Pues, creo que esta historia la inicié hace más de un año y no había continuado. Les pido una disculpa muy grande. Estoy infinitamente agradecida con las personas que iniciaron este Fanfic. Cosas como la vida, el trabajo y, siendo sinceros, un poco de decepción por lo que ha pasado en el fandom desde que salió el libro de Candy Candy. La historia definitiva, me hicieron alejarme un poco. Vuelvo con ganas de seguir escribiendo y de compartir con ustedes.
Esta historia es del padre de Albert. Tal vez no lo que habían esperado, pero sí lo que necesito para entender, en mi headcanon, la historia de los personajes. Gracias a todos los que estén por acá y se pasen a leer un poco.
William C. Ardlay era un hombre inteligente y afortunado.
Había logrado llevar desde una corta edad al clan Andrew, la antigua familia escocesa que amplió sus negocios y en la actualidad, eran mundialmente conocidos como prósperos banqueros.
Una familia con muchas ramificaciones. Aquella a la que pertenecía William C. era la que conservaba el apellido y la tradición de los patriarcas.
"Solo un William puede llevar las riendas de este clan", había escuchado a su abuelo en innumerables ocasiones; un viejo de aspecto huraño pero bastante bueno para la caza, con un cariño entrañable por la familia, pero rudo e implacable para todo lo que tuviera que ver con la fortuna.
Sin duda, todos los William de la familia eran muy distintos.
Su abuelo había sido un hombre serio y astuto, su padre, mucho más extrovertido, siempre estuvo ausente y pocas veces encontró en sus brazos el cariño que necesitó al crecer. Si bien su padre era en el fondo un hombre de buen corazón, lo más importante para él eran las tradiciones, el estatus y el poder.
Es ahí donde la personalidad de ambos cambiaba drásticamente. Para William C., el estatus de las personas no significaba nada. Desde que era pequeño, sentía que podía conocer la verdad dentro del corazón de los demás con solo verlos a los ojos. Su hermana Elroy siempre se burlaba de él cuando le compartía su forma de ver la vida.
-"¿Acaso te crees alguna especie de adivino?-refunfuñaba desde pequeña en tono de broma".
Sin embargo, con el tiempo y gracias a la influencia de su padre, Elroy comenzó a ver estos pensamientos de William como algo totalmente descabellado e inapropiado para alguien de su clase social.
-"William, tú serás algún día la cabeza de este clan. No puedes regalar tu confianza a cualquiera. No todos somos iguales y lo sabes bien".
Elroy se había convertido en la viva imagen de su padre. Discursos de superioridad moral debido a su abolengo eran repetidos sin cesar de su boca. Era como si ellos fueran una especie de realeza elegidos por la mano de Dios, sólo por tener dinero.
William sabía que los recursos de su familia le habían facilitad la vida, no sufría por la falta de un hogar, en realidad tenía muchas casas a las cuales llegar en tres distintos países y un futuro más que asegurado. Pero eso no era todo.
-"La importancia de las personas no debe de juzgarse por su dinero Elroy, eso es algo muy arbitrario. Imagina que el día de mañana nosotros nos quedemos sin un centavo, no valdríamos nada".
-"William, ¡qué cosas dices! Tú te encargarás de que eso nunca pase. Serás el responsable de llevar a la familia Andrew a nuevos horizontes. Seremos más y más poderosos".
William C. a veces sentía que quien verdaderamente debería de estar a cargo del clan era Elroy, ella tenía el carácter, actitud y sobre todo, pensaba como los antiguos patriarcas.
Janeth, su hermana pequeña, solía mantenerse reservada con respecto a esos temas, ya que prefería evitar los comentarios de Elroy. Cuando William y Janeth estaban solos, solían platicar libremente de un sin fin de cosas. Ella era muy creativa y le gustaba inventar historias descabelladas. A veces, imaginaba que sobrevolaba el océano ella sola y que le daba la vuelta al mundo, conociendo en el camino innumerables y exóticas ciudades. William sabia que Janeth no coincidía con la idea de la superioridad aristócrata que profesaba Elroy, pero también entendía que Janeth prefiriera no expresarse mucho al respecto. Realmente, tanto Elroy como su padre podían ejercer mucha presión sobre ella.
El tiempo pasó realmente rápido para la familia. La muerte del abuelo llevó a que su padre asumiera el rol de patriarca; sin embargo, su padre falleció unos cinco años después, dejando a William C. encargado de todos los asuntos a sus cortos 20 años. En su lecho de muerte, pidió a Elroy que se acercara para tener unas últimas palabras; justo después de eso, un William Andrew más había dejado la faz de la tierra.
A partir de ese momento, Elroy se volvió más dura e implacable. Si bien sus decisiones no tenían el peso que las de William, el patriarca sabía que el consejo de Elroy era más valioso que el de cualquier varón dentro de su familia. William C. imaginaba cual había sido las últimas palabras de su padre para ella: "cuida siempre de la familia, tradición y abolengo".
