Disclaimer: Los personajes no me pertencen, son creación de Rumiko Takahashi. FF creado sin fines de lucro.

* Publicación: 21-10-12


129 DÍAS JUNTO A TI

Capítulo 5: ¿Insectos para la cena, amor?

Día 47: 11 de Mayo de 2012

«Rin tomó unos frutos rojos del tamaño de una canica, eran de un bonito color rojo y se veían dulces. Ella reía mientras juntaba más y más de esos frutos en la falda de su kimono. El arbusto estaba ya casi vacío cuando escuchó el crujir de unas ramas bajo los pies de alguien. Tan curiosa era la niña, que se escondió detrás de un arbusto esperando a que dicha persona pasara. Sin embargo, después de varios minutos, lo único que Rin podía escuchar era a los pájaros en lo alto de los árboles. Pensando que estaba fuera de peligro, salió de su escondite y continuó caminando, mientras comía frutos y tarareaba alegremente. Entonces, lo vio. Ahí, en medio del bosque, sentado bajo un gran árbol estaba un Daiyoukai. El más poderoso de esas tierras. Su sólo nombre…»

—¡Era Sesshomaru-sama! —interrumpió Rin, dejando a Kagome congelada con las manos en un gesto raro que utilizaba para darle más dramatismo a su historia.

Ella dejó caer sus hombros mientras pensaba.

—Mmm… Sí, era el Daiyoukai, Sesshomaru —dijo Kagome, finalmente.

La sonrisa que la niña le obsequió, se ensanchó. El aludido levantó la mirada hacia ellas, que conversaban alegremente en el gran sofá de SU despacho.

Kagome asintió.

—Pero será un youkai bueno —dijo la niña con entusiasmo. «"Opino que 'Sesshomaru' y 'bueno' no deberían usarse en una misma oración."», Kagome prefirió no sacarlo del fuero de su mente.

—Muy bien. Entonces…— dijo Kagome antes de continuar narrando.

Ahora tenía la atención de todos los presentes en la habitación.

«Sólo pronunciar su nombre: Sesshomaru; producía terror en los corazones tanto de humanos como de youkais.»

Rin frunció el ceño y esperó con un gesto caprichoso. Kagome se abstuvo de echarse a reír.

«Pero, se decía que era un Daiyoukai digno hijo de su padre, un buen hombre pero con un corazón tan frío como el hielo. Rin sólo lo vio como un señor de gran tamaño, de orejas puntiagudas como los duendes de sus cuentos y muy serio. Así que se acercó a él con sus frutos y él volteó a mirarla cuando ella le ofreció un par de ellos. Rin le sonrió al hombre, haciendo que su frío corazón se estremeciera, pero Sesshomaru, las rechazó. La niña se sintió muy triste.

Pero, durante varios días, Rin iba a verlo cada mañana y le llevaba frutos, pescado o pan, pues parecía que el gran Daiyoukai no tenía intensiones de moverse de ahí.»

—Rin debería mantenerse alejada de los Daiyoukais —dijo Sesshomaru sin levantar la mirada de su ordenador.

—¿Por qué dice eso Sesshomaru-sama? Si es un Daiyoukai bueno —replicó Rin con tenacidad, las cejas fruncidas y sus pequeños labios apretados en una fina línea

Se veía muy parecida al mismo Sesshomaru.

—Porque los Daiyoukais no eran buenos, Rin —respondió con tono aburrido antes de sacarse los lentes de lectura y observarla con tranquilidad.

—Claro que eran buenos —lo dijo Rin enterrándose más en el sillón y soplando el cabello que caía sobre sus ojos.

Sesshomaru escuchó una suave risita escapar de los labios de Kagome, cuando su insistente mirada acabó en sus azules ojos, tragó saliva y se disculpó.

—¿Por qué el Señor Sesshomaru no quería moverse de ahí, Kagome-sama? —preguntó Rin.

Kagome observó a su pequeña sobrina y, tras carraspear, continuó narrando con voz suave. Se tomaba muy enserio su papel de cuenta cuentos.

«Tras un par de días, Rin descubrió que el gran Daiyoukai estaba herido. Así que al día siguiente, llevó un preparado que pidió a la sacerdotisa de la aldea. Sin embargo, el Daiyoukai se negó rotundamente a dejar que la pequeña humana se encargara de sus heridas.»

