Disclaimer: Los personajes no me pertencen, son creación de Rumiko Takahashi. FF creado sin fines de lucro.

* Publicación: 23-10-12


129 DÍAS JUNTO A TI

Capítulo 6: Cómo probar un cubo de hielo. Volumen I

Día 52: 16 de Mayo de 2012

Kagome respiró profundo antes de golpear suavemente la puerta de la oficina. Sus mejillas estaban coloreadas con un vergonzoso rubor rojizo y el simple hecho de pensar que sería escrutada por ESE par de ojos dorados, no ayudaba en nada a la situación.

—Pasa —escuchó decir a la profunda voz.

Giró la perilla de la puerta y entró en la oficina. Él no levantó la vista de su computador, lo cual a Kagome le dio ganas de salir corriendo de allí.

—Ayame quiere confirmar tu viaje a Nueva York antes del viernes. ¿Volviste a despedir a tu secretaria? ¡No sabes lo difícil que es encontrar una! —enlistó rápidamente.

El tono exasperado de Kagome lo hizo levantar la mirada para observarla.

—Esta es la carta de renuncia del jefe de personal. Necesito una respuesta para mañana en la mañana a más tardar —dijo finalmente y se quedó mirándolo

Las palabras fluyeron una tras otra sin darse un respiro. Sesshomaru enarcó una ceja ante el hecho de que no se le trabó la lengua. Y vaya que él sabría cómo destrabarla… Se maldijo —como últimamente era costumbre— por sus pensamientos.

—¿Por qué razón debería mantener en mi empresa a alguien que desea renunciar?

Kagome resopló. Ésa había sido su respuesta… había ignorado todo lo anterior.

—Haré que el abogado se encargue de los papeles, Koharu te los traerá cuando estén listos —dijo ella haciendo una nota mental.

Sesshomaru asintió y se levantó de su asiento, estirando hacia ella un fajo de papeles.

—Necesito el informe de estos para la tarde —dijo él con toda la tranquilidad y el aburrimiento que lo caracterizaban.

—¿Entonces si volviste a despedir a tu secretaria? —preguntó Kagome y sus ojos azules relampaguearon con incredulidad —. ¿Y Sango?

—Para las 3 de la tarde, Higurashi —dijo él e hizo un ademán con la mano, dándole a entender que saliera de su oficina, ignorándola olímpicamente.

Kagome se cruzó de brazos.

—No pienso hacer tus informes, Sesshomaru.

—Dijiste lo mismo sobre el café —dijo él sin darle mucha importancia.

Ella enarcó una ceja.

—No lo voy a hacer —declaró Kagome dejando los papeles sobre el escritorio.

Se dio la vuelta para salir de la oficina, caminando muy rápidamente.

Aquel día en particular no tenía ganas de pelear con él. Sesshomaru lo notó y permaneció inmóvil, con la mandíbula tensa y los ojos más brillantes que nunca. Él la examinó detenidamente y de ahí pudo resaltar lo siguiente: 1) Su manera de caminar hacía que sus rizos negros rebotaran con suavidad sobre su espalda; 2) La estela de perfume que dejaba tras ella era delicadamente dulce y tentadora…

Decidió que le ordenaría no volver a usar ese perfume mientras trabajaran y vivieran juntos; y, finalmente, se dio cuenta que no le gustaba verla caminando lejos de él, huyendo.

—Higurashi… —dijo lo suficientemente alto como para que ella lo escuchara.

Sosteniendo la puerta con una mano, Kagome volteó la cabeza para observarlo cansinamente.

—¿Necesita algo más, Sr. Taisho? —preguntó con frialdad esperando una respuesta pronta para salir volando de esa sofocante prisión.

Sin embargo, Sesshomaru parecía tener otros planes, pues su respuesta se hizo esperar… bastante.

—Dile a Ayame que confirme el vuelo.

Kagome volteó los ojos y salió de allí azotando la puerta. Sango la observó con una sonrisa divertida en los labios.

—¿Mal día? —preguntó viendo a Kagome respirar profundo y asentir.

—¿Puedes llamar a su agente de viajes y confirmar su vuelo al infierno? —preguntó Kagome con hastío.

Sango se hecho a reír.

Se quedaron hablando por algún tiempo, hasta que Kagome decidió que era hora de ir a pasar tiempo con su sobrina. Entró a su oficina para preparar sus cosas junto con su secretaria, quien le entregó una invitación dirigida personalmente a ella. Kagome le agradeció y dejó el sobre sobre su escritorio.

