Disclaimer: Los personajes no me pertencen, son creación de Rumiko Takahashi. FF creado sin fines de lucro.

* Publicación: 24-12-12


129 DÍAS JUNTO A TI

Capítulo 8: Emociones. Parte I

Día 58: 22 de Mayo de 2012

Con el dorso de su morena mano secó las gotas de sudor que brotaban sobre su frente. La tarde empezaba a caer en la isla cuando detuvo su caminata frente a una cueva. Podía ver la entrada bloqueada por una pila de rocas. Tras informar por radio a sus siempre fieles —e inútiles— ayudantes, comenzó a buscar un hueco por el cual observar el interior.

—Apesta a lobo sarnoso.

Kouga giró la cabeza sorprendido, buscando al portador de esa voz. Su cerebro debía estar jugándole una mala pasada.

—¡Feh, te tardaste!

—¡¿Inuyasha?! —preguntó Kouga gritando a la pared de rocas.

—No grites imbécil, vas a provocar otro derrumbe. ¡Y sácame de aquí! Me estoy muriendo de hambre.

Kouga bufó ante el tono desesperado de Inuyasha. Lo conocía lo suficiente como para entender qué provocaba la falta de comida en su amigo.

—Ya cállate, cara de lodo. La ayuda viene en camino —dicho esto, Kouga comunicó por radio que lo habían encontrado.

—Feh, ya era hora —dijo por lo bajo Inuyasha y se sentó en el piso con su usual postura con las piernas cruzadas, cerró los ojos y pronto su nariz comenzó a percibir algo. Olfateó el aire como si fuera un perro y entonces lo descubrió —: Ko… Kouga, ¿qué tienes ahí?

—¿Hambriento? —preguntó.

Kouga rió por lo bajo y guardó el panecillo que la mamá de Kagome le había entregado. Inuyasha lo necesitaría al salir.

—¡Feh! Kikyo tardó mucho en avisarles —dijo entrecerrando los ojos dorados ya sin brillo, el dolor que sentía al sólo de imaginar la pregunta que iba a hacer—. Fue ella, ¿verdad?

—Sí, cara de perro, fue ella quien nos avisó.

Inuyasha soltó todo el aire que estaba reteniendo.

—¿Cómo está? —preguntó más aliviado.

—Ella está bien. Sigue recuperándose en el hospital, pero mañana tendrá el alta.

El corazón de Inuyasha comenzó a latir con rapidez, ansioso y feliz.

—¿Rin está con ella? —preguntó, buscando insectos con la mirada.

—No —respondió Kouga—. Ella está en Japón con Kagome y el idiota de Sesshomaru. Piensa que tú y Kikyo alargaron su viaje.

—Feh… Más les vale a ambos cuidarla bien. Se las verán conmigo si le pasa algo—dijo Inuyasha al tiempo que atrapaba un insecto que recorría las rocas cercanas.

Definitivamente, no extrañaría su inusual dieta.

.

«—Eres hermosa, Kagome.

Un suspiro salió despedido de sus labios, sus mejillas se colorearon y rodeó con más insistencia su cuello. Abrazándolo. Él sonrió de lado y robó un beso de los labios de Kagome. Sus ojos dorados la observaron por largo tiempo, sin decir palabra. Kagome se dejó estar, acurrucada en esos brazos que la hacían sentir tan protegida y amada.

Te quiero, ¿lo sabes? —dijo él con una voz ronca.

Ella asintió, levantando la mirada y acariciando los plateados cabellos detrás de su nuca.

Yo te amo, Inuyasha.

No… Kagome, tú no puedes amarme —dijo él negando con la cabeza.

Kagome lo miró parpadeando.

Inuyasha… qué dices... ¿por qué…?

Porque yo… —dijo desviando sus doradas orbes hasta el otro lado de la habitación, volteando con tristeza el rostro.

Suspiró y la observó, apartando los brazos de Kagome delicadamente y tomando ambas manos de ella entre las suyas.

Porque yo… amo a Kikyo —confesó.

Los ojos azules de Kagome se abrieron desmesuradamente, llenándose de acuosas lágrimas, tratando de asimilar cada una de las palabras que él articulaba.

No, no, no llores —rogó Inuyasha—. Por favor, Kagome.

¡¿Te atreves a pedirme que NO llore?! ¡No derramaría una sola gota por ti! —exclamó ella.

Se separó bruscamente de él, frotando sus ojos con insistencia.

Escucha, Kagome. Yo nunca…

Inuyasha se detuvo un momento, buscando las palabras correctas.

Nunca pasó nada entre nosotros… Pero no puedo evitarlo, Kagome. Cada vez que la veo…No puedo dejar de pensar en ella… —dijo intentando acercarse a ella.

¡Basta! —suplicó Kagome, cubriéndose los oídos.

No, Kagome. ¡TIENES que escucharme! —suplicó.

La tomó por los hombros, intentando captar su atención.

¡Jamás te engañaría!

¡Ya escuché suficiente! —exclamó Kagome e intentó empujarlo pero él no la dejó apartarse.

No, aún no —dijo—. Kagome... ella no sabe nada…

Kagome frunció el ceño bajo la arrepentida mirada dorada.

No puedo engañarte —dijo Inuyasha con sinceridad —. No a ti. ¿Me escuchas?

¿Por qué… no me lo dijiste antes? —preguntó Kagome con los ojos azules llenos de lágrimas, que no dejó caer.

¿De verdad él le estaba diciendo todo eso? ¡Tenía que ser una pesadilla!

Porque pensé que era algo pasajero…

¿Pasajero? —preguntó incrédula.

Ella se apartó de un manotazo, dándole la espalda y permitiéndose derramar unas lágrimas que pronto fueron borradas por el puño de su abrigo.

Sólo espero que sean felices —dijo Kagome y se echó a correr.

Inuyasha la siguió pero se detuvo en la puerta de entrada.

Los pies de Kagome corrieron con torpeza por el inmenso jardín de la casa de los Taisho, cerró sus ojos para eliminar las lágrimas que no dejaban de fluir y al instante sintió como su cuerpo chocaba de lleno contra otro. Pudo sentir unas manos sostenerla por los hombros, así que abrió los ojos con temor, encontrándose con un par de ojos dorados. Eran tan helados que congeló todo sollozo dentro suyo. Por un momento los confundió con los de Inuyasha, perdida en el dolor que le provocaba su confesión.

Atiende tu camino, niña.

La voz profunda del medio-hermano de Inuyasha la sorprendió. Los ojos dorados se entrecerraron con aburrimiento.

Yo no soy él —dijo molesto—. Deja de mirarme de esa forma.

Ahora la ofendida era ella.

Sesshomaru…

Dime, ¿mi hermano al fin se dio cuenta de lo tonta que eres? —preguntó Sesshomaru levantando la mirada, observando a Inuyasha parado junto al marco de la puerta, lucía enfadado.

Déjame ir —pidió con urgencia.

Él la soltó, empujándola ligeramente. Kagome levantó el pie con rabia y pisó con fuerza uno de los pies de Sesshomaru, robando de él lo que parecía más un gruñido que un grito de dolor. Sus pies no se detuvieron desde ahí, dejando atrás la casa de los Taisho. Kagome corrió hasta llegar a la parada del bus. Allí, todo lo ocurrido se agolpó en medio de su pecho.

¿Era así como se sentía que te rompieran el corazón? ¿Así de doloroso y vacío podía ser?

