Disclaimer: Los personajes no me pertencen, son creación de Rumiko Takahashi. FF creado sin fines de lucro.
* Publicación: 29-08-12
* Edición: 01-04-17 *2da Edición: 18-04-2022
129 DÍAS JUNTO A TI
Capítulo 10: A tu lado
Día 60: 24 de Mayo de 2012 (Tokio)
Kagome reposaba los codos sobre una mesa del aeropuerto de Narita mientras mantenía los ojos estáticos sobre el Lord y jugaba con su boleto de avión distraídamente. Sesshomaru se encontraba sentado frente a ella, bebiendo café inmerso en el gran ventanal donde las luces de la pista de aterrizaje se disolvían en el albor de la mañana. El brillo nostálgico que resplandecía en sus ojos dorados le daban la impresión de que había caminado por la tierra durante milenios enteros. ¡Y vaya que hasta lo hacía ver atractivo!
No era algo que admitiría abiertamente, por supuesto.
Kagome sacudió levemente la cabeza, ¡¿pero qué demonios ocurría con ella?! ¡De cuándo acá todo lo que hacía Sesshomaru parecía ocurrir en la Matrix! Si hasta el aleteo de sus pestañas parecía gasificar sus pensamientos. ¡Se estaba volviendo loca! Con la firme intención de dejar de pensar en él, desvió la mirada hacia el reloj. Eran las 5:20 a.m. Mecánicamente, llevó ambas manos al pecho presionando su boleto de avión contra sí. ¿Estaría bien dejar a Rin sola en esos momentos? No, se dijo, pero Sesshomaru y su padre no le dejaron otra opción. Fuera del extraño presagio que se forjaba en su interior, le entusiasmaba la idea de volver a viajar —aunque fueran nada más un par de días—.
Cuando sintió una mano posándose sobre su antebrazo, se sobresaltó casi tirando el café de Sesshomaru. Él elevó una ceja.
—No pasa nada —respondió Kagome, casi adivinando la pregunta.
Sesshomaru asintió.
—Es hora —dijo él.
A no más de diez minutos del abordaje, Kagome sentía que los nervios carcomían la boca de su estómago.
—Sesshomaru —lo llamó suavemente—, yo... creo que debería quedarme.
Él se contuvo para no rodar los ojos.
—Ese tema ya no está en discusión, Higurashi —respondió él con tono monótono.
—Algo no está bien —insistió— Es que… ¿crees que Kagur-
Sin embargo, la voz de Kagome se perdió brevemente ante el anuncio de abordaje para su vuelo. Sesshomaru la observó por un instante antes de tomar el equipaje de mano de ambos, y adelantarse hacia la plataforma. Kagome lo siguió y, antes de alcanzarlo, fue casi arrojada al piso por un hombre.
—¡Disculpa! ¿Te encuentras bien? —preguntó el extraño.
Se agachó para levantar el pasaje de Kagome, que se había caído al piso, y la ayudó a ponerse de pie.
—Sí… Sí. Gracias —respondió ella tomando el boleto entre sus manos y observando nerviosa al hombre.
El extraño pelirrojo tenía su cabello desarreglado, lo que le daba un toque despreocupado a su traje azul oscuro y los ojos más verdes que vio en su vida le devolvían la mirada con una sonrisa socarrona en ellos. Sesshomaru se volteó al no sentirla cerca.
—¡Ya voy! —gritó Kagome y, tras una ligera reverencia hacia el desconocido, corrió hasta alcanzarlo.
El suceso quedó atrás tan pronto como sintió su espalda apoyarse en el asiento del avión. Ese definitvamente no era el primer vuelo de Kagome, pero la preocupación que de pronto se ceñía alrededor de sus pulmones los oprimía robándole el aliento. Sesshomaru la miró de reojo. Se moría de curiosidad por saber qué era lo que mantenía a la joven tan callada, inquieta y ensimismada. Se frotó el puente de la nariz, intentando relajarse y sacó unos papeles para revisarlos.
Tras algunas horas de vuelto, Kagome empezó a sentir el vendaval que se aglomeraba a su alrededor. Su mente empezó a aglutinar ideas y pensamientos sin hilos en su mente, en conjunto con la preocupación, su ansiedad comenzó a extenderse hasta sus dedos que se enrollaban una y otra vez con sus hebras negras como la misma noche sin luna. De pronto, sintió la mano de Sesshomaru posándose sobre la suya.
—Falta poco para llegar —anunció en voz baja y Kagome le agradeció internamente, tomando la mano de Sesshomaru.
A él no le importó que ella jugara con sus dedos, recorriéndolos y apretándolos. Y, así, toda la inquietud que ella sentía se esfumó.