Las ganas de irse de ese edificio y olvidarse del trabajo que tanto odiaba, ardían en lo más profundo de su ser.

.

Sonomi se encontraba sentada en una cómoda silla de hospital. Las manos entrelazadas a modo de plegaria, observando con sus ya cansados ojos marrones a su hija mayor. Recostada en una cama, con una pierna enyesada, varios golpes y hematomas que magullaban su antes delicada piel. Hacía cinco días que no despertaba. Cinco días en que su corazón pendía de un hilo. Deseaba que despierte… deseaba abrazarla y escuchar su voz.

Una vez más posó su mano sobre la mano libre de Kikyo, acariciándola con el dedo pulgar. Esperaría pacientemente hasta verla despertar. Y no fue mucho más lo que tuvo que aguardar, el ligero movimiento que sintió bajo su mano le llamó la atención. Volteó a ver el rostro de su hija, encontrándose con dos mares de color chocolate observándola atontados.

—¡Hija! —exclamó con sorpresa—. ¡No! ¡No te muevas, por favor!

Se apartó de ella con rapidez y presionó el botón de emergencia que se encontraba junto a la cama. No demoraron en llegar a la habitación, encontrándose con una Kikyo ya despierta y confusa, pero sobre todo asustada.

—¿Dónde está Inuyasha? —preguntó—. ¡Mamá, dime que él está a salvo!

Sus palabras entrecortadas y rasposas por la sequedad de su boca se rompieron con el silencio de su madre.

—¡Por favor, mamá! ¡Dime que él está bien! ¿No es cierto?

En el momento en que los médicos ingresaron a la habitación, Sonomi trataba de tranquilizar a su hija, pero sin tener una respuesta que darle, Kikyo entró en pánico.

—Señora, por favor. Retírese de la habitación mientras terminamos de revisarla. No es conveniente alterar a la paciente —le pidió una enfermera mientras la acompañaba fuera del cuarto.

Ahí afuera la esperaba Kouga, quien la tomó entre sus brazos sosteniéndola.

—Tienen que encontrarlo —le rogó al hombre frente a ella y Kouga no pudo más que asentir con determinación.

—Voy a avisar a los Taisho que Kikyo ya despertó. Seguramente Kikyo querrá ver a Rin.

Sonomi negó con la cabeza.

—No dudo que desee verla, pero no creo que lo pida hasta saber qué pasó con Inuyasha —suspiró—. Hay que ser prudentes. La niña piensa que ambos siguen de viaje —respondió Sonomi con suavidad.

El ceño de Kouga se frunció.

Habían revisado cada centímetro cúbico de esa isla. Había poco rastro de ellos. Pocos lugares donde refugiarse o esconderse. Sólo Kikyo podría saber qué paso con Inuyasha. Tomó su teléfono celular y marcó al número de Sesshomaru.

.

—Si no me das el auto, me voy a tomar un taxi.

La voz casi chillona retumbó en las paredes del gran estacionamiento del edificio repleto de vehículos de todos los tipos y tamaños. Sesshomaru se encogió de hombros.

—¡Es por esto que quiero venir aquí con MI automóvil! —bufó molesta—. No sé porque te pones tan testarudo con eso…

Kagome tenía ganas de patalear y llorar. ¡Ese hombre era frustrante! Lo que más deseaba era tomar un relajante baño y pasar el resto del día con Rin. Pero Sesshomaru tenía otros planes. Él cruzó los brazos a la altura del pecho, mientras se recargaba en el capó de su vehículo.

—Eso que llamas automóvil es un pedazo de chatarra. Si quieres conducir hasta aquí por ti misma puedo darte uno de la empresa —replicó él con aburrimiento.

Esta era una pelea que se llevaba a cabo prácticamente todos los días. «"Oh, disculpe que el carruaje para el que ahorré dos años no sea de su agrado, Lord Sesshomaru."», pensó Kagome rodando los ojos.

—No quiero otro —dijo ella con decisión—. Estoy cómoda con el que tengo.

Sesshomaru asintió, desarticulando su postura y metiendo una mano dentro del bolsillo de su pantalón sacando sus llaves de uno de los bolsillos.

—Me parece perfecto. Súbete.

—Te odio… —dijo abriendo la puerta del copiloto y sentándose con pesadez.

Kagome se colocó el cinturón de seguridad y cruzó los brazos por encima de éste. Cómo odiaba la estúpida actitud que tomaba él de vez en cuando. No veía nada de malo en su Corolla '96. Resopló cuando escuchó sonar el celular de él. Significaba 20 minutos más de espera. Sesshomaru reprimió una sonrisa divertida al ver su flequillo volando por el aire exhalado. Se parecía mucho a Rin con ese tipo de acciones.