Kagome siempre había sido la segunda elección de su familia. En todo momento, ella siempre quedaba rezagada por la perfección y la belleza de su hermana, su carácter suave y sumiso. Nunca había tenido rencor por ello… hasta ese momento. Secó nuevamente las lágrimas de su rostro, esta vez sosteniendo las lágrimas en su garganta.

No valía la pena llorar.

Del mismo modo, no valió la pena llorar durante la boda de Kikyo e Inuyasha poco más de un año después. Kagome se recordó a sí misma como la madrina de bodas perfecta. Ataviada en un vestido color crema, se mantuvo de pie junto a su hermana durante toda la ceremonia. Observando con atención los gestos de ambos. Sus miradas sinceras llenas de amor. Miradas que nunca recibió de parte de Inuyasha, al menos no con tal fervor. Kikyo estaba rendida ante él, ante sus ligeros roces, ante cada sonrisa que él le robaba.

Su hermana la miraba de reojo cada vez que podía. Kagome sabía que ella estaba preocupada. También sabía que su hermana no quería hacerle daño. Y era consciente de que Inuyasha tampoco quiso hacerle daño. Fue en ese entonces que ella… los perdonó. Cuando llegó el momento de desearles lo mejor, no dudó en hacerlo con la mayor sinceridad del mundo.

Sin embargo, el dolor… el vacío… el desengaño… la tragedia de un amor que no llegó a consumarse. La ingrata práctica de lo que pudo ser un gran amor. Sentimientos que se aglomeraron en su interior, sacando de sí misma una oscuridad que no conocía hasta entonces.

Ahora sentía la misma desesperación que en ese instante.

Era su mundo derrumbándose una vez más.

¿Tanto había dejado reposar en las manos de Inuyasha?

Sintió un hueco profundo en el estómago. El mismo que sintió cuando de pequeña subió a la montaña rusa y el carril la llevaba a una caída en picada. El mismo que sintió cuando escaló su primer árbol y tropezó. Su peor temor se manifestó, imaginándose en un paisaje completamente oscuro donde podía sentir el peso de la gravedad sobre su espalda llevándola a un inminente encuentro con el suelo, que no podía verse por la completa oscuridad.»

Fue todo lo que necesitó para abrir los ojos.

Su respiración agitada y ruidosa llenó cada esquina de la habitación, sus sollozos haciéndole compañía. Llevó ambas manos a su frente, sintiendo la humedad de esta.

«¿Un sueño?», se preguntó.

No.

Una pesadilla.

Bajó de la cama apretando su mano contra su torso, sintiendo todo el dolor que hacía tiempo no sentía. Un vacío que le había tomado años llenar con pilas y pilas de situaciones sin importancia, ahora parecía un agujero negro en medio de su pecho. Guió sus pasos hasta el pasillo, observando la puerta de Sesshomaru cerrada y la de Rin semi-abierta. La dejaban así por ella necesitaba salir o llamarlos. Observó antiguo y gigantesco reloj colocado al final del pasillo, en posición contraria a la escalera. Eran las 04:25 am. Todos en la casa debían estar durmiendo.

Con un vaso de agua en la mano, dejó que todas sus penas se ahogaran en él. «"Hace tanto tiempo que no pensaba en eso…"», recordó. Sus dedos jugaron con el rocío del vaso, dibujando figuras hasta que no quedaron más que gotas transparentes sobre su superficie. De pronto, el ruido de unos metales chocar la despabiló. Asustada, dejó el vaso sobre la mesa flotante y se dirigió hacia la fuente de los ruidos.

—¿J…Jaken? —preguntó con la voz trémula.

El sonido provenía de una habitación al fondo de la casa, frente al jardín trasero. Donde nunca antes había estado. De acuerdo, explorar la casa de Sesshomaru era algo que prefería dejarle a Rin. Quizás tenía una sala de tortura en el sótano.

Abrió despacio la puerta, sorprendiéndose de lo que vio dentro.

Los pisos de madera clara reflejaban en su encerado el brillo de las luces blancas del techo. Las paredes, que también eran de madera, tenían unos estantes en los que se ubicaban ordenadamente todo tipo de espadas: desde las tradicionales katanas hasta un florete. Las hojas brillaban tras el vidrio que las protegía. Ingresó a la habitación, observando en el fondo a dos hombres, uno de ellos le daba la espalda. Reconocía el sedoso cabello plateado, anudado en una coleta alta, que se movía tras su dueño con fluidez.

Cuando en uno de sus movimientos Sesshomaru se colocó de lado y la observó por el rabillo del ojo, por sólo un instante. Contraatacó al otro hombre con la gracia y elegancia que sólo Sesshomaru Taisho podía tener. Sus movimientos eran ágiles, certeros y mortales. Tanto que, después de lo que a Kagome le pareció segundos, Sesshomaru detuvo su última arremetida en el aire con la espada de hoja larga a nivel del cuello de su oponente. El hombre podía sentir el afilado y frío metal rozando su piel.

—Es todo por hoy —dijo Sesshomaru bajando su espada—. Retírate, Yoshiro.

El oponente hizo una reverencia y dejó su espada en uno de los espacios libres del estante. Ambos hombres vestían trajes tradicionales, el de Yoshiro era un kimono tradicional de color blanco que difería de su hakama azul. Pasando al lado de Kagome hizo un ligero gesto a modo de saludo, Yoshiro salió de la habitación dejándolos solos. Kagome reparó en Sesshomaru. Mientras éste depositaba su espada en la vitrina y se secaba con un paño las ligeras gotas de sudor que resbalaban por su frente, ella se dio el placer de observarlo. Su kimono negro contrastaba con su pálida piel y su cabello plateado, su hakama del mismo tono terminaba extrañamente ajustándose a sus tobillos.

Kagome tragó saliva.

—¿Ocurre algo? —preguntó él preocupado.

Ella negó despacio con la cabeza.

—¿Siempre entrenas a esta hora? —preguntó Kagome.

—Sí —respondió Sesshomaru escuetamente.

Él la observó de pies a cabeza, levantando una ceja. Los pantalones de su pijama eran muy cortos y la camisola era demasiado fina. Tensó la mandíbula ante la visión.

—¿Qué haces despierta? —le preguntó mientras se acercaba.

—Tuve una pesadilla —respondió ella desviando la mirada.

—Vuelve a la cama —dijo él con suavidad.

Pero Kagome ya no quería dormir, ya no quería cerrar los ojos. De esa manera, las imágenes del pasado no se repetirían como una película frente a sus ojos. Finalmente, negó con la cabeza.

—Será un largo día, mujer.

Kagome bufó, él volvía a su acostumbrado "mujer".

—No quiero volver a dormir —dijo ella casi en un puchero.

Sesshomaru frunció el ceño.

—¿Entonces qué es lo que quieres hacer? —preguntó él masajeando el puente de su nariz.

—Quiero hablar —dijo ella con simpleza.

Él tuvo que reprimir el vehemente deseo de voltear los ojos. Entre todas las oportunidades que tuvieron para hablar, ¿ella tenía que escoger esa para hacerlo? «"Mujeres."», declaró para sí mismo mientras observaba a la muchacha jugar con un mechón de cabello entre sus dedos, nerviosa.

—¿De qué quieres hablar, Kagome? —le preguntó.

¿De qué quería hablar?

Kagome en ese momento no podía recordarlo. Su nombre pronunciado por esos labios y esa voz, era un incentivo para el fuego que nacía en su interior. Un fuego que acaparaba cualquier espacio vacío en ella y lo llenaba con una placentera estela de humo y cenizas.

