido que pudo.
Continuó corriendo camino arriba, a campo abierto, era tan evidente el rastro de energía maligna que dejaba aquel Juez, que era imposible no encontrarlo, lo cual era raro, porque según sabía, estos siempre solían mantenerse en la oscuridad, ocultos, no visibles… y eso le hizo pensar en que seguramente aquel ser, no había despertado en su totalidad el poder, y tampoco lo controlaba muy bien.
Lo había leído en los Anales, que ellos a diferencia suya, transmutaban su conciencia eterna a diversos contenedores humanos, y una vez la impronta en su lugar, su poder terminaba por despertar en compañía de los ropajes sagrados de Hades, sapuris los llamaban.
—Sal de ahí ¡No puedes seguir escondiéndote por el camino! —Gritó ella, amenazadora.
Como única respuesta la carcajada sardónica del nepalí, como la de un loco, retumbó por entre los árboles, devolviendo el eco por medio de la gruta que estaba más adelante.
—Tal vez seas tú la que necesite esconderse…
Demasiado pronto, antes de que tuviese el conocimiento exacto de qué era lo que podía hacer aquel hombre, encendió su cosmos al límite, brillando tanto como su propio ropaje de Géminis, el cual respondía a su portadora cubriéndole con la energía que la misma generaba.
La Another Dimension se abrió y estuvo por tragarse al nepalí, no sin trabajo pudo resistirse cuando el impacto directo empezó a jalarle hacia un espacio astral distinto al de la Tierra.
El grito de rabia, de frustración, de ira, bastó para encender su cosmos execrable de golpe, incontrolado, mientras de sus ojos emergía la luz del Mundo de los Muertos y el fuego fatuo.
Su cuerpo pareció destilar un golpe de energía enceguecedora, la Estrella Celeste de la Valentía se incendió en el cielo y rebotó su energía hacia la Tierra, hacia la Segunda Esfera, Antenora… al thòlos de Garuda en el Infierno de Hielo, la escultura de la Garuda que coronaba el templo circular pareció incendiarse a partir de sus alas, de esas que según la mitología eran capaces de cubrir el sol y devorarlo.
El tótem del animal respondió reverberando, el ropaje se desprendió y se elevó para llegar al llamado implícito de su dueño, como un rayo del ave rapaz que representaba.
Llegó a su destino, cubrió su cuerpo, y sólo entonces, Suikyō sintió que aquello le pertenecía, que ese mundo del que le hablaba Minos, era el suyo, que su destino sí era ser un guerrero.
Observó con odio a la mujer cubierta con aquella máscara que le devolvía una mirada ficticia, hueca, fría, en ambos brazos concentró la energía y lanzó las Llamas de Indra, mejor conocidas como Surendra Jit, probablemente ella habría podido esquivarlo, pero no contó con que se pudiera salir del vórtex de la Otra Dimensión.
—Estúpida —farfulló y acabó riendo cuando contemplo como empezaba a arder la mujer.
Aquellas llamas la estaban consumiendo no sólo por fuera, sino que por dentro sentía que estaba ardiendo y en cualquier momento estallaría como una especie de fruta madura contra el suelo.
Aulló de dolor y maldijo, si no hacía nada, aquel sujeto se le escaparía y estarían jodidos otra vez, como en un principio.
Pero su cuerpo no respondía, no le obedecía. Estaba atada a la cosmoenergía del otro y este, reía sin parar de sus esfuerzos infructíferos.
Un único pensamiento rondaba su cabeza en aquella desesperante situación: que no podía dejarse morir ahí, así, sin más, como seguramente Aspasia no haría…
Un bólido atravesó el terreno entre ambos guerreros, a la velocidad de la luz, fue como un repentino chispazo, un rayo, y ese rayo llegó hasta el guerrero de Garuda, ni siquiera tuvo tiempo de preguntarse qué diablos era eso.
