Disclaimer: Los personajes no me pertencen, son creación de Rumiko Takahashi. FF creado sin fines de lucro.

* Publicación: 17-09-12


129 DÍAS JUNTO A TI

Capítulo 3: Entre detectives, abogados y bocadillos

28 de Abril de 2012

De unos labios femeninos salió un grito de dolor cuando su pie derecho se posó en la tierra cubierta con hojas muertas y pequeños insectos que se paseaban sobre su superficie. La hinchazón que se extendía por la circunferencia de su tobillo, que ahora estaba menguando, la había alertado días antes haciéndole pensar que se trataba de algún hueso roto. Pero esa idea fue descartada al inspeccionar su extremidad dolorosamente con los dedos de sus manos. Se sentó nuevamente en el tronco viejo de un árbol caído mientras miraba al cielo desconsolada. Su piel estaba más pálida y sucia, se imaginó a sí misma con el cabello enmarañado, lleno de ramas y tierra, lo que le recordó a las mejillas de su pequeña hija, siempre cubiertas de suciedad. Kikyo sonrió para sus adentros, al menos ella estaba en un lugar seguro con alguien que la cuidaría tal como ella lo haría. Sus ojos rojos de tanto llorar se estrecharon en la espesura de los árboles y montañas que la rodeaban, buscando entre los troncos y el follaje el camino que la llevaría hasta su marido. Algo que no había dejado de hacer desde que recuperó la consciencia.

Las reglas de supervivencia le habían sugerido, en un principio, quedarse en donde estaba. Pero su instinto la hacía querer salir corriendo de ese desolado lugar y encontrar a Inuyasha. Hecho solamente impedido por el actual estado de su miembro inferior. Sin embargo, necesitaba saber que él estaba bien. Y esperaba que en mejores condiciones que ella. Kikyo debía estar agradecida, pensó. Para la caída que sufrió, un tobillo lastimado y algunos raspones —unos más profundos que otros— que empezaban a cicatrizar con un halo rojizo rodeándolas y que cubrían gran parte de su cuerpo, eran casi un chiste. Una vez más intentó ponerse de pie, recargando su peso sobre la pierna "sana", al tiempo que usaba el tronco de un árbol cercano para sostenerse. Con el esfuerzo que significaba moverse en tales condiciones, después de varios días comiendo sólo algunas bayas silvestres que encontraba en el camino, prosiguió su búsqueda saltando intermitentemente hasta el siguiente árbol. Así fue como a lo lejos encontró un pequeño riachuelo, si así se le podía llamar a la fina línea de agua dulce que cortaba el paso en medio del bosque en el que estaba. Sus labios dejaron escapar un suspiro cuando el cristalino líquido los mojó, devolviéndoles un poco de su antiguo color, más aún cuando continuó su paso hasta la garganta y el resto de su tracto digestivo, aliviando la necesidad que su cuerpo reclamaba en demasía.

—¡I…Inuyasha! —gritó.

Su voz salió entrecortada y rasposa, produciéndole una breve tos seca. Kikyo aclaró su garganta antes de volver a gritar el nombre de su amor un par de veces, sin obtener respuesta alguna más que el vuelo de algunas aves ante el sonido. Pero era de esperarse, quizá el seguía atrapado en aquella cueva. Llevó sus ojos marrones, oscuros y apagados como estaban, hacia la cúpula de árboles que se cerraba a su alrededor, las ramas de estos dejaban filtrar escasos rayos de sol naranja oscuro. Estaba anocheciendo. Una vez se puso de pie con esfuerzo y se dedicó a buscar un refugio más propio para pasar la noche.

Durante su búsqueda no pudo evitar pensar en lo preocupados que debían estar todos. ¡Ni qué decir su pequeña Rin! Ahogó un sollozo mordiéndose el labio, esos pensamientos la perseguían en todas sus largas horas de errante caminata. Kikyo pensó, que para ese entonces, ya todos deberían saber de su desaparición. Entre las lágrimas que trataban de salir de su rostro, pudo observar un pequeño conjunto de rocas en la que se veía una pequeña entrada, sus lastimadas manos tomaron del suelo una roca, la cual lanzó al interior de la pseudo-cueva. Esperó unos segundos y al no escuchar más que el eco de los pequeños golpes de la piedra chocando contra el piso o las paredes, suspiró aliviada. A pesar de su estado, se impulsó para recoger algunas ramas y hojas secas para hacer una fogata. Había intentado los días anteriores pero no lo había conseguido. Tras reunir una pequeña buena cantidad, se trasladó una vez más con pequeños saltos en una pierna hasta llegar al interior de la cueva. Esa sería la primera noche después de varios días en que dormiría bajo un "techo".

—Inuyasha… ¿Dónde estás?

