Capítulo 8 - Habitación 759
La noche cubría el cielo apenas iluminado por la luna y la luz de las farolas. Era el momento adecuado para que una sombra avanzase por las calles sin ser vista. La heroína Earphone Jack había estado trabajando hasta muy entrada la noche. Era mitad de semana por lo cual no tenía sets, ni entrevistas. Cada ciertos días trataba de despejar un poco su horario para colarse en el hospital central. Entraba siempre por la puerta de urgencias y rápidamente se colaba por los pasillos hasta el ascensor. Siempre pulsaba el mismo botón: séptima planta, ala de cuidados psiquiátricos.
Odiaba el olor a desinfectante. Odiaba el color blanco y vende cenizo que había en las paredes. Odiaba las luces de neón, sobetodo cuando parpadeaban por mal funcionamiento. Odiaba mucho ir al hospital. Pero siempre terminaba encontrando el camino hasta la misma habitación.
Al principio odiaba tan solo la idea de hacer una simple visita. Ahora siempre acababa delante de la misma puerta cuando se sentía perdida. 759. Ese maldito número. 759.
Una pequeña habitación privada en donde el televisor no dejaba de pasar imágenes. Tal vez algún tipo de película antigua. El sonido estaba tan bajo que ni se escuchaba el más leve rumor. Y delante de la televisión, en una butaca estaba él.
Denki Kaminari estaba sentado abrazando una de sus rodillas meciéndose a sí misma mientras veía pasar las imágenes en la televisión. Estaba muy, muy delgado. Demasiado delgado. Su ted se había vuelto más pálida con el paso de los años por la falta de sol en la piel. Unas líneas plateadas se ramificaban por todo su cuerpo con si fueran las ramas de un árbol. Como si un rayo hubiese impactado sobre él. Ojalá tan solo hubiera sido un rayo y no la cantidad ingente de energía como para iluminar la capital.
Todavía se percibía las heridas en donde el metal había rajado la piel de Denki cuando todo estalló a su alrededor. Había pasado tanto tiempo y… y Denki seguía igual que el primer día en que lo visitó en el hospital. Sus heridas físicas habían sanado. Su mente nunca lo haría.
Del antiguo héroe ChargeBolt tan solo quedaba el fantasma de un chiquillo que temblaba y convulsionaba sin control. Incluso con la medicación, podía ver como cada cinco minutos el cuerpo de Denki se movía involuntariamente.
—Hey… babe, estoy aquí— susurró Jiro cerrando la puerta tras de sí.
Encender las luces estaba prohibido. Alteraba a Kaminari hasta el punto de chillar frenéticamente y entrar en un estado de pánico. Tan solo se podía hablar en susurros o en un tono bajo. No se podía tocar. Se alteraba con el más mínimo roce. Por eso Jiro nunca lo visitaba en las mañanas cuando era el turno de las enfermeras y los auxiliares de asearlo y tratarlo. El chico siempre acababa revolviéndose, mordiendo y teniendo que ser atado. Su corazón no podría soportar ver a Denki en ese estado.
Apenas podía verlo ahora. Dolía.
Se acuclilló ante él. Denki parecía no verla. Más bien no la reconocía. No reconocería a nadie. No contestaba a nadie. Cuando tenía la suerte de escuchar su voz era trémula y nunca se podía entender aquello que murmuraba.
—Hey, Denks… te echo de menos… mucho.
El chico ni parpadeó. En la televisión había una especie de documental sobre la naturaleza.
—Hace unos días me encontré con Present Mic y con Mina. Dicen que te echan de menos. Todos lo hacemos. También… también me encontré con Momo.
Jiro necesitó coger aire para poder continuar. Estaba en ese momento del monólogo en el que se preguntaba si realmente servía de algo cualquier cosa que le dijera a Denki. Su cerebro no absorbía la información. Denki ya no era Denki. Nunca lo sería.
—También echo de menos a Momo…
Cuantas cosas habían cambiado en los últimos años. La guerra. La postguerra. Los ataques. El levantamiento de la ciudad nuevamente… la pérdida de Denki. Para casi toda la antigua clase de primero A, Kaminari, era un recuerdo hermoso del pasado. Casi. Ahora… ahora casi todos hablaban de Denki como si estuviera muerto. Al principio Jiro lo odiaba. Luego ella misma se descubrió haciendo lo mismo. Fue en ese momento en que se dio cuenta que ya había aceptado que uno de sus mejores amigos nunca volvería.
