Capítulo 5 - Salitre
En el sur de Japón en donde las pequeñas islas abundan bajo un buen tiempo casi anual, una pequeña lancha motora se dirigía a un puerto privado de una pequeña isla propiedad completa de la antigua heroína Uravity. Más que una isla se podría decir que se trataba de una illa con tan solo una construcción en todo el territorio. La mansión de la familia Uraraka. Bueno, tan solo de Ochako Uraraka. Una isla como cualquier otra de carácter salvaje y tropical cubriendo casi toda la isla a excepción de las playas y los acantilados.
Y allí, en lo alto de uno de los acantilados se erguía una mansión de reciente construcción. Moderna y funcional. De la clase de construcciones que realmente no llevaban tanto tiempo construir. Un minimundo particular para ermitaños hastiados de la sociedad.
Sin duda, lo mejor de todo era qué, una vez cruzado las boyas rojas de la isla técnicamente estarían en terreno privado. Alcanzar ese límite se convertía en una necesidad cuando en el asiento del copiloto descansaba un villano fugado. O recién vuelto a fingir su muerte, aunque esta vez sin idearlo previamente. Aunque las muertes fingidas por Touya Todoroki nunca estuvieron bajo su control. Dabi siempre fue una persona muy inteligente capaz de tomar ventaja de las situaciones a su favor. Su mayor defecto era cuan emocional podía llegar a ser. Rabia, ira, el deseo de venganza…
Ochako ahora entendía el deseo de venganza de Dabi. Tenía casi la misma edad de cuando Dabi hizo gala de su carrera en el mundo de la villanía. Y ahora ahí estaba, una prohero escuchando el sonido de las gaviotas mientras navegaba en dirección a la isla y un cadáver de lo que alguna vez fue Dabi.
Estaban a unas cuantas millas de distancia cuando el efecto de la medicación de Dabi se había absorbido lo suficiente como para comenzar a reaccionar. Primero gruñidos y luego pequeños movimientos de la cabeza como quien intentaba probar hasta qué punto de movilidad tenía. Y luego… luego la vio, allí tranquila con un vestido blanco hondeando al viento y el cabello alborotándose al contacto con el viento.
—¿Toga?
La voz de Dabi parecía un susurro sacado de la ultratumba. Cada esfuerzo por pronunciar una sílaba rascaba en su garganta. No tenía ni fuerzas para mover sus extremidades y mucho menos tendría el control para activar su don en caso de necesitarlo.
Dabi no presentaba una amenaza. No en ese estado.
—No, no soy Toga.
En el rostro de Dabi apenas se dibujó la confusión y la extrañeza. No sabía dónde estaban. No sabía ni el año, ni la fecha ni la hora del día. Bueno, tal vez estaba cerca del amanecer o el anochecer por la poca luz en el cielo. Algo rápido de averiguar con el paso de los minutos.
Dabi no podía hacer nada más que esperar y dejarse llevar y eso lo hacía angustiarse, sentirse abrumado por la falta de control en su propia vida y… y herido. Herido por estar confinado en una silla de ruedas sin la voluntad de pensar tan siquiera.
Uraraka empezó a aminorar la marcha en cuanto se acercaban al pequeño puerto privado. Allí había dos figuras que le esperaban desde hacía minutos. Un señor de edad avanzada y una silueta femenina que no pudo identificar hasta estar cerca.
Uraraka apagó el motor y mientras la lancha avanzaba con el movimiento residual lanzó un cabo a… a Uraraka. Había dos. Dos Urarakas. Había…
—Toga…
La Uraraka del puerto se rio divertida y saltó a dentro del bote. Justo para tambalear la embarcación y ponerse en cuclillas ante los ojos azules de Touya Todoroki.
— ¡Dabi! ¡He echado de menos tu olor pestilente! Ese color de pelo no te pega en absoluto. Pero las quemaduras siguen haciéndote un aire de tipo duro.
Dabi entrecerró los ojos observando a las dos Urarakas. Era fácil saber quién era quién por las palabras que soltaban. Uraraka comenzó a pasar bolsas al embarcadero. Lo malo de tener una isla privada es que no había un supermercado cerca con el cual abastecerse. Pero es que en ningún momento Uraraka había pensado en querer tener vecinos o cualquier persona cerca suya.
—¿Qué está pasando?
Una vez dejado fuera las bolsas, la Ochako verdadera tocó el pecho de Dabi con sus cinco dedos. El hombre comenzó a flotar y como si fuera un globo de una feria para niños lo sacaron de la embarcación y comenzaron a retornar hacia la mansión en lo alto del acantilado.
—Estás a salvo, Dabi— le prometió Toga con una sonrisa que dejaba ver lo que realmente sentía: entusiasmo—. ¡Vamos a hacer muchas cosas! ¡Vamos a divertirnos mucho!
