Disclaimer: Los personajes no me pertencen, son creación de Rumiko Takahashi. FF creado sin fines de lucro.
* Publicación: 07-09-12
129 DÍAS JUNTO A TI
Capítulo 2: Algodón de azúcar y sal
Día 33: 21 de Abril 2012
Sesshomaru repensó el día anterior y llevó la mano instintivamente al bolsillo donde tenía el celular, el cual permanecía mudo. ¿Había cancelado sus reuniones para el día de hoy y desviado todas las llamadas? Sí, por supuesto. Se maldijo mentalmente. Ya de por sí la semana siguiente, que se aproximaba a paso voraz, sería atareada. Él sólo consiguió ajustarla aún más. Pero, ¿qué más podía hacer? Necesitaba asegurarse que su sobrina estuviera bien y que Kagome no se enterara por las malas lo que había ocurrido con Inuyasha y Kikyo. La prensa estaba al asecho y eso no era nada recomendable para la salud mental de la mujer, ahora, encargada de velar por el bienestar de Rin.
Las observó bajar las escaleras tomadas de las manos. Rin hablaba animadamente mientras Kagome cubría con su mano libre un bostezo. Las marcadas ojeras bajo sus ojos le dieron a entender que aquella no había sido una buena noche para la temperamental mujer.
Y, en definitiva, en lo que duró la oscuridad, los pensamientos flotaron alrededor de la cama de Kagome cual buitres sobre un cadáver. Algo en la actitud de Sesshomaru la había dejado consternada y su inesperada visita no ayudó en nada a sopesar su extraña actitud. La relación que ambos mantenían nunca fue del todo buena, debía admitirlo. El hombre no era capaz de mostrar UN solo sentimiento o preocupación por otro ser humano que no fuera él mismo y por eso le parecía en extremo raro la forma en que se estaba comportando.
Ella, por su lado, era todo lo contrario.
Kagome entró lentamente al comedor, con la mirada somnolienta perdida en otro lugar, sentándose en la mesa y murmurando a Sesshomaru un leve —: Buenos días.
Tan distraída y ensimismada se encontraba, que se sobresaltó cuando Kaede colocó un vaso de jugo frente a ella. Ella levantó la mirada, cruzando sus ojos con los de Sesshomaru desviándolos casi de inmediato. Él no pudo evitar recorrer con la mirada la piel que se revelaba bajo la fina tela del pijama de tirantes que Kagome llevaba puesto. Ella no llegó a notar la manera en que observó cada curva expuesta por encima de la mesa.
—Kaede, ¿entregaron el periódico esta mañana? —preguntó ella, de pronto.
Sesshomaru observó de reojo a la anciana ama de llaves, que cerró los ojos y colocó sus manos tras la espalda.
—No, niña, los sábados no los entregan aquí —mintió abriendo los ojos y mirando por pocos segundos al hombre de orbes doradas.
Kaede conocía a Kagome desde que era una niña, las había criado a ella y a Kikyo como ahora criaba a Rin. Por lo que estaba de acuerdo con Sesshomaru en que no era la mejor manera de enterarse de la desaparición de su hermana y su cuñado.
El ceño de Sesshomaru se mantuvo fruncido durante todo el desayuno, lo cual no era sorpresa para Kagome ya que era una constante en él. Sin embargo, había algo en su mirada –y no era el hecho de que la dirigía cada cierto tiempo hacia ella– que la hacía sentirse más que cohibida, ansiosa. Su sobrina seguía conversando con él, le hablaba sobre los nuevos crayones que Inuyasha le había regalado antes de viajar y los dibujos que Kaede consideraba como cabras rechonchas. No pudo evitar reír al ver la mueca en los labios de Sesshomaru al enterarse de que lo que Rin había tratado de dibujar: a él. La glacial mirada dorada, una vez más, se encontró con la azulada suya.
—Termina tu desayuno, Rin —dijo Sesshomaru terminando de limpiarse los labios elegantemente con una servilleta, la cual dejó sobre la mesa —. Nos vamos en 15 minutos.
Sesshomaru se levantó.
—¡Sí! —exclamó Rin con entusiasmo y comió más rápido, llenando su pequeña boca con grandes pedazos de panqueques. Kagome sonriendo le pidió que tomara pedazos más pequeños para no atragantarse, mientras ella hacía lo mismo.