(Tokio)
Esa mañana avanzó inconsciente de la ausencia de Kagome y Sesshomaru en la ciudad. Todo apuntaba a ser un aburrido día de oficina cuando Kagura recibió la visita de un hombre de ojos color violeta. Su rostro se le hacía conocido, sin embargo, no descifraba dónde podría haberlo visto. Y, por sobre todo, le desagradó la manera en que su labio se torcía en una ridícula sonrisa ladina.
—Buenos días —saludó el hombre—. ¿Es usted la Srta. Kagura Shikabane? —preguntó.
—Sí —respondió ella, con el ceño fruncido—. ¿Quién se supone que eres?
—Soy Miroku Hoshi —respondió, extendiéndole su tarjeta de presentación—, abogado de la Srta. Kagome Higurashi.
Los ojos de Kagura se abrieron extrañados. ¿Abogado? Acaso... ¿Sesshomaru había cumplido con su palabra?
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó ella, cruzándose de brazos.
—Vengo a entregarle personalmente una copia de la demanda que se ha levantado en su contra.
—¡¿Demanda?! —preguntó exaltada—. ¡Exijo una explicación!
Golpeó su escritorio con las palmas de las manos mientras se ponía de pie.
—Usted agredió a la Srta. Kagome Higurashi durante la recepción del Sr. Nisegi y ha levantado cargos por agresión.
—¡Esa mujerzuela está mintiendo!
—Señorita Shikabane, le recomiendo que se abstenga de decir algo que pueda empeorar su situación —le recomendó Miroku—. Varios testigos la ubican en el lugar de los hechos.
Kagura maldijo por lo bajo. ¡Cómo se atrevía!
—Debe acudir al citatorio que le será anunciado en estos días —continuó él—, y deberá permanecer alejada de la Srta. Higurashi por al menos 200 metros hasta que finalice el juicio o se retiren los cargos en su contra.
Miroku se regocijó al ver la cara de Kagura desfigurarse y saboreó su victoria por unos instantes antes de retirarse.
Kagura empuñó sus manos, mientras su nariz se fruncía con desagrado.
—Me las vas a pagar, Kagome Higurashi —masculló entre dientes.
—Así que los Taisho han dado el primer ataque, interesante —dijo Onigumo, apareciendo tras la puerta de su oficina.
Ella le entregó la copia de la demanda y Onigumo sonrió de lado.
Realmente a él no le importaba Kagura. Ella había sido una estúpida por enfrentarse a la perra de Sesshomaru Taisho. Él recordaba a Kagome, Naraku se la había presentado y desde el primer momento supo que ella sería la clave para destruirlos.
—Trae a ese hombre en menos de una hora, Kagura —le dijo Onigumo— y tendrás mi ayuda.
Kagura asintió con una gota de sudor en la frente. ¿Ese hombre? Se refería a…
—¡Pero una hora es muy poco tiempo!
Onigumo no le respondió. Entró a su oficina y la dejó con la imagen de la puerta cerrada. Sí, era muy poco tiempo pero ella estaba decidida a conseguirlo si es que con eso destruía a Kagome.
Y fue así como en menos de una hora, Onigumo recibió al alterado hombre que ahora tenía enfrente. Con una media sonrisa dibujada en sus labios secos, golpeteaba el escritorio con los dedos, haciendo que el recién llegado resoplara con bastante incomodidad. Onigumo no tardó en explicarle detalladamente su oferta, una bastante difícil de rechazar —si es que cabe destacar—.
—¿Y bien? Es un trato que te aconsejaría no rechazar, Muso —dijo finalmente con su inconfundible tono de vendedor de seguros.
Los ojos negros que le devolvían la mirada a Onigumo, se estrecharon.
—Taisho es nuestro mayor colaborador, desde hace más de 10 años —explicó Muso—. Debes ofrecerme algo más… alentador… para que la empresa no sienta tanto las pérdidas —terminó la frase con lentitud.
Las palabras resbalaban serpenteando por su lengua. Onigumo se removió incómodo en su asiento, calculando con rapidez qué podría decirle al hombre.
—¿No te agobia, Muso, ser sólo el albacea? —preguntó—. Trabajar día y noche por una empresa que no saldrá a flote… y que, al final, todo tu esfuerzo, todas TUS —y Onigumo enfatizó la última palabra—… ganancias queden en manos de terceros.
Aquellas palabras, cuidadosamente elegidas, hicieron flaquear la voluntad de Muso, quien no era precisamente el menos interesado de los hombres, y el brillo en sus ojos casi hizo reír a Onigumo.
—Lo que te propongo puede ser muy beneficioso para ambos. Pero sólo te daré hasta el atardecer para que respondas —finalizó Onigumo.
Todo estaba dicho entre ellos… al menos por ahora.
