Disclaimer: ninguno de los personajes aquí mencionados me pertenece. Todos ellos son obra de J. K. Rowling, yo solo los utilizo para llamar a mi inspiración y despejar la mente. Esta historia no tiene fin lucrativo alguno.
Consideraciones: la historia irá del presente al pasado, pero en cada caso eso estará avisado. Además, es una reversión de la historia de J. K. desde el libro (o película) número siete. Habrá una gran cantidad de cambios que se alejarán totalmente de la historia original.
Advertencias: aparecerán palabras malsonantes, insultos, situaciones de violencia/tortura/asesinato, así como posibles escenas explícitas de relaciones sexuales. Por favor, tengan en cuenta todo esto antes de leer.
CAPÍTULO VII
-PASADO-
Querido Draco:
El verano aquí en Francia es fantástico. Hemos venido con mis padres a visitar a algunos familiares lejanos que viven en Niza. La ciudad tiene unas playas bellísimas y estoy encantada de oír el acento francés; la forma en que pronuncian la letra R es tan diferente a nuestro acento.
Cuando visitamos París he comprado algunos libros y artículos en una zona mágica que me ha indicado la profesora McGonagall. Realmente este lugar parece sacado de otro mundo. También te he comprado un regalo a ti, pero quiero dártelo en persona así que tendrás que esperar al inicio del curso.
Espero que tú también estés pasando un buen verano. Realmente extraño nuestras charlas en la biblioteca.
Cariños,
Jean
Draco había leído la carta tantas veces que ya podía recitarla de memoria. Se imaginaba a Hermione con sus profundos y expresivos ojos chocolate mirando todas las excentricidades del París mágico. Y algo que hacía saltar a su corazón era el hecho de que ella hubiera pensado en él, no solo al enviarle una carta, sino por haberle comprado un regalo. Él quería decirle que también extrañaba sus charlas, sus discusiones, la forma en que sus mejillas enrojecían cada vez que le hacía un cumplido.
La carta iba firmada por Jean, una gran jugada de su parte al utilizar su segundo nombre. Lamentablemente nunca la había respondido, y ya hacía un mes que la había recibido. Ella había entendido su silencio porque, tal como habían acordado, no envió nada más.
—Amo Draco —la voz de Dixie, el elfo, hizo que el muchacho se sobresaltara y escondiera rápidamente el pergamino debajo de un cojín. Estaba tan perdido en sus pensamientos que no oyó el ruido de la aparición —, su madre requiere su presencia en el salón del té —le informó.
—De acuerdo —dijo Draco y antes de que el elfo se marchara se apresuró a preguntar —¿Está sola?
—No, mi señor.
Sin más el elfo desapareció dejando al muchacho solo y pensativo. Si Hermione le preguntaba personalmente cómo fue su verano entonces el chico tendría que explicarle que hasta el momento había sido el peor de su vida. El pequeño Draco había sido algo caprichoso y pícaro; le gustaba correr a los pavos reales que andaban por los jardines de su casa o meterse en la cocina, donde era alimentado hasta el empacho, a base de galletas de chocolate, por los elfos domésticos. En ocasiones se sumergía en las fuentes que adornaban los amplios terrenos o volaba con su pequeña escoba supervisado por su madre. En ocasiones hacían pequeños viajes a otros países; conoció Moscú, Berlín y Roma, y se había maravillado con otras culturas. Sin embargo aquel verano era completamente distinto.
Había estado casi todo el tiempo encerrado en su habitación, mientras sus padres recibían constantemente visitas de algunas de las familias sangrepura más reconocidas de la élite mágica: Crabbe, Nott, Parkinson, Zabini, Greengrass, Rosier, Carrow y Goyle. Lamentablemente todos ellos eran nuevamente el círculo el círculo íntimo y más allegado al Señor Tenebroso. Draco rara vez los había visto antes, pero ahora vivía entre reuniones y eventos en distintas partes del país, donde se veía obligado a entablar charlas con los hijos de aquellas familias. Para su suerte todos eran conocidos de la escuela, e incluso compartían habitación, sin embargo no todos le caían bien. Crabbe y Goyle eran dos tontos manipulables que hacían y decían todo lo que sus padres les ordenaban. Nott y Zabini parecían estar en la misma situación de Draco: aburridos y asqueados de aquel circo social. Las hermanas Greengrass eran muy reservadas, lo contrario a Pansy que se empeñaba en interpretar el papel de niña rica y tonta que consigue todos sus caprichos. Draco pensaba que cada uno llevaba aquella situación de la mejor forma que podía.