—Kouga —lo escuchó decir y eso llamó completamente su atención

Los ojos dorados analizaban cada palabra que resonaba en el aparato, Kagome lo notó por los ligeros movimientos que realizaba y porque se entrecerraban continuamente.

—Hn…—dijo y con eso, terminó la llamada—. Cambio de planes.

Kagome lo interrogó con la mirada. Sesshomaru arrancó el motor y con agilidad salió del estacionamiento sin decir una palabra. La rabia fluía por el cuerpo de Kagome, ella quería gritar y arrancarle la cabeza de un manotazo. Era un imbécil. Pero, mientras auto del año de Sesshomaru recorría las calles de Tokio, él la miró de reojo y habló —: Kikyo despertó.

.

La habitación que Kagome ocupaba en la casa de Sesshomaru, era de ensueño. Aunque sabía que él la había mandado decorar de manera impersonal —en realidad, no lo sabía pero suponía que la había decorado hacía tiempo— ella sentía que todo en esa habitación gritaba su nombre. Los variados tonos en la gama de los azules, que iban desde el azul más profundo al más claro, mezclados con el blanco de las sábanas y los muebles, le daban a ella la sensación de alivio y placidez. Todo siempre en el estilo romántico-moderno. Estaba decorado para una mujer. No para cualquier huésped, eso era obvio. Olvidó sus pensamientos al acercarse al gran ventanal que daba a uno de los jardines principales. Desde allí podía observar la pálida luna.

Tan pálida como ÉL.

Suspiró. El baño caliente que acababa de tomar se hizo esperar durante todo el día. Se lanzó a la cama matrimonial dispuesta en el medio de la habitación. Su cuerpo le dio la bienvenida al suave colchón que se amoldó a ella con suavidad. Definitivamente debía robar ese colchón antes de volver a casa. Abrazó la almohada y cerró con fuerza los ojos. Al menos su hermana ahora estaba segura y despierta. Un bostezo abandonó poco delicadamente sus labios.

Después de recoger a Rin se encaminaron a casa de Toga e Isayoi. Allí, pasaron horas intentando descifrar qué hacer a partir de ahora.

¿Decirle a Rin lo que había ocurrido sin tener noticias de Inuyasha?

Kagome hundió más la cabeza dentro de las almohadas y, gracias al cansancio, dejó que el sueño la envolviera.

Día 53: 17 de Mayo de 2012

No pasaban de las 3 a.m. cuando sus ojos se abrieron forzosamente. Observó junto a su cama a una pequeña Rin que arrastraba un oso de peluche en una de sus manitas. Por un minuto, se sintió en una película de terror. No es que su angelical y traviesa sobrina pareciera un fantasma. Pero se parecía a la niña de "The Ring" con su hermoso cabello suelto y su pijama blanco… Al menos a esas horas de la noche con las luces apagadas. Ahogando su miedo, estiró una de sus manos hacia Rin.

—¿Qué ocurre, pequeña elefanta? ¿No puedes dormir? —le preguntó y se sentó en la cama, frotándose los ojos.

Rin se acercó despacio y subió como pudo hasta quedar sentada al lado de ella y tomar su mano.

—Rin no se siente bien.

Kagome pegó el dorso de su mano libre a la frente de la niña, asustándose ante lo elevada que estaba su temperatura.

—¿Qué te duele? ¿Hace cuanto te sientes así? —le preguntó y la niña sólo negó con la cabeza—. Recuéstate aquí, pequeña. Voy por algo frío.

Rin asintió mientras desaparecía en un mar de sábanas y almohadas, abrazando el oso que la acompañaba desde bebé.

Kagome apresuró sus pasos, sin preocuparse mucho del ruido que hacía. Alcanzó un recipiente con agua casi fría y un paño, los llevó a su habitación y con ellos intentó controlar el intenso calor que tomaba el pequeño cuerpo de Rin. ¿Debería despertar a Sesshomaru? Rin ahora descansaba a su lado, pero su agitada y gravosa respiración empezaban a asustarla. Debía despertar a Sesshomaru.

Cambió una vez más el paño y salió de la cama. Sus pasos la llevaron a una habitación no tan alejada de la suya —estaba enfrente—, y golpeó la puerta. El silencio fue su única respuesta, por lo que volvió a tocar.

—Sesshomaru, abre la puerta —pidió con la voz cortada y lo que pasó después, ella no se lo esperó.