Una vez en su vehículo, Muso tomó entre sus dedos la tarjeta que Onigumo le había entregado y se la llevó a la barbilla, reproduciendo toda la conversación una vez más en su mente.
Cuando su hermano murió, con ambas hijas rechazando el mando de la empresa, él había aceptado la gran responsabilidad de suplir esa labor hasta que el menor de los Higurashi pudiera hacerse cargo. En aquel momento, no había pensando en lo que implicaba tener el control de la compañía y dejar que la mayor parte de las ganancias fueran a parar a manos de la familia política de su hermano para sostener aquel viejo y olvidado templo, mientras él sólo recibía un miserable sueldo.
Entonces, sintió rabia.
Él bien sabía que los Taisho sólo colaboraban con él por el aprecio que le tenían a la familia. En parte, no eran más que un estorbo para que la empresa surgiera, aunque a él no le servía de mucho que lo hiciera. No, al menos, mientras todo siguiera igual.
En su interior, todo estaba decidido.
Muso levantó el tubo del teléfono y llamó a su asistente. Su familia política y los Taisho pronto tendrían noticias de él.
Esta vez… no sería un cheque.
Día 60: 24 de Mayo de 2012 (Nueva York)
Kagome levantó la mirada hacia el enorme rascacielos City Spire. El condominio se elevaba frente a ella con una monstruosa majestuosidad octogonal bajo el aún oscuro cielo Neoyorkino. "Claro, por supuesto..." Nada en esa familia podía ser menos que más. Caminó junto a Sesshomaru, ignorando la manera en que la gente se quedaba mirándolo cuando entraron al lobby y subieron al elevador.
Cuando Sesshomaru deslizó la tarjeta magnética por el panel y apareció el número 72 en la pantalla anunciando el piso al que debían llegar, Kagome retuvo las ganas de decir una grosería. No tenía problemas con las alturas, ni con los espacios cerrados, pero el hecho de estar completamente solos la hizo ser muy consciente de la energía masculina que emanaba de él. ¿Acaso nadie en los 10.000 pisos restantes pensaba subir? Al parecer no. Era muy temprano. Cerró los ojos y recostó la cabeza en la pared más cercana a la pared, aguardando así que llegaran a su destino.
Un suave pitido anunció su llegada y, ni bien las puertas se abrieron, salió al pasillo presurosa con una sonrisa resignada.
Sin darle demasiado protocolo, Sesshomaru guió a Kagome hacia la puerta de entrada al departamento y, tras volver a pasar la tarjeta por el sensor de la puerta, la condujo hacia unas escaleras de mármol y metal pintado en dorado, por las cuales subieron dejando atrás el exquisitamente decorado recibidor. Si al atravesar esas ridículamente bien talladas puertas de madera ella pensó que habían exagerado en la decoración del vestíbulo, ahora sinceramente, no sabía que pensar.
Frente a sus intensos ojos azules, se encontraba "la joya de la corona".
Blancas columnas que se elevaban hasta el techo le dieron la bienvenida, mientras esculturas repartidas en rincones al azar bajo cortinas doradas que caían con tal gracia que en conjunto la transportaban a un museo aún más elegante que el mismo Louvre. Sesshomaru se adelantó y, atravesando lo que aparentaba ser una sala de estar familiar, la guió hasta una habitación en la cual entraron.
Kagome levantó la mirada mientras caminaba hacia él, fijándose en la gran vista que apenas iba mostrando los mortecinos rayos solares del amanecer que dejaban ver los amplios ventanales que rodeaban prácticamente toda la habitación.
—Ponte cómoda —le dijo Sesshomaru.
Kagome se giró para mirarlo, sin darse cuenta que había caminado hasta llegar al medio del cuarto.
—Te veré en la cena —anunció él.
—¿Cena? —preguntó Kagome.
Sesshomaru asintió.
—Nos reuniremos con los inversionistas de la compañía para cerrar unos negocios y, como habíamos dejado en claro, tú tienes que estar presente —dijo él.
Sesshomaru se estaba divirtiendo internamente, pero decidió que era hora de retirarse.
—Espera —lo interrumpió Kagome, moviéndose hacia él—. ¿No iremos a la oficina? Pensé que...
Sesshomaru negó con la cabeza.
—Duerme —dijo él.
Ella frunció el ceño.
—Se supone que debo ir contigo. ¿No es así? —preguntó ella un poco molesta.
—¿No estás cansada? —preguntó él en cambio.
Kagome se quedó mirándolo sin parpadear. No podría decir que no lo estaba del todo. Pero vinieron con un propósito y ella estaba dispuesta a cumplirlo. Así, negó con la cabeza y le respondió con una leve sonrisa —: No, para nada.