Es por eso que, aunque siendo la mayor, Elroy decidió sacrificar su juventud y dedicarse en cuerpo y alma a la familia, siempre apoyando a William C. en las sombras. Inclusive, dejó pasar a un sin fin de pretendientes, alegando que ya habría tiempo en el futuro para hacer su propia familia.
William C. sentía compasión por Elroy. Janeth se había casado y comenzaba a formar su propia familia y, William C. sabía que tarde o temprano tendría que contraer matrimonio y seguir con la tradición de engendrar un William más para la estirpe Andrew. Elroy era la única que parecía ver su futuro mermado. Sin duda, su padre había dejado una pesada carga en los hombros de Elroy, inclusive más que la de él.
Él sabía que debía formar una familia; también sabía con quien esperaba pasar el resto de sus días. Su nombre era Priscila y se habían conocido desde que eran niños. Sus familias eran bastante importantes, por lo cual ambos no tuvieron ningún pero para ser amigos.
El joven tuvo que irse lejos de América para estudiar su carrera universitaria en Londres. Días antes de marcharse visitó a Priscila. Había estado tomando valor desde hacía meses para confesarle sus sentimientos. Para él, Priscila era su mejor amiga y estaba convencido que no habría mayor privilegio en la vida que casarse con ella.
Elroy estaba más que desesperada por que esa unión se hiciera formal. Había visto como ambos estaban profundamente enamorados desde que eran unos adolescentes, pero los dos padecían un horrible caso de timidez nunca antes visto. Si William no se decidía, entonces tendría que ayudar desde el flanco de Priscila.
Se tomó la libertad de invitarse a la casa de su amiga para pasar un fin de semana y así, de una vez por todas, abrirle los ojos sobre la relación que mantenía con su hermano. Sin duda, la intervención de Elroy era imperantemente necesaria. William se iba a Londres sin ningún tipo de compromiso con Priscila y, siendo una mujer de gran abolengo y ciertamente inteligente, agradable y hermosa, estaría siendo pretendida muy pronto.
La sorpresa fue de Elroy al descubrir que Priscila había estado en cama las últimas tres semanas, encontrándose muy ansiosa por que no había podido hablar con William antes de que este partiera.
-"Priscila, querida. Creo que William entenderá perfectamente tu situación. Cuidar la salud es lo más importante. Podrá recibir cartas tuyas en Londres sin ningún problema".
Elroy había cambiado de opinión con respecto al inmediato compromiso. Priscila se encontraba estable, pero se daba cuenta que podía ser delicado para su salud. Las emociones al despedirse de William podían ser muy fuertes y alterarla para mal. Además, tenía miedo que su hermano considerara demasiado frágil a Priscila para ser la próxima matriarca, sin darle una oportunidad justa ya que se encontrara mejor.
Decidió irse por el día y dejar descansando a su amiga. De regreso a casa, se enteró por la servidumbre que William se había tomado la tarde para ir a visitar a Priscila. Elroy, en automático, regreso a la casa de su amiga, necesitaba intermediar por ella en caso de que William no comprendiera la situación de salud por la que atravesaba. Si bien su hermano era un hombre muy comprensivo, temía que el inicio de una nueva etapa lo hiciera tomar decisiones determinantes, como descartar una prometida de oro y esperar encontrar una mejor esposa en Londres.
Al llegar nuevamente a la mansión, Elroy encontró a William y Priscila en el jardín, tiernamente abrazados. Sonrió sinceramente y regresó a su casa sabiendo que el amor de ambos se había sellado.
Sin embargo, esos planes estaban todavía un poco retrasados para ambos.
-William, ¿alguna novedad que tengas que contarme antes de partir? - preguntó Elroy esa misma noche, ansiosa de los pequeños detalles que su hermano le pudiera compartir de aquél bello día.
-Pues… no mucho. Fui a despedirme de Priscila, sabes, ella se encuentra muy mal de salud estos días y pues, me dio mucha pena por ella. Quería llevarla de paseo ya que no nos veremos en mucho tiempo pero realmente se sentía mal. Y fue todo, le dije que le enviaré una carta en cuanto llegue a Londres y…
-¡William C. Andrew! Fuiste a esa casa y no pudiste pedirle a Priscila que se convierta en tu esposa ¡No puedo creerlo!
La cara del joven se tornó de todos los gradientes de rojo en menos de un segundo. Su hermana sabía, ¡por supuesto! Elroy lo sabe todo. Qué ingenua había sido al pensar que podía ocultar sus sentimientos a aquella astuta mujer.
-Elroy, no es tan fácil como crees…
-¿Cómo no William? Los he visto desde que son niños, siempre se buscaban para jugar y estar juntos, ¿acaso la enfermedad de Priscila es tan importante…
-¿Qué dices Elroy? Claro que no, eso no tiene nada que ver. Bueno sí, ¡agh! No me estoy explicando bien. Yo no puedo estar aquí con ella Elroy, ella necesita alguien que pueda cuidarla. Y yo voy a estar ocupado estudiando, si ella se enferma no podré ayudarle, yo no…No se merece eso, necesita alguien que pueda estar siempre ahí. Su salud está delicada y yo no creo poder ser ese alguien. Además, puede que ame a otra persona, nunca me ha dado indicios de que esté enamorada de mí.