—Los Daiyoukais sanaban a una velocidad sobrehumana, no hay forma que uno pasara tantos días… —interrumpió Sesshomaru, nuevamente.

—¿Por qué no terminas la historia tú si es que tanto sabes de Daiyoukais? —respondió Kagome ya hastiada de sus correcciones.

—Porque no sé qué moraleja quieres darle a tu… relato —respondió con cautela.

El ruido de los ligeros y ágiles dedos en el teclado se volvió a expandir por la habitación. Kagome hizo una mueca y tomó el silencio como un pase libre para continuar.

«El Daiyoukai en realidad, ya no estaba herido. Lo que la niña veía era el rojo oscuro de la sangre seca sobre el kimono del gran Lord. Había perdido el brazo en una gran batalla.»

Kagome ignoró el casi gruñido que partió de la garganta de Sesshomaru.

«Una tarde, Rin se acercó al Daiyoukai con una flor en la mano y se la entregó. Sesshomaru aceptó la flor sin excusas y la mantuvo en su mano sin darle mucha importancia. Así, poco a poco, su presencia dejó de ser una molestia para el gran Señor de las Tierras del Oeste. Sin embargo, para el bajo e irritable youkai sapo que servía al Daiyoukai, Rin era un pequeño gran problema.»

Sesshomaru se abstuvo de golpearse la frente con la palma de la mano, sabía qué escondía la chica detrás de "el bajo e irritable youkai sapo" —y la comparación no le sentaba mal a su mayordomo, declaró—. Rin frunció el ceño. Kagome se mantuvo haciendo gestos que engrandecían su narración.

«Los días pasaban y el Lord Sesshomaru decidió que era hora de irse. Su gran estola ondeó por el aire mientras sus pies daban pasos tranquilos y seguros, su barbilla en alto y su… largo cabello… plateado… se mezclaba con las suaves hebras de ligero tono rosa.

Rin llegó justo a tiempo para ver como la cola de la estola desaparecía entre los arbustos sin dejar otro rastro más que un ligero polvo al rozar la tierra. Los pequeños pies se apresuraron hasta alcanzar el pantalón del alto Daiyoukai, que sólo la miró por encima de su hombro. Como la niña no pronunció palabra, Sesshomaru continuó caminando siempre sintiendo los pequeños y apresurados pasos que seguían los suyos.

A Sesshomaru no le molestó.

Desde ese día, Rin pasó a convertirse en una integrante más del grupo del Daiyoukai. Sesshomaru dejó que ella subiera a su gran dragón de dos cabezas llamado AhUn y lo siguiera en su recorrido por sus tierras.»

—¿Y los papás de Rin? ¿Por qué no va con ellos? —preguntó Rin con curiosidad.

Kagome buscó con la mirada a Sesshomaru, y éste le retornó una no muy expresiva. Fue entonces que el hielo se expandió por la habitación.

—Porque sus papás están de viaje —respondió Sesshomaru.

Su voz sonó igual de aburrida y monotonal que siempre.

—¡Como los papás de Rin! —exclamó la niña sonriente antes de soltar un bostezo y Kagome sintió su corazón partirse en dos.

«En su camino, Rin encontró muchos campos de flores, inmensos árboles que ensombrecían la tierra y cubrían el cielo de su mirada castaña. Por fin se sentía en casa, por fin estaba con alguien en quien confiar.»

Para el momento en que Kagome terminó su no tan breve relato, Rin yacía dormida en su regazo. La acarició con ternura mientras suspiraba. Los ojos azules de Kagome, cansados, buscaron nuevamente a los de Sesshomaru. Se asombró al encontrarlo mirándolas con tranquilidad, con las manos cruzadas bajo su mentón y sus codos apoyados en su escritorio con parquedad. Lo vio pararse y acercarse a ella. Sesshomaru tomó a Rin entre sus brazos, rozando en el trayecto una de las piernas de Kagome. Ella no pudo más que sonrojarse por el casto e inintencionado roce.

—Voy a acostarla —dijo él volviendo a su recta postura, mirándola desde arriba con sus ojos dorados mostrando una pizca de diversión.

Sí. Diversión. Por alguna razón, a Sesshomaru le parecía una de las cosas más divertidas del mundo conseguir ese tipo de reacciones espontáneas en ella. Molestarla… Sonrojarla… Dejarla muda… Bien, en definitiva, lo último era lo que más le divertía. Sin embargo, llegaba a extrañar su estridente voz aniñada que se volvía aún más aireada cuando se enojaba. Escuchó su celular sonar desde el escritorio donde antes estaba trabajando.