Kagome sin querer, dejó que sus azules ojos vagaran por la piel descubierta de su torso bajo el kimono, con un brillo satinado cubriéndola por el sudor. Sesshomaru siguió la mirada de ella y se acercó más hasta quedar a no más de una nariz de ella. Nuevamente, dejando que sus instintos lo dominaran, agachó su cabeza hasta estar a nivel de ella.

—¿Te molesta el sudor? —preguntó él cerca de sus labios.

El vaho de su aliento chocando contra los secos labios de Kagome hizo que ellas los remojara con la lengua antes de preguntar —:¿Eh?

Entonces Sesshomaru la besó.

Kagome de inmediato se dejó llevar por él y tomó los bordes del kimono entre sus manos, rozando con sus nudillos la pálida piel de Sesshomaru. Él la atrajo hacia sí tomándola por la cintura y la nuca, impidiendo cualquier escape futuro. Los dedos de Kagome se extendieron temblorosos, posando el interior de sus manos sobre la piel húmeda y caliente de él, sintiendo cada poro erizarse bajo su toque. El tacto de su piel era tan sutil como el las sábanas de su alcoba. El idiota tenía la piel más suave que cualquier chica. Ella prácticamente gruñó ante el pensamiento. Un sorprendido Sesshomaru levantó una ceja mientras dejaba que su lengua se apoderara de la boca de Kagome.

Las manos de Sesshomaru, por su parte, recorrían la pequeña cintura empujándola contra su cuerpo, dejando que sus pulgares entregaran delicadas caricias en toda su circunferencia. Esas caricias que aveces se colaban por debajo de su blusa. Demonios. Sesshomaru podía sentir correr la sangre a través de sus venas, llevando el carmesí liquido a lugares inapropiados. Un gemido escapó de los labios de Kagome al sentir una ligera presión en su vientre bajo, gemido que desapareció entre los labios de Sesshomaru.

La intensidad de sus caricias aumentó y pronto Kagome sintió el piso de madera bajo su espalda con el peso del Lord sobre sí. Cortando su respiración. Kagome deseaba más de él. ¿Podía conseguirlo? Probablemente, sí. Pero no sabía si quería hacerlo. En ese instante, sintió las manos de Sesshomaru bajar por su muslo y meterse delicadamente por la parte inferior de su pijama, tocando sólo un poco de piel, en una caricia para nada inocente que casi rayaba la lujuria.

—¡Niña, deja de correr así!

La voz chillona del mayordomo retumbó lejana en las paredes del cuarto. Sesshomaru hizo que sus manos se posaran en la cintura de ella y se acercó a besar su cuello.

—Él no va a entrar aquí —le susurró al oído con voz ronca, besando fugazmente el lóbulo de éste para luego hacer un recorrido por su mejilla juntando sus narices.

—¡Quiero que Sesshomaru-sama lo vea!

La voz de su sobrina, sin embargo, se escuchaba todavía más cerca que la de Jaken. Sesshomaru resopló. Ahora entendía cómo es que Rin no tenía hermanos... hasta entonces. Inuyasha y Kikyo tuvieron que viajar hasta el mediterráneo y perderse en una isla desierta para conseguir procrear de nuevo.

Por otro lado, ¿qué hacía Rin despierta a esa hora de la madrugada? Se preguntó Kagome. ¿Qué ocurría mientras ella dormía plácidamente en su súper-cómodo colchón?

Oh, ella amaba ese colchón.

—Sesshomaru…

Él la silenció con una simple mirada. Kagome asintió tratando de calmar su respiración. La punta de la nariz de Sesshomaru rozaba con suavidad la suya, podía sentir el calor de la respiración de Kagome chocar contra sus labios de una manera que en ese momento le parecía extremadamente…¿caliente? Fue entonces que él notó que el calor que irradiaba la piel de ella no era por la excitación.

—¿Tienes fiebre? —preguntó él sintiéndose culpable por primera vez en toda su vida.

Ella asintió levemente.

Sesshomaru se levantó y ayudó a Kagome a ponerse de pie, ella intentó alejarse, pero él no se inmutó en soltarla.

—Continuaremos la conversación más tarde —Kagome asintió y la puerta se abrió, dejando pasar a una alegre Rin que corrió a las piernas de Kagome, hundiendo el rostro entre ambas.

—¡Kagome-sama! ¡Rin encontró un gatito en el jardín, pero Jaken-sama no deja que se quede!

La pequeña hizo un puchero, sus cejas frunciéndose en una mirada obstinada, mientras sostenía al pequeño gatito entre sus manos.

—¡Lo siento, amito! No pud…—calló Jaken, interrumpiendo su incesante disculpa.

Su rostro pareció tornarse verde de la rabia al ver a la mujer importunando a su amo

—¡Qué haces aquí, insoportable mujer! ¡Este lugar está prohibido! —exclamó el hombre.

Kagome lo observó como si le hubiera salido un pico de loro en medio del rostro.

—Si está prohibido, ¿qué haces tú aquí? —preguntó enfadada.

—¿Se puede quedar? ¡Es muy bonito! —dijo Rin, observando a Sesshomaru con esa mirada que conseguía todo de él.

—¡Yo puedo entrar aquí! —exclamó Jaken—. ¡Te dije que no molestaras a mi amo, mujer insufrible!

—¡Tu amo puede decírmelo él mismo, enano irritable! —dijo Kagome dando un paso hacia adelante.

—Miau… —escuchó Sesshomaru entre el barullo de voces que se elevaban en su usual pacífico domo.

Cerró los ojos, furioso.

—¿Lo ve, Sesshomaru-sama? Es hermoso —dijo Rin con dulzura.

—¡Insolente! ¡Dirígete con más respeto hacia el Lord Sesshomaru! —exigió Jaken elevando un puño al cielo, quejándose.

—Tú… diminuto sapo engreído —dijo Kagome muy molesta.

—Es tan pequeñito… —dijo Rin, continuaba describiendo al gatito.

—Amo, dígale a esta mujer que…

—¡Suficiente!

Sesshomaru no necesitó decir más.

El autoritario tono de voz los dejó inmóviles. Mantuvieron la boca cerrada mientras Kagome se cruzaba de brazos y lo miraba reprochadoramente. Sesshomaru asintió ante el silencio y dirigió sus ojos entrecerrados a Jaken.

—Jaken, lleva al gato a la veterinaria... cuando abran —ordenó.

El mayordomo asintió y tomó al pequeño animal entre sus manos, consiguiendo unos cuantos rasguños departe del adorable bebé gato. Sesshomaru se giró a observar a Rin, quien le devolvió la mirada con una encantadora sonrisa.

—Acompaña a Jaken a la cocina. Luego hablaremos sobre salir de la casa sin permiso.

Rin asintió efusivamente y salió corriendo de la habitación, con Jaken siguiéndola. Y Sesshomaru, finalmente, dedicó sus ojos dorados a observar cansinamente a Kagome.

En lo profundo, Kagome quería volver a sus brazos y enterrarse en ellos. Pero, Sesshomaru tenía otros planes. Él pasó a su lado sin acercarse demasiado.

—¿A dónde vas? —preguntó ella sin obtener respuesta alguna.

Kagome se resignó al indescifrable hombre y decidió que en verdad se sentía rara. Regresó a su habitación y se tiró en la cama boca abajo, pensando cada una de las facetas de Sesshomaru y las situaciones que los llevaron a donde estaban ahora.

¿Dónde estaban ahora?

Con eso en mente, se sintió miserable.

«"—No es un secreto para nadie que cuando me miras —continuó—, te imaginas a mi hermano."»