Elroy entendió su punto, sin embargo no estaba convencida en absoluto.
-William, esto es pasajero, te aseguro que el saber que le correspondes sus sentimientos le dará más fuerza para recobrar su salud.
-¿Crees que ella también está enamorada de mí? Es que sabes, no me dijo nada de eso ayer…
-¡Ay, William! Ambos son unos ciegos.
William vaciló. Estaba preocupado por la salud de Priscila y sentía que una declaración de amor profundo no era necesariamente la mejor manera de hacerla sentir mejor, contrario a lo que Elroy creía. ¿Y si ella no sentía lo mismo? Solo la haría consternarse y, si bien William no sabía si lo amaba, sí que eran mejores amigos. El perder un mejor amigo si este malinterpretó la buena voluntad de su amiga, ciertamente le haría sentir mal a Priscila. No lo iba a permitir.
-No sé qué es lo que Priscila espera.
-¡William, te advierto que si tú te vas a Europa sin hablar de tus sentimientos, cuando regreses, Priscila ya tendrá hijos con alguien más!
La sentencia de Elroy resonó hondo en William. A la mañana, tendría que partir por un buen tiempo a Londres y habría una gran probabilidad de que Priscila se comprometiera en su ausencia. William no sabía cuáles eran sus sentimientos hacia él, no quería perderla, sin embargo, tenía que arriesgarse.
Después de una noche sin sueño, el joven se adentró al alba en los jardines de la mansión y escogió la rosa más bella.
Priscila se despertaba de un sueño nebuloso, lleno de tristeza por la partida de William, acompañado de terribles pesadillas de su amigo comprometiéndose en Europa con alguna descendiente de la realeza. Sabía que su delicada salud era un problema. Tal vez si estuviera más sana, William habría considerado desposarla. Eso era algo muy lejos de sus posibilidades. Sus manos fueron a su corazón, como tratando de llenar ese hueco que la ausencia de William le dejaba.
Cuando pensaba volver a dormir, un ruido en su ventana le hizo sobresaltarse. William la esperaba en el balcón, ¿cómo podía ser? Hacía menos de una hora que el sol había salido y é debería de estar preparándose para subir a un tren en un par de horas.
-¿William, qué haces aquí?- Su amigo escondía sus manos tras su espalda, y miraba hacia sus pies. Priscila sabía que había pocas cosas que ponían a William nervioso, no tenía idea de qué podría estar pasando.
-Priscila, sabes que me ire por algunos años, y ni siquiera sé cuándo podré volver a América, pero quiero, yo. Yo tengo que decirte algo muy importante.
William se arrodilló y tendió una rosa hacia las manos de Priscila.
-Eres mi mejor amiga, y nada me haría más feliz que el pasar el resto de mis días contigo. Yo quiero desposarte Priscila, pero no quiero obligarte o que te sientas comprometida por nuestra amistad…
De un momento a otro, Priscila se arrodilló en el suelo junto a él, tomó la flor entre sus manos y se acercó a William, capturando sus labios en su primer beso.
Cálidas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, las de ambos. Estuvieron así por un rato, sabiendo que este era el inicio de una vida juntos, forjada desde la infancia.
-Querido mío, yo… Yo estoy enferma William, no sé qué tanto. Las mujeres de mi familia no han tenido la mejor salud y en algunos casos ha sido fatal. Pensé que tú no podrías verme nunca como mujer por eso.
-¿Qué dices Priscila? Algo así nunca me detendría. Es sólo que pensé que con mi partida, tú querrías a alguien más estable en este momento. ¡Oh Dios! Ni siquiera tengo un anillo qué ofrecerte…
-Oh William, eso no significa nada para mí- dijo mientras llevaba la rosa a sus labios- Sé que nuestro amor es suficiente por el momento. Prometo que me recuperaré pronto y te acompañaré en Londres.
-¿Es en serio?- William se sentía iluminado con aquella noticia, aunque dudaba si la salud de su amada fuese a mejorar de tal manera.
-Elroy vino a visitarme ayer, y me dijo que conoce a médicos con tratamientos nuevos para mejorar la salud en general. Que eso me ayudará a no enfermarme tan seguido. Te prometo que pronto podremos estar paseando por las calles de Londres juntos.
Mientras el sol crecía en el firmamento, un par de jóvenes sellaban su promesa de amor.
Por la tarde, William partió definitivamente hacía el viejo continente, no sin antes informare a Elroy las buenas nuevas y agradeciéndole por poner sus pensamientos en orden.
Con el tren casi por desaparecer en el firmamento, Elroy se dijo a sí misma en voz baja: -Contigo William, inicia una nueva capítulo de la familia Ardlay.