No pasó mucho tiempo antes de que llegara la hora acordada y tras peinar a Rin con una pequeña media cola hacia la derecha, ambas bajaron listas para ir a la feria. Sesshomaru decidió que la niña se veía adorable con ese peinado y salieron de la casa. Kagome colocó el asiento para criaturas en el asiento trasero del auto de Sesshomaru, abrochando hábilmente el cinturón para mantener a Rin segura. Cuando cerró la puerta, observó al susodicho parado junto a la puerta del copiloto, la cual abrió y le ofreció la mano para ayudarla a subir. Kagome parpadeó, tardando unos segundos en reaccionar, levantar una ceja y aceptar el gesto. Los ojos color oro seguían con su misma expresión –aburridos, glaciales, inexpresivos– al cerrar la puerta. Pronto lo vio subir del otro lado, ajustarse el cinturón y arrancar el vehículo.
El camino era de más o menos de una hora y los incesantes cantos de su sobrina y la tarada que tenía como concuñada estaban empezando a hacer mella en su cerebro. Sus manos apretaron el volante hasta que sus nudillos quedaron isquémicos. Intentó relajarse, pero su mente lo llevaba hasta la conversación que había tenido con su padre esa noche. Hasta ese momento tenían pocos datos acerca de Kikyo e Inuyasha, estaban perdidos aún y no quedaron rastros de ellos en las orillas más próximas. Por un instante, consideraron la idea de una huída romántica hasta una de las islas inhabitadas, también señalaron que un secuestro podía ser una probabilidad. Cabía la posibilidad, ya que se trataba del segundo heredero de una de las empresas más grandes de todo Asia. Empresa de la cual él debía hacerse cargo él por los próximos días. Inuyasha y Kikyo, en una isla caribeña y sin un comité de seguridad vigilando los alrededores, podían ser considerados un blanco más que fácil. Sus ojos se entrecerraron una vez más antes de mirar de reojo a Kagome. Toga le había pedido que le informara a la chica de lo ocurrido y que tratara de contenerla. Bufó para sus adentros.
—Veo, veo… algo de color azul —dijo Kagome con un ligero tono cantado.
—¿El cielo? —preguntó Rin y vio a su tía negar con la cabeza —Mmm… ¿la camisa de Sesshomaru-sama?
Esto llamó la atención del aludido. Vio a Kagome asentir.
¿Lo estaba observando?
Eso no debía perturbarlo de ninguna manera. No. Por alguna razón, lo primero que pensó cuando Rin preguntó, fue que Kagome le prestó atención. «"Tonterías."», ahuyentó el pensamiento enfocando más la vista en las líneas que se dibujaban en el asfalto. Si esa mujer lo miraba, pues bien por ella.
Tener su atención no le importaba, después de todo.
Así transcurrieron los últimos kilómetros antes de llegar hasta la famosa feria. Los ojos marrones de Rin se abrieron en sorpresa, tratando de sobremanera inundar su mente con todo lo nuevo que se extendía frente a ella. Podía ver a lo lejos una rueda de la fortuna que giraba y una montaña rusa que hacía un recorrido laberíntico, con varias vueltas y retorcijones del metal. Su sonrisa se ensanchó al tiempo que Kagome abría la puerta trasera y empezaba a desabrochar el cinturón, extendiendo luego sus brazos para cargarla. Rin se tiró a ella encantada. Quería recorrer todos y cada uno de los juegos, prometiéndose a sí misma arrastrar a sus tíos con ella. Tendría tanto que contarles a sus papás cuando regresaran.
—¿Y bien? —pregunto Kagome— ¿Qué opinas, Rin?
Sonrió al verla mirar de un lado al otro, como queriendo capturar todo lo que veía.
—¡Es enorme…! —respondió— Y…Y… ¡Rin quiere eso! —exclamó señalando un puesto de algodón de azúcar, donde un grupo de niños y padres esperaban por su turno.
—Compraremos unos después, ¿de acuerdo?
Kagome le tocó la punta de la nariz mientras Sesshomaru se acercaba a ellas. Las observó y siguió su camino hasta la entrada del lugar para comprar los boletos.
—No se separen —dijo Sesshomaru con voz impasible cuando ambas llegaron hasta él. Kagome asintió y pasaron a través del inmenso portal que tenía el nombre de "Feria Imperial" en kanjis rojos con pequeños focos alrededor.
Rin tomó la mano de Sesshomaru también y con todo el entusiasmo que le provocaba estar ahí, los arrastró por todas las atracciones. Todo en aquel lugar le parecía a Rin nuevo y fantástico. Sus ojos se abrían a tal punto que en repetidas ocasiones Kagome pensó que iban a salirse de sus órbitas. La tarde avanzó rápida de esta manera, entre juegos, algodones de azúcar, risas y caídas. Llegaba tiempo de irse, pero antes de hacerlo Kagome decidió que deseaba subir a la rueda de la fortuna. Viendo el peligro que implicaba a su sobrina colgando a 15 metros de altura sin cinturón o alguien responsable que la cuidara, Sesshomaru subió con ellas.
Los ojos de Rin se iluminaron tan pronto como llegaron a la cima por primera vez. Podían ver kilómetros de la ciudad extendiéndose frente a ellos a través del vidrio, observaron el sol ocultándose y los tonos naranjas y violáceos mezclándose como en la paleta de un pintor. Las luces de los edificios y casas iban cobrando brillo a medida que la oscuridad se cernía sobre el horizonte. Sesshomaru decidió que era un bello paisaje y que era hora de volver a casa. Miró a Kagome y sus labios se abrieron pero no emitieron sonido alguno. Sus ojos brillaban como zafiros frente a la luz naranja, otorgándoles un hermoso resplandor de extraño color. Toda ella se iluminó con los matices del atardecer, incluso sus cabellos ondulados que caían por encima de su hombro hasta su espalda moviéndose con cada risa que salía de sus labios. Frunció el ceño.
¡¿De qué demonios se trataba todo esto?!
Kagome volteó y notó que su mirada se mantenía fija en ella. Se sonrojó y agradeció que él no pudiera notarlo por la oscuridad que poco a poco iba cubriendo todo.
Cuando estaban volviendo a la casa, Kagome escuchó a su pequeña sobrina acompasar su respiración.
—Está agotada —dijo con suavidad Kagome volteándose a ver el perfil de la pequeña Rin dormida. Un "Hn" fue la única respuesta que obtuvo. Suspiró y volvió a enderezarse. «"Insoportable"», pensó Kagome, abrazándose.
—Inuyasha te dijo si volverían a llamar esta noche? —preguntó Kagome de pronto.
La mandíbula de Sesshomaru se tensó, sin que fuera muy notorio para ella.
—No —respondió Sesshomaru.
Kagome suspiró y giró su rostro, encerrando su atención a la ventana del copiloto.
—Rin los extraña... Pero, bueno, sólo quedan un par de días para que regresen —dijo ella con resignación.
Sesshomaru la escuchó bostezar y, poco después, descubrió que también se había quedado dormida. El viaje de vuelta parecía mucho más rápido y tranquilo con el corto momento de paz y quietud que le obsequiaba el silencio. Su día había estado más que repleto de niños bulliciosos, risas y juegos, de los cuales él no era más que un mero espectador —por supuesto—.
Al llegar a la casa, él posó una de sus manos en el hombro de Kagome, moviéndola ligeramente para despertarla. Sus finos y largos dedos se mezclaron con las negras hebras de su cabello, era tan suave como pensó que sería. «"¿Cuándo pensé en eso?"» Agitó su cabeza alejando ese tipo de pensamientos, mientras ella abría los párpados, dirigiéndole su mirada adormecida.
—Bájate —dijo él descendiendo del automóvil para cargar a Rin con mucho cuidado, sin despertarla.
Kagome observó cómo él entraba a la casa y subía las escaleras hacia el cuarto de Rin. ¿Cuánto tiempo había dormido?
Sin posibilidades de obtener una respuesta a su pregunta, tomó sus cosas del vehículo y decidió darse un baño. Con suerte, él se marcharía antes de que ella terminara.
Sesshomaru se encontraba terminando de arropar a Rin, cuando su teléfono celular empezó a vibrar.
Más de media hora después, se encontraba sentado en la sala con un vaso de whisky seco en la mano y el teléfono olvidado sobre la mesa ratona. Una vez más, el líquido ambarino se deslizó por su garganta mientras su mente ágilmente analizaba la información que le había proveído su padre.
—Así que encontraron el bote… —murmuró para sí mismo observando el vaso entre sus dedos.
Los pasos de Kagome bajando por la escalera dispersaron sus cavilaciones. Posó sus ojos en ella y en los rizos húmedos que se adherían a su piel.
—Ah, sigues aquí —recalcó ella—. Pensé que ya te habías ido.
Él se limitó a deshacerse del vaso, levantarse y caminar hacia las grandes puertas de caoba del estudio de Inuyasha. Kagome, extrañada, lo siguió hasta la habitación. En un aún más extraño movimiento vio como él aflojaba el nudo de su corbata y desabotonaba los primeros dos botones de su camisa, apoyado en el marco de la puerta.
Nunca. Y repito, NUNCA, Kagome lo había visto violar la impoluta textura almidonada de su aspecto con tal vehemencia. ¿Qué estaba pasando?
El silencio se extendió por el estudio durante algunos minutos.
—¿Y bien? —preguntó ella, con impaciencia—, ¿quieres darme otro sermón? ¿Lo llamamos: Madurando V 2.0?
Sesshomaru entrecerró los ojos y cerró la puerta con un golpe seco que la hizo dar un salto.
—Inuyasha y Kikyo desaparecieron —informó metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón.
Cada movimiento de la joven, era analizado por él. Fue así que notó como sus ojos se abrieron y se volvieron cristalinos al instante.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Kagome.
Él guardó silencio.
—¡Ellos llamaron anoche! —exclamó ella.
Kagome cerró los ojos con fuerza.
—Dime que lo hicieron…
Con la voz quebrándose, dio un paso hacia Sesshomaru.
—Tú hablaste con ellos anoche, ¿no es cierto?
Nuevamente, él guardó silencio.
—¡Carajo, Sesshomaru! —gritó enfadada —. ¡Respóndeme!
—¡Silencio, mujer! —exclamó él—. Rin...
Y Kagome lo entendió. Rin no podía enterarse. ¡Pero, mierda! Si tenía mil preguntas que necesitaban respuesta: ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? ¡¿por qué?!.
—¿Desde cuándo?
—Desdde ayer —respondió él.
Kagome apartó una lágrima con la mano.
—¡¿Porqué no me lo dijiste antes?! —cuestionó en voz baja.
Se acercó a él, intentando fulminarlo con la mirada.
—¡¿No te parece que tengo derecho a saber lo que pase con mi hermana?!
Esperó unos segundos y al ver que él no hablaba, ella continuó.
—¡¿Qué se supone que le voy a decir a mi madre?!
Un sollozo escapó de los labios de Kagome y esta mordió su labio inferior para evitar que otro más lo hiciera.
—Tu familia ya lo sabe —respondió él, impasible.
Ella levantó los ojos, indignada.
—¡¿Entonces soy la única que no lo sabía?! —cuestionó.
Él debía estar bromeando. ¿Cómo pudo ocultarle que...? ¡Ahora todo tenía una explicación! Su repentina necesidad de rondar a su sobrina en días laborales y llevarla de paseo, aún teniendo que soportarla a ella.
—¿Porqué?
Kagome bajó la mirada. Su pecho subía y bajaba con rapidez irregular, hipando con cada sollozo que detenía en sus labios.
—Porque eres patética ¿Crees que viéndote así como estás ella no tardaría en descubrir que algo pasó? —preguntó sin variar su tono.
Él se acercó a ella, hasta quedar a nada más que unos centímetros, mirándola desde toda su altura con el rostro congelado.
—Vete, si no eres capaz de controlarte —Sesshomaru dijo señalando la puerta con una mano, mostrándole simbólicamente el camino de salida.
—¡¿Qué demonios pasa contigo?! —preguntó ella, exasperada.
Primero él le decía que desaparecieron, sin acceder a dar cualquier otra información y ahora le decía que se vaya. ¡Semejante muestra de empatía! Sabía que Sesshomaru la odiaba, pero no tenía derecho...
Sin embargo, él tenía razón en algo: Rin no debía enterarse.
Kagome negó con la cabeza.
—Necesito saber todo —dijo secándose las lágrimas.
Sesshomaru hizo un ademán afirmativo con la cabeza y procedió a comentarle escuetamente algunos detalles que tenían hasta el momento.
Los ojos de Kagome se hundieron en el piso del estudio, mientras escuchaba la monótona voz de Sesshomaru relatándole lo ocurrido. Su desaparición. La búsqueda por tierra y mar. Sus padres y la madre de ella viajando para supervisar la búsqueda. El bote abandonado a la deriva. Sin rastro alguno de ellos. ¿Dos días y todo lo que sabían era que estaban perdidos en algún lugar del océano?
Cuando Sesshomaru terminó de hablar, juró que encontraría un charco de lágrimas bajo ella. Pero no fue así.
Su labio inferior temblaba ligeramente.
—Kikyo... —susurró.
No se atrevía a mirarlo nuevamente. Sentía que se derrumbaría frente a él si lo hacía.
—Gracias... por decírmelo.
Él no dijo nada. La vio abrir la puerta y desaparecer en el pasillo.
Un "Buenas noches", zumbaba entre las paredes de la ahora vacía habitación.
Día 34: 22 de Abril de 2012
A la mañana siguiente Kagome despertó ya cuando el sol estaba en lo alto, abrió con pereza los ojos escuchando pequeños ruidos que provenían de al lado de su cama. Deslizó la cabeza fuera de las sábanas para ver a Rin dibujando sobre el piso, acostada sobre su estómago y con los pies levantados y cruzados a nivel de los tobillos. Sonrió y se frotó los ojos, edematizados por el llanto de la noche anterior, antes de hablarle.
—¿Qué dibujas, pequeña elefanta? —preguntó con voz ronca.
Rin, que tarareaba una canción, se giró a mirarla sonriendo.
—¡La rueda de la fortuna! —exclamó ella feliz—. Rin quiere mostrarle a Kaede como es. Ella es muy vieja y ya no recuerda como era.
Kagome no pudo evitar una carcajada, bajó de la cama y depositó un ruidoso beso en la coronilla de la cabeza de Rin. Se dirigió al baño mientras la veía continuar su colorido dibujo y sintió a su fortaleza desplomarse al cerrar la puerta tras ella. No podía recordar cuánto tiempo había llorado antes de quedarse dormida. Remojó su rostro con agua y trató de limpiar los rastros de lágrimas que quedaban en sus mejillas. Kagome tomó un pequeño estuche de maquillaje —el cual rara vez usaba— para cubrir el cansancio y la tristeza de su rostro, mientras escuchaba como Rin seguía cantando. «"Kikyo e Inuyasha desaparecidos… ¿Qué será de mi pequeña?"», pensó mientras delineaba sus ojos y les colocaba un poco de máscara a sus pestañas. «"Maldito Sesshomaru..."»
De pronto, recordó la tarde en que había cocinado galletas para Rin. «"¿Estaba tratando de… hacerla sentir bien?"»
—¡Kagome-sama, Kaede dice que ya es hora de almorzar!
¡¿Almorzar?! ¿Cuánto había dormido?
Kagome escuchó tras la puerta a Rin y cuando le dijo que no tardaba en bajar, oyó sus ligeros pasos alejarse corriendo. «"Esto va a ser muy difícil…"», pensó. Notó que sus ojos volvían a llenarse de lágrimas, pero esta vez las reprimió y salió del baño para cambiarse.
No había tardado mucho en estar lista. Con unos jeans, unos zapatos bajos y una blusa estilo princesa, bajó las escaleras mientras acomodaba sus cabellos en una cola de caballo. Se acercaba al comedor cuando Kaede le cerró el paso, colocando una de sus arrugadas manos en su hombro, le dio fuerzas antes de dirigirla hacia el comedor. Se sentó frente a Rin y juntas se pusieron a inventar nuevos juegos y actividades para realizar durante la tarde.
—Rin se quedó dormida anoche —dijo la niña de pronto—. ¿Llamaron?
La niña mordió apenas un trozo de brócoli con los incisivos. Kagome tragó pesadamente el bocado que había llevado a su boca.
—No lo sé, pequeña elefanta. Tu tío fue el que habló con ellos.
Su voz se entrecortó en la última frase, pero Rin pareció no notarlo.
—¿Crees que Sesshomaru-sama vuelva hoy? ¡Ayer fue muy divertido!
Kagome no pudo hacer más que sonreír, ya que no sabía con seguridad. Pero estaba segura que él no dejaría pasar tanto tiempo sin aparecer en la vida de Rin nuevamente, no mientras no encontraran a sus padres.
Sesshomaru, por su lado, se encontraba en el estudio de su casa, poniéndose al día con el trabajo atrasado. Su cabeza parecía no tener descanso, entre informe e informe, no dejaba de pensar en Rin, en la mujer insoportable, en su hermano y en los problemas que se venían encima. Toda la noche, el llanto de Kagome se repetía sin descanso en su cabeza. Y esta situación empeoró después de la última llamada de su padre por la tarde; habían encontrado objetos perdidos en una isla remota a donde se hospedaban, pero sin señales de vida de alguno de ellos. Aparte de la policía local, un grupo de hombres contratados especialmente por su padre se encargaban de investigar. Toga ahora sentía aún más temor de no encontrarlos, cada hora que pasaba, cada día que se iba, se acercaba más y más a un resultado que no deseaba imaginar. Sin embargo, Sesshomaru insistía en que nada era seguro hasta que no los encontraran, ya sea que estén vivos o muertos. Lo cual era apoyado por ambas madres, Isayoi y Sonomi, que todavía tenían esperanzas de encontrarlos a salvo.
Sesshomaru resopló.
Las horas pasaron y cerca de las diez de la noche, firmó el último papel de la pila que se había acumulado. Movió el cuello y los hombros antes de dejar a un lado sus cosas y levantarse. Un guardia lo esperaba fuera de su casa, junto al auto. Esa era una medida que había tomado, no sólo consigo mismo, sino también con la niña y su "protectora". Decidió ir a casa de su hermano, aunque dudaba encontrar a Rin despierta, al menos podría hablar con la anciana ama de llaves o tal vez con la muchacha.
Kagome vigilaba el sueño de Rin, le había narrado otra parte del cuento que había empezado días atrás y la arropó cantando hasta que la pequeña cerró los ojos. Estaba por irse a su cuarto cuando escuchó movimientos en la planta baja. Sus pasos la llevaron hasta los pies de la escalera, desde allí observó cómo el cabello de Sesshomaru se movía ligeramente con el viento, él levantó la vista y se encontró con la de ella.
—¿Qué haces aquí? —preguntó caminando hasta él.
Sesshomaru reparó en los ojos opacos de Kagome, un poco hinchados y con restos de maquillaje que hacían más notorio el azul profundo de su iris.
—¿Cómo está Rin? —preguntó él en camino, ignorándola.
Su apatía se trasmitió con el tono de su voz, Kagome suspiró.
—Está bien, la dormí hace un rato.
Dicho esto encaminó sus pasos hasta la cocina, siendo seguida por Sesshomaru, no tan de cerca. Abrió la heladera y sacó una bandeja con lo que parecía ser un pastel de chocolate, colocándola sobre la mesada. Tomó unos platillos y unas cucharas, levantándolas hacia él.
—¿Quieres? —preguntó Kagome por cortesía.
Sesshomaru asintió y se sentó en una de las butacas que rodeaban la mesa flotante. Kagome suspiró, una vez más, antes de cortar dos pedazos del pastel y servirlos. Colocó el plato delante de él y se sentó en la silla del frente, tomando una cucharada pequeña de su porción. Pasaron los siguientes minutos en silencio, comiendo, sin mirarse. Hasta que un carraspeo de Sesshomaru llamó su atención.
—Tu madre ya está con mi padre e Isayoi.
Ella asintió.
—Souta me lo dijo hoy por la tarde —dijo Kagome suavemente antes de llevarse el último pedazo de pastel a su boca, sintiendo cómo el chocolate iba derritiéndose sobre su lengua y lentamente la animaba. Ella observó como Sesshomaru tomaba su platillo y lo llevaba hasta el lavabo de la cocina. Sus movimientos eran tanto ágiles como elegantes. «"Tonterías, sólo está lavando su plato."», pensó mientras su mirada se perdía en la luna a través de uno de los ventanales.
—¿Trabajas? —preguntó Sesshomaru.
Kagome dio un respingo al escucharlo, tomándose unos segundos antes de contestarle.
—Sí, sí —respondió—. Pedí unos días para quedarme con Rin —suspiró—. Creo que lo mejor será pedir más tiempo para no dejarla sola —dijo más para sí misma que para que él lo escuchara.
—Esperemos unos días más —dijo él y Kagome asintió levemente.
«"¿Esperemos? Qué demonios digo. Pero si ella se va, Rin quedaría sola…"», pensó Sesshomaru.
Frunció el ceño cuando la sintió cerca. Kagome comenzó a lavar su plato a su lado y luego colocó los utensilios que usaron en el lavaplatos.
—Buenas noches, Sesshomaru —se despidió Kagome saliendo de la cocina
Sesshomaru, por su parte, se quedó solo en la cocina, con las manos empuñadas sobre la mesada. Se sintió extrañamente vació al verla irse. «"Tonterías…"», se repitió por última vez antes de dirigirse hacia la salida de la casa.
Bueno! Este capítulo llegó mucho antes de lo que pensaba, me había costado empezarlo al principio pero la noche trajo consigo a la musa y aquí tienen el resultado. Espero de verdad que les guste, prometo que no todos los capítulos van a ser tan tristes. De verdad agradezco muchísimo el apoyo que me dan con sus reviews! Proximamente iré respondiendo sus preguntas con los capítulos que tengo planeados, así que, de verdad gracias por el interés! Nos estamos leyendo, amores.
* Re-edición: Corrección de errores ortográficos y gramaticales, entre otros.