Definitivamente, no se esperó que él abriera la puerta terminando de abotonar un aburrido pijama a cuadros grises y azules. Kagome levantó incrédula una de las cejas. Ése pijamas sí se lo esperaba. Pero su mente no se abstuvo de divagar más. Sesshomaru lo estaba abotonando. «"Eso significa que duerme…"», pensó distraída.

—No voy a repetírtelo, Higurashi —dijo él repentinamente molesto.

Kagome, sin embargo, no había escuchado absolutamente nada de lo que le había dicho. La puerta de color blanco amenazó con cerrarse en sus narices. Ella lo detuvo.

—Rin —dijo Kagome y fue suficiente.

Sesshomaru caminó con rapidez hasta la puerta del cuarto de la niña —que estaba al lado del de Kagome— y no la encontró.

—¡¿Dónde está?! —preguntó él.

—En el mío.

Kagome lo atajó del brazo al ver que él se apresuraba a entrar.

—Espera, tiene fiebre y respira con dificultad. Será mejor llamar a un doctor.

Sesshomaru asintió y volvió a su habitación. Kagome por su parte regresó con Rin, se sentó a su lado y refrescó una vez más el paño.

Escuchó la voz de Sesshomaru alzarse en el umbral de la puerta. Hablaba con alguien. Kagome no dejaba de asombrarse con cuan escasa cantidad de palabras podía dar una orden y hacer que se cumpliera. Sí, orden. Porque Sesshomaru Taisho no llamaba a un médico en medio de la madrugada para preguntarle qué hacer con su febril sobrina hasta que pudiera recibir una mejor atención. No. Sesshomaru Taisho le pedía amablemente que viniera a verla.

—Tienes media hora para llegar aquí o no volverás a trabajar como médico, Suikotsu.

Kagome abrió la boca para protestar, pero Sesshomaru la ignoró.

—¿Cómo está? —preguntó él dejando el celular en su bolsillo y acercándose.

—La fiebre parece haberle bajado.

Sesshomaru asintió observándolas a ambas.

—No tenías porqué tratarlo así —dijo después de unos minutos.

—Ella nunca había enfermado.

Kagome asintió, comprendiendo. Acarició el rostro de Rin.

Pasaron poco más de media hora en silencio, hasta que escucharon sonar el timbre. No pasó mucho tiempo para que todos los sirvientes de la casa estuvieran de pie, empezando por Jaken que amablemente acompañó al médico hasta la habitación de la pequeña.

—¿Y bien? —preguntó Kagome después de unos minutos.

Suikotsu, que continuaba examinando a Rin, se giró para sonreírle.

—Posiblemente sea un resfrío. Tomaré una muestra de sangre para estar más seguros y mañana por la mañana quiero que la lleven a mi consultorio —dijo caballerosamente y Kagome asintió —. Por ahora vamos a controlar la fiebre con unos antipiréticos, no le daremos nada más hasta saber qué tiene.

Sesshomaru sostuvo entre sus brazos a Rin cuando Suikotsu se acercó a ella con la jeringa.

—Rin, vas a sentir un pequeño pinchazo en el brazo. ¿Sí? —anunció el médico.

Rin no pudo más que asentir levemente, sentía todo su diminuto cuerpo caerse en pedazos. Pero todo aquel dolor quedó en el pasado cuando sintió el "piquete". Cabe destacar sólo una parte de lo que pasó a continuación: Sesshomaru tuvo que decidir quién de las dos lloraba más, si Rin por el piquete o Kagome porque Rin lloraba.

—Los espero mañana.

El Dr. Suikotsu se quedó en el marco de la puerta y se giró para señalar con el dedo índice a Sesshomaru.

—Si vuelves a amenazarme con eso una vez más, Sesshomaru, te haré la necropsia yo mismo —dijo con una voz definitivamente tenebrosa.

Luego de dedicarles una sincera sonrisa, salió dejándolos solos a los tres.

—Siempre dice lo mismo —explicó Sesshomaru al ver la cara de susto que tenía Kagome.

Ambos seguían en la misma posición, Sesshomaru acurrucaba a Rin entre sus brazos, mientras Kagome la acariciaba y cambiaba los paños con la mayor suavidad posible.

—Así que supongo que siempre lo amenazas —concluyó Kagome.

Sesshomaru la ignoró.

—Sabía que eras tan aburrido como para usar ese tipo de pijamas —dijo con sarcasmo en la voz, necesitando aliviar toda la tensión que sentía apoderarse de sus hombros.

Él enarcó una ceja, ofendido.

—Normalmente no uso nada para dormir.