Una fuerza descomunal le apretó por la mitad del tronco, el golpe cósmico de ese tacto no había sido nada para él, pero sí la fuerza física que ahora lo estaba constriñendo, cuando pudo enfocar un poco mejor constató que era otro guerrero, salido de quién sabe dónde… ¡Otra jodida amazona! Sólo que esta llevaba una máscara aún más siniestra, pintada con dibujos caprichosos.
—Hola imbécil —le saludó con burla, Deyanira lo tenía atrapado entre sus piernas, apretándolo con tal facilidad que los órganos internos del nepalí comenzaban a sangrar y los huesos crujían.
—¡Puta! —Gritó indignado, perdiendo la concentración y poco a poco liberando la energía que mantenía atrapada a la Arconte de Géminis.
—Oh vamos, cariño, echas a perder la escena… —replicó con sorna la mujer.
Thäis se levantó en cuanto recuperó el aire y observó la fuerza de la Arconte de Cáncer, nunca habría llegado a pensar que una mujer de su tamaño, en apariencia menuda, tuviese semejante fuerza bruta en las piernas… como para partir a alguien en dos… porque eso era lo que pretendía hacer… Acubens, así se llamaba esa técnica que parecía emular las tenazas del Cangrejo Sagrado.
Pero ella había visto la fuerza bestial que aquel hombre tenía en los brazos, y parecía que de ellos era de donde emanaba en su totalidad.
—¡Son sus brazos! —le gritó Thäis.
—¿Qué?
Antes de que pudiera recapacitar en lo que le dijo, Suikyō había tomado una de sus piernas apretándola con toda la fuerza de su mano, hasta que el hueso empezó a romperse.
—Es una pena, pero no tengo tiempo de jugar con ninguna de las dos —le dijo, mientras con la otra mano asestaba un golpe con tanta fuerza en el rostro de Deyanira, que acabó resquebrajando la máscara y esta cayó hecha pedazos—, vaya, pero si eres muy bella… la clase de mujer que me gustaría tener así como estás ahora… —observó lascivo, refiriéndose a que le gustaría estar entre sus piernas de otra manera.
—Olvídalo, no me van los tipejos, y por supuesto no como tú…
No iba a llorar como animal herido por tener una pierna semi rota, le estaba doliendo sí, pero no era un dolor que le impidiera seguir peleando.
Antes de que el sujeto le lanzara las mismas llamas que a la amazona de Géminis, Deyanira lo soltó, dio un salto y esquivó el golpe sin que le diera de lleno, se acercó a su compañera de armas con la pierna que empezaba a punzarle.
—¿Por qué coño te fuiste así?
—No soy una de tus mujerucas, creí que ya lo habías entendido y no…
—Tonta, ya lo sé… es sólo que no puedo evitar desear que nada te suceda, mi amada Lesbia —le dijo con una sonrisa amable—, déjamelo a mí…
—¡No! No te voy a dejar aquí sola —resopló la mujer griega.
—No esperaba menos de ti —respondió.
Se volvió hacia su oponente y esta vez pensó en que tal vez lo mejor sería sacar de ahí a ese estúpido espectro, quizás valdría la pena enviarlo al portal mismo de las almas de los muertos…
En la mano derecha de Deyanira el fuego azuleo creció a partir de la palma de su mano, a medida que su cosmoenergía empezaba a maximizarse y se iban incendiando una a una las estrellas de la constelación de Cáncer, las almas se iban conjuntando a su alrededor…
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Fuerza naval
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Minos había barrido buena parte de las fragatas de Sagramore, en la que él iba por poco, casi nada, se mantuvo a flote, ante la mirada de profundo odio de Zakros.
—¡Cabrón! —Gritó fuera de sí—, vamos a subir al Fortune ahora… tú, tú y tú… si tú, el que está volteando hacia atrás, ustedes tres, guerreros, me acompañarán, el resto… —ordenó al contramaestre y los santos de plata que eligió—, saca a los hombres y al barco de aquí…
—Pero ¿y ustedes?
—Utilizaremos la fragata de Sagramore si algo sale mal, lo cual dudo.