Sesshomaru asintió.
Después del desayuno, Kagome y Sesshomaru bajaron hasta el piso 52. Allí se encontraban las oficinas de las Industrias Taisho. Sesshomaru la guió hasta una sala de reuniones, donde ya los esperaban varios miembros de la directiva. Al principio todo iba bien, Sesshomaru se veía relajado y revisaba los informes que le presentaron con bastante atención. Pero cuando el gerente de la empresa empezó a explicarle los nuevos cambios que improvisaron con el personal, Sesshomaru frunció el ceño por primera vez en todo lo que llevaba del día.
Entonces, Kagome supo que esa sería una larga mañana.
Era apenas mediodía en la Gran Manzana y Sesshomaru se encontraba frotando el puente de su nariz con mucha insistencia. Desafortunadamente, los empleados de esa sucursal no tenían ni la menor idea de lo que eso significaba.
Sesshomaru Taisho estaba al borde de un recorte de personal.
Todo en esa oficina reclamaba orden y tenía apenas un día para acomodar las cosas, mientras cumplía con las instrucciones de su padre.
«"¿Qué insistencia tenía él en encontrar esos benditos papeles?"», se preguntó internamente Sesshomaru.
Bebió un sorbo del café que la secretaria del gerente le había acercado, tan sólo para escupirlo en la misma taza, completamente asqueado por su aguado y, por demás, azucarado gusto.
—Higurashi —la llamó y Kagome se giró hacia él—, soluciónalo.
Ella tomó la taza y se alejó con la secretaria, antes de que Sesshomaru la tirara contra la cabeza de alguien.
Él, mientras tanto, hastiado de que sus disposiciones fueran malinterpretadas erróneamente y desarrolladas de una manera incomprensible para él, decidió ponerle un punto final a la reunión por el resto del día. Decidiendo que realizaría otro viaje a ese lugar tan pronto como Rin estuviera con sus padres.
Cuando Kagome volvió, lo vio levantarse de golpe y dirigirse hacia la salida.
—Espera, Sesshomaru —suplicó ella—. ¿No deberías al menos despedirte de ellos?
Él la miró de una forma en que ella no pudo descifrar. Se giró y le dio la espalda.
—No tiene caso que nos quedemos aquí si tratamos con gente tan incompetente —dijo él finalmente y salió de la sala.
Los presentes sencillamente no tenían ni la más pálida idea de qué hacer, por lo que algunos apresurados intentaron detenerlos, otros huyeron antes de ser despedidos y otros tantos intentaron comunicarse con Sango.
Capaz ella tendría una idea de qué hacer, se dijeron en un principio.
Kagome se cubrió los labios con la mano, pero pronto se armó de valor…
—No lo sigan —les ordenó Kagome en inglés fluido, observando como el Sr. Andrews, el gerente, lo seguía—. Les pido que me dejen arreglarlo.
Y… lo siguió para enfrentarlo.
—¡Sesshomaru! —lo llamó—. ¡Esto es ridículo! —exclamó ella, molesta—. No viajé hasta aquí para que de la nada decidas irte sin darles UNA sola explicación. Vamos a volver a esa sala y…
—¿Acaso estás ciega? —le preguntó él con la voz más fría que pudiera identificar—. Esto no va a funcionar. ¿No lo entiendes?
Ella lo observó subirse al elevador y detener las puertas con una mano, esperando a que Kagome subiera.
—Aunque nos quedemos el resto del día explicando porqué las tonterías que hicieron no sirven, ellos no lo van a entender sin una capacitación apropiada.
Sus ojos no expresaban una gota de emoción.
—Estoy segura de que esos hombres están más que capacitados, Sesshomaru —replicó Kagome, cruzándose de brazos—. Sé bien cómo tú y tu padre se encargan de conseguir al personal. Lo que ellos necesitan son orientaciones, nada más.
Sesshomaru bufó y Kagome pudo ver como su mirada asesina era suavizada por el cansancio.
—Encárgate de avisarle al Sr. Andrews que volveremos en un mes junto con un equipo de profesionales para orientarlos. Dile que yo, Sesshomaru, espero cambios a nuestra llegada.
Kagome movió la cabeza en señal afirmativa, tragándose una sonrisa. Ah… pero Sesshomaru supo que ella apenas podía aguantarse por su constipada expresión, sus ojos azules brillaban con alegría. Él bien sabía lo que había hecho en sus vidas pasadas para merecer tal tortura…
Oh, Sesshomaru Taisho nunca fue un buen chico…
—Te espero en la Planta Baja —dijo él.
Kagome asintió.
—Kagome…
—¿Sí? —preguntó ella.
—Prohibe a esa secretaria que prepare café —le dijo y quitó su mano de la puerta del elevador, que no demoró en cerrarse.