Las palabras de Sesshomaru zumbaron en su cabeza. ¿De verdad veía a Inuyasha en Sesshomaru? Imposible. Ahora que lo conocía relativamente bien, la mirada de ambos era tan diferente que jamás podría volver ver a uno en los ojos del otro, más allá del color. Los del menor eran burlones, divertidos, obstinados como los de Rin, y rara vez podía vérselos de otra manera. Sin embargo, los ojos del mayor eran una mezcla de cosas, eran inteligentes, astutos, calculadores, no dejaban nada al azar, se podía ver un ego tan grande como el universo, pero también compasión. Se volvían aburridos en medio de una conversación trivial, se burlaban ante una broma de su sobrina y podían mostrar la máxima alegría que con su inexpresivo rostro no podía. El hombre no movía un músculo, su expresión era siempre la misma y su carácter… era tan o más cambiante que su mirada, pero inevitablemente hostil.

¿Cómo hacía para parecer tan aburrido en la superficie?

Cuando escuchó la perilla de su cuarto girar, levantó la cabeza encontrando a un Sesshomaru con el cabello aún húmedo y una camiseta gris. Sus pantalones color azul oscuro caían de una manera que hacía parecer sus piernas aún más largas. Cerró la puerta tras él y rodeó la cama ante la mirada azulada de Kagome.

—¿Qué haces? —preguntó ella, extrañada.

—Obligarte a dormir —respondió con seriedad mientras recostaba su cabeza en la almohada y cerraba los ojos. Kagome parpadeó.

¿En verdad pensaba que ella podría dormir con él a su lado?

—Higurashi, duerme —le ordenó.

¿En qué momento habían vuelto a los apellidos?

Pero… como si su cerebro obedeciera, de pronto sintió un profundo sueño. Kagome cerró los ojos, siendo lo último que vio antes de cerrarlos, el rostro apacible de Sesshomaru durmiendo. Él, por su parte, la observó complacido y preocupado. Sin darse cuenta, sus párpados también se cerraron, y pronto él también durmió mientras abrazaba el frágil cuerpo de Kagome.

.

No pasaban de las 8 de la mañana cuando Kagome sintió unas pequeñas risas a lo lejos. Trató de estirar su cuerpo, pero se dio cuenta que no podía moverse. Sesshomaru la tenía entre sus brazos, abrazándola mientras reposaba la mejilla sobre la coronilla de su cabeza. No podía sentirse más a gusto.

Él olía exageradamente bien.

—¡Abuelo, ¿podemos llevar a AhUn al parque cuando Jaken regrese?!

«¿Abuelo?», la mente de Kagome trabajaba lentamente, hasta que todo en su mente encajó.

—Se…Sesshomaru…—dijo mientras lo movía ligeramente.

Él se quejó en sueños pero no se despertó.

—¡Sesshomaru!

Finalmente, viendo que no les quedaba mucho tiempo, optó por el camino más fácil. Lo empujó de la cama y salió corriendo hacia el baño.

—¡¿Qué demonios tienes en la cabeza, mujer demente?! —bramó molesto levantándose del piso.

—¡Cállate! —gritó desde el baño.

—¿Sesshomaru? ¿Kagome?

La voz de Toga se elevó detrás de la puerta.

Sesshomaru miró a todos lados con un poco de desesperación, analizando la situación. Después de algunos segundos, se acercó a abrir la puerta.

—Padre —saludó a un sonriente Toga.

—Pensé que ya estarían camino al trabajo —dijo Toga observando el interior de la habitación levantando una ceja.

Su hijo permanecía semi-inconsciente parado en el umbral de la habitación de Kagome, con la ropa arrugada y el cabello ligeramente enmarañado.

—No —respondió—. ¿Te llevarás a Rin de todas formas?

Toga asintió.

—Isayoi pasará el día con ella y la llevaremos a cenar por la noche —le respondió y hubo una pausa, en la cual Kagome apareció lentamente junto a Sesshomaru—. Kagome, querida, ¿te sientes mejor?

—Buenos días, Toga. Sí, gracias —dijo y se sonrojó levemente.

Kagome se había colocado una bata encima antes de salir del baño.

—¿Qué hacían?

—Ehhh… —dijo Kagome no sabiendo que inventar.

—Le explicaba a Kagome las reglas para que Rin conserve al gato.

Sesshomaru saltó a su rescate, mientras acomodaba un poco su cabello.

—No seas tan controlador, Sesshomaru —la voz de su padre sonó burlona—. Le hará bien a Rin tener una mascota.

—¡¿Sesshomaru-sama, vendrá con nosotros al parque?!

El ligero tic en la ceja volvió a Kagome, esta se movía involuntariamente mientras observaba a su sobrina cubierta de ropas.

—¡¿Le ordenaste a Hari que la vistiera así?! —preguntó Kagome acusándolo con el dedo índice.

Rin parecía un pequeño panda en sus ropas blancas y negras.

—No voy a permitir que vuelva a enfermarse.

—¡Va a morir de calor con esa ropa! —replicó Kagome, incomprendiendo la razón por la cual su intelectual concuñado no podía ver lo obvio de la situación.

—Pero no va a enfermarse —declaró él victorioso.

—Eres un i-d-i-o-t-a —deletreó Kagome.

Se agachó a tomar la mano de Rin, para dejar a los dos hombres solos.

—Sácale la lengua a tu tío, pequeña elefanta —le susurró a Rin y sonrió orgullosa cuando se volteó a sacarle la lengua.

La cara que Sesshomaru puso era toda una trilogía.

Toga se echó a reír a carcajadas. Su hijo por fin había llegado a la adolescencia y agradecía a todos los dioses por ello. Cuando dejó de reír, le dijo a Sesshomaru—: Es una muchacha muy interesante, ¿no te parece, hijo?

—Y tú eres muy entrometido, padre.

—No seas irrespetuoso —advirtió—. Cuida lo que haces con ella.

Sesshomaru lo ignoró y salió de la habitación para caminar a la suya. Toga lo miró, sonriendo.

—¿Aún planeas llevarla al lugar que hablamos? —preguntó Toga.

Sesshomaru asintió.

Toga sonrió complacido, pero antes de retirarse, le habló una vez más. Preocupado, le dijo—: Hijo, quiero que aumentes la seguridad de la casa.

—Lo confirmaste —dijo Sesshomaru.

Toga metió las manos en los bolsillos y le devolvió una dura mirada, antes de asentir.

—Esta noche no quiero que la pierdas de vista —dijo—. Tendré agentes infiltrados, pero no debemos descuidarnos.

—Fue idea tuya que…

—Lo sé —dijo Toga—. Pero, necesitamos descubrir el plan de Nisegi antes de que ocurra algo.

—Y no nos conviene que sospeche —dijo Sesshomaru.

Toga miró con tristeza a su primogénito y asintió.

—Kouga encontró a Inuyasha —dijo en un susurro.

Fuera de cualquier expectativa, Sesshomaru abrió los ojos como platos al oír a su padre. ¿Estaba con vida? Era la pregunta que nacía en lo profundo de su mente mientras su padre se re-acomodaba frente a él.

.

«—No estoy jugando, Kagome —le susurró al oído.

La tersura con la que su voz atravesó la línea de sus dientes succionó todo el aire de sus pulmones.

Y no quiero que sea un juego para ti.

Kagome retrocedió.

Te lo voy a demostrar —dijo y sus largas piernas dieron tres pasos hasta quedar frente a ella.