Esa era más información de la que ella deseaba conocer. Sus mejillas arreboladas lo confirmaron.

—Con dos niñas en la casa, ¿esperabas que saliera en ropa interior a abrirte?

Sesshomaru la miró entre dormido y aburrido.

—Por supuesto que no —respondió ella avergonzada.

Al menos no se había equivocado con eso. «"El duerme sin…"», pensó. Y es que toda la piel que él le dejó entrever al salir de su habitación la dejó un poco atontada. Perdida en una masa de musculosos abdominales. Movió la cabeza de un lado al otro, ahuyentando todo tipo de malos pensamientos de su cabeza. Sesshomaru miró intrigado el cambio de colores y gesticulaciones que se produjo en su rostro.

—¡Cómo que dos niñas! ¡Yo no soy una niña, Sesshomaru! —exclamó Kagome en voz baja.

Sesshomaru sonrió levemente de lado. Apenas. Kagome tembló.

—Demuéstralo —dijo él.

Kagome tragó saliva.

—¡¿Y cómo se supone que lo voy a demostrar?! —preguntó.

«"Tengo algunas ideas."» Nuevamente la mente de Sesshomaru trabajaba a su antojo. Empuñó sus manos alejando su mirada de esos azules ojos. ESOS azules ojos que lo volvían un puberto.

—No comportándote como una —respondió finalmente.

—Idiota… —murmuró ella recostándose con los brazos cruzados por encima de su pecho.

—No tengo necesidad de cambiar tus opiniones acerca de este Sesshomaru.

—No hay forma de que la cambies, de todos modos —dijo Kagome y bostezó.

Luego de controlar la frente de Rin por última vez, se acomodó un poco más en la almohada y cerró sus ojos. Aún tenían que ir a trabajar en la mañana.

Sesshomaru por su parte, se negó a apartarse de ese lugar. Recordando que todo lo que estaba en esa casa le pertenecía, acomodó la cabeza en SU almohada, cubrió a las dos mujeres de su vida —en ese momento— con SUS sábanas y procedió a dormir en SU cama.

.

El confort que su cuerpo sentía era inigualable. Ese colchón hacía maravillas. Sin abrir los ojos estiró los brazos y se levantó con una ligera sensación de frío. Se abrazó a sí misma mientras frotaba sus brazos. Los ojos azules se abrieron con un velo borroso, recordando todo lo que había pasado en esa madrugada. Junto a ella, se encontraba Rin todavía dormida. Respiró. Las mejillas de ella ahora tenían un poco más de color —no por la fiebre— y su respiración se había normalizado. Depositó un tierno beso antes de levantarse y caminar hasta el baño.

—Roncas —comentó Sesshomaru, sin levantar la mirada.

La sangre de Kagome se heló y sus mejillas, como ya parecía costumbre, subieron de tonalidad.

—Tabique desviado. Me rompí la nariz escalando un árbol —comentó Kagome en un murmullo, terminando de entrar al baño.

Sesshomaru colocó su codo en el brazo del sillón que se encontraba dentro de la habitación y apoyó su mandíbula sobre su puño cerrado. No pasó mucho rato para que escuchara el ruido de unos tacones irrumpiendo en el pasillo. La puerta se abrió dejando ver a Isayoi.

—¿Cómo está? ¿Ya la vio Suikotsu? —preguntó la abuela, preocupada.

Ella entró como una ráfaga dentro de la habitación. Sus negros y lacios cabellos volaban detrás de ella.

—¡Oh, mi niña! —exclamó al verla aún dormida.

Sesshomaru asintió.

—Ya la vio, pero debemos llevarla de nuevo con él cuando despierte —dijo él levantándose—. Encárgate de eso.

Isayoi asintió y sus sabias manos recorrieron el rostro de la niña, haciéndola despertar de su letargo.

—Rin, pequeña, es hora de levantarse.

Los ojos marrones de la pequeña, confundidos y ligeramente vidriosos, se abrieron con dificultad observando a su abuela.

—¿Te sientes bien? —preguntó Isayoi.

Rin asintió y la rodeó con sus pequeños brazos.

—Rin quiere a sus papas de vuelta… Diles que regresen.

Isayoi la acercó más a su regazo, acariciando sus cabellos con amor. Sosteniendo las lágrimas que se formaban en su garganta.

—Ya van a volver, mi cielo —susurró—. Ya van a volver.