Kagome soltó todo el aire que estaba reteniendo en sus pulmones en forma de una melodiosa risa. «"¿Porqué le costaba tanto decir eso?"», se preguntó refiriéndose a la futura visita a la sucursal. Estaba segura que esa idea no era nueva, pero probablemente nunca lo descubriría.
Observando su reloj, volvió a la sala de reuniones y tuvo que abrir más sus ojos para mirar la catástrofe nuclear que había dejado el hombre a su paso. No era la primera vez que veía algo parecido, pero sí era la primera vez que lo veía en veinte almas que necesitaban un descanso. Cuando la vieron entrar a la sala de reuniones, se lanzaron a ella solicitando consejos.
—¡Srta. Higurashi! ¡Volvió! —le dijo uno de los hombres—. Estábamos desesperados.
Kagome asintió y, colocando una mano sobre el hombro del gerente, le explicó con paciencia lo que Sesshomaru le había dicho. Ella les habló con toda la calma que utilizaría para hablar con Rin. Al terminar, todos se tranquilizaron y ella decidió que era hora de marcharse.
(Tokio)
—¿Nueva York? —preguntó Onigumo—. Interesante.
Kagura asintió.
Después de la noticia de la demanda, el viaje de Sesshomaru y Kagome le había caído como un cubo de agua helada. ¿Es que acaso Sesshomaru no veía la verdad acerca de esa mujer? Se tranquilizó recordando que todo eso no iba a quedarse así por mucho tiempo. Ella se vengaría con la ayuda de Onigumo.
La tarde caía rápidamente sobre el horizonte japonés. Kagura volvió a mirar con impaciencia su reloj. ¿Porqué no llamaba? Maldijo por lo bajo mientras se levantaba y empezaba a caminar de un lado al otro.
—¿Estás ansiosa, Kagura? —preguntó él y ella intentó no atragantarse con el ácido que producía su bilis con tan sólo escucharlo.
—Dime, Kagura… ¿Estás enamorada del hijo mayor de los Taisho? —preguntó Onigumo.
Kagura abrió la boca hasta el piso.
—Eso no es de tu incumbencia —respondió.
«"Todo esto es muy interesante…"», se dijo Onigumo.
—¿Qué crees que harán esos dos en Nueva York? ¿Visitarán la sucursal de su empresa? —preguntó Onigumo —. Dime, Kagura, ¿qué es lo que piensas?
—No tenían ningún compromiso ahí hasta hace al menos dos días —respondió ella, su mirada perdida en el teléfono que no sonaba.
Onigumo arqueó una ceja. Ninguno de los asuntos, que podrían tratar estando allá, tenía la relevancia requerida para que Sesshomaru Taisho viajara al otro lado del mundo, abandonando su puesto y a su sobrina por más de un día.
Él lo sabía.
En ese mismo momento, el teléfono sonó. Tras un rápido cruce de miradas, Kagura corrió hasta su escritorio para contestar la llamada y transferirla. La sonrisa que florecía en los labios de Onigumo mientras atendía la llamada, le daban a entender el camino que había elegido Muso.
Si su plan resultaba, Kagome pronto aprendería a no meterse con su hombre y Sesshomaru pagaría todos sus desplantes.
(Nueva York)
Bajó la servilleta de tela sobre la mesa completamente satisfecha mientras nuevamente se deleitaba con las obras de arte decoraban el pequeño restaurante que Sesshomaru eligió, ubicado en medio del SoHo neoyorquino. El lugar estaba rodeado de pinturas y fotografías arquitectónicas y despertó en Kagome la obsesión casi patológica que tenía con el arte renacentista y la arquitectura barroca. Sesshomaru se llevó una grata sorpresa al escucharla hablar durante prácticamente todo el almuerzo sobre columnas, cúpulas y domos.
Una faceta de Kagome que nunca antes había visto.
Ella misma era una pieza majestuosa de arte barroco —decidió—, que renegaba de todo lo convencional y clásico. En poco tiempo le había dado movimiento a su vida tan estática, agregándole luz y dándole nuevas perspectivas, curvando su cotidianeidad.
"Interesante", pensó.
Tras unos minutos de completo silencio, reparó en las pequeñas ojeras que enmarcaban sus ojos. Parecía cansada y sus ojos se cerraban durante períodos más largos cada vez. Oh, si él pudiera conseguir que esos ojos azules se permitieran mirarlo sólo a él por un-
Gruñó.
Kagome levantó la mirada extrañada. ¿Acababa de gruñir? Sesshomaru se quedó mirando en silencio la ventana.
—Me haría bien dormir un poco —dijo ella—. ¿Tenemos tiempo?