Estiró una mano y con el dorso de ésta acaricio la mejilla de Kagome. Ella cerró sus ojos, sintiendo cada voltio que enviaba a sus terminaciones nerviosas. Sesshomaru se acercó hasta quedar a la altura de Kagome, buscando probar una vez más sus labios. Kagome podría morir besando esos labios, era el veneno y la cura. «Demonios». Su mente quedó en stand by mientras sus manos se perdieron en su nuca, jugando con las finas hebras plateadas.

Sesshomaru la guió hacia atrás, dejando que su espalda reposara en la pared más cercana, aumentando el ritmo de sus caricias, volviéndolas más íntimas al paso que recorría el terreno de sus pechos.»

Kagome abrió los ojos encontrándose con los de Sesshomaru. Su mirada, al comienzo encendida, poco a poco se fue tornando… aburrida.

—Deja de babear el asiento, mujer. Es cuero…

Kagome levantó una ceja y lo miró aturdida. Sesshomaru estaba sentado en el asiento del conductor con una mano en el volante y la otra quitando la llave, la mueca fingida de asco no podía borrarse de los labios fruncidos del Señor de Hielo.

«"¿Era un sueño?"», se preguntó. Sólo en ese momento ella fue consciente de lo agitada de su respiración, del calor que se arremolinaba alrededor de sus mejillas y el ligero temblor de sus piernas.

En definitiva, ése había sido un sueño.

Pudo sentir la puerta del copiloto abrirse y Sesshomaru apareció del otro lado. No se había dado cuenta en qué momento él bajó del auto. Kagome amagó bajar, cuando el cinturón de seguridad la devolvió a su posición anterior.

Sesshomaru metió la cabeza dentro del auto y, sin previo aviso —con toda la lentitud que podía llegar a caracterizarlo—, se abalanzó sobre ella dejando que cada parte de su torso rozara a Kagome, quien no pudo más que contener la respiración. Cada hebra de su cuerpo estaba erizada y sus sentidos más despiertos que nunca. Podía sentir la dureza de los músculos de su brazo y tórax, podía percibir su olor, podía observar libremente su perfecto perfil. Y lo hizo con detenimiento. Mientras, Sesshomaru se encargaba de desabrochar el cinturón lo cual, adrede, le tomó 10 segundos en tiempo real. Se incorporó y solo ahí Kagome se dio el lujo de respirar, tratando de desacelerar el ritmo de su corazón, se levantó acomodándose los cabellos y alisando su vestido negro de cuello en bote. Para su gusto personal, Kagome se veía por demás sobria y aburrida.

—Al menos pudiste haberme dicho que trajera zapatos más cómodos —reclamó ella maldiciendo sus tacones.

Él se encogió de hombros dándole la espalda mientras empezaba a caminar. Kagome lo seguía con dificultad. Se sentía mejor, pero los tacos de sus zapatos se enterraban en la tierra y las hierbas que la cubrían. Suspiró. «"Así que volvimos a ser el ogro de la historia."», se dijo internamente considerando la fría actitud usual de su propietario.

—¿A dónde se supone que vamos? —preguntó luego de algunos minutos.

Se sentía bastante incómoda.

—Dormida eras mucho más entretenida —dijo él.

Traía un muy buen humor esa mañana.

—¡Oh, vaya! ¡Así que no se te congeló la lengua!

Sesshomaru ladeó el rostro hasta observarla de reojo. Una muy, muy ligera sonrisa pícara surcó sus labios —muy ligera—, el ingenio resplandeciendo en sus ojos.

—¿Quieres probar que tan congelada está? —preguntó él.

Una descarga de sensaciones se disparó por todo el cuerpo de Kagome, pero trató de ignorar el doble significado de su frase. Sesshomaru se contentó con ver el intenso rubor que cubría ahora sus mejillas, henchido de orgullo continuó abriéndose paso por el camino de tierra rodeado por árboles.

—Mi madre amaba este bosque —comentó él de pronto.

Kagome levantó la cabeza sorprendida, tratando de aumentar el ritmo de sus pasos para alcanzarlo.

—Mi padre construyó una cabaña para ella en este mismo lugar —continuó tras una pequeña pausa—. Y allí le pidió matrimonio.

Kagome moduló una "O" con sus labios mientras llegaba a su lado. Él la observaba por el rabillo del ojo intermitentemente con el camino.

—Ella dijo que sí —dijo ella.

Sesshomaru negó con la cabeza.

—El viejo perro necesitó de cinco intentos más, hasta que lo consiguió —dijo él, nostálgico—. Ella no era una mujer fácil de tratar. Era muy diferente a Isayoi.

El camino empezaba a sentirse más firme y rocoso. Kagome lo agradeció mientras recordaba que Inuyasha le había comentado que la madre de Sesshomaru era un tema tabú para la familia. ¿Por qué hablaba de ella entonces? Decidió que era mejor no preguntar más. ¿Por qué la llevaba a una cabaña que le pertenecía a ella? Su mente hiló una idea tras otra, tejiendo un entramado oscuro.

—¿Para qué me traes aquí, Sesshomaru? —preguntó Kagome, de pronto.

Él se giró a observarla con una ceja levantada.

—No voy a acostarme contigo, si es que ése es tu plan.

Kagome plantó los pies en la tierra, con los puños cerrados al costado de su cuerpo, bastante ofendida. Sesshomaru lucía sorprendido…

Realmente sorprendido.

—No, Kagome. No pienso acostarme contigo todavía —dijo con toda naturalidad.

Kagome tragó saliva con dificultad. El "todavía" rondaba su mente como un molesto mosquito. Era un intento de promesa.

—No me interesa lo que te opines de mí o lo que te hayan dicho —dijo, no estando tan seguro de que eso fuera realmente cierto… de cierta manera sí le importaba su opinión—. Pero, espero que no me consideres tan deshonorable como para llevar a la cama a cualquier mujer que se ponga en mi camino.

Ella no sabía qué pensar, ni qué responder.

Al cabo de unos minutos, la cabaña se hizo visible ante ellos. ¿Cabaña? Sólo Sesshomaru podría considerar ese lugar una cabaña. La gran construcción de madera y piedra se elevaba frente a ellos entre la naturaleza. Él se adelantó, quitando un pequeño control remoto de sus bolsillos y haciendo que la cerca se abriera.

Sesshomaru caminó por el camino de rocas que se dirigía a la casa, Kagome lo siguió, agradeciendo el piso firme de roca que se extendía frente a ellos. Una vez frente a la puerta principal, él introdujo la llave y la madera crujió al abrirse. Él ingresó primero, encendiendo las luces y dejando ver a Kagome el interior. Una vez que ambos estuvieron dentro, cerró la puerta y la dirigió hacia un largo pasillo.

Hacia la izquierda, observó una hermosa sala de estar que tenía una gran chimenea en medio de la pared contraria. Imaginó lo placentero que debía ser pasar el invierno frente al fuego. Al tiempo que ella reparaba en los detalles del lugar, Sesshomaru abría la puerta que se encontraba prácticamente frente a la sala.

—Pasa —le dijo monótono mientras se perdía en el estudio.

En breves palabras, Sesshomaru le explicó sus razones para visitar la antigua cabaña de su madre. Aparentemente, Toga necesitaba unos papeles que se encontraban guardados en ese lugar y le había pedido a Sesshomaru que se encargara de buscarlos. Habían pasado cerca de dos horas revisando todos y cada uno de los documentos que se encontraban guardados en un mueble antiguo, cuando Sesshomaru escuchó a Kagome preguntar —: ¿Qué hará tu padre con esos papeles?