Los ojos dorados se entrecerraron, sus labios y su ceño se fruncieron. Kagome se deslizó por la puerta del baño, abrazó sus piernas y colocó su rostro entre sus brazos. La verdad es que no podían asegurar que ambos volverían. Al menos no juntos. Al menos no los dos. Kagome limpió sus lágrimas y lavó su rostro una vez más, colocando en vez una sonrisa en sus labios y llenando sus venas de supuesta alegría. Pero la sonrisa volvió a romperse.

—Vamos a prepararte, mi niña. Tienes que ir con el doctor.

Rin asintió y miró a su abuela. Isayoi la cargó en sus brazos y salió de la habitación tras observar comprensivamente a Sesshomaru.

Él se acercó a la puerta del baño y la golpeó. Kagome la abrió, ocultando sus ojos bajo el flequillo.

—Alístate —dijo él en voz baja.

Kagome asintió y él salió de la habitación en un pestañeo.

.

—¿Dónde fue la última vez que lo viste, Kikyo? —preguntó Kouga.

Tenía sus manos sobre las de ella, tratando de calmarla. Veía como los ojos marrones miraban de un lado al otro, buscando respuestas que no sabía si tenía.

—Nosotros… encontramos una… una… ¡una cueva! Yo… ¡Agh!

Llevó sus manos ahora limpias a su cabeza y apretó sus sienes, nerviosa. Cerró los ojos y se concentró.

—Pasamos unos días dentro ella. Nos separamos para buscar comida.

El hombre escuchaba con paciencia y atención, detalle a detalle de lo que ella le narraba.

«Kikyo se sostuvo por una rama mientras intentaba alcanzar un par de frutos cítricos que estaban cercanos a la copa de un árbol. El sonido de mil rocas cayendo fue lo que la asustó. Perdió el equilibrio y cayó. El fuerte dolor que sentía en su tobillo pronto se hizo visible y mordiendo un pedazo de su ropa, revisó sus tejidos, buscando algún hueso saliente o alguna anormalidad y no encontró más que dolor —para su fortuna—.

¡Inuyasha! —gritó con toda la fuerza de sus pulmones. Repitiendo su nombre incontables veces hasta que finalmente su garganta cedió y se rompió en un último grito, el que ya se mezclaba con los sollozos de la impotencia y el dolor. Caía la tarde cuando empezó a desesperarse, la oscuridad que se cernía bajo el manto de los árboles la aterraba. Era el entrecruce de caminos borrados por el tiempo y la naturaleza los que no le permitían encontrar el lugar por el cual había llegado.

Esa noche, bajo el ulular de los animales y los ruidos de ramas rompiéndose, hojas danzando en el viento, ella permaneció inmóvil. Recostada en el tronco y las raíces del mismo árbol del que cayó.

Cuando el amanecer llegó, Kikyo buscó durante horas, hora saltando, hora apoyándose por los árboles y por rocas del camino. A pesar de esto, Kikyo no pudo volver a encontrar el camino.»

Las grandes colinas, y gran cantidad de cuevas que se extendían por la isla la dejaron a la deriva hasta el momento en que Kouga la encontró en la orilla.

Los ojos azules de Kouga analizaban toda la información. Todos y cada uno de los detalles que ella pudiera facilitarle eran de gran importancia y eso era todo lo que necesitaba.

—¿Cómo era la cueva Kikyo? ¿Sabes qué tipo de roca? Necesito un detalle que haga esa cueva… diferente a las otras —explicó Kouga buscando en los ojos marrones algún recuerdo.

—¿Cómo voy a saber…? —preguntó Kikyo exasperada observando el techo—. La voz de Inuyasha hacía retumbar y temblar la cueva. Le pedí que no gritara. Esas… esas… esas rocas, estaban en el techo y caían en picos… Yo…

Kikyo frunció el ceño y dijo con resignación —: Mi marido es un tonto, ¿no es así?

Kouga abrió los ojos como platos. Él sabía dónde podía estar Inuyasha. «"Perro idiota… Todo esto es culpa de tu estupidez."», pensó.

—No te preocupes, Kikyo. ¡Lo voy a encontrar! Te lo prometo a ti, a Rin y a ese bebé que esperas.

Kikyo asintió con la cabeza mientras llevaba sus manos a su aún plano vientre y Kouga salió con prisa de la habitación, dejando entrar a Sonomi junto a su hija.

—Espero que sí —dijo Kikyo en un murmullo.

Día 55: 19 de Mayo de 2012

Los días pasaron y Rin por fin iba mejorando de su pequeño resfriado. Sesshomaru culpó a Kagome por dejarla jugar en el patio con el sistema de riego. Kagome culpó a Sesshomaru por llevarla al cine en medio de una ola de resfríos veraniegos. Isayoi simplemente les dio un pequeño coscorrón a ambos antes de volver a cuidar a su nieta.