En algunas ocasiones de tranquilidad, en los días donde la luna brillaba alto en el cielo, el chico aprovechaba para realizar algunos recorridos nocturnos en los terrenos de Malfoy Manor con su escoba. Había pillado a su madre observándolo desde el balcón de su habitación, probablemente sufría de insomnio como él o simplemente lo estaba cuidando a la distancia. Así que ante el panorama de tristeza y oscuridad que se cernía sobre los Malfoy y el mundo mágico en general, el joven pensó que debería inventar alguna excusa para decirle a Hermione que tuvo un verano aburridísimo y para nada alegre.
Cuando la carta de Hogwarts llegó Draco leyó libros nuevos que necesitaría para su quinto año, pero había algo más adentro del sobre. Al abrir el otro pergamino se sintió sumamente orgulloso de haber sido nombrado como Prefecto de Slytherin. Contrario a lo que muchos pensaban él estudiaba mucho para mantener un buen rendimiento escolar. El joven observó momentáneamente la pequeña insignia verde y plata que mostraba una P en ella. Bajó las escaleras con más entusiasmo del que había tenido desde que había empezado el verano, tenía intensiones de mostrarle el logro a su madre pero se detuvo abruptamente al llegar al final de las escaleras. Oía voces en la casa, lo cual implicaba que algún amigo de su padre estaba allí... otra vez. De esa forma Narcissa solo supo la noticia cuando acompañó a Draco al Callejón Diagon y él finalmente pudo hablar con ella a solas. Ella estaba realmente emocionada y orgullosa de su hijo.
—Oye, mamá, ¿recuerdas ese dije con un dragón que alguien te había obsequiado por mi nacimiento? —preguntó el muchacho mientras observaba distraído la vidriera de una botica.
—Sí, fue un regalo de una antigua amiga mía, Francine —respondió Narcissa —, ¿por qué?
—¿Crees que pueda tenerlo? —preguntó Draco tragándose todo el nerviosismo que le generaba la posibilidad de que su madre comenzara a hacerle preguntas. Narcissa lo observó extrañada durante un instante y lo vio enrojecer levemente.
—De acuerdo —dijo finalmente la mujer sin más —, ¿algún día me contarás a quien se lo regalarás? —la pregunta hizo que el joven se quedara quieto mientras pensaba qué inventarse —No te preocupes, cariño. No tienes que contármelo ahora. Solo me gustaría conocer a esa persona algún día.
—De acuerdo —susurró Draco cohibido.
—Te quiero, hijo.
—Te quiero, madre —correspondió Draco mientras le daba un beso a la mano que su madre había extendido hacia él. Fue posiblemente la tarde más tranquila que Draco tuvo en un tiempo, y realmente disfrutó el tiempo junto a una de las pocas personas que lo querían.
El 1° de septiembre llegó antes de lo que el joven Malfoy esperaba. Nunca había deseado tanto volver a Hogwarts como aquel año, por lo tanto no fue extraño que tuviera listo su baúl, sus libros y su Nimbus 2001 desde dos días antes. Aquella tarde Narcissa había golpeado la puerta doble de la habitación de su hijo y había entrado con cara de pocos amigos.
—Draco, esto es un desastre —se quejó la mujer apenas entró mientras miraba con desaprobación la ropa que estaba tirada en el piso, la cama deshecha y los viejos libros que formaban una pila gigante justo en el centro del lugar.
—Lo sé, madre —dijo Draco con voz cansina —. Te prometo que dejaré todo en orden.
—Más te vale, jovencito —le advirtió Narcissa —. Ten, te traje lo que me pediste —extendió su mano mostrando una fina cadena de oro con un dije circular que llevaba tallado un dragón en su interior.
—Muchas gracias, mamá, en serio —Draco tomó la cadena y la dejó dentro de un cofre en el que guardaba sus pertenencias más pequeñas.
—Espero sea la persona correcta —dijo Narcissa justo antes de sonreírle con cariño y marcharse.