Él se encogió de hombros.

Se sentía frustrado, pues hasta ese momento, no tenían mucho más que un par de certificados de nacimiento y títulos de propiedad. La mayoría a nombre de Sesshomaru. Kagome imaginó que se trataba de la herencia correspondiente a su familia materna. Ella estiró los brazos por encima de su cabeza y giró su cuello ligeramente, intentando relajarse.

—Hay una cama en el piso superior —le dijo Sesshomaru con los anteojos de lectura puestos, levantando la mirada para verla mejor.

No había doble sentido en su voz. Kagome movió la cabeza de un lado al otro.

—¿Estás seguro de que encontraremos esos papeles aquí?

—Nadie ha estado aquí en años, fuera de los que cuidan el lugar —respondió él—. Si no están aquí, es porque padre los tiene en otro sitio y lo olvidó.

Kagome asintió y bostezó. Sesshomaru, quitándose las gafas, se encargó de observarla con tranquilidad.

—Dime… —habló ella tras una pausa en su lectura, Sesshomaru hizo un leve ademán para hacerle saber que tenía su atención—. ¿Por qué no desmientes todo lo que dicen los medios de ti?

—No tengo que darle razones de lo que hago o no, a nadie —respondió él.

Kagome asintió, aceptando su respuesta como adecuada.

Permanecieron en silencio, revisando más papeles hasta que Sesshomaru desvió sus ojos a la mujer frente a él, nuevamente. Ligeramente maquillada, con el cabello suelto y peinado con cuidado, llevando puesto el vestido negro que él había elegido para ella, revisando con atención cada párrafo de los documentos. No se parecía en nada a la muchacha rebelde que no hacía otra cosa que darle dolores de cabeza a toda la familia política de su hermano.

Era patética.

Desperdiciando tanto talento como inteligencia en un trabajo y en una vida carente de lujos. Su ceño se frunció mientras llevaba su dedo índice a sus labios y comenzaba a masajearlo, tanteando cómo entender a la mujer que tenía delante de él… Y cómo evitar la increíble atracción que sentía por ella. Verla acomodarse el cabello fue el detonante de sus siguientes impulsos. Se levantó de la silla, bordeando el antiguo escritorio que pertenecía a su madre y, sin previo aviso, tomó con fiereza los labios de una desconcertada Kagome.

Ella depositó a ciegas los papeles sobre el escritorio, mientras Sesshomaru reposaba una de sus manos en la mejilla de ella, acariciando con los pulgares la piel adyacente y la otra se apoyaba en el brazo del sillón. La lengua de Sesshomaru ingresó en la boca de Kagome, y su orgullo se inflamó al sentir la respuesta de su cuerpo. Las manos de Kagome recorrieron el torso de Sesshomaru, dejando que bajo ellas se sintieran los trabajados músculos de él. Demonios. ¿Podía ser más perfecto? Lo maldijo mientras sentía los labios de él moverse sobre los suyos. La mano de Sesshomaru que se apoyaba en el sillón, se trasladó hasta la cintura de Kagome, acariciando la tela que se pegaba a su figura con ímpetu. Los suspiros de Kagome, que se perdían entre sus labios unidos, hicieron que Sesshomaru perdiera el control de sí mismo. Por un momento ella sintió la necesidad de detenerlo.

Pero sólo fue por un momento.

Con la mano apoyada en la cintura de Kagome, la levantó del sillón pegando sus cuerpos en un solo movimiento. Kagome gimió ante el contacto de su cuerpo contra el de Sesshomaru, agarrándose de los antebrazos de él, mientras éste encaminaba sus labios a su cuello. Recorrió todo el níveo trayecto hasta el nacimiento de su clavícula. Deslizó las manos por su espalda sin dejar de besarla. Los labios de Sesshomaru eran la misma gloria para su piel. Los sintió en el comienzo de su escote, cuando él de pronto se detuvo y los labios de Kagome no pudieron retener la queja que nació en ellos.

Sesshomaru levantó la mirada sin moverse, observándola con los ojos nublados por el deseo. Ella podía sentirlo a través de la ropa. Los labios de él tenían un rastro disparejo de labial alrededor, su respiración estaba tan agitada como la suya. Él aún la tenía entre sus brazos, acariciando su piel delicadamente con el pulgar. Kagome desvió la mirada sonrojada, tratando de recobrar la compostura. La verdad era que deseaba que él continuara.

¿Cómo pedírselo?

Ella seguía pensando que él era un idiota.

Él la observó con los labios hinchados y rojos por el beso. SU beso. El cabello de Kagome ahora estaba desordenado, sus mayores miedos expuestos ante él. Cada parte de su cuerpo gritaba por reclamarla.

—Estás vibrando… —La escuchó decir con una voz demasiado profunda.

La mente de Sesshomaru volvía a llenarse de humo mientras levantaba la cabeza para tomar sus labios una vez más…

¡En verdad vibraba!

Sesshomaru gruñó y sacó el celular del bolsillo de su camisa, contestando la llamada al ver el remitente, con una voz que aseguraba la muerte del interlocutor —solo que se trataba de su padre—. Kagome aprovechó el momento para alejarse de él, pasando sus manos por su cabello, tratando de despejarse. Era imposible con él alrededor. Lo escuchó hablar mientras aflojaba el nudo de su corbata. Realmente era todo un espectáculo ver a Sesshomaru mostrando tan poco control. Acomodó su vestido y soltó un suspiro lleno de enojo. Una vez más, Kagome Higurashi había cedido ante ese pedazo de hielo. No se sentía muy cómoda con eso.

No tenía una verdadera razón en ese momento.

Podía decirse que ella odiaba a Sesshomaru Taisho y cada vez que intentaban estar solos o hablar. Terminaban de la misma manera: respiraciones agitadas, labios hinchados y, al menos uno de los dos, un desastre.

—Debemos volver —le dijo al colgar la llamada y Kagome asintió, intentando arreglarse el cabello. Él le ayudó a arreglarlo y cuando terminó, se alejó siseando. «"Maldita mujer…"»

—¿Te han dicho que eres bipolar? —le preguntó ella al verlo molesto.

—¿Te han dicho que eres desesperante? —preguntó él en cambio.

Kagome comenzó a recoger los documentos, ordenándolos lo más posible.

—Sí, Sesshomaru. Me has puesto al tanto de eso —respondió sin mirarlo y ocultó su molestia alisando sin mucho cuidado su falda.

Cuando sus ojos se posaron en una caja de terciopelo negro. Deslizó sus dedos por la superficie, levantando un poco de polvo en los dedos.

—Kagome… —lo escuchó decir.

¿Qué tramaba ahora?

Su nombre seguía sonando increíblemente bien en sus labios.

—Hn. —preguntó ella tomando la caja y observándola.

—De ahora en adelante, voy a cortejarte —tras decir eso, con el tono más aburrido de su repertorio, guardó bajo llave todos los papeles que no le servían y, tomando la caja que Kagome sostenía entre las manos y los papeles que debía llevar, salió de la habitación dejándola boquiabierta.

Kagome se quedó quieta por un buen tiempo en el mismo lugar. ¿Cortejar? ¿Acaso él pensaba que se encontraban en el siglo XV? ¡No! Esta vez él no la iba a dejar sin explicaciones. Así que corrió tras él y lo encontró cerca de la reja, esperándola.

—¡Sesshomaru! —lo llamó y él se giró para mirarla—. ¿Qué es lo que intentas? ¿Cortejar?