El nuevo invitado comenzó a maldecir en bajo. Tal vez porque aún carecía de la fuerza suficiente para subir los decibelios. Tampoco era como si alguien en millas a la redonda fuera a escucharlo.
—Toga, déjalo descansar. Y… cámbiate— ordenó Ochako sin ninguna emoción en su voz—. Vamos a alojarte. Habitación privada con baño privado. Y con nulo servicio en calmantes. Se puede decir que te ha tocado la lotería.
Era extraño escuchar esa voz monótona carente de vida de la que una vez fue un rostro sonriente con sonrisa angelical. Por muy raro que eso llegara a parecer, esa actitud tranquilizaba a Dabi. Las personas rotas se notaban entre ellas y ambos estaban destrozados en el interior.
—¿Y si no quiero?
Ochako se encogió de hombros sin pensarlo.
—Podrás irte en una semana si lo deseas. Ese es el único requisito.
Dabi torció el gesto. Odiaba los requisitos.
—No me…
Ochako le lanzó una mirada gélida y cortó sus amenazas de golpe.
—Si no me muerdes no te arrancaré la cabeza. Una semana aquí es el precio más bajo que una persona podría pedir después de sacarte de ese centro psiquiátrico para pijos.
—Duh, que lo mencione así alguien que tiene una isla…
Ochako rodó los ojos y se adentró por el ventanal de la planta baja completamente abierto de par en par. Otra cosa de no tener vecinos es que no era necesario echar el cerrojo. Ochako se paró en cuanto llegaron a la sala principal. Se giró para encararse al anciano. Un hombre de avanzada edad con rostro amable y sonrisa tierna.
Ochako comenzó a mover las manos hablando con rapidez el lenguaje de signos. Le dio la orden de dejar al enfermo en la habitación que habían preparado.
—Por el momento descansa, mira la tele, haz lo que dé la gana. Ya está anocheciendo. Espero que mañana podremos tener una agradable charla mientras desayunamos. ¿Hace cuánto que no comes algo sólido?
Las tripas de Dabi rugieron ante la sola idea de un maldito desayuno. Hasta la más simple de las comidas le parecía un manjar.
—Está bien— gruñó Dabi a regañadientes.
Ochako asintió y pidió en lenguaje de signos al hombre mayor que por favor preparase un sándwich al invitado.
—Él es el mayordomo. Es sordomudo. Bueno, mucho no. Le cortaron la lengua hace un par de años y con la edad y la guerra sus oídos se han visto afectados. Hay una sola regla en esta casa: No se toca al mayordomo. No se le trata mal. Respeto ante él. Y como me entere de que le haces un solo rasguño me aseguraré de que desees volver a estar en esa maldita silla de ruedas, sodomizado por los fármacos y comiendo a través de una sonda. ¿Lo he dejado claro?
Dabi asintió con la cabeza. Sin duda, aquella versión nueva de Ochako impactaba e infundía respeto. Vaya si lo hacía.
El mayordomo empujó cual globo flotante a Dabi y lo llevó hacia sus nuevas dependencias. En cuanto las dos chicas se quedaron solas Toga abrazó a Uraraka por detrás y hundió la nariz en el cuello de la castaña. Uraraka suspiró.
—Te echaba de menos— susurró Himiko antes de hundir lentamente sus colmillos sobre el cuello de Ochako.
Un pequeño quejido se escapó por los labios de Uraraka. No se movió, tan solo cerró los ojos y sintió como la lengua de Toga lamía la herida limpiándola de sangre.
—Yo a ti no— respondió a la confesión sin ningún pudor. Himiko no pareció molestarse. Ochako entrelazó los dedos a los de la asesina—. Mi habitación. Ahora.
Himiko sonrió con deleite. Se dejó llevar por Uraraka hacia la habitación más amplia de la casa. La misma que tenía vistas al océano. Bueno, gran parte de todas las habitaciones tenían vistas al mar. Pero esa habitación era gran pequeño espacio privado. Y en cuanto pusieron un pie dentro de la habitación el vestido blanco de Uraraka cayó a sus pies deslizándose suavemente por su piel.
Himiko besó el cuello desnudo de Uraraka siguiendo la curva de su cuerpo. Quería hacer tantas cosas… e iba a hacerle tantas cosas… hizo girar a la castaña sobre sus brazos hasta poder besar los labios suaves hasta dejarlos hinchados. No había algo que excitase más a Toga que el sabor de los labios de Uraraka impregnados por la dulce sangre de esta.
Pero había mucho más que explorar, mucho más que decirse sin tener que hacer uso de las palabras. Atajo a Uraraka hacia la cama y la tendió con suavidad sobre la cama. Iba a arrancarle suspiros toda la noche.
Y Uraraka estaba más que dispuesta a cumplir los deseos de Toga.