Visitar la habitación 759 era lo mismo que visitar un cementerio con la única excepción de que al menos, si fuera un cementerio, sabría que Denki ya no seguiría sufriendo. Pero allí estaba él, sin descanso. Jiro quería con locura a Denki. Era su mejor amigo. Como una especie de hermano. Su primer amor. Pero ese Denki ya no estaba allí y por mucho que lo deseara no iba a volver.
Había ocasiones que deseaba que un día Denki se fuera a dormir y nunca más despertase. Al menos así no seguiría sufriendo.
Jiro se odiaba a sí misma. Mucho. Se odiaba mucho.
Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se levantó para irse.
—Te quiero Denks.
Se deslizó por la puerta y fue hacia el ascensor tal y por donde había venido. A lo lejos el sol comenzaba a asomarse. Quería estar fuera antes del cambio de enfermeras. No quería escuchar gritar a Denki. No podría soportarlo.
Cuando las puertas del ascensor de abrieron se encontró con una mirada cansada bajo unas ojeras. Habían pasado tres años y como cada día, Hitoshi Shinso seguía viniendo cada mañana a ver a Denki antes de ir a trabajar. Cada día.
Cruzaron miradas y apenas unos susurros. No siempre coincidían, pero solo había un par de personas que todavía seguían visitándole. Eso no hacía que siguiesen siendo amigos. Shinso, que siempre fue una persona retraída, ahora lo era más. Había abandonado su sueño de ser héroe cuando perdió a Denki.
Ahora se lo podía ver por los pasillos del hospital o en los tribunales vistiendo un traje de tres piezas. De héroe a abogado. Muchas cosas habían cambiado desde que todos se habían graduado. Ojalá volver a los felices días de antes de que todo se desmoronara.
Shinso entró en la habitación y dejó su cartera sobre la cama de Denki. Odiaba encontrarse con Jiro. Odiaba encontrarse con cualquiera de sus antiguos compañeros de clase. Hipócritas. Grandes hipócritas. Al final, tan solo quedaba Shinso cuidando de Denki. Como cada día, en su rutina Shinso apagó el televisor. Denki se puso nervioso y comenzó a aumentar el movimiento oscilante de su cuerpo.
—Denki, ¿QUIERES UN BAÑO? — gritó a pleno pulmón cerca de su oído.
Como cada mañana, Denki gritó. Gritó desde el fondo de sus pulmones. Odiaba ese sonido. Pero ese sonido era el enlace con que Shinso tomaba control de Denki.
—Cálmate. Levántate. Coge mis manos y vamos a caminar al baño.
Cada mañana Shinso hacía de Denki se aseara mientras el resto de los auxiliares cambiaban las sábanas y limpiaban la habitación. Luego llevaba a Denks a la cama y le obligaba a dejarse cuidar por las enfermeras. Había una revisión cada mañana bien temprano. Prefería usar su don a ver a Denki sufrir entre chillidos.
Cuando el trabajo de las enfermeras se terminó, abandonaron la habitación para continuar con el siguiente paciente. Shinso cerró la puerta y se sentó en una silla frente a Denki. Era el único momento en el día en que podía verlo tan calmado y sereno.
Shinso comenzó a llorar. Quería al revoltoso de vuelta.
—Denki, abrázame, por favor.
Denki se levantó y rodeó con los brazos a Shinso tal y como le había ordenado. Shinso estrechó a Denki contra su pecho. Se deshizo en lágrimas contra el hombro del rubio. Le importaba poco cuanto tiempo podría abrazarlo. Solo existía Denki para él.
Nadie interrumpió en la habitación.
—Denki, prometo que te traeré de vuelta— susurró a su oído con determinación—. Cariño, te traeré de vuelta aunque tarde mil años.
Besó la frente de Denki y acarició su rostro con suavidad. Tan solo podía hacerlo cuando estaba bajo el efecto de uno de su quirk.
—Ahora siéntate, tómate las pastillas y el desayuno y luego vas a dormir.
Día tras día era las mismas comandas. Era una rutina. Al menos quería asegurarse de que Denki pudiera comer una comida al día para mantener su cuerpo. Al menos una. No siempre podía aparecer para al mediodía y a veces, por mucho que intentase presentarse por la noche, no podía asistir.
Recolocó las almohadas de Denki y lo miró tan plácido esperando por el desayuno. Shinso no podía esperar más, tenía otras obligaciones que llevar a cabo.
—Te quiero— susurró antes de besar su cabeza.
N.A: Siento romper vuestro corazoncito. No todos han acabado siendo héroes famosos. No todos han acabado siendo felices.
El próximo capítulo será más largo en comparación
