Disclaimer: Los personajes no me pertencen, son creación de Rumiko Takahashi. FF creado sin fines de lucro.

* Publicación: 03-09-12


129 DÍAS JUNTO A TI

Capítulo 1: Masa para galletas

Día 32: 20 de Abril de 2012

Cuatro días después del viaje de Inuyasha y Kikyo, un distinguido automóvil aparcó frente a un gran complejo de oficinas en medio de la ciudad. La puerta del conductor se abrió dejando salir a Sesshomaru, que guió sus pasos hasta las enormes puertas de cristal que se deslizaron automáticamente al pasar por los sensores. Extendió sus llaves y se las entregó con aburrimiento al valet parking, siguiendo su trayecto hasta el elevador.

No podía negar que la llamada de su padre lo había perturbado —y no es que se preocupara por su inútil medio-hermano—. Encontraba extraño lo que estaba ocurriendo. Su padre había cancelado todas las reuniones de ese día, solicitandole que se encargara de todas ellas al día siguiente. A pesar de todo, dicha molestia por el asunto no llegaba a plasmarse en su rostro. Caminó hasta la oficina de su padre sin molestarse siquiera en anunciar su llegada, pero sí detuvo su paso al notar que su secretaria no se encontraba en su escritorio. Finalmente, decidió que ese era un asunto del que se encargaría en otro momento.

Golpeó la puerta e ingresó sin esperar respuesta.

La voz y las palabras de Toga se esparcieron por la amplia oficina retumbando duramente contra las paredes. Su padre, sentado frente a él, tomaba el teléfono móvil con fuerza y con la mano libre frotaba insistentemente sus sienes. Era más que obvio que algo malo había ocurrido. La mandíbula de Sesshomaru se contrajo, mostrando un leve gesto de disgusto en sus labios.

—¿Cuándo? —preguntó Sesshomaru una vez que su padre cortó la llamada.

—Esta madrugada —respondió Toga—, al menos para nosotros, era de mañana para ellos.

Toga tenía la mano semi-cubriendo su boca los codos apoyados en su gran escritorio.

—¿Cómo lo descubrieron? —preguntó.

—Rentaron un bote temprano en la mañana —respondió Toga—. Debían devolverlo antes del mediodía, y al no tener noticias, el dueño envió gente a buscarlos. Pero no encontraron rastros de ellos, ni siquiera del bote —respiró profundamente y continuó—: El dueño quería reportarlo como robado y solicitó los datos de Inuyasha al hotel. Aún no han pasado las 24 horas habituales, por lo que el gerente del hotel pidió al hombre que esperara y se comunicó con la agencia de viajes.

Toga levantó la mirada hacia su primogénito, quien se la devolvía aparentemente sin emoción alguna.

—Ayame llamó personalmente hace una hora, prometió informarme inmediatamente si tenía más noticias.

—Están de luna de miel, ¿no crees que están escondidos en algún sitio? —preguntó Sesshomaru.

Toga levantó una ceja ante la acusación de su hijo.

—Kikyo no permitiría algo de esa magnitud —respondió pensativo—. Tienen una hija por quien responder ahora.

Sesshomaru estuvo de acuerdo con eso, su cuñada era completamente opuesta a su hermano y tenía un gran sentido de la responsabilidad. No permitiría ese tipo de juegos.

—El avión sale en dos horas. Myoga se encargará de todo —escuchó a su padre informarle y asintió levemente con la cabeza—. Isayoi irá conmigo.

—¿Qué pasará con Rin?

La pregunta de Sesshomaru quedó al aire por unos segundos. Un ligero estremecimiento recorrió su espalda al pensar en tener que darle una noticia como esa a la niña.

—Quedará al cuidado de Kagome, como hasta ahora —respondió Toga.

El labio superior de hijo se frunció ligeramente.

—Es preferible —dijo Toga antes de carraspear—… Es preferible que Kagome tampoco lo sepa… por ahora. Rin podría sospechar que algo ocurre si ella…

—¿No deja de llorar? —interrumpió a su padre con desdén.

—No puedes culparla, Sesshomaru —reprendió Toga—. Su hermana está desaparecida, al igual que tu hermano…

—Medio-hermano —corrigió Sesshomaru automáticamente ante la reprochadora mirada de su padre.

—¡Que es hijo mío al igual que tú! —exclamó Toga impaciente.