—Contesta y di que le devolveré la llamada —ordenó Sesshomaru y Kagome reaccionó ante su voz. Se levantó presurosa, al tiempo que él terminaba de salir de la habitación.

Sí. Ella lo divertía mucho. Mucho más cuando cumplía sus órdenes sin contradecirlo.

La sonrisa que le regaló a su sobrina, era ahora sólo un secreto entre sus sueños y él.

—¿Diga?

Kagome esperó a que la persona del otro lado de la línea respondiera. Era un hombre de voz un o gruesa pero agradable. Agradable hasta que lo escuchó hablar.

—¡¿Cómo dice?! —preguntó horrorizada.

«No sabía que el Gran Perro tenía ese tipo de costumbres. Sabía que ocultaba algo. Pásame con tu amante, linda.»

Ella ahora estaba roja, pero de furia. ¿Cómo se atrevía? Acaso pensó que…

—Primero que nada: ¡No es mi amante! Y el SEÑOR le devolverá la llamada.

«Vamos, linda. No te pongas así, ya era hora que ese animal consiguiera una buena rev...»

—¡Cómo se atreve! —exclamó.

Kagome observaba al teléfono como si el mismo diablo la hubiese llamado.

—¿Quién es, Higurashi?

La voz de Sesshomaru sonó grave detrás de ella, entrando al estudio a pasos grandes.

—Seguramente un amigo tuyo… por lo idiota —habló Kagome con los labios apretados, mientras le entregaba su celular y tomaba sus zapatos tirados a un lado del gran sofá para subir las escaleras murmurando una serie de maldiciones.

Sesshomaru levantó una ceja y llevó el teléfono elegantemente a una de sus orejas.

—Kouga —dijo con voz monótona.

—Esa era… ¿Kagome? ¿Cómo sabes que…? —preguntó Kouga alarmado.

—Sí, era ella. Dijo idiota, Inuyasha está perdido. Así que tenías que ser tú —dijo escuchándolo gruñir al terminar—. Habla.

—Encontramos a Kikyo.

Los ojos dorados se abrieron más que de costumbre, haciéndolos parecer dos soles hirvientes que resplandecían entre un par de largas y curvadas pestañas. Pero al segundo volvieron a su capa de frío ámbar y se estrecharon.

.

Kagome pasó sus dedos entre las hebras mojadas de su cabello. Esparció el jabón por su cuero cabelludo y lo masajeó intentando relajarse. Bajo el agua y sus tranquilos e insistentes masajes, se ensimismó en sus pensamientos. En las últimas semanas había luchado contra lo que era, contra lo que deseaba gritar, volviéndose —a su parecer— una copia fémina y barata del Señor del Hielo. Sus ojos se estrechaban constantemente y su antes imborrable sonrisa, últimamente era más una línea en medio de su rostro, por encima del mentón y justo debajo de su pequeña y respingona nariz.

Sentía los músculos de sus hombros tensos y su cabeza no dejaba de pensar en Kikyo, en Inuyasha… y en la apretada agenda que el cargo que los Taisho le habían "delegado"… «"Amablemente me ordenaron a ocuparlo."», se decía ella cuando recordaba las desafortunadas circunstancias que la habían devuelto al lugar que tanto odió un día.

Terminó de bañarse y tras colocarse un pijama de dos piezas de un suave tono azul, bajó las escaleras secándose a la par su cabello con una toalla. Esa noche sentía que no iba a poder dormir. Sus pasos la llevaron hasta el estudio nuevamente. Allí lo vio parado junto a la ventana, aún conversando por su celular. Su profunda voz de barítono se encerraba en la habitación con fuerza. Debía estar hablando con su padre. Sesshomaru giró el rostro y la observó por encima del hombro, posando sus ojos sobre ella.

—No mojes el piso. Este piso de madera tiene al menos 200 años —dijo él sin colgar.

Los ojos azules se entrecerraron. «"¿Está bromeando?"»,pensó mientras lo miraba regresar a su postura anterior. «"Sería una lástima que cayeran un par de gotas al piso…"» Sonrío internamente. Ese tipo de pensamientos oscuros florecían cuando él estaba cerca. Se cubrió el cabello con la toalla, algo ni muy prolijo ni muy atractivo, y se sentó en el sofá.