Esa noche, Rin estaba especialmente inquieta y caprichosa. Kagome estaba preparando una sopa de letras —la favorita de la niña— mientras las encargadas de la cocina la ayudaban proporcionándole todos los ingredientes e instrumentales que necesitaba. Los ya conocidos pasos de Sesshomaru se aproximaron por el pasillo y las encargadas se quedaron heladas, puesto que él nunca se acercaba a esa área.

—Retírense.

Su fría voz hizo temblar a las mujeres, que salieron raudas de la habitación. Kagome dejó su trabajo de revolver la sopa para girarse y observar los ojos dorados que ahora se acercaban.

—¿Por qué cocinas tú? —preguntó Sesshomaru.

Ella se giró y continuó revolviendo.

—Rin me lo pidió.

—La última vez que cocinaste… —recordó él.

—Rin estaba conmigo y le puso picante a la comida —replicó Kagome con molestia—. Ahora ella está arriba en cama, no puede agregarle nada.

—Eso no quita que seas TÚ la que lo está preparando.

Sus pasos lo llevaban cada vez más cerca a ella.

—Bueno, bueno. ¿Ahora qué bicho te pico en ese congelado cerebro que tienes, eh? —preguntó Kagome, harta.

Se giró colocando las manos empuñadas en jarra, con la cuchara de madera aún en su mano. «"Pensé que habíamos superado esta fase…"», suspiró internamente.

—Hn.

—¿Hn? ¡Ésa es tu maldita respuesta para todo! ¡Dime ya cuál es tu gran problema conmigo, Sesshomaru! Me insultas, me ofendes, me rebajas al nivel de una holgazana, luego me envías a hacer el trabajo de media empresa porque "te complace".

Apagó el fuego exasperaba y colocó la sopa en un plato hondo con decoraciones infantiles mientras continuaba hablando—: Te comportas como un maldito príncipe. ¡Y no creas que olvidé lo que pasó la otra noche! —dijo ella.

Estaba tan molesta por la forma en la que su cuerpo reaccionó a él, después de la forma tan maleducada en que la trataba usualmente.

—¡TÚ, deja de hacer eso! —ordenó Kagome apuntándole con la cuchara al ver que él se acercaba.

—No estoy haciendo nada —dijo él.

Y era verdad, lo único que hacía era acercarse lentamente a ella. Él admitió que ella era hermosa… pero deseaba arrancarle la lengua por un minuto. Ella tragó saliva cuando él la atrapó contra la encimera. Sus pálidos y fuertes brazos se posaron sobre el mueble, justo al lado de sus caderas.

—¿Q…Qué haces…? —preguntó Kagome con recelo.

—Callarte —dijo Sesshomaru arrimando su rostro al de ella, juntando sus narices.

No lo pudo evitar por más tiempo. Ya no le bastaba con callarla a insultos y verdades, ya no conseguía atajar a su mente de volar más allá de su imaginación. Nunca había sentido tal necesidad de probar los labios de alguna mujer —y nunca le fue más negado— que ahora. Era su forma de ser, tan agridulce, tan dura y frágil a la vez. Encontraba en ella todas y cada una de las contradicciones posibles.

Sus manos se elevaron de sus caderas hasta sus brazos, de sus brazos al cuello y desde su cuello hasta sus mejillas, atrapando su rostro entre ellas. Kagome abrió sus ojos con sorpresa y su cabeza cayó hacia atrás por puro instinto, mientras sus labios entreabiertos fueron una invitación irrechazable a tantearlos. Él no se hizo esperar. Sus finos labios apresaron con delicadeza a los de ella, demostrándole a Kagome que podían ser tan o más cálidos que un día de verano. Su beso era necesitado, era voraz y era conciliador. Era una tregua que nacía en medio de la batalla que ambos sostenían desde hace tiempo.

Una vez que dejó de luchar, Kagome soltó la cuchara de madera y permitió que sus manos vagaran desde los antebrazos hasta el fuerte torso, finalmente enroscando sus dedos en la camisa azul pálido de Sesshomaru. No le importaba que las arrugas causaran una tercera guerra mundial después. Lo atrajo más hacia ella, dejando escapar un suspiro al sentir como cada parte de su cuerpo quedaba pegada al de él. Ese suspiro dio paso a otros más. Sintió una de las fuertes manos bajando hasta su cintura, apresándola, uniéndola más a él si era posible.