Se levantó del sillón donde reposaba, golpeando el escritorio con los puños, sus ojos mostraban lo que su fortaleza no y estaba más que destrozado ante la idea de perder a su hijo menor. Sesshomaru no pudo hacer más que permanecer en silencio.

—Mantén el celular encendido —le ordenó antes de salir de su oficina dejando a Sesshomaru con las manos empuñadas.

Sus párpados se cerraron sobre las doradas orbes, dejando caer sus manos a ambos costados. Tras unas breves bocanadas de aire, pasó una de sus manos por sus sedosos cabellos y llevó la vista al paisaje que se vislumbraba a través de los grandes ventanales de la oficina. Se encargaría de mantener a su sobrina protegida. Giró sobre sus talones y salió de la oficina principal, cerrando la puerta tras de sí.

Su secretaria, que ahora sí estaba sentada en su escritorio, lo observó con temor y tragó saliva. Se había retrasado aquella mañana y, si ambos Taisho se encontraban dentro de la oficina, ambos la vieron fuera de su puesto de trabajo. Lo saludó con amabilidad, pero Sesshomaru ignoró por completo su intento de enmendar el error.

—Cancela las citas de esta tarde y las de mañana. Pásalas para la semana que viene —ordenó Sesshomaru sin dirigirle la mirada y continuó su camino hasta el elevador, no esperando a que ella terminara de levantarse ante la sorpresa.

—Pero…

—Que Sango se encargue de todo —dijo finalmente con una notable molestia.

La secretaria asintió y levantó el tubo del teléfono mientras lo observaba desaparecer tras las puertas de metal. Sabía que ese sería su último día como empleada de la compañía. La secretaria de Toga la observó con compasión, mientras terminaba de imprimir unas notas.

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Kagome estaba sentada a los pies de un árbol en medio de un pequeño parque, entre sus manos sostenía un libro con sus ojos vagando desde las letras impresas hacia un arenal donde Rin jugaba con una niña casi de su edad. Sus labios se curvaron en una sonrisa al ver a la pequeña de sus ojos reír. «"Todos los niños deberían ser así de felices…"», pensó mientras pasaba la hoja.

Los días habían pasado rápido desde el viaje de Kikyo e Inuyasha. Ellos llamaban cada día para desearle buenas noches a Rin y, aunque ella y la pequeña se divertían, podía jurar que la niña los extrañaba.

¡Y por supuesto que los extrañaba!

Era la primera vez que la dejaban sola por tanto tiempo. Aún así, con sus atenciones y las de Isayoi —que las visitaba durante la tarde a la hora de la merienda– la distraían.

Esa mañana de verano avanzaba con agonizante lentitud, el fresco viento que se escurría entre sus cabellos y los despeinaba le hacía sentir la proximidad del otoño. Rin se acercó a ella corriendo y se sentó a su lado.

—¡Kagome-sama! —llamó Rin—. ¡Mayu dijo que visitó la feria ayer! ¿Rin también puede ir?

Los ojos marrones de Rin brillaban con intensidad y esperanza.

—Esta noche, cuando tus papás llamen, les preguntaré —respondió Kagome cerrando el libro despacio.

Lo colocó a su lado al ver el puchero que se formaba en los labios de la pequeña. Estiró los brazos para atraparla y la sentó en su regazo, acariciando su cabello.

—Prometo llevarte mañana mismo si me dicen que sí, ¿de acuerdo?

Kagome levantó su meñique hacia Rin que aún seguía gesticulando en desagrado.

—Prepararemos ga-lle-tas… —canturreó Kagome con tono risueño haciendo sonreír a Rin, que levantó su meñique también y lo enganchó con el de ella.

—¿Con chispas? —preguntó Rin, haciendo oscilar sus manos aún enlazadas.

—Con chispas —asintió Kagome, levantándola de su regazo—. Es hora de volver, pequeña elefanta. Kaede se molestará si el almuerzo se enfría.

—La nana Kaede es muy gruñona —dijo con el ceño fruncido y ambas empezaron a reír.

Recogieron sus cosas y volvieron a la casa.