—Hn —respondió él.
Tan pronto como su cabeza reposó sobre la almohada, Kagome se quedó profundamente dormida.
Sesshomaru por su lado, una vez más, no había podido pegar un ojo. Si bien estaba acostumbrado a pasar las noches en vela y no llegaba a cumplir con las 8 horas recomendadas, después de un buen libro y un poco de whisky siempre caía rendido ante Morfeo por al menos un par de horas. Ahora su falta de sueño parecía representar un problema.
"Ella es el problema.", pensó.
Caminó hasta su habitación y encontró la puerta semi-abierta. Kagome estaba plácidamente dormida, con sus facciones relajadas y sin cubrirse con la sábana. Por lo visto estaba tan cansada que no había tenido tiempo de cambiarse de ropa. Su mirada de pronto se suavizó.
¿Sería ella capaz de aceptar sus sentimientos?
Tras cubrir su cuerpo con un cobertor, se acomodó en un sofá que se encontraba en un costado de la habitación, cerró los ojos y por fin logró quedarse dormido.
Kagome despertó algunas horas después y observó a través del gran ventanal como el cielo despejado se iba oscureciendo. ¿Ya era de noche? Con esa pregunta en mente se fijó en el espacio y tiempo en que se encontraba. Estaba en una habitación completamente vacía, vestida como para ir a la oficina y eran las 18:16 horas del 24 de mayo del año 2012.
—¡La cena! —exclamó levantándose de golpe.
Cuando bajó a la sala, vio a Sesshomaru vestido con un traje sastre casual. Tenía los primeros botones de la camisa desprendida y no llevaba corbata. Estaba sentado con un codo en el reposabrazos del sillón y apoyando su mentón sobre la mano. No sintió los pasos que se aproximaban, hasta que el ruido de los tacones repiqueteando contra el piso lo hizo levantar la mirada.
«"Kagome…"», pensó mientras la miraba de pies a cabeza, sin poder siquiera intentar evitarlo. Llevaba un vestido negro de encaje que le llegaba hasta las rodillas. Sus cabellos azabaches caían libres de ataduras, tapando sus zarcillos con unas ligeras ondas naturales que bajaban contorneando su figura, posándose con delicadeza sobre sus hombros y parte de su pecho. Sin quererlo, enfocó la mirada en su brazo. La marca que las uñas de Kagura dejaron aún estaban curando.
Kagome siguió la mirada de los ojos dorados hasta su brazo y se sintió incómoda. Desvió la mirada e intentó cubrir las marcas con la mano contraria.
—Quizá… debería llevar un abrigo —dijo ella—.
Sesshomaru negó con la cabeza.
.
Kagome suspiró.
¿A dónde más llevarían a cenar al empresario japonés Sesshomaru Taisho visitando Nueva York?
Al "Masa", por supuesto.
El mejor restaurante de comida japonesa de toda la ciudad.
Tenía sus propias opiniones acerca de las personas que llevaban a comer comida originaria del lugar del que provenían los turistas o visitantes de otros países durante su estadía. Entendía que no muchos se arriesgarían a probar platillos tan diferentes o más condimentados que los de su propia nación. Pero… ¿qué pensarían de ella si la visitaran en Japón y sirviera de cena hamburguesas?
Bufó molesta.
Sesshomaru la miró extrañado pero no dijo nada. La guió escaleras arriba, donde aguardaba una sala exclusivamente reservada para ellos. Los accionistas ya estaban allí y Kagome sintió la mano de Sesshomaru posarse sobre su espalda baja, empujándola levemente hacia el frente.
—Ella es Kagome Higurashi, nuestra actual Gerente de Recursos Humanos en la central de Tokio —dijo Sesshomaru en un inglés perfecto.
Kagome hizo una leve reverencia frente a los tres hombres que ahora le prestaban toda su atención.
—Es un placer conocerlos —dijo ella diplomáticamente.
—El gusto es nuestro, Srta. Higurashi —respondió uno de los hombres.
Tomaron asiento y ordenaron la cena. Pronto, Sesshomaru cruzó sus dedos sobre la mesa y empezó a hablar con los hombres. Ella había apodado a ese gesto particular de él como: "la antesala de batalla"; donde Sesshomaru pacientemente escuchaba todo lo que tuvieran que decir los del bando contrario, intercambiando frecuentemente preguntas con ellos que guiaban la conversación hacia donde él deseaba llegar. Si, finalmente, la propuesta no era de su agrado, era el fin del negocio.
Sin embargo, si Sesshomaru se relajaba y abandonaba su postura —como lo estaba haciendo en ese momento—, significaba que el negocio le parecía totalmente sostenible y las negociaciones podrían continuar.