Y de alguna manera era posible.

Sesshomaru tomó la decisión de profundizar el beso. Kagome frunció el ceño ante la intromisión de la lengua, tan cálida, tan diferente al témpano que esperó. Y lo esperó, porque imaginó en algún momento que besar a Sesshomaru sería como lamer un pedazo de hielo dentro del congelador. Que la lengua se quedaba pegada al hielo, eso también se lo imaginó. Sí, ahí iba de nuevo ella y el famoso congelador. Ahora podía decir que tenía una relativamente larga lista de romances con congeladores. ¿El que mejor besaba? Podría decir que este.

Lo estaba disfrutando… mucho.

Una de sus manos alcanzó un mechón de pelo plateado, con el cual jugó mientras permitía que su lengua luchara por ella ahora. Con el paso del tiempo y la falta de aire, el beso fue menguando hasta convertirse en un par de agitadas respiraciones, miradas confundidas y labios rojizos e hinchados.

Sesshomaru quería más.

¡Y por los mil demonios que no se volvería a quedar con las ganas!

Entonces, la volvió a besar. Esta vez el beso fue lento, tranquilo, seguro. Ya no sentía temblar los labios de ella. Muy en lo profundo, tenía miedo que ella lo rechazara. Pero el sentir la fémina piel erizarse bajo sus manos y sus caricias, la forma en que todo el cuerpo de Kagome se acomodaba al suyo, era mentalmente abrumador.

No mucho después, ambos reaccionaron. La conciencia, que siempre hacía sus visitas al baño en el momento más inoportuno, volvió en medio de un suspiro.

Las mejillas de Kagome ardían al igual que sus labios. Los ojos dorados, que hacía no mucho tiempo se fundieron en una calidez que ella nunca imaginó, ahora se templaban y enfriaban poco a poco. Sesshomaru se alejó de ella llevándose una mano a la cara, frotando con insistencia el puente de su nariz.

—Yo… Rin… —trató de explicar ella, tartamudeando.

Sus ojos azules no se atrevían a conectarse con los dorados. Deambulaban por la habitación y el piso. Él se reprendió por ello.

Sesshomaru observó cómo Kagome colocaba el plato con torpeza sobre una bandeja y salía de la habitación casi corriendo. No había hecho más que empeorar las cosas.

En un murmullo maldijo a quien corresponda.

Sesshomaru no deseaba estar en la casa en ese momento. Había perdido el control por completo. ¿En qué demonios estaba pensando? Pasó ambas manos por su cabello mientras intentaba relajar el frenético ritmo de su corazón.

—Maldición… —masculló quietamente antes de mirar la hora en su reloj de pulsera.

Agarró las llaves de su vehículo con furia.

—¡Jaken! —exclamó y pronto observó al pequeño hombre correr hasta él.

—¡Dígame, amo bonito!

El hombre respiraba con dificultad por el esfuerzo. Sesshomaru abrió la puerta de la entrada y antes de salir, le ordenó que lo mantuviera al tanto de todo en la casa. Ansioso por complacer al Señor de la casa, Jaken le aseguró que vigilaría cada rincón del lugar y tendría todo bajo control. Cuando terminó su reverencia, se dio cuenta que Sesshomaru ya no estaba en la casa y el chirrido de unas ruedas contra el concreto le dieron a entender que se había retirado hace tiempo.

Sesshomaru Taisho estaba muy perdido en sus pensamientos como para preocuparse por su irritante mayordomo. Esa mujer lo estaba volviendo loco. Necesitaba mantenerse distraído y agradecía su apretada agenda por darle la oportunidad.

Ese había sido su primer beso después de mucho… realmente… mucho tiempo.


Aquí un pequeño 'feedback' a todo el apoyo que me dieron en el capítulo anterior! No tengo mucho tiempo hoy, pero... puedo decirles que reí y lloré con sus reviews. No es la historia más feliz, pero pueden ver que siempre a pesar de todo lo malo, algo en la vida, las pequeñas cosas... son las que nos dan alegría.

Oh... admítanlo... Sesshomaru con gafas... Debe ser sexy ¿no? Osea... es él! Se puede poner bigote y va a ser un dios sexual... ok ya.

Buenos señores y señoras... Espero espero de verdad que el primer beso de ellos no los decepcione! Ya saben qué hacer para alimentar a mi musa - cof cof cof reviewwws cof cof - (las críticas constructivas son buenas tambien)

Cuidense y no dejen que los mosquitos arruinen su día. Besos.

* Re-edición: Corrección de errores ortográficos y gramaticales, entre otros.