Algunas horas después, el timbre anunció la llegada de un visitante. Una de las sirvientas abrió la puerta de la entrada e hizo una reverencia antes de señalar el camino hacia la cocina. Esto provocó que una de las delgadas cejas del apuesto visitante se levantara en señal de duda. Caminó impasible hasta que escuchó unos murmullos, ruidos de objetos cayendo y risas. A pesar de no ser habitué a dejar ver sus emociones, no pudo evitar la sorpresa que se reflejó no sólo en sus ojos esta vez, sino en su boca semi-abierta, incrédulo del desastre del cual era testigo. Kagome estaba en el piso con claros signos de haber resbalado con lo que parecía ser una masa. Mientras, Rin tenía un bol de plástico en la cabeza con más de dicha masa cayéndole por un lado de la cara. Contuvo la carcajada que amenazaba con nacer en lo profundo de su garganta y frunció el entrecejo, mirando hacia el techo… «"¡¿Cómo demonios llegó eso ahí?!"», era la pregunta circulaba la mente de Sesshomaru cuando carraspeó ligeramente, haciendo notar a las chicas de su presencia.

Ellas automáticamente dejaron de reír.

—¿Cómo explican eso? —preguntó señalando el pedazo de masa pegado al techo.

Kagome tragó saliva cuando Rin la apuntó acusadoramente con el índice.

—Probábamos… ¿la consistencia? —respondió Kagome con seriedad.

Pero Rin empezó a reír, haciendo que Kagome también riera, levantándose ella primero y estirando las manos para levantar a la niña.

Sesshomaru deseó no haber preguntado.

Con cuidado, Kagome retiró el bol de la cabeza de Rin y con un paño empezó a quitarle los restos de masa de la cabeza, esperando que el estreñido hombre calmara su evidente molestia.

—¿Qué haces aquí? No esperábamos tu visita —dijo Kagome mientras lo observaba de reojo.

Sesshomaru tuvo que reprimir sus ganas de voltear los ojos. Estaba más claro que agua el hecho de que no lo esperaban.

—¿Kikyo te envió a ver si la casa seguía en pie? —bromeó ella aunque pronto se arrepintió.

El hombre la miraba con aburrimiento, sin mover un solo músculo. Entonces, Kagome bajó a Rin y comenzó a recoger los recipientes que habían usado.

Era definitivo que Sesshomaru no había cambiado de actitud en los últimos años. Su constipación y falta de tacto al tratar con las personas seguían siendo parte de limitado repertorio social. Era casi una lástima que un hombre como él fuera tan atractivo. Kagome suspiró recordando con pesar situaciones pasadas con el susodicho.

—Kagome-sama y Rin prepararon galletas con chispas —dijo Rin extendiendo hacia Sesshomaru un recipiente que contenía unas cuantas galletas recién horneadas—. ¿Quiere probar una? —preguntó por último, sonriendo exageradamente.

Sesshomaru elevó una ceja y tomó una galleta, llevándosela a los labios sólo para no entristecer a Rin. La probó, no pudiendo –nuevamente– reprimir una mueca que se debatía entre el dolor y asco. Escupió –¡Sí, escupió!– el trozo de galleta que tenía en la boca y corrió hasta el refrigerador tomando en tragos largos el agua directamente de una botella. Kagome abrió los ojos y la boca, quedándose muda ante su reacción. Pero pronto aquella sorpresa se tornó rabia.

¡Cómo se atrevía a escupir la galleta frente a Rin!

No sólo estaba insultando la manera en que cocinaba. Estaba rompiendo el corazón de la pequeña y lo podía ver en los marrones ojos llenándose de lágrimas.

—¡¿Quién demonios te enseñó a cocinar, mujer?! —exclamó Sesshomaru a Kagome, una vez repuesto.

Se acercó a ella y agachó la cabeza para que lo mirara de frente.

—¡¿Qué quieres decir con eso?! ¡A todos les encantan mis galletas! —dijo Kagome frunciendo el ceño y alzando la voz para igualar la de él.

—¿A quién, en su sano juicio, le gustaría esa p…

—¡Ni te atrevas a terminar esa frase delante de Rin! —interrumpió Kagome tapando con ambas manos la boca de Sesshomaru, quien retrocedió ladeando la cara.

Kagome lo miró con recelo.

—¡Esas galletas son deliciosas! A Rin le encantan…

—¡¿Le das ESO a ella?! —preguntó Sesshomaru con la indignación pintada en la cara, mientras tomaba una galleta del recipiente que Rin aún sostenía y la ponía frente a los ojos azules de Kagome —¡Ella no debería comer algo con tanto picante!

—¿Picante? —preguntó— ¡Las galletas no llevan picante!