Él le devolvió una mirada dura. Por primera vez en su vida se sintió tonto…

—¿Y qué piensas hacer luego? ¿Pedirle mi mano en matrimonio a Buyo, mi gato? —preguntó ella.

—Eso le sigue al cortejo… sí —respondió sin dejar de mirarla.

—¿Qué? —preguntó Kagome, creyendo fervientemente que se estaba volviendo loca.

—Bromeaba —dijo con la misma seriedad.

—¿Qué? —volvió a preguntar, comprobando que había perdido la razón.

Sesshomaru bufó. Era la última vez que solicitaba ayuda de su padre para temas así. ¿Cortejar? ¿En qué estaba pensando? Vio a Kagome suspirar.

—Es hora de volver —dijo él finalmente, deseando haber pensado mejor las cosas.

Ambos se mantuvieron en silencio por el resto del viaje y horas más tarde, Kagome ingresó a la oficina de Sesshomaru con una taza de café en las manos. Estaba decidida a convencerlo de que ella no debía ir a la fiesta de Onigumo.

—No, Sesshomaru —dijo ella molesta, colocando la taza sobre el escritorio de Sesshomaru—. No pienso malgastar mi tiempo como la última vez.

—No está en discusión —dijo él—. Lo hablamos el día en que aceptaste trabajar para mí.

—Trabajar CONTIGO, no para ti. Idiota —dijo con sus ojos azules fulgurando con determinación.

—¿Así tratas a tus pretendientes? —preguntó él con astucia.

Ella abrió la boca sin saber que decir, al principio. Kagome decidió, entonces, que él estaba completamente loco o su sentido del humor había despertado —y no de la mejor forma, claro—. Por supuesto, ella optó por lo primero.

—Estás loco —le dijo.

—Hn —replicó él, ahora fastidiado.

Kagome se cruzó de brazos frente al vistoso escritorio, decidió volver al tema anterior y tras carraspear continuó hablando.

—El punto es —dijo—: que no eres tú el que tiene que pasar cuatro malditas horas frente a un espejo mientras un hombre gesticuloso no deja de hacer peinados raros con tu cabello.

—Puedo conseguirte a una mujer, si es lo que te molesta.

Los largos y finos dedos de Sesshomaru firmaban con agilidad papel tras papel. Se detenía cada tanto para revisar algunas líneas.

—No, todo está bien con Jakotsu —dijo ella moviendo las manos—. El problema es mi trasero.

Realmente ella no había pensando muy bien antes de hablar. Y lo notó demasiado tarde.

—Puedo encargarme de eso también —dijo Sesshomaru.

La sonrisa de lado y el brillo de sus ojos dorados hizo que Kagome retrocediera unos pasos. La tomó con la guardia baja.

—¡No! ¡Basta! De acuerdo… Iré al salón.

—Perfecto —dijo él, triunfal—. Byakko está en el estacionamiento. Aguardará ahí y regresarás con él

Kagome asintió y se retiró de la oficina. Sesshomaru no estaba actuando como él mismo lo haría usualmente. Se preguntó si se había pegado la cabeza con algo esta mañana al entrenar.

El intercomunicador sonó y Sesshomaru levantó el tubo.

—Hazlo pasar —pronunció luego de un momento.

La puerta se abrió, dejando entrar a un hombre de cabellos cortos y negros amarrados en una coleta. Sus ojos casi liláceos brillaban con diversión.

—¡Sesshomaru! —dijo el hombre al entrar—. ¡Luces radiante esta tarde, amigo!

—Al punto, Miroku.

—Tan ansioso como siempre, mi buen amigo —dijo Miroku, riendo.

El hombre tomó asiento en uno de los sillones frente a él y arrojó un folio sobre el escritorio.

—Vi salir a la hermana Higurashi. Vaya que está mejor que la mayor —dijo él, elevando las cejas pícaramente—. Viste ese par de…

—No lo repetiré, Hoshi —cortó inmediatamente.

Su tono de voz frío, causó escalofríos en el hombre. Era usual para Sesshomaru Taisho tener ganas de matar al abogado de la empresa, Miroku Hoshi. Sin embargo, en esta ocasión tuvo que atajarse del asiento con la mayor de las discreciones para no destajar cada parte de su cuerpo. Tottousai no apreciaría ver el cuerpo de su aprendiz hecho trizas.

—Jeje… De acuerdo…. —dijo el hombre.

Miroku carraspeó para aclarar su garganta y continuó hablando.

—Esperarán a que Inuyasha se estabilice para traerlos de vuelta —comentó, recostándose en la silla—. Kikyo ya tiene el alta.

Sesshomaru asintió. Su padre se lo había comentado en una llamada telefónica.

—Quiere hablar con Rin —dijo Miroku.

—No veo porqué no pueda hacerlo.

—De seguro la llamará esta noche —anunció Miroku.

Sesshomaru movió la cabeza de arriba abajo, mientras terminaba de revisar los papeles. Notó que Miroku sonreía al verlo. Eso era algo de poco fiar, sin embargo Sesshomaru confiaba en el charlatán.

—Ahora, sobre el otro tema —dijo dejando atrás sus cavilaciones—. Tu padre tiene negocios con la empresa de la que me hablaste desde hace años, casi desde sus inicios.

—¿Por qué no sabía de esto? —preguntó Sesshomaru observando al abogado.

—Porque es una cuenta de poca importancia —le explicó Miroku tomando los folios y volteando las páginas hasta llegar a una que presentaba una tabla —. La empresa tenía buena producción hasta que empezó a endeudarse. Se recuperaron pero no volvió a igualarla hasta ahora. Tu padre no ha querido quitarle el apoyo, por lo que seguimos haciendo pequeños negocios con ellos.

—¿Qué sabes del encargado? —preguntó.

—¿Muso Higurashi? —preguntó Miroku para asegurarse.

Sesshomaru asintió observando la fotografía del hombre en una de las fichas.

—Es el medio-hermano del padre de Kagome y Kikyo —comentó—. Tu padre nunca confió mucho en él, pero ha realizado un buen trabajo con la empresa. No tiene esposa ni hijos. Tampoco se lo ubica con facilidad. Pero estoy al tanto de que el templo de los Higurashi se mantiene con lo que les corresponde de las ganancias.

—Retírate —le ordenó Sesshomaru, luego de asentir intrigado por la nueva información.

—¡Será un placer! Me llevaré a tu asistente. ¿Puedes arreglártelas sin ella? —preguntó sin esperar realmente una respuesta—. Por supuesto que puedes. Nos vemos esta noche.

Miroku habló con rapidez caminando con prisa hacia la salida. Le guiñó el ojo y luego salió. Tras cerrar las puertas soltó todo el aire retenido en sus pulmones. Estaba seguro de que si Sesshomaru poseyera garras o veneno, no habría salido vivo de esa oficina.

Observó a la castaña que lo miraba furtivamente y se acercó hasta ella dándole un beso en la comisura de los labios.

—Mi bella Sango, ¿estás lista? —preguntó Miroku.

Ella asintió abrazándose a él con cautela.

—Sí, podemos irnos —dijo Sango—. Aleja tu mano de ahí, Hoshi —le advirtió separándose de él.

—¡Consíganse un cuarto!

Se escuchó a lo lejos haciendo enfurecer a Sango.

—¡Y tú búscate un nuevo trabajo, pelmazo! —fue la amable respuesta que consiguió de ella.

No había dudas de porqué había permanecido tantos años al servicio del Lord.

.