—Está aquí. Hablaremos en la mañana.

—Amo bonito —dijo Jaken ingresando al estudio—, le traigo su café.

Pasó el umbral de la puerta con una bandeja, sobre la que reposaba con la más perfecta de las decoraciones una humeante taza de café. Los ojos pequeños y negros, rodeados por un tono de amarillo casi icterícico, la observaron con desprecio mientras caminaba lentamente hasta el escritorio de Sesshomaru y dejaba la taza de café sobre la mesa.

En los primeros días de su estadía allí, Kagome había tenido una gran pelea con el menudo hombrecito que era el fiel mayordomo de Sesshomaru. «"Lo que dicen de los hombres pequeños es cierto… Sapo histérico."».

—"Retírate, Jaken —dijo Sesshomaru mientras volvía a sentarse detrás de su escritorio.

Kagome, mostrando toda su madurez, le sacó la lengua a Jaken antes de que éste saliera, coloreando al hombre de rojo furioso. Sesshomaru reprimió una carcajada y se enfureció ante ese pensamiento. «Reír»

Con desinterés la miró a los ojos, lo aguardaba con anticipación.

—Encontraron a Kikyo.

Fue todo lo que dijo antes de llevarse el primer sorbo de café a los labios. Kagome dejó escapar un sollozo ahogado en la habitación.

Los expresivos ojos azules se abrieron cual sombrillas de playa en un día muy soleado —o paraguas en un día gris y lluvioso— y se cristalizaron. Kagome decidió dejar que él terminara de hablar antes de definir cuál de los dos era el cielo que climatizaba su corazón. Sesshomaru colocó elegantemente la taza de vuelta sobre su platillo y se levantó.

—El idiota que me llamó era Kouga.

Las mejillas de ella se encendieron al recordar al insistente chico que conoció en la boda de su hermana, hacía tantos años. Éstas se colorearon aún más al recordar las cosas que él le había dicho hacía no mucho al teléfono.

—Está en el hospital…

Sesshomaru frunció el ceño frente la pregunta que nacía en las expresiones de la muchacha.

—Aún no despierta. Por lo que siguen buscando a Inuyasha.

—¿Ella está…? —preguntó Kagome y se levantó nerviosa, acercándose a él.

—Embarazada… —dijo él observando cómo caía la toalla con gracia sobre el piso con los bruscos movimientos de Kagome.

—¿Eh? ¿Có-Cómo…? —preguntó ella descolocada.

Sesshomaru levantó una ceja.

—Espero no tener que explicarte cómo —dijo irguiendo aún más su ceja al ver las sonrosadas mejillas de ella volverse de un tono rojo. Le encantaba ponerla nerviosa… «"Es ridículamente inocente para su edad…"», declaró para sí mismo.

—Mi padre ya avisó a tu familia, mañana por la tarde vendrán a ver a Rin —dijo finalmente. Ella asintió levemente.

Silencio.

Eso para Sesshomaru sonaba a victoria.

Fue cuando reparó en los bucles mojados que se esparcían por sus hombros. Caían desordenados mojando levemente la blusa de su pijama, dándole un aspecto más allá de lo casto. Tomó sus gafas y llevó uno de los extremos a su boca, en un movimiento más calculador que distraído.

—Dime, Higurashi.

La aludida levantó la mirada.

—¿Por qué terminaron? —preguntó Sesshomaru sin apartar los ojos de ella.

Las orbes de Kagome primero se mostraron confusas, no entendiendo a qué se refería. Sin embargo, al cabo de unos momentos se clavaron en él como un puñal, uno de juguete… Pero puñal al fin.

—¿Fue por ella?

Kagome suspiró y asintió.

—Se enamoraron mientras Inuyasha y yo salíamos —dijo ella de manera distante—. Era mejor dar un paso al costado.

Echó la cabeza hacia atrás y la movió un par de veces, intentando relajar su cuello mientras lo frotaba con una mano. Sesshomaru tragó saliva distinguidamente ante el movimiento. El albo cuello de la chica se expuso como una invitación. «"¿Invitación a qué?"», se preguntó Sesshomaru. Una invitación a acariciarlo, besarlo y cubrirlo de rojas manchas por la insistencia de unos varoniles labios. Nuevamente se reprendió por sus estúpidos pensamientos.

Y por suerte lo hice —dijo ella después de unos segundos—, Inuyasha y Kikyo son muy felices… Rin es el ser más hermoso y tierno que puede existir.