La ceja de Kagome se elevó cual signo de interrogación. «"Sólo porque no las preparó su chef personal…"», pensó molesta mientras tomaba la galleta que tenía enfrente y metía más de la mitad en su boca.

—Está delic… —empezó a decir.

Pero después de masticar un par de veces, no pudo sino escupir la galleta sobre el elegante traje de Sesshomaru, al cual no le dio tiempo de reaccionar pues la chica ahora estaba imitando sus acciones anteriores, dejando que el agua se llevara el picor que sentía en todas y cada una de sus papilas gustativas.

—Rin… —llamó Sesshomaru en un tono neutral volteándose hacia la niña, con un ligero tic en la ceja.

Rin lo miró con inocencia mientras ocultaba el recipiente, inútilmente, detrás de ella.

—¿Le pusiste un ingrediente secreto a la masa? —preguntó.

La sonrisa de Rin se extendió de oreja a oreja. Sesshomaru no necesitó más respuesta que esa. Kagome tomó el recipiente que Rin sostenía y, tras darle un pequeño beso en el cachete, le explicó que debían tirar las galletas. Al ver los ojos chocolate remojarse nuevamente en pequeñas lágrimas que aún no caían, Sesshomaru se quitó el saco del traje –pensando en que debía tirarlo en algún basurero camino a su casa– y lo dejó sobre una silla, mientras se remangaba la camisa hasta los codos. Kagome lo observó empezar a revisar los cajones de la cocina. «"¿Qué pretende Pomposo-sama ahora?"», pensó. Los azules ojos de Kagome seguían todos sus pasos, con el ceño fruncido y con los brazos cruzados bajo la línea de sus pechos.

—Rin, ve a bañarte —ordenó.

La fría voz de Sesshomaru congeló los sentidos de Kagome, hasta que sintió un pequeño tirón en su pantalón. Mirando hacia abajo se encontró a Rin haciendo pucheros.

—Rin no quiere bañarse sola.

Kagome asintió con la cabeza comprensiva y la cargó, mientras miraba hacia Sesshomaru, sus ojos se encontraron. Hacia tiempo que Kagome se había rendido en la misión de entender qué pasaba por esa plateada cabeza, por lo que ladeó el rostro hacia la puerta y, por fin, se retiró de la cocina con su sobrina mientras empezaban a cantar.

Las manos de Sesshomaru se movían expertas con elegantes movimientos que hacían parecer a su preparación una futura maravilla gastronómica. Harina, manteca, leche, azúcar, una pizca de sal y vainilla, se mezclaron en el bol y se conjugaron con las chispas de chocolate que ahora caían como lluvia sobre la pegajosa masa. Ni muy sólida. Ni muy líquida. Perfecta.

Directo a una bandeja y al horno.

Mientras los minutos pasaban, cuando no quedaba nada más que hacer que esperar, Sesshomaru empezó a limpiar la mesada de la cocina y el resto de ella. De una sola cosa estaba seguro: odiaba a esa mujer. Parecía no querer crecer. Se comportaba como una criatura de la edad de Rin. ¿Pensaba saltarse la etapa de "adulto"? No. Definitivamente, no podían dejar a su sobrina con ella como tutora. «"Tutora…"», pensó. Era muy pronto para empezar a pensar en ello.

Al terminar de limpiar, Sesshomaru sacó la bandeja del horno y la colocó sobre un repasador, para después introducir otra bandeja llena de montículos de masa separados entre sí. Se limpió las las manos con un trapo de cocina, sacó del bolsillo de su pantalón su teléfono celular y observó la hora. Eran las seis de la tarde y no había recibido llamadas. Le pareció extraño, así que marcó el número de su padre y esperó. El tono de espera sonaba sin cese, hasta que la voz de su padre contestó.

—¿Alguna noticia? —preguntó cuando el interlocutor respondió.

Sesshomaru podía escuchar el lastimero tono de voz de Toga responder y luego interrogarlo.

—Estoy con ellas… —respondió y calló por un momento mientras escuchaba a su padre.

La conversación transcurrió un poco más hasta que escuchó la risueña voz de Rin acercándose hacia la cocina y a la insoportable mujer respondiéndole con la misma alegría al atravesar la puerta.

—Debo colgar —dijo Sesshomaru antes de hacerlo.