Suspiró mientras se sentaba contra la pared, elevando una rodilla mientras sus manos reposaban cansadas sobre su vientre.

—Buenas noches, Rin.

A la mañana siguiente, los rayos de luz que llegaban vagamente al interior de la pequeña cueva, alumbraron solo un poco su interior. Las raídas ropas de Kikyo perdieron su color original, manchadas de sangre y lodo seco. Los pantalones tipo pescador tenían rajaduras, su blusa blanca se había desgarrado y podía verse la piel de su espalda y parte de su estómago, ahora rojiza por la constante exposición al sol. Para Kikyo eran ropas ligeras para caminar tal como podía, saltado sobre un pie, buscando apoyo en los arboles o ramas que encontraba. Pero por la misma razón, eran tan frescas que no la abrigaban de las frías noches que allí se daban. Ya de pie, decidió continuar su recorrido. Salió de la cueva y tomó una pequeña roca con la cual empezó a marcar cada árbol en el que se apoyaba, si necesitaba refugio esa noche y no lo encontraba, sabría hacia donde volver.

El sonido de unas ramas crujiendo tras ella la alertó, girando la cabeza observó sobre su hombro. Nada. «"Debe ser algún animal…"», pensó. Aquella deducción, antes que tranquilizarla, la hizo temblar. A pesar de que no había visto más que un par de aves y roedores, todavía esperaba encontrar algún animal salvaje en su camino. Por suerte, no se había cruzado con ninguno hasta el momento. «"Suerte."», pensó con ironía y suspiró. Inuyasha y ella habían tenido mucha suerte días atrás cuando todo empezó. Tomó una gran rama larga, de un diámetro no mayor a los 10 cm, se apoyó en ella y empezó a caminar lentamente, no pisando del todo el pie derecho.

«Inuyasha guió el bote que habían rentado hasta la isla de Ile Forana que, según él, estaba convencido tenía una reserva natural. Cuando llegaron, apagó el motor y llamó a Kikyo, lleno de energía por la emoción de haberlo conseguido. Su esposa observó maravillada, una vez más, el torso de su marido bañado por el sol. Las marcadas curvas que se formaban entre los músculos de su abdomen y los de sus brazos, lo hacía sumamente atractivo y eso no cambiaba con el correr de los años. Sonrió ligeramente mientras lo recibía en la popa del bote con un sutil beso en los labios.

—Llegamos, amor —dijo Inuyasha antes de besarla de nuevo, pero esta vez con más calidez.

Rodeando con sus brazos la delgada cintura de su mujer, estrechándola contra su cuerpo y obsequiándole delicadas caricias sobre la blusa blanca que llevaba.

—Pero… puede que prefieras quedarte en el bote y…

La sonrisa que surcó su rostro fue más que provocativa para Kikyo, pero ella prefirió seguir con el plan que tenían. Iban a visitar la Reserva Natural de las Islas Cerbicales. La cual se encontraba a pocos quilómetros de Porto Vecchio, en la zona sur de la Isla de Córcega en Francia. Su visita no iba a ser muy larga, por lo cual sólo tenían consigo lo esencial, unas botellas de agua y un poco de comida para el camino, entre otras cosas. Todo lo que cupiera en la mochila que ahora Inuyasha cargaba sobre su espalda.

Él ayudó a Kikyo a bajar. Y con un nudo sencillo, amarró el bote a unas rocas cercanas. Se enderezó y observó con el pecho henchido la naturaleza que les rodeaba. La arena en la cual estaban parados era tan blanca que casi podía compararse con la pálida piel de Kikyo. Las aguas tan cristalinas que dejaban ver el fondo marino, provocando espuma al azotarse contra la orilla. Desde donde estaban podían observar unas grandes cimas que se elevaban estrepitosamente contra el cielo, dándoles una apariencia amenazadora y retadora.

Tendrían que caminar hasta ver el centro de la Reserva. Uno de los habitantes de la isla les había comentado del pequeño recibidor por el cual debían pasar para ingresar al lugar. Inuyasha pensó que lo verían ni bien atracaran en la isla, pero como no fue así, comenzaron a caminar hacia el interior de ésta.

Pasó una hora antes de que Kikyo se diera cuenta de que no había ningún recibidor, o algún centro de atención alrededor del lugar. Al principio, pensó que atracaron en el lado incorrecto de la Isla. Minutos después, pensó que quizás no era la isla correcta. Se giró a mirar a su esposo, que tenía la misma mirada de desconcierto.

—Keh, seguramente está del otro lado de la isla —dijo Inuyasha caminando con los brazos cruzados sobre su pecho, sosteniendo su teléfono celular en una de sus manos.

—Tal vez deberíamos volver al bote y pedir indicaciones por radio, Inuyasha.

El tono que Kikyo usó denotaba su nerviosismo. ¿Estaban perdidos? De ser así, alguien tendría un fuerte castigo al volver al hotel.

—No es necesario, cariño. Según esto… estamos cerca —dijo con despreocupación apuntando con el dedo índice a su celular.

—Inuyasha —dijo Kikyo con mucha paciencia—… no tiene señal.

Los ojos castaños brillaron con enojo. ¡Lo iba a matar!

—No…No puede ser… —dijo él observando, con la boca abierta, la pantalla congelada del aparato como si lo hubiera ofendido terriblemente.

—¡Esta cosa es una porquería! —se quejó y arrojó el teléfono al suelo para, finalmente, pisarlo y destruirlo por completo.

—¡¿Por qué hiciste eso?! —exclamó Kikyo agachándose para recoger los pedazos del ahora inservible celular.

—Keh, de todas maneras no funcionaba —dijo él sentándose con las piernas cruzadas al igual que los brazos. Su ceño fruncido, sus labios levemente apretados, y los ojos cerrados.

—A veces me pregunto quién es el que tiene 4 años: Tú o Rin —resopló—. Bien… deberíamos volver al bote o se nos hará tarde.

Inuyasha asintió y se levantó, observando a su alrededor. Los árboles que lo rodeaban se veían parecidos. Demasiado parecidos, en realidad.

—Por favor, no me digas que olvidaste el camino de vuelta —dijo Kikyo llevando una de sus manos a su rostro.

—Pues no veo que tú lo recuerdes tampoco, amor —siseó Inuyasha entre dientes mientras escogía una dirección al azar.

—No puedo creerlo…

Kikyo lo siguió y caminaron en silencio durante otra hora, sin señales de la playa en la que habían atracado.

—Deberíamos subir a una de las colinas, y observar desde ahí el camino —propuso Inuyasha antes de empezar a subir por un camino escarpado. Kikyo siguió tras él, cuidando sus pasos para no caerse.

No habían tardado mucho hasta que llegaron a la cima y pudieron observar los alrededores de la playa. Definitivamente no se trataba de una reserva, concluyó Kikyo con los ojos entrecerrados. La playa se veía en la distancia, y un bote que flotaba mar adentro…

—¿Ese… no es…? —preguntó Inuyasha mientras Kikyo asentía lentamente.

—¡Maldita sea!

Por un momento se desesperó, más aún cuando recordó que su móvil ahora descansaba esparcido en pedazos en algún lugar de la isla.

Estaban en problemas.»

Y era así como había empezado todo.

Kikyo decidió detenerse unos momentos y sentarse sobre una roca. Estaba realmente agotada y hambrienta. Esperaba encontrar una vez más el pequeño riachuelo para satisfacer su sed, pero sus piernas se negaban a continuar. Suspiró. Si salían de ésta con vida, su esposo pasaría muchas noches durmiendo en el sofá.

.

Isayoi observó los tonos tierra que dominaban en la decoración del hall del hotel, le daban una sensación de calidez que verdaderamente no sentía hace días. Sus ojos pobremente maquillados observaban la playa desde un gran ventanal, imaginando que en algún lugar lejos de ahí su hijo y su nuera estaban perdidos, pasando dificultades. Limpió suavemente el rastro húmedo que una lágrima había dejado, antes de girarse hacia su esposo. Toga estaba parado no muy lejos de ella hablando con su hombre de confianza, cuando reparó en ella y, excusándose, se acercó y tomó las delicadas manos entre las suyas. Isayoi una vez más sonrió al ver lo pequeñas que eran sus extremidades frente a las de su marido, elevó sus ojos en súplica hasta los de él.

—Deberíamos quedarnos unos días más, Toga. Por favor…

Los ojos llorosos de Isayoi miraban con insistencia a los dorados de su marido, tenía que hacerlo entrar en razón. No podían irse con las manos vacías. ¡No!

—Isayoi, ha pasado una semana. Rin nos necesita —dijo Toga—. No podemos hacer mucho más aquí.

Sus manos estrecharon con más vehemencia las manos de Isayoi, sintiendo la tensión que se producía entre sus dedos por la tristeza e impotencia.

—Mis hombres los van a encontrar. No hagas esto más difícil, amor mío —suplicó.

La frente de Toga se posó sobre la de ella y sus párpados cubrieron las doradas orbes cuando un suspiro de cansancio y resignación abandonó los labios de Isayoi.

—Vamos, Sonomi nos espera ya en el avión —dijo Toga finalmente e Isayoi asintió, separándose de él para levantarse y tomar su bolso de mano.

—Kouga, confío en que me mantendrás al tanto de todo lo que surja —dijo al hombre que lo esperaba a unos metros.

Los ojos azul cielo de su hombre de confianza brillaron con fidelidad mientras su cabeza se movía ligeramente.

—Puede estar seguro de eso, Toga. Lo llamaré mañana a esta hora… O antes si surge algo nuevo —respondió Kouga.

Toga hizo un ademán con la cabeza y siguió los pasos de su mujer, que ya lo esperaba en la entrada del hotel.

«"¿Dónde te metiste, cara de lodo?"», pensó Kouga con tristeza mientras sus labios mostraban una mueca en reflejo. Sus zapatos lo llevaron a recorrer el hall, mientras realizaba un par de llamadas más. Tenía que lidiar con la policía local, la cual se mostraba reacia a seguir una búsqueda "inútil" como la había calificado el comandante en jefe.

Él los encontraría, así fuera lo último que haga.

El informe de un habitante de la isla los había conducido a la reserva natural que estaba ubicada en una de las islas cercanas. Sin embargo, los rastrillajes por la zona habían sido infructuosos. Las pistas que habían encontrado en la orilla de la isla, no pertenecían a los Taisho, como descubrieron penosamente.

Se llevó una mano a la cabeza y con sus dedos masajeó profusamente una de sus sienes, mientras sostenía el celular cerca del oído con la otra mano.

—Ginta, ¿cuántas islas hay alrededor de la reserva? —preguntó Koga entrecerrando los ojos esperando una respuesta. Y cuando la obtuvo, con furia respondió—: ¡Pues averígualo, pedazo de idiota!

Al colgar la llamada, salió del hotel con prisa, la intensidad de un posible descubrimiento fulguraba en su pecho y en su determinación.

.

Día 35: 29 de Abril 2012

La ira recorrió su cuerpo y brotó de sus labios como lava hirviendo.

—¡¿Y por qué no lo haces tú mismo?!

El grito de Kagome se propagó por toda la casa. Bufó mientras untaba un poco de mayonesa sobre una rebanada de pan. «"Lávate las manos, ¿o acaso piensas envenenarme?… Úntalo de derecha a izquierda… Sin bordes…"», decía Kagome para sus adentros imitando imaginariamente la voz del "Lord" como recientemente lo había apodado. «"Oh, por favor, Lord Sesshomaru, déjeme escupir en su emparedado real…"», pensó con malicia. Una sonrisa se trazó en su rostro con diversión.

Sesshomaru elevó una fina ceja en signo de interrogación.

—¿Qué tipo de queso estás usando? —preguntó él ignorando sus quejas.

No, escupir en su comida no le parecía mala idea a Kagome. Se relajó lanzando el cuchillo al interior del pote de mayonesa.

—¿Es que deseas alguno en especial, Sesshomaru-sama? —preguntó Kagome en cambio, con desdén.

Sesshomaru frunció el ceño ante el sarcasmo que rodeó la pregunta. Una vez más Kagome desafió su mirada con sus ojos azules repletos de diversión.

—No creo que Kaede elija un tipo de queso que sea ofensivo para tu delicado paladar.

Continuó preparando el bocadillo con movimientos rudos. Su voz interna se afinó mientras volvía a ensimismarte, «"¿Con flema o sin flema?"», le preguntaría. «"Eso no es propio de una dama, Kagome."», diría su hermana si la escuchara.

Los regaños de antaño florecieron en su mente, nublando sus ojos con pequeñas lágrimas que se agrupaban amenazando con mojar sus mejillas.

Esto no pasó desapercibido por Sesshomaru, quien observó el ligero cambio en su humor. Casi, casi le sorprendía que pudiera pasar de la alegría al enojo, y del enojo al llanto en menos de 5 segundos. Esa mujer no sólo lo exasperaba, carcomía su paciencia con cada célula de su ser. Apoyó sus codos en la mesada frente a él, dejando caer su barbilla sobre sus manos entrelazadas, observando los ahora lentos y distraídos movimientos de la mujer al colocar unas láminas de queso sobre el pan.

—¿Por quien lloras?

Kagome levantó la mirada, extrañada.

—¿Por tu hermana o por mi hermano? — preguntó Sesshomaru con un ligero sabor ácido entre sus labios. Los azules ojos lo observaron cuestionándolo.

—¿Perdón?

La voz de Kagome escapó casi como un susurro ahogado.

—No es un secreto para nadie, que tú y el idiot…

—Eso no es de tu incumbencia —interrumpió Kagome casi al instante, estrellando la tapa de pan sobre el emparedado terminado. ¡¿Cómo se atrevía?!

Los labios de Sesshomaru se curvaron mínimamente en lo que ella consideró una sonrisa triunfal.

—¿Te parece gracioso burlarte del dolor ajeno sólo porque pisaste basura radioactiva y te volviste el "Hombre Nitrógeno"? —preguntó áspera golpeando la mesada con sus manos, acercándose a él.

Su labio inferior temblaba de rabia. Sesshomaru gruñó ante la comparación.

—No te afect…

La voz de Kagome cesó al notar el brusco movimiento que realizó Sesshomaru al levantarse de la silla en la que estaba sentado, con violencia. Él apresó sus muñecas e inclinó el cuerpo hacia adelante, tirando de ella con la mesa flotante entre ellos. Los ojos azules se abrieron de par en par con un poco de temor y otro poco de rabia en ellos, al tiempo que sus manos intentaban zafarse del agarre.

—¡Suéltame! —le ordenó.

—Si aprecias tu vida, será mejor que aprendas a cerrar esa maldita boca de una vez.

La cabeza de Sesshomaru descendió hasta que su nariz casi toca la de ella. Estaba molesto y ella podía sentirlo en la fuerza que usaba para retener sus muñecas. Kagome tragó saliva, por dentro sentía una gran rabia. Era conocido el carácter que poseía su concuñado, su sólo nombre provocaba tanto respeto como temor entre los poderosos magnates de todo el mundo. Sin embargo, ella no dejaría que él la viese perturbada. Los labios rosados de Kagome se abrieron para decir algo, pero fue cuando escuchó los pequeños saltos de su sobrina en el pasillo, estaba tarareando una canción al pasar por el umbral de la puerta. El agarre de Sesshomaru se aflojó y ella retrocedió, volviendo hacia la mesa donde cortó los emparedados en triángulos, transformándolos en pequeños bocadillos. Su voz interna rebotaba por todos los rincones de su mente, soltando una lluvia de ideas sobre cómo asesinar al demonio que tenía a su lado.

—¡Sesshomaru-sama! ¡¿Está aquí para esperar a los papás de Rin?! —preguntó Rin a Sesshomaru cuando la primera se acercó y lo abrazó.

Él apretó la mandíbula, mirando de reojo a Kagome que estaba a unos metros de ellos, podía decir que estaba helada ante la pregunta.

Había pasado exactamente una semana desde su última visita y no fueron días fáciles precisamente. Todo el trabajo acumulado había impedido incluso que pudiera visitar a su sobrina, por lo que tenía que llamar a Kagome cuando podía para saber de ella. Si Inuyasha no volvía pronto, iba a tener que buscar ayuda para mantener en pie la empresa de su padre y la suya. Estaba de muy mal humor y más estando cerca de esa insufrible mujer.

Él volvió sus doradas orbes a las marrones de la niña frente a él.

—Siéntate, Rin —le ordenó.

La pequeña asintió enérgicamente mientras se separaba y tomaba asiento en su silla especial, que era un poco más alta que las demás, con ayuda de Kagome. Sesshomaru vio como ella colocó un plato frente a Rin junto con un vaso de jugo y luego depositó un cariñoso beso en su mejilla.

—Aquí tienes —dijo ella fríamente dejando caer otro plato frente a él.

Él la miró inexpresivo…Ya no tenía tanta hambre.

Después del pequeño aperitivo, Rin quiso ver un par de películas. Kagome estuvo de acuerdo.

Fue así que durante más de tres horas ambas estuvieron sentadas, mirando dibujos animados y conversando sobre lo que la niña opinaba sobre ellos. Durante ese tiempo, Kagome siguió con la mirada a Sesshomaru. Ese día en particular, las llamadas a su celular iban una tras otra. No pasó mucho tiempo para que el corazón de Kagome empezara a exaltarse cada vez que Sesshomaru atendía el maldito aparato, chocaba contra su esternón, golpeándola y dejándole con una puntada dolorosa en medio del pecho. Cuando Rin se distrajo con la película y dejó de hablar, Kagome se ensimismó buscando soluciones para lo que vendría. Esa noche debían decirle a Rin, o al menos explicarle que la ausencia de sus padres se prolongaría… por un tiempo indeterminado. Soltó un bostezo y sus párpados empezaron a pesarle.

Estaba dormitando cuando escuchó una vez más el celular sonar. Sesshomaru observó la pantalla del teléfono y con el ceño fruncido respondió —: ¿Tottousai?

Kagome lo vio guardar silencio por unos instantes y luego él volvió a hablar —: Estaremos ahí mañana a primera hora.

Los ojos dorados de Sesshomaru voltearon a verla y se encontraron con los suyos antes de colgar la llamada. Sesshomaru se levantó y se encerró en el estudio por un largo tiempo.

Kagome frunció el ceño. Tottousai era el abogado de la familia Taisho. Atrajo más a Rin, acariciando con ternura su cabello. «"Esto apenas empieza, mi pequeña."», pensó.

Algunas horas después, cuando Sesshomaru abrió nuevamente las puertas del estudio, se topó las dos féminas durmiendo una junto a la otra. Se acercó al sofá y movió con cuidado el hombro de Kagome.

—Mujer —dijo casi en un susurro.

Kagome abrió los ojos, atontados por el sueño y oscurecidos por la pena.

—Kagome, Sesshomaru —dijo con pereza—. Mi nombre es: Ka-go-me.

Él sabía perfectamente su nombre, pero no dijo nada más. Tomó a Rin entre sus brazos, apoyando la cabeza de la niña sobre su hombro y sosteniéndola por la espalda. La llevó al piso superior seguido de la muchacha. Ambos permanecían en silencio.

Tras arroparla y salir de la habitación, Sesshomaru detuvo a Kagome en el pasillo.

—Tottousai nos espera mañana. Estaré aquí a las ocho en punto —le informó con severidad y comenzó a caminar hacia las escaleras, ella tomó su mano. Él la miró por encima de su hombro.

—¿Ellos…?

Sesshomaru comprendió a qué se refería y siguió su camino soltándose del agarre.

—Ocho en punto —repitió—. No me hagas esperar.

Y con esto, Kagome lo vio desaparecer escaleras abajo.

—Maldición —masculló ella por lo bajo.

Día 36: 30 de Abril 2012

Haciendo uso de su fama de puntual, Sesshomaru arribó un poco antes de las 8 de la mañana. Kagome estaba en la sala de juegos de Rin, acomodando unos juguetes que habían quedado en el suelo. Al escucharlo entrar, se giró para mirarlo y saludarlo con un movimiento de cabeza. Dejó los juguetes en un gran baúl de madera ubicado en una esquina del cuarto y se apresuró a buscar su bolso.

La falda verde mar de Kagome ondeaba con los movimientos de su cadera, dándole una apariencia más madura —y, ¿por qué no?, tentadora— de la que estaba acostumbraba a mostrar. La blusa estampada, a tono con su falda y zapatos, estaba anudada por un cinto de cuero trenzado a la altura de su cintura. Su cabello, para sorpresa de él, estaba recogido en un moño ligeramente desaliñado pero elegante. Sesshomaru encontró que se veía aceptable para la ocasión. Le abrió la puerta del copiloto y esperó a que subiera.

—Gracias —dijo ella y él cerró la puerta.

Kagome apoyó su cabeza contra el respaldo del asiento, cerrando los párpados por un momento. Esa noche tampoco había podido dormir, como era casi costumbre desde hacia algunos días. Sesshomaru se acomodó en el asiento del conductor, observándola de reojo. A pesar del maquillaje que llevaba, podía notar las bolsas que se formaban bajo sus ojos. Arrancó el vehículo y el chirrido de las ruedas la despertó, no pudiendo relajarse nuevamente, dejó vagar su mirada por el camino.

Ninguno intentó establecer conversación en lo que duró el camino a la mansión Taisho, que no estaba a más de un par de kilómetros de la casa. A diferencia de la pequeña mansión de Inuyasha, la casa de sus padres parecía un palacio de interminables dimensiones. Los grandes portones les dieron la bienvenida, al tiempo que se abrían dejando ver el hermoso jardín que se extendía frente a ellos. Los caminos se abrían formando un círculo antes de llegar a la puerta principal, la cual era custodiada por dos guardias en lo alto de las escaleras. Sesshomaru la ayudó a bajar, una vez más, aludiendo a su caballerosidad. Cuando subió todos los peldaños, los guardias hicieron una reverencia antes de abrir las puertas y dejarlos pasar.

Allí dentro, fueron recibidos por el mayordomo de la familia y Sesshomaru la guió por el amplio recibidor. Kagome trataba de observar todos los detalles de la decoración del lugar, tal como la recordaba. Los pálidos nudillos se estrellaron contra la madera de las amplias puertas que daban paso al estudio de su padre.

—Adelante —dijo en voz alta Toga.

Las puertas de madera tallada se abrieron frente a ella. El estudio, parecía más una biblioteca. Era una habitación aparentemente circular, de dos pisos, con un escritorio en medio del lugar, detrás del cual se ubicaba un enorme retrato. Kagome pudo reconocer a Toga, parado detrás de un sillón de terciopelo morado, en el cual estaba sentada una mujer de rasgos tan finos que parecían los de un ángel. El cabello de la mujer era tan plateado como el de Sesshomaru y sus ojos mostraban la misma mirada aburrida y astuta. Pudo suponer, que se trataba de la madre de éste. Tomando la mano de la mujer, a su izquierda, estaba un pequeño niño. «"Sesshomaru…"», pensó.