Durante la cena, Kagome descubrió algunas cosas de las que no tenía ni idea, por ejemplo: Sesshomaru era director ejecutivo de una compañía que levantó por sí mismo ocho años atrás. Si bien sabía de la existencia de la empresa, cuando escuchó a cuál se referían, casi escupe lo que estaba bebiendo —sake—.
La Banca de Inversiones Bakusaiga era una de las más conocidas a nivel mundial. ¿En verdad era Sesshomaru el CEO de esa compañía?
«—Créeme, Kagome. Ese hombre lo único que hace es trabajar. Llevo su agenda desde hace años y tiene citas de negocios hasta en domingos —aseguró Sango.»
La conversación que había tenido con Sango tiempo atrás, ahora cobraba sentido. Sesshomaru dirigía tanto su empresa como la de su padre. ¿En qué momento podría dedicarse él a tener un harem?
Se giró nuevamente a mirarlo y esta vez sus ojos se encontraron.
¿De verdad estaba tan solo?
—Es hora de que nos retiremos —anunció Sesshomaru después del postre.
—Ha sido un placer tenerlos aquí. Esperamos que nos visite pronto, Srta. Higurashi —dijo amablemente uno de los hombres.
Kagome les agradeció todas las atenciones con una leve reverencia antes de marcharse junto a Sesshomaru.
Al momento de subirse al automóvil, tomó la manga de Sesshomaru llamando a su atención.
—Me gustaría caminar —expresó Kagome.
Sesshomaru asintió y decidió acompañarla. Eso no se lo esperaba.
A él no le pareció nada mal despejar la mente —aunque con ella al lado eso era dudoso—. Caminaron uno junto al otro durante varios minutos en dirección al Parque Central y, aunque permanecían en completo silencio, Kagome se sentía cómoda a su lado. Él lucía tan relajado que hasta sus pasos sonaban diferentes.
—Sabes… —dijo ella, llamando su atención— la última vez que estuve aquí, Rin estaba naciendo.
Sesshomaru notó que Kagome arrastraba levemente las palabras. ¿Cuánto sake había bebido?
—Estaba tan triste que vine hasta aquí y corrí por varias horas hasta que tropecé con una roca y me di cuenta que mis pies se llenaron de ampollas.
Él se lo imaginó y endureció la mirada.
—El cielo luce tan distinto ahora —dijo ella mirando hacia el firmamento.
—Recuerdo esa navidad —confesó Sesshomaru.
Ella lo miró desconcertada.
—¿Navidad? —preguntó en cambio.
—La primera vez que ambos conocimos a Rin —respondió él—, fue una navidad. Estaba nevando y…
—¿Aún lo recuerdas? —preguntó ella, sorprendida—. Yo pensé que ni siquiera sabías de mi existencia. Me ignorabas toooodo el tiempo.
—Es imposible no notar que existes —dijo él, mirándola.
El corazón de Kagome se volcó, empezaba a desconocer hacia donde debía bombear sangre o qué tan rápido debía latir. Trató de tranquilizarlo llevando sus manos al pecho.
—¿Te caía mal?
—Sí —respondió él, con simpleza.
—Ah, bueno. Al menos eres sincero… —dijo ella con sarcasmo.
—Me molestaba ver cómo te desvivías por el híbrido —confesó él, esta vez con los ojos al frente.
Kagome giró el rostro para mirarlo.
—Siempre tan altruista —continuó—. Sacrificándote por lo que sea que sentías por él. Aún después de que te abandonó para casarse con tu propia hermana —dijo con recelo.
Las palabras de Sesshomaru insistían en caer por las mejillas de Kagome como si de lágrimas se trataran, pero las contuvo valientemente.
¿Acaso él tenía razón? ¿Era así de ingenua?
—Esa navidad te vi antes de entrar a la casa. Parecías haber perdido la razón y todo porque ibas a conocer a su hija —dijo él estrechando sus ojos—. ¿Qué mujer sin amor propio haría eso?
—Basta, Sesshom- —suplicó ella.
Todo era verdad. Pero quería que él se callara.
—Eras tú —continuó él, ignorándola—. La mujer más patética del mundo con más amor por los demás que por sí misma, forjando una alianza con su sobrina, la hija del hombre que amaba.
—¿Porqué tienes que ser tan cruel? —preguntó ella un poco exaltada.
—No soy cruel, Kagome. Solo digo lo que pienso.
—Pero podrías ser más considerado cuando lo haces —replicó molesta.
—Estaría mintiendo —dijo con simplicidad—, y este Sesshomaru no miente.
Kagome guardó silencio por algunos minutos mientras aminoraba su paso hasta detenerlo por completo. Ahora estaban parados uno junto al otro sin mirarse.