«"Y pudo ser mía…"», lo pensó con demasiada tristeza, tanta que traspasó sus dos océanos azules y se incrustó en los dos soles molestos.

—¿Aún lo amas? —preguntó Sesshomaru casi con miedo.

«Y qué le importaba a él!», se reprendió a sí mismo. Lo que ella sintiera o dejara de sentir por el inútil de su medio hermano, sinceramente no era asunto suyo. Aún así, la duda le oprimía el pecho incómodamente.

—No —respondió—. Ya no.

Fue todo lo que dijo antes de darle la espalda y comenzar a caminar hacia la puerta. Sesshomaru hizo una mueca suave, casi imperceptible. Eso le sabía aún más a victoria que su silencio. ¿Por qué? «"¡Maldición…!"», su voz interna gruñó como un demonio.

Él era Sesshomaru Taisho. No era un hombre como cualquiera. Nunca había caído bajo las faldas de una mujer y no empezaría con esa desesperante, escandalosa e irrespetuosa mujer. Ella no le daba su lugar y, a diferencia del común de la gente, no lo trataba como merecía, sino como si fuera cualquier otra persona que se cruzara en su camino. Eso no se lo permitiría por mucho más tiempo.

Perdido en esto estaba cuando se dio cuenta que Kagome se había detenido en el marco de la puerta. Sesshomaru se acercó a ella y colocó sus manos sobre sus hombros, acariciándolos delicadamente. ¿Qué demonios estaba haciendo? No lo sabía, pero ella se dejó llevar por la ¿suavidad? de las manos de él. Él se embriagó con el perfume que emanaba de ella. Sesshomaru admitió que el tacto era aún mejor de lo que recordaba.

—Ejem… —dijo Kagome antes de carraspear, rompiendo toda la magia del momento —. Jaken puede encargarse de la toalla mojada en tu piso de 200 años…

Se giró observando el rostro ya no tan apacible de Sesshomaru. Él se apartó como si ella lo quemara.

Cuando Kagome abandonó el estudio casi corriendo, las manos de Sesshomaru ya clamaban por el tacto de su piel.

.

«Entre sus manos sostenía el frágil cuerpo de su esposa, la cual por fin podía descansar por al menos unas horas... O eso esperaba él. Suspiró y observó el cielo. Maldiciéndose por los sucesos de días anteriores. Llevó su antebrazo hasta su frente, mientras reposaba su cabeza en una roca. —Rin —dijo con pesar.

Debían encontrar la forma de salir de la isla sin perderse más.

Inuyasha y Kikyo por los últimos 5 días habían estado buscando la manera de volver a la orilla. Pero sus pasos sólo conseguían perderlos más, si es que eso era posible, en lo profundo de la isla. No sabían que podía ser tan grande.

Quizás estamos andando en círculos —supuso ella.

¡Feh! ¡Tonterías! —dijo él.

Inuyasha no creyó en ese momento que era debido escuchar las palabras de amada Kikyo. Bufó molesto mientras cerraba los ojos y pensaba. Pensaba en cómo salir de esa situación.»

Los dorados ojos se abrieron, encontrándose con el frío de la roca sobre la que dormía. Era tan real la sensación de calor que siempre quedaba entre sus magullados brazos cuando abrazaba a Kikyo, que pensó por un momento que el tiempo había retrocedido y continuaba al lado de ella. Maldijo entre dientes mientras se frotaba las sienes. El hambre y la sed le otorgaban una pequeña migraña que no desaparecía.

Se puso de pie y caminó hasta el pequeño montículo de rocas, donde afortunadamente para él caía un fino tramo de agua. Acercó las manos y juntando suficiente cantidad, las llevó a sus labios provocando que su garganta tronara en satisfacción.

—¡Ja!, y nunca me gustó el agua —dijo y sonrió socarronamente mientras rastreaba los alrededores, esperando que algún insecto pasara por ahí.

«—¿Insectos para la cena, amor? —preguntó Inuyasha con tono de burla.

Kikyo le regresó una mirada asqueada, que se gesticuló también en sus labios.

No es broma, Kikyo.

Lo sé… Pero aún no estoy tan desesperada.

La expresión repulsiva no había abandonado su pálido y sucio rostro.

¿Prefieres comerme a mí? —preguntó con un tono de su voz seductor.

Así hizo que ella se sonrojara y se acercara a él para robarle un beso.