En el momento en que puso un pie en la estación 9 y ¾ Draco sintió que su corazón iba a salirse de su pecho por la rapidez con la que latía. Estaba tan nervioso que hasta le parecía estúpido el comportamiento de su propio cuerpo. Cuando faltaban cinco minutos para las once se despidió de su padre con un asentimiento de cabeza de parte de ambos, y de su madre con un breve abrazo. Finalmente se adentró al tren y se dirigió al lugar donde la carta enviada desde Hogwarts le indicaba: un vagón exclusivo para los prefectos. Tuvo que resistir el impulso que tuvo de abrazar a Hermione al verla allí dentro; se calmó cuando reconoció que estaba acompañada del pelirrojo Weasley, aunque no pudo evitar sonreír levemente al notar que ella también tuvo un momento en que su cerebro pareció desconectarse al verlo. Por supuesto que la chica era prefecta, Draco no tenías dudas de que lo mereciera, aunque no había querido hacerse falsas ilusiones.
Todos recibieron extensas indicaciones de los Premios Anuales de cada casa sobre las principales reglas y ventajas de ser prefectos: la posibilidad de quitarle puntos a quienes estuvieran comportándose mal y el uso de un baño exclusivo en el quinto piso del castillo. Cuando terminaron la reunión Draco tenía la posibilidad de quedarse allí o marcharse a alguno de los otros vagones. La compañera prefecta de Draco, Pansy Parkinson, había querido pagarse a él, pero logró evadirla y llegar hasta Crabbe y Goyle. No estaba con ellos por amistad o lealtad, simplemente era costumbre.
Al llegar a la estación de Hogsmeade muchos alumnos bajaban del tren riendo y otros se susurraban cosas al oído mientras se ponían al día luego de un largo verano. Tomaron los carruajes que los llevaron al castillo y se dirigieron directamente al Gran Comedor, donde debieron esperar hasta que llegaran los alumnos de primer año. Draco notó que había una nueva cara entre los profesores que, además, resaltaba con su vestido rosa en comparación con las ropas monocromáticas del resto de sus colegas. La mujer tenía una expresión que al joven Malfoy le generó mala espina, como si ella supiera algo más que lo otros no.
Pasados unos diez minutos las puertas del Gran Comedor se abrieron y aquello fue suficiente para que todo el lugar quedara en silencio. Los pequeños de primer año entraron siguiendo a la profesora McGonagall y sus rostros denotaban desde el terror puro hasta la fascinación ingenua. Cuando todos tuvieron asignada su casa se dio comienzo al banquete; finalizado este, el director Dumbledore dio su típico discurso confuso de bienvenida y luego presentó a la nueva profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras, Dolores Umbridge. Ella dijo algo sobre la importancia de mantener algunas prácticas antiguas y eliminar otras innecesarias. A Draco no le importó mucho porque el discurso de la profesora fue tan largo y aburrido que casi todo el mundo se había puesto a hablar en susurros.
Cuando por fin terminaron las indicaciones para el nuevo curso que comenzaba, Dumbledore envió a todos los alumnos a dormir. Draco, como nuevo prefecto, debía ayudar a los de primer año a llegar a las mazmorras. Mientras cumplía sus obligaciones oyó como Weasley llamaba "enanos" a los recién llegados, y luego sonrío al escuchar que Hermione lo reprendía. Apuró sus pasos al notar que la chica ya estaba llegando a la puerta del Gran Comedor, de forma que casi corrió hasta pasar muy cerca de ella y con rapidez arrojarle un pequeño papel que había tenido preparado desde el tren. Continuó caminando y solo se giró para verla una última vez; le joven tenía el papel en su mano y lo estaba abriendo.
—Se te estaba haciendo tarde, leona —dijo Draco, quien estaba apoyado en un pupitre de un aula abandonada en la planta baja. Después de acompañar a los nuevos Slytherin hizo uso de su insignia de prefecto para salir a dar un "recorrido en busca de algún infractor de las reglas"; esa había sido la frase que usó con sus compañeros de cuarto. Pensó que irónicamente debería quitarse puntos a sí mismo por estar en aquel lugar a aquella hora.
—¿Leona? —le preguntó Hermione al entrar al mismo salón mientras se quitaba la improvisada capa de invisibilidad.
—Te extrañé —admitió el rubio acercándose a grandes pasos hacia la chica, tomó su cara entre sus manos y la besó. Ella correspondió rápidamente a aquel beso, moviendo sus labios suavemente al compás de los de Draco. Apenas unos momentos después ambos interrumpieron el beso y unieron sus frentes, mirándose intensamente a los ojos se sonrieron con cariño.
—Yo también se extrañé, dragón —dijo la chica. La forma en que lo llamó hizo que Draco se carcajeara, a pesar de que podría ser una burla a su nombre el chico estaba tan aliviado de verla que solo le importaba disfrutar de aquel fugaz momento.