Los haces de color naranja se esparcían por el horizonte volviéndolo el panorama de una fotografía en sepia. Sesshomaru estaba parado frente a unos de los grandes ventanales de su sala de estar, esperando pacientemente. Finalmente, escuchó unos pasos bajando por la escalera, el ruido de tacones lo hizo girarse, encontrando frente a él a una graciosa e irritada Kagome.

—¿Cómo esperas que camine con esto toda la noche? —preguntó ella.

Las manos de Kagome se abrieron apuntando hacia la falda del vestido verde esmeralda que contrastaba divinamente con tono de piel. La tela de éste se pegaba a sus piernas enmarcando su silueta de reloj de arena —su cintura lucía más estrecha y sus caderas parecían más voluminosas—, la falda se abría por encima de la rodilla y bajaba hasta rozar el suelo con gracia. Sin embargo, era todo un dilema existencial caminar con semejante traje. Sesshomaru casi sonrió. Ella se veía hermosa.

Y molesta.

Su cabello estaba recogido elegantemente, con algunos mechones cayendo por encima de su hombro y enmarcando su rostro. Sus ojos azules estaban delicadamente maquillados al igual que sus labios y mejillas. Llevaba puestos uno de los aretes que él había comprado, eran de cristal blanco y le daban sofisticación a su apariencia. Sin embargo, no brillaban tanto como lo haría un diamante.

—Lo superarás —la animó con tono neutro mientras se giraba para recoger algo de la mesa ratona.

Kagome tenía ganas de ahorcarlo con su corbata. ¿Hablaba enserio?

—¡Deberías probártelo! —lo retó—. ¡Te quedará fantástico!

Sesshomaru frunció el entrecejo ante el sarcasmo, pero de igual manera le entregó la caja negra.

—¿Qué es? —preguntó con curiosidad.

—Quiero que lo uses esta noche —le dijo Sesshomaru ignorando su pregunta.

Los ojos azules de Kagome recorrieron la superficie de la caja con detenimiento. ¿Era la misma que había visto en la cabaña de su madre? Se parecía mucho. La abrió con cuidado y tuvo que retroceder un paso ante lo que vio. Una hermosa gargantilla de diamantes y amatistas centelleaba bajo las luces blancas de la sala.

—¿Perdiste la cabeza? —le preguntó.

—Es probable —dijo él con sinceridad.

Sesshomaru tomó la gargantilla y se colocó detrás de Kagome. Acercándose lo más posible a modo de que ella sintiera cada músculo de su cuerpo. «Maldito», pensó. La gargantilla se posó sobre su cuello pesadamente. ¿Cómo hacían las mujeres de alta sociedad para llevar ese tipo de joyas y no perder el cuello? Probablemente esta noche lo descubriría.

Las manos de él recorrieron sus hombros desnudos y se deslizaron hasta sus brazos. Lo sintió aspirar profundamente, antes de alejarse y caminar hacia la puerta.

El recorrido hasta lo que era la mansión de Onigumo Nisegi, fue silencioso. ¿Por qué dejaba que él la besara? ¿Por qué él la besaba? Lo miró de reojo, expectante, buscando un error en su inexpresivo rostro. Sin embargo, no lo encontró. El Lord Sesshomaru parecía tranquilo. Su entrecejo estaba relajado. ¿Qué estaría pasando por su mente?

¿Podía confiar en él?

Aún no tenía respuesta para eso.

Cuando llegaron, un gran despliegue de limosinas y fotógrafos adornaba la entrada principal. La mansión no era tan grande como la de los Taisho, pero no por eso dejaba de lucir como un palacio para los ojos de Kagome. Suspiró con cansancio y dejó que Sesshomaru la escoltara fuera de la limosina.

Definitivamente ese vestido había sido la peor elección de todas.

Kagome tomó el borde de su vestido con delicadeza, tratando de no tropezar, mientras subían las escaleras hasta la entrada principal. Allí lo vieron. Onigumo Nisegi sonriendo al verlos llegar.

La piel de Kagome se erizó. Sesshomaru se acercó a ella y agachó la cabeza con discreción.

—No te separes de mí, Kagome —le dijo en un susurro.

Ella asintió y rodeó el brazo que Sesshomaru le ofrecía.

Kagome sintió tanto asco cuando Onigumo besó su mano en un gesto de caballerosidad que deseó arrancarse la piel. Aquel hombre provocaba tanta desconfianza que empezó a cuestionarse si era buena idea estar en ese lugar. Estaban en medio de un gran salón lleno de personas, cuando Kagome levantó la mirada para encontrarse con Sesshomaru estudiando el lugar con detenimiento. En ese momento lo vio fruncir el ceño, mientras una mujer caminaba hacia ellos.

Los negros cabellos de la mujer estaban recogidos en un moño desprolijo mientras sus curvas se exponían ante ellos debajo de un muy ajustado vestido rojo. Su pierna derecha se dejaba ver bajo un tajo que llegaba hasta la parte superior de su muslo. Por un momento, se sintió muy insegura comparándose con esa mujer. Más aún, cuando sus ojos rojizos tenían como objetivo a su acompañante.

—¿La conoces? —preguntó Kagome.

—Kagura… —le escuchó decir a Sesshomaru en voz baja.

Y en el momento en que ella se acercó a él, intentando robarle un beso de los labios —el que Sesshomaru ágilmente desvió—, Kagome se sintió muy incomoda en medio de los dos.

Sí, había sido una mala idea venir.


Muy bien, sres y sras... ¿Qué les pareció? Espero que les gustara. Las cosas se me salieron de las manos, no podía dejar de tipear. Por lo que dividí este capítulo en dos. Aunque todavía no estoy muy segura con todos los hechos... Muchas cosas para un solo día, ¿no? Tomenlo como un pequeño obsequio pre-obsequio de navidad. Tengo un pequeño extra que estaré publicando antes o después de las doce. Otro pequeño corte en la continuacion de la historia.

Ahora, respecto a sus comentarios:

1) Sí, Kagome es dueña de la cafetería. Cosa que será explicada más adelante junto con todas las chácharas de por quué trabaja como mesera y por qué no quiere que nadie sepa.

2) Por favor, si dudan de algo o encuentran errores o cosas sin aclarar, por favor no duden en preguntar o decirlo! Por reviews, por twitter o por email (tienen los datos en mi perfil de Fanfiction)

3) De nuevo, ¡Mil gracias por todo el apoyo! Me encanta leerlos y verqué tipo de reacciones les provoca.

4) Sesshomaru... Sessho... Sessh.. Admitámoslo... Él es así de crudo y elitista en el anime... Yo intento no salirme mucho del personaje... Espero no estarme saliendo mucho. En este capítulo sí siento haberme salido... pero lo pongo así... ¿queé pasa cuando el controlfreak, elitista y frío Sesshomaru se encuentra dominado por sus propios impulsos hacia una mujer de clase media, a la que lo que menos le importa es ser parte de ese mundo? Una mujer a la que "odia" desde hace años, a quien ni siquiera puede escuchar...

Diganme lo que piensan! Tienen todos los medios para contactarme! Y yo siempre estoy ansiosa por leerlos!

No se olviden dejar un review (?)

Espero que pasen una muy buena Noche Buena (Valga la redundancia) rodeados de aquellos a quienes aman. Sea cual sea su creencia religiosa, la familia es algo muy importante y cualquier excusa es válida para disfrutar una noche con ellos.

Nos estamos leyendo en unas horas!

Muchos besos!

* Re-edición: Corrección de errores ortográficos y gramaticales, entre otros.