Kagome se quedó asombrada al entrar a la cocina. ¿Fue la Señora Kaede? El lugar relucía de limpio y el olor a vainilla que exhalaban las recién horneadas galletas hizo a su estomago rugir. Bañar a Rin era un poco agotador, ya que la niña deseaba juegos fantasiosos sobre piratas y patos de goma mágicos que nadaban por todo el mar que ella llamaba "tina" buscando a sus amigos perdidos. Vio a Rin correr hasta su tío y abrazarse a una de sus largas piernas, mientras el removía sus cabellos y guardaba su celular en el bolsillo nuevamente.

—¿Sesshomaru-sama horneó galletas? —preguntó Rin.

Sesshomaru asintió con la cabeza a su pequeña sobrina, mientras le indicaba que fuera a la mesa a esperar. Ella echó a correr y los dejó solos.

—Supongo que debo agradecerte… —dijo Kagome sin moverse del marco de la puerta, con los brazos cruzados.

Sesshomaru la ignoró, sirviendo leche en un vaso y colocando unas galletas en un plato. Kagome bufó harta y salió de la cocina.

Por un momento… sólo UN momento pensó que el hombre no era tan ruin como siempre creyó, pero obviamente estaba equivocada. Al menos se mostraba amable con Rin. Subió las escaleras cuando el aristocrático hombre salió de la cocina y se encaminó hacia el comedor. Ese hombre siempre sacaba lo peor de ella. Un baño estaría bien antes de que Kikyo e Inuyasha llamaran, decidió la joven.

Las horas pasaron y cerca de las diez de la noche Rin empezó a bostezar, aunque aún muy inquieta como para dormirse. Sesshomaru levantó los ojos de los papeles que tenía en su mano para observarla.

—Es hora de dormir, Rin —dijo con su monótona voz.

—Pero aún no llaman —respondió Rin haciendo un gesto con los labios.

Kagome miró una vez más el reloj de la sala. «"Es raro que no hayan llamado aún…"», pensó al tiempo que sopesaba un bostezo.

—Es tarde, y debes dormir —dijo Sesshomaru poniéndole punto final a la discusión.

Él volvió la vista a los papeles que debía firmar, pero escuchó como la niña suspiró desanimada.

—¿Entonces Rin no irá a la feria mañana? —preguntó con desánimo.

Kagome sonrió ligeramente mientras se acercaba a ella y extendía los brazos.

—Estoy segura de que a tus papás no les molestará que te lleve a la feria —dijo con suavidad abrazándola —. Si llaman, me encargaré de preguntarles. ¿Trato? —propuso viendo como los labios de Rin se curvaban poco a poco en una sonrisa.

Rin alzó sus brazos y dejó que la joven la cargara con cariño, para llevarla a la cama.

—Dile buenas noches al aguafiestas de tu tío —le susurró al oído.

—¡Buenas noches, Sesshomaru-sama! ¿Vendrá a ver a Rin mañana?

Sesshomaru no levantó la mirada hacia la niña, pero respondió con un escueto —: Hn.

Kagome, más tranquila, recostó a Rin en su confortable cama. En ese momento, la pequeña pidió que le contara un cuento, pero no quería uno de los que ya conocía, quería uno de seres mágicos. —Mmm… déjame pensar entonces —dijo Kagome llevándose el dedo índice a los labios —Muy bien, aquí vamos…

Decidió narrarle una vieja historia que le había contado el Abuelo cuando era pequeña. Una historia acerca de una muchacha que había viajado en el tiempo 500 años en el pasado, al Sengoku Jidai, específicamente. La historia hablaba de una poderosa perla que otorgaba poder y vida a quien la poseyera, pudiendo volverse maligna bajo las manos incorrectas. La chica había nacido con la perla en su interior y en su afán de proteger la perla una vez que estuvo en el pasado, la perla fue destruida en miles de pedazos que se repartieron por todo el Japón antiguo. La misión de la joven y su acompañante –un hanyu con orejas de perro– era reunir todos y cada uno de los fragmentos de la joya para impedir que cayera en las manos del ser más malvado que pisó la tierra y pedir el último deseo.

—¿Cómo se llamaba la chica? —interrumpió Rin antes de bostezar.

—No lo sé —dijo Kagome—. ¿Cómo te gustaría que se llame? —preguntó sonriendo y acomodó un cabello de Rin que caía sobre su mejilla.

—Kagome, como Kagome-sama —respondió Rin antes de soltar otro pequeño bostezo.