—¿Te ha- Te has enamorado alguna vez? —preguntó Kagome, un poco insegura.
Sesshomaru se limitó a mirarla sin decir una palabra, pero terminó haciendo un ligero ademán afirmativo con la cabeza.
Ella cerró los ojos con fuerza, sintiendo que su corazón se volvía pesado. "¿Seguiría enamorado de esa persona?" Se giró a mirarlo por sólo un instante. Sesshomaru tenía los ojos turbados, fijos en ella.
—Entonces, deberías entender l-
—No —replicó él—. No lo comprendo.
Ella retrocedió.
—Él no te merecía.
Los puños de Sesshomaru se cerraron con fuerza. Kagome caminó hasta quedar frente a él.
—No voy a justificarme contigo, Sesshomaru. Ni a justificarlo a él. Pero Inuyasha... él... él no tuvo la culpa de no amarme.
Sesshomaru levantó una ceja, repentinamente irritado al oír el nombre de su medio hermano saliendo de sus labios.
—¿Acaso tú pudiste controlar lo que sentías por esa persona de la que te enamoraste? —preguntó Kagome.
"No", se respondió.
—Los sentimientos son algo que nosotros no podemos controlar y me tomó demasiado tiempo comprenderlo...
Kagome hizo una pausa. La temperatura de la noche empezaba a bajar.
—No fue fácil entender que no era su culpa amar a Kikyo... que tampoco era culpa mía haberme enamorado de él.
Él la miraba directamente a los ojos, terriblemente contrariado.
—Al final de todo, el sacrificio más grande no lo hice por Inuyasha, sino por Kikyo —confesó—. Se trataba de mi hermana después de todo.
Finalmente, Sesshomaru asintió.
—¿Te caía mal por eso?
—Hablas demasiado —dijo él, ignorando su pregunta.
—Sí, sé lo que piensas, Sesshomaru… —dijo Kagome, fastidiada—. Pensé con unos tragos serías un poco más amable.
Sesshomaru rió de lado y la dejó helada.
—Tan ingenua.
Ella se encogió de hombros y caminó hasta una banca, sentándose en un extremo y Sesshomaru en el otro. Varios minutos pasaron solo haciéndose compañía.
—¿Qué pasó de esa persona? —preguntó ella.
Sesshomaru la miró sin comprender.
—De la que estabas enamorado —completó.
Esta vez la mirada de Sesshomaru pareció derretirse, pero Kagome no lo notó.
—Digo, eres el hombre con el que todas sueñan. Aunque, entre paréntesis, seguramente te preferirían con un chip de actitud nuevo, pero… ¿porqué no están juntos? ¿Te rechazó? ¿Acaso fuiste tan cruel con ella como lo fuiste conmigo?
Nuevamente, Kagome no obtuvo respuesta alguna.
—¿Tú lo harías?—preguntó él.
—¿Hacer qué…? —preguntó Kagome en cambio—. ¿Rechazarte?
Sesshomaru asintió y Kagome nuevamente se encogió de hombros.
—Creo que es muy pronto para hablar de eso —dijo ella pensativa—. Fuiste un total imbécil todos estos años.
Él endureció la mirada.
—Pero —continuó—, debo decir que estas semanas a tu lado, me hicieron ver... que no eres tan mala persona.
De pronto Kagome apoyó la cabeza en su hombro.
—Me siento cansada… y mareada… y confundida... ¿Será el sake? —preguntó en voz baja.
Él pensó que ella tenía razón. No se había dado cuenta de que Kagome no podía pronunciar bien algunas consonantes hasta que volvieron a hablar en su idioma. Capaz ese no era el momento apropiado para declararle abiertamente lo que sentía. Decidió levantarse y la ayudó en el proceso. Sin embargo, aunque la sostuvo más tiempo del que debía, ella terminó por soltar su mano.
Caminaron en silencio mientras Kagome tarareaba una canción que sonaba melancólica ("Futari no Kimochi").
—Sesshomaru…—llamó ella, interrumpiendo su lamento— tú… ¿tú me rechazarías?
Una corriente de viento pasó entre ambos arrastrando hojas secas en medio. Él no se movió esta vez, ni siquiera volteó la cabeza para mirarla apretando nerviosamente su pecho con las manos empuñadas.
—No, Kagome —respondió finalmente—. Jamás lo haría.
Y empezó a caminar de vuelta, dejándola un poco atrás.
Sí... :( Lo sé... Me tomó literalmente AÑOS estar tan inspirada como para arreglar por fin este capitulo y poder continuar con la historia... ¡Por fin quedó como me gustaría que hubiese quedado desde un principio! Lo prometido siempre es deuda... y espero que les agrade... (Yo lo amo)
Abrazos y ¡Fuerza Paraguay!