No debemos gastar energías, querido —dijo ella entre besos cuando él comenzó a bajar los tirantes de su blusa.»

Inuyasha suspiró. La última noche que pasaron juntos, fue una buena noche. La necesidad de sentirse el uno al otro, la sensación de que cada momento sería el último, el miedo de despertar la mañana siguiente y encontrarse solos, todo sumado los hizo llegar a un nuevo nivel al que ninguno había llegado antes. Se levantó.

—Muy bien, es hora de trabajar —dijo al aire.

Caminó hasta la gran pared de escombros y tomó una de las rocas más altas, intentando destrabarla de su lugar. Sus dedos se volvieron pálidos ante la presión y el esfuerzo. Preciadas gotas de sudor cayeron por su rostro, cuando se dio cuenta de que la roca no se movería. Volvió a su lugar en el suelo.

«—Inuyasha, por favor… No grites —le rogó Kikyo en voz baja, sosteniendo el antebrazo de su esposo, quien parecía querer que lo escucharan hasta el otro lado de la isla.

Ella podía sentir el temblor que provocaba cada palabra en la cueva.

Feh, así al menos tendremos posibilidades de atraer animales —dijo él agitado.

Kikyo suspiró mientras lo volvía a escuchar gritar como un ave moribunda.

O… podrías hacer que la cueva se derrumbe…

Kikyo se separó de él y caminó hasta la entrada de la caverna. La noche comenzaba a extenderse.

¡Ja! ¿De qué hablas? Esta cueva no se va a derrumbar…»

Inuyasha y golpeó con su puño ligeramente una estalactita que llegaba a más de metro y medio del suelo.

—¡Demonios! —maldijo con rabia golpeando el suelo. Sólo la tierra sabía cuántas veces había repetido esa acción. Si la hubiera escuchado…

«—Vamos a buscar algo de comer para esta noche… —propuso Kikyo. Inuyasha dejó de jugar con las rocas y asintió.

Decidieron buscar por separado y encontrarse en la cueva antes del anochecer.

Las horas pasaron con rapidez, esa noche había tenido suerte de encontrar un árbol de moras. Ni siquiera sabía si era su época.

¡Kikyo! ¡Ya regresé! —gritó Inuyasha alargando la última sílaba de sus palabras.

Sus exclamaciones nuevamente hicieron que la cueva trepidara. Bajo sus pies descalzos lo sintió. Ahora sí lo sintió. Maldijo cuando una de las estalactitas cayó a su lado soltando esquirlas de roca antigua por todo el lugar. A esa roca la siguieron otras.

¡Kikyo! —volvió a gritar adentrándose en la profundidad de la cueva —. ¡¿Kikyo?!

Fue al llegar a su pequeño campamento improvisado, donde se encontraban unas pequeñas hojas que usaban como cama, que se dio cuenta de que ella no estaba allí.

Giró sobre sus pies, corriendo y protegiéndose de las rocas que se precipitaban. Pero no alcanzó el final de la gruta, pues delante de él se había erigido un muro de rocas de diferentes tamaños y formas. Maldijo nuevamente en un bramido que esta vez se esparció por la cueva y retumbó en la soledad de ella.»

Días después aprendió que tampoco debía remover las rocas que se encontraran en la parte inferior del derrumbe... pues producirían uno mayor. Ni aunque tuvieran la cara de alguien famoso.

Día 48: 12 de Mayo de 2012

—¿Quién es la pequeña más hermosa del mundo? —preguntó con ternura a su nieta.

Los ojos marrones resplandecían en emoción.

—¿Rin? —replicó la niña con otra pregunta.

—¡Claro que sí! —respondió Isayoi y extendió sus brazos, lista para recibir a la sangre de su sangre entre sus brazos.

La abrazó con tanta fuerza y con tanta necesidad, que sus ojos bañados de tristeza y sabiduría se cristalizaron.

—Gracias por cuidarla hoy, Isayoi —dijo Kagome con una sonrisa.

—No es nada, me alegra tenerla conmigo.

Kagome asintió y escuchó los pasos que se acercaban. Eran pasos tranquilos, firmes y seguros. Pasos que ahora conocía bien.

—Volveremos por ella a las 10 —dijo Sesshomaru e Isayoi asintió.

—Rin, creo que Tsubaki cocinó un delicioso pastel de zanahorias —dijo Isayoi a la pequeña—. ¿Por qué no vas a pedirle un pedazo?