—Muy bien, entonces se llamará: Kagome —dijo riendo—. Pero ahora, es momento de que Rin vaya a dormir.

Rin acomodó mejor la cabeza sobre la almohada y con suavidad dijo—: Ojalá encuentren todos…

—Estoy segura de que lo harán —le dijo con suavidad—. Ahora duerme, otro día te contaré más.

Dejó un pequeño beso en la frente de Rin, quien pronto cerró los ojos. Kagome encendió la lámpara de noche y dejó la puerta entreabierta después de salir. Suspiró. Estaba cansada.

Caminó hasta la sala y se encontró a Sesshomaru aún sentado en el gran sofá. ¿Acaso no tenía una casa a la cual ir? ¿O alguna novia que alegrar? Lo último casi le parecía imposible... especialmente la última parte.

—Rin ya está dormida —anunció recogiendo algunos juguetes que la niña había bajado.

Era bien sabido que Sesshomaru era adicto al trabajo, era viernes de noche y él había pasado prácticamente toda la tarde horneando galletas y escuchando los incesantes canturreos de Rin. Kagome elevó una ceja con sospecha y se giró hacia el hombre.

—Ahora, ¿me dirás cuál es todo el teatro de "No soy un bastardo insensible y me gusta pasar tiempo de calidad con mi sobrina"? —preguntó mientras se agachaba para recoger algunos juguetes del piso.

Sesshomaru dirigió sus molestas orbes a la mujer y se levantó del sofá para tomarla de un brazo, haciendo que los juguetes que Kagome sostenía cayeran al piso.

—¡¿Eh?! ¡¿Qué te pasa?! —preguntó, asustada— ¡¿A qué viniste, Sesshomaru?!

Kagome intentó soltarse de su agarre, pero no lo consiguió.

—Rin no necesita otra compañera de juegos de ti —terminó aflojando el agarre.

La barítona voz de Sesshomaru provocó que una corriente recorriera toda la espina dorsal de Kagome. El repentino cambio en los ojos dorados la hizo sentir un profundo temor, pero no iba a retroceder frente a él.

—¡¿Qué quieres decir con es-—empezó a decir la azabache cuando el sonido del teléfono los interrumpió.

Sesshomaru soltó inmediatamente su brazo caminando hasta el aparato para levantar el tubo y contestar. Kagome miró como sus dorados ojos se entrecerraron levemente.

—¿Son ellos? —preguntó ella. Sesshomaru la miró de reojo, pero no respondió.

Kagome bufó mientras se agachaba a recoger una vez más los juguetes. Estaba muy molesta.

—No pierdan contacto —dijo Sesshomaru y eso fue todo lo que Kagome escuchó antes de verlo colgar el teléfono unos segundos después.

—Prepara a Rin mañana por la mañana.

Ella arqueó una ceja sin entender.

—Estaré aquí antes de las 9 —informó él bastante irritado.

Aún no entendiendo a qué se refería Sesshomaru, Kagome asintió.

—Cierra la puerta al salir —le pidió Kagome antes de empezar a subir las escaleras maldiciendo por lo bajo al presuntuoso, arrogante, frío y poco comunicativo hombre.

Presentía que Sesshomaru tenía más de una razón para darle tanta importancia a la niña repentinamente. No es que no le diera importancia antes, pero el hecho de pasar un día —o dos— en casa de su hermano, no era algo propio de él.

—Es un idiota —declaró.

Kagome sonrió mofándose mientras dejaba los juguetes en el cuarto de Rin, tratando de no hacer mucho ruido.

Le esperaba un largo día mañana.

Por su parte, Sesshomaru vio como la luz del pasillo se apagaba y la casa quedaba prácticamente a oscuras. El silencio en ella le recordó lo que le aguardaba al llegar a la suya. Sin más que acotar, se retiró, cerrando la puerta al salir.


Muy bien! Espero que les gustara el capítulo, a pesar de que el trasfondo es un poco triste... No se preocupen, pronto sabrán más sobre cómo continúa agradecerles por los reviews! De verdad me emocionó que la leyeran y que les gustara! Por lo que de verdad deseo que este también les guste.

Dejen más reviews con sus opiniones si? Harán un gran trabajo con mi estado de ánimo en este momento.

Que tengan un buen inicio de semana! :)

* Re-edición: Corrección de errores ortográficos y gramaticales, entre otros.