Capítulo 2
Lucía seguía a Arno en silencio por el pasillo del escondite de la hermandad, desembocando en la amplia sala con doble ramal de escaleras, accediendo a la principal al subir por ellas. En el interior se escuchaba un leve cuchicheo que cesó en cuanto el consejo supremo de París los vio entrar, quedando en mitad de la estancia, a la espera.
Como era de esperar, el mentor Mirabeau tomó la palabra en primer lugar.
-Veo que has conseguido convencer a Arno para entrar en razón. Sinceramente, no tenía mucha esperanza en que cediera. Supongo que estás al tanto de nuestra propuesta, ¿no es así, Arno?
-Sí, ahora queréis que haga de niñera para castigar mi rebeldía. -Respondió el mentado con malhumor, clavando sus ojos en los del