Los ojos de Kagome ésta vez se posaron en su madre, la cual al verla entrar se levantó del diván en el que estaba y se acercó para rodearla con sus brazos. Kagome tuvo que resistir las ganas de llorar, recordando las palabras de Sesshomaru. Frotó la espalda de su madre, mientras la separaba un poco para mirarla.

—Qué bueno verte, hija —dijo Sonomi en un murmullo.

Kagome llevó su mirada hasta el hombre sentado detrás del escritorio y sonrió apenas antes de hacer una reverencia, saludando a los presentes en la sala.

Pronto reconoció al anciano que estaba sentado frente a Toga, vestido en un traje gris oscuro con un sombrero de un tono más oscuro cubriendo su cabeza, tenía los ojos saltones y una barbilla muy prominente. Era el abogado de la familia, Tottousai. Sonomi volvió a sentarse junto a Isayoi, mientras Toga le indicaba, a ella y a Sesshomaru, tomar asiento en las sillas ubicadas frente a él, junto a Tottousai.

—Todos somos… conscientes de las circunstancias que nos traen aquí hoy —comenzó a hablar Toga con la voz rasgada.

Kagome lo miró expectante.

—Rin —dijo Toga finalmente.

Sus ojos dorados y sabios recorrieron con la mirada los de cada uno de los presentes antes de continuar, podía notarse el dolor que los atravesaba.

—Isayoi, Sonomi y yo, deliberamos mucho tiempo sobre qué hacer si se presentaba esta situación —dijo pasando una mano por el blanco cabello.

La mandíbula de Kagome se tensó.

—Inuyasha y Kikyo, hicieron un testamento —dijo de pronto el anciano con una voz rasposa.

El corazón de Kagome se agolpó contra su pecho.

—¡¿Testamento?! —preguntó ella con desesperación y sintió como un brazo se apoyaba sobre el suyo.

Era el de Sesshomaru.

—Silencio —murmuró él.

Su voz sonó fría, mortal. Kagome lo miraba con los ojos vidriosos.

—Deja que el Sr. Tottousai termine de hablar, hija —dijo Sonomi ahora más calmada y ella asintió levemente.

—Hicieron un testamento, sí —continúo Tottousai—. Pero también firmaron un poder, en caso de que algo les ocurriera, por ejemplo: una ausencia prolongada. Dejando como tutores a la Srta. Higurashi y a Sesshomaru, hasta que ellos puedan hacerse cargo nuevamente —informó con más lentitud de la debida.

Los labios de Kagome se abrieron y se movieron pero no salió sonido de ellos. Los ojos de Sesshomaru se entrecerraron.

—¿Por qué están haciendo esto? —preguntó Kagome— No han pasado más de dos semanas.

Sus palabras salieron trémulas y casi susurradas.

—Lo sabemos, Kagome —dijo Toga queriendo transmitirle un poco de tranquilidad —. Puedo asegurarte, hija, que los vamos a encontrar. Pero aún así no podemos quedarnos de brazos cruzados —explicó Toga.

Kagome se cubrió el rostro con ambas manos.

—Nuestra idea original era traer a Rin aquí, o llevarla al templo con Sonomi. De esa manera, tú podrías volver al trabajo y Sesshomaru no tendría la necesidad de cambiar su rutina —dijo esto ignorando la molesta mirada de su primogénito —. El poder que ellos dejaron es totalmente legal, por lo que pensamos que sería buena idea seguir con los deseos de Inuyasha y Kikyo.

—Ella no puede ser tutora de Rin.

La mirada de todos los presentes, excepto la de Kagome, se posaron en Sesshomaru.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó Toga—. Sabes tan bien como yo que estas últimas semanas, incluso antes, Kagome la ha cuidado muy bien, no veo porqué no pueda continuar haciendo lo mismo.

—Debe volver a su trabajo —respondió Sesshomaru como si de algo más que obvio se tratara.

Kagome descubrió que él tenía razón. Su trabajo en la cafetería le tomaba casi todo el día, ya que no tenía otras obligaciones. Así que tenía los turnos de la mañana y la tarde, incluso a veces tomaba el de la noche. Sus días prácticamente giraban alrededor de su trabajo.

—Kaede puede cuidarla mientras —dijo ella con calma. Podía hacer ambas cosas si se lo proponía.

—No pasarías más de dos horas con ella antes de hacerla dormir —dijo él convencido y Toga lo observó con reprensión.

—Puedo dejar uno de los turnos —replicó ella, manteniéndose firme en su posición.

¿Por qué la odiaba tanto?

—¿Qué ejemplo serías para Rin trabajando como mesera? —pronunció Sesshomaru finalmente revelando uno de sus verdaderos motivos.