Rin asintió ávidamente y los tres adultos la vieron desaparecer entre las puertas del recibidor.

—¿Tienen alguna noticia de ella? —preguntó Kagome ansiosa.

—Aún no despierta, cariño —respondió Isayoi con simpatía—. Pero los médicos dicen que estará bien.

Las pestañas maquilladas de Kagome se movieron inquietas, intentando sopesar las lágrimas que se avecinaban. Sesshomaru carraspeó y ella levantó sus azules ojos hacia él.

—Vámonos, Kagome.

Isayoi hizo un gesto afirmativo hacia Sesshomaru, mientras daba una mirada más hacia los dos. Podía notar la complicidad que se formaba entre ellos. Si bien no se llevaban bien, podían sobrevivir el uno al lado del otro. Esa noche en especial, ella se veía muy diferente.

Kagome llevaba puesto un vestido de noche azul profundo que le llegaba a las rodillas. El ligero escote en forma de corazón, con unas finas tiras que se amoldaban graciosamente a sus hombros, le daban al collar que llevaba un brillo elegante y discreto. Su cabello sostenido por un delicado arreglo de strass en forma de luna relucía entre sus negras hebras. Isayoi podía reconocer el aire que se arremolinaba alrededor de la joven. Era la influencia de su hijastro en ella.

Sonrió para sí misma. No había pasado mucho más de un mes, era poco tiempo para hablar.

—Al menos despídete —le pidió Kagome.

Sesshomaru ignoró la sugerencia de la muchacha y salió de la casa.

—¡Eres un grosero, Sesshomaru! —exclamó molesta y relajó la mirada para dirigirla hasta hasta la señora nuevamente —. Discúlpelo, Isayoi. No tiene modales.

—No tienes porqué disculparte. Lo conozco. Anda, ve con él —dijo empujándola suavemente fuera de la casa —. Se pone peor si llega tarde.

Kagome podría apostar por eso.

.

A ella definitivamente no le gustaban las fiestas.

No, en lo absoluto.

Entre sus manos sostenía una copa de algún líquido que desconocía. De acuerdo, por más alocada que quisiera parecer delante de todos: no salía mucho, no bebía y la idea de estar románticamente con un hombre traía a flote extraños traumas insuperados. Se había alejado de Sesshomaru en cuanto grandes empresarios se acercaron a él e intentaron echarle conversación. Elevó una ceja. Los labios de él se movían en una sorprendente e interminable danza de palabras. Quién diría que era todo un parlanchín con el tema adecuado.

Un joven de no más de 30 años se aproximó a ella, su galante sonrisa y sus hermosos ojos grises fueron bien recibidos por Kagome… Al menos al principio.

—Hermosa velada, ¿no le parece? —preguntó el hombre.

Ella hizo una pequeña inclinación a modo de afirmación.

—No hay duda de eso —dijo con un tono casi sarcástico, pero esto pasó desapercibido por el joven, que continuó durante varios minutos hablando de lo amena y productiva que fue la noche para la economía del país.

Kagome simplemente sonreía e interrumpía su parloteo para preguntar algo o responder. Observó su copa de algo y pensó que la noche sería más sobrellevable si bebía uno o dos tragos... Probablemente, algunos más.

Con elegancia levantó la copa y, asegurándose de que la punta de su nariz nunca se introdujera dentro del diámetro de la copa, sorbió rápidamente su contenido.

Sesshomaru levantó una ceja.

—¿Y cómo te llamas? Si me dejas tutearte, claro —preguntó el hombre, rozando con suavidad uno de los brazos de la joven, a modo de llamar su atención. Los ojos dorados se estrecharon.

—Sí, sí —respondió distraída—. Me llamo Kagome.

La sonrisa masculina se ensanchó.

—Soy Hojo y es un placer conocerte, Kagome —dijo él con demasiada alegría.

Ella se limitó a sonreír y tomó otro trago.

—Kagome, que bonito nombre —declaró el hombre antes de reír coqueto.

—Higurashi.

La fría voz heló el cálido ambiente que Hojo había tratado de crear. El hombre se giró observando cómo Sesshomaru Taisho, el Señor del Hielo hacía presencia. Kagome lo observó ¿aburrida?

—¿Ahá? —preguntó ella bebiendo de otra copa.

Esa cosa sabía extrañamente bien, a pesar de su sabor un poco amargo.

—¡Señor Taisho! ¡Pero qué honor tenerlo aquí! —halagó Hojo con gran entusiasmo—. Por favor, permita que me presente —extendió la mano a modo de cordial saludo.

Sesshomaru se permitió escrutar al hombre de arriba abajo, observando su grácil postura, sin siquiera pensar en devolverle el gesto.

—Ni te molestes, es un estirado —cortó Kagome con acre en la voz.

—Un estirado que comparte su techo contigo, si debo recordártelo —dijo él.

Las manos de Sesshomaru estaban acomodadas distinguidamente detrás de su espalda baja.

—Vaya, es la frase más larga que me has dedicado en todo el día.

El par de orbes doradas chispearon de diversión.

—Creo que será mejor que los dej… —dijo Hojo llevándose una mano a la nuca con nerviosismo.

—No tienes que irte, Hojo —dijo Kagome dejando la copa vacía en la charola de uno de los meseros.

Sesshomaru frunció el ceño una vez más delante de tal familiaridad.

—¿Necesitas algo, Sesshomaru? —preguntó devolviendo su atención al peliplateado.

Él… Él realmente no tenía respuesta para eso. Pero no era alguien cualquiera, él podía pensar en una excusa. Una rápida. Carraspeó.

—Los señores Egawa están interesados en conocerte.

La sospecha creció en los ojos de Kagome.

—Con su permiso —se excusó Sesshomaru con Hojo, colocando una de sus manos posesivamente en su espalda baja. Así la guió hacia una pareja ancianos que le dieron la bienvenida con gran sonrisa.

Él no la volvió a dejar sola por el resto de la noche. Ella aprendió que beber más de una copa de esa cosa la mareaba un poco y cuatro la dejaban con las piernas como gelatina.

De camino a la casa, las cosas no hicieron más que empeorar.

—¿Sabes? Eres un idiota… ¡Y uno bien grande!

Kagome pronunciaba las vocales arrastrándolas y modulando inadecuadamente.

—Te crees el rey del mundo… ¿Sabes? No eres el rey del mundo. Eres el rey del polo norte, pero no del mundo.

Sesshomaru apretaba con fuerza el volante. Era entretenido pelear con ella… sobria.

—Es por eso que sigues solo —sentenció finalmente antes de recostarse en el asiento y hacer pucheros extraños.

—¿Y tú? ¿Por qué sigues sola? —preguntó él con rabia en la voz.

Las lagunas azules se humedecieron, sentía que iba a llorar en cualquier momento. Que el Señor bendiga a los mozos.

—Porque hombres como tú existen.

Esa respuesta sin duda no se la esperaba.

—Eres todo lo que una mujer podría desear... hasta que abres la boca, lo cual suele ser raro, y te comportas como un asno.

En ese momento el automóvil aparcaba en el estacionamiento de casa. No podía permitir que sus padres la vieran así... porque se lo reclamarían —claro está—, así que recogería a Rin por la mañana.

—¡¿Es que acaso no puedes permanecer un minuto en silencio, mujer?!

Con una rapidez inhumana tomó el mentón de la chica y la atrajo hacia sí, amenazante.

—No… —respondió con suavidad acercando sus labios a los de él.

Los ojos de Sesshomaru se abrieron de par en par. Ése no era su plan. Estaban tan cerca que podía percibir el ligero temblor de los labios femeninos rozando los suyos.

Y ése… seguía sin ser su plan.


Buenas noches a todos! Lamento mucho la tardanza, sigo sin mi querida laptop :( y escribir en la pc grande me da mucha flojera. Espero que el capítulo satisfaga un poco el deseo de saber a dónde lleva mi mente a estos dos.

Muchisimas gracias por todo el apoyo con el que me encuentro al entrar! De verdad sus reviews, sus follows y sus favs... le dan pie a mi musa... Un beso y un abrazo para ustedes... en otro momento les dedicaré más palabras! Gracias Gracias Gracias!

¿Tienen dudas? Dejen un review... ¿No las tienen? Dejen un review... ¿No quieren dejar un review? Dejen dos...

Hasta el siguiente capítulo!

PD: Subí el capítulo antes, pero le agregué la última parte en el último minuto, por lo cual lo volví a borrar. No va a ser un FF muy largo... y tengo contados los días, tranquilos.

* Re-edición: Corrección de errores ortográficos y gramaticales, entre otros.