Capítulo 4
Syaoran
Es una pequeña fogosa.
Todavía puedo oír su voz. Sí, amo. La sangre me late en las venas al imaginarla diciendo eso mientras le doy los veinticinco centímetros de mi polla.
Mi polla sigue siendo una barra de acero en mis pantalones. La jodida no baja. Por supuesto, no ayuda saber que lo único que la separa de mí es esta endeble puerta. Lucho contra el impulso de derribarla de una patada e irrumpir en su habitación y tomarla como un animal.
Quizá fue un error ponerla en la habitación contigua a la mía, pero no me fío que esté demasiado lejos. Necesito estar cerca de ella por si intenta algo. Y espero que lo haga. Diablos, lo estoy deseando.
Jesús, me gusta pelear con ella, igualar sus palabras. Me desafía, me excita. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me excité por algo? Joder, ¿cuánto tiempo ha pasado desde que me reí?
Me abrí camino desde la nada. Soy un hombre verdaderamente hecho a sí mismo de las calles. No como uno de esos bebés ricos con fondos fiduciarios. No, tuve que ganarme cada maldito centavo que hice, sin importar que la mayor parte la obtuviera ilegalmente a través de tratos sucios y trabajos a sueldo.
Y finalmente lo logré. Tuve mi propia mansión. No me faltaba nada. Pero me había aburrido de todo ello.
No me había dado cuenta hasta esta noche, cuando esta pequeña escupe fuego llegó a mi vida y me mostró todo lo que me había estado perdiendo.
Palmeo el bulto de mis pantalones y gimo. Soy dolorosamente consciente de que técnicamente podría abrir esa puerta y tomarla por la fuerza. Es mi prisionera, como bien dijo ella. Podría hacer lo que quisiera con ella. Además, es tan pequeña que no podría vencerme. La cabeza de mi polla gotea pre-semen al pensar en ahondar en las profundidades de lo que ya sé que sería un coñito apretado.
Pero no quiero tomarla por la fuerza. Quiero que se entregue a mí voluntariamente, como se ofreció en el lugar de su padre.
Kinomoto es un pedazo de mierda por no cuidar mejor de ella. Es mejor que yo la tenga ahora. Me aseguraré de que nada la dañe. Nunca habría dejado que se metiera en una situación como ésta en la que un desgraciado como yo pudiera llevarla.
— ¡Déjame ir! —Oigo su grito en el pasillo y salgo corriendo de la habitación tan rápido que la puerta se golpea contra la pared por la fuerza con que la abro, que me sorprende no haberla arrancado de las bisagras.
Veo las manos de mi guardia sobre ella, y mi visión se vuelve roja.
— ¡Suéltala ahora! —le grito. Una parte de mi cerebro me dice que él solo estaba haciendo lo que le he ordenado, pero hay otra parte posesiva de mí que no quiere entrar en razón y gruñe ante la idea de que otro hombre la haya tocado de cualquier forma o manera.
—S-sí, señor —balbucea, alejándose de ella. —Ella estaba tratando de escapar, señor. Yo sólo estaba haciendo mi trabajo.
— ¡No intentaba escapar! —grita ella, defendiéndose. Da un pisotón con uno de sus piececitos, y su largo pelo castaño se ondula con el movimiento.
—Tú —la señalo antes de señalar la puerta. Ahí. Veo el fuego en sus ojos, pero hace lo que le digo. Dios, está enojada, y es hermosa, y todo lo que puedo pensar es en sacarle esa vena obstinada.
—Se supone que debes impedir que se vaya, pero no la toques —le gruño al guardia.
Sabe que no debe replicar y se limita a asentir en señal de comprensión antes de que entre en la habitación detrás de ella y dé un portazo.
—Creía que habíamos llegado a un acuerdo —le digo caminando lentamente hacia ella. A su favor, esta vez se mantiene firme, con la espalda recta mientras se niega a retroceder.
—No intentaba escapar —explica desafiante. —No me di cuenta de que no podía salir de esta habitación.
—No tienes ninguna razón para salir de esta habitación — le digo.
— ¿Así que me vas a tener aquí para siempre sin nada que hacer? —suelta.
— ¿Estás aburrida, cara de muñeca? ¿Quieres hacer algo? —Dios, me encantaría darle algo que hacer. No puedo evitar que la palma de mi mano roce mi polla, y veo cómo sus ojos se abren de par en par al ver mis movimientos. Su cara se sonroja y yo me pongo aún más duro. Maldita sea, pero es una cosita preciosa.
Empieza a retroceder, pero yo continúo acercándome a ella como una pantera que acorrala a su presa, hasta que su espalda se apoya en la pared y no tiene dónde ir.
—No, pensándolo bien, estoy bien. —Su lengua se asoma para lamerse los labios, lo que sólo atrae mis ojos hacia su contorno. Su voz sale entrecortada, pero no es miedo lo que percibo en ella. —Creo que me iré a la cama —continúa.
Le sonrío con perversidad, poniendo las manos en las caderas. —Yo también pienso lo mismo, cara de muñeca.
—No me refería a eso... —empieza a escupir, pero la hago callar al aplastar mis labios sobre los suyos.
Joder, pero no pude evitar saborearla por más tiempo. Sólo una probada. Una jodida probada.
Y sabe mucho mejor de lo que podría haber imaginado. Es como la miel y las fresas, todo en uno. Su boca es como el néctar de los putos dioses.
Siento el momento en que se ablanda debajo de mí, su boca se abre completamente hacia mí y un pequeño gemido escapa de su garganta.
Gruño en señal de victoria, la arrastro contra mí y profundizo el beso, mi lengua se acopla a la suya en una danza sensual tan antigua como el tiempo.
Mi polla crece entre nosotros, tensando la parte superior de mis pantalones. Mis pelotas pesan tanto que nada me apetece más que girarla y tomarla contra la pared, con mi polla hundiéndose en ella desde atrás mientras le doy unos azotes en las nalgas, pero me obligo a romper el beso antes de actuar según mis impulsos.
—Tú... tú... —intenta hablar, con los labios rojos e hinchados por mi beso.
—Syaoran —le digo.
Su pequeña frente se frunce.
— ¿Qué?
—Me llamo Syaoran —gruño, deseando desesperadamente oírla decirlo por alguna razón.
—Syaoran —repite ella, concediendo mi deseo. Siento un extraño dolor en medio del pecho cuando lo dice, y en ese momento sé que quiero oírla decirlo durante el resto de mi vida. Ya no me importa de quién es hija. Estoy cansado de luchar contra ella. La quiero.
—Syaoran —vuelve a decir, y yo gimo, —no puedes ir por ahí... —tropieza con sus palabras, y yo me río.
El fuego vuelve a brillar en sus ojos y no puedo evitar incitarla.
—Creía que no era fácil silenciarte.
Ella levanta su pequeña barbilla y completa su pensamiento.
—No puedes ir por ahí besando a la gente y... y exigiendo cosas, ya sea un prisionero o no.
—Puedo hacer lo que quiera —le digo al oído, y siento cómo se estremece bajo mis palmas cuando las deslizo por su estómago. —Podría tomarte aquí mismo, ahora mismo, si quisiera —le lamo la sensible piel bajo el lóbulo de la oreja y siento cómo se estremece. También veo que aprieta las piernas y gruño. Puede que no quiera admitirlo, pero está excitada, y eso me hace sentir algo. Sólo me queda reprimir a la bestia que llevo dentro.
—Pero tú... tú no harías eso, ¿verdad? —Me echo hacia atrás cuando por fin detecto una nota de miedo en su voz. — No me tomarías en contra de mi voluntad, ¿verdad? —Su voz vacila, y miro hacia abajo para ver la preocupación en sus ojos, y algo finalmente hace clic dentro de mí.
— ¿Eres virgen, Sakura? —le pregunto.
Su cara se calienta, y sé que he dado en el clavo antes de que asienta lentamente.
Maldita sea.
Virgen.
Mi sangre empieza a palpitar en mi cabeza y apenas puedo ver con claridad al darme cuenta de que podría ser su primero, su último, su todo. Ella podría ser mía en todos los sentidos. Mía.
— ¿Cuántos años tienes? —ladro. Necesito saberlo. Dios, que al menos sea legal, aunque no estoy seguro de que a mi polla le importe de un modo u otro.
—Dieciocho —susurra.
Quiero reclamarla. Quiero poseerla. Es una puta locura, y me importa una mierda. Quiero cada parte de ella para mí. Quiero su sangre virgen en mi polla. Quiero darle su primer orgasmo. Quiero follarla hasta que ruegue y grite mi nombre, y luego quiero abrazarla y besarla. No quiero dejarla ir nunca.
Vuelvo a mis cabales y me doy cuenta de que sigue mirándome con recelo, esperando mi respuesta, así que tranquilizo sus temores.
—No, no te voy a forzar, Sakura. No te tomaré hasta que me lo ruegues, y lo harás —le prometo.
Sus ojos verdes brillan ante el desafío y se burla.
—En tus sueños.