No medió palabra y en cuanto estuvieron a unos metros, saltaron hacia el barco donde Minos los estaba esperando… pero… justo en ese momento, cuando el Juez de almas, el del voto decisivo, se volvió hacia sus propios hombres se dio cuenta del garrafal error de cálculo que había tenido: muy pocos quedaban ya en pie, muchos de ellos estaban retorciéndose en el piso como orugas, perforados por aquel caballerito de Atenea, y lo peor, Suikyō no estaba por ningún condenado lugar.
—¿Dónde carajo se metió el esclavo que rescatamos? —Gritó.
—No… lo sé… uno de mis hombres me dijo que le vio saltar por las embarcaciones… se dirigía hacia la costa —gimoteó el timonel.
—¡Joder! —Se debatió entre ir a buscarlo o enfrentar al jodido griego que ya había aterrizado en sus narices.
Tenía que decidir ya.
—Genial… —entornó los ojos violáceos—, bonito salto y todo… déjame decirte que acabas de firmar tu sentencia de muerte, porque yo soy…
—Me importa poco quién seas o quién pretendas ser, tampoco me interesa escuchar tus títulos nobiliarios —interrumpió groseramente el corintio con una sonrisa de burla imperturbable—, si todo lo que tienes son palabras, están muy jodidos en el Inframundo…
Hal rechinó los dientes, no podía creer semejante desparpajo, tanta baja estofa fue algo que definitivamente no esperó. Algo tenía que reconocerle, ese sujeto tenía las pelotas bien puestas, entre otras cosas bonitas que le vio: un cuerpo de infarto y un rostro bello, al estilo griego, aunque cubierto de polvo y sangre, era atractivo… lástima por él.
—¡Me estorbas y tengo cosas que hacer! —Los hilos platinados comenzaron a danzar en sus dedos, en una especie de crescendo, levantándose como con vida propia a las órdenes de su cosmoenergía.
—¡Ah, ya veo! ¿Quieres ir detrás del kínaidos, que te dejó aquí como puta de taberna?
—¡Pero qué…!
"Todos en este puñetero lugar se dieron cuenta de que Aiacos, Suikyō, se fue, todos menos yo… seré el hazmerreír de toda la corte espectral… ni hablar…", dialogó consigo mismo.
El choque de ambos guerreros iluminó el cielo, de la fuerza de sus cosmos el vendaval que se elevó limpió el cielo de nubes y las estrellas se asomaron titilantes,
temerosas…
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Santuario de Atenea
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Sage había previsto, en el último momento, lo mismo que Hakurei, y después de la llegada de la misiva de Krest, que estaban enfrentando un problema mucho más grave de lo que previó.
Si los tres Polemarkhos se encontraban… si atacaban en conjunto… no dudaba de la fuerza de sus hombres, ni de sus habilidades, pero… contra los tres grandes, estarían en serios aprietos.
Krest le había notificado que el rastro de Rhadamanthys, del Wyvern, se había perdido en Rusia, que por más que trató de darle alcance, tentarlo, provocarlo, no logró gran cosa hasta que finalmente se desvaneció. Cosa de un par de días, porque después ese mismo rastro regresó y emprendió el camino hacia Europa, a encontrarse con los otros dos.
Hakurei llevaba la espada envuelta, la espada hecha con la impronta de las Keres, Sage se la había pedido.
El Arconte entró al Salón Principal, cubierto en su totalidad, oculto en el manto que le escondía de cabeza a pies. Atravesó las puertas dobles y se dirigió al sitial del Strategos, apoyó la rodilla en el piso, en señal de respeto.
—Llévala contigo, les hará falta… diles a tus compañeros que preferiría que regresen con el escudo, y no sobre el escudo —bromeó para romper un poco la tensión, refiriéndose a la promesa espartana para los guerreros.
El Arconte asintió, tomó la espada en sus manos, se levantó mientras al mismo tiempo Hakurei abría un portal dimensional que le llevaría lo más cerca posible de la entrada de la gruta, aquella de donde los tres Polemarkhos del inframundo habían salido…