«"Estúpido arrogante…"», fue lo primero que vino a la mente de Kagome.

—¡Suficiente, Sesshomaru! —cortó Toga con un profundo tono de voz que produjo que la piel de su nuca se erizara —Todo trabajo es respetable. Es decisión de ella dónde trabajar y cómo hacerlo. Y si el impedimento es la falta de tiempo, estás en la misma condición. Trabajas todo el día, incluso los fines de semana.

Sesshomaru gruñó.

—Ahora comparten la tutoría de la pequeña Rin. Las decisiones que tomen basadas en sus problemas personales, la afectan también. Por lo tanto, absténganse de pensar en lo mejor para ustedes y empiecen a ver qué es mejor para la niña.

Era la voz del anciano Tottousai la que resonó una vez más en la habitación.

—Si vamos a hacer esto, lo haremos bajo mis condiciones —dijo Sesshomaru, sin ánimos de perder.

Kagome frunció el ceño.

—Se quedarán en mi casa mientras los encuentran. Ella…—dijo y apuntó a Kagome con un movimiento de cabeza—… trabajará en la empresa.

—No voy a dejar mi trabajo —lo interrumpió encolerizada.

—Lo harás —replicó Sesshomaru.

—¡¿Quién crees te crees como para obligarme a renunciar?! —preguntó exaltada.

Las manos de Kagome se crisparon sobre su regazo, apretando la tela de su falda en su puño.

—¡Silencio! —rugió Toga.

La discusión hacia mella en las madres que permanecían en silencio.

—Cuida tu lengua, Sesshomaru —lo reprendió Toga frunciendo el ceño —. No es mala la idea lo que propones. Si aceptas, Kagome, podrás manejar tus horarios y la casa te quedará a pocos minutos.

La miró de forma comprensiva.

—Pero, Kagome tiene razón. Finalmente, esa es una decisión que ella debe tomar, no tu —dijo mirando a su hijo.

—Será temporal —agregó Isayoi con rapidez y Toga asintió.

Todos aguardaron en silencio hasta que el último volvió a hablar.

—Dime qué opinas, Kagome. ¿Crees que es posible dejar tu trabajo actual hasta que esto se solucione? —preguntó con tono conciliador.

Kagome frunció el ceño, claramente no le gustaba para nada la idea de trabajar para él, mucho menos la de vivir bajo el mismo techo, y todavía menos el hecho de dejar por tanto tiempo abandonada la cafetería —aunque Yuka lo entendería—. Finalmente, esto haría las cosas más fáciles. Ella sabía que Sesshomaru había dejado retrasado mucho trabajo sólo para estar al pendiente de Rin, incluso después de volver a su rutina normal él la llamaba todas las noches. «"Sólo será hasta que ellos vuelvan."», se dijo antes de asentir lentamente.

—Perfecto —dijo Toga—. Esta tarde Isayoi y Sonomi hablarán con Rin. Y no quiero a ninguno de los dos discutiendo frente a ella —exclamó Toga finalmente.

Los miró alternativamente a ambos. Kagome miraba irritada hacia un costado y Sesshomaru se acercaba a ella con recelo.

—Tú…—dijo señalando a Sesshomaru—… y tú —dijo señalando a Kagome—, se encargarán de todo lo demás.

Sesshomaru y Kagome intercambiaron miradas, soltando chispas en el camino y tensando el aire que los rodeaba. Los ojos azules fueron los primeros en desviarse hacia sus manos, aún empuñadas y su falda que ahora tenía ligeras arrugas encima.

—Ahora, si me lo permiten, tengo asuntos que tratar con Tottousai y ustedes tienen mucho que hacer —dijo Toga—. Kagome, te espero mañana en la empresa. Tengo el puesto perfecto para ti.

La sonrisa que Toga le regaló, a diferencia de las que siempre le daba, la aterró. Kagome tragó saliva mientras asentía.

Las palabras quedaban cortas para todo lo que su mente elaboraba.


Muy bien, señores y señoras, aclaremos unas cosas.

1) Primero que nada, agradezco que me sigan leyendo y sus alentadores reviews. Cuando vi la cantidad de gente que los leyó, o aunque sea se pasó por aquí, realmente me emocioné lanzando gritos de fangirl. :truestory:

2) Segundo, espero que la primera parte del capítulo haya respondido algunas preguntas sobre lo que ocurrió con Kikyo e Inuyasha. Traté de imaginarlos a los dos en tal situacion, sumando cosas como tecnología a los caracteres originales. Aun faltan aclarar cosas con respecto a Inuyasha, pero vendrán a su momento, lo prometo.

* Re-Edición: Corrección de errores ortográficos y gramaticales, entre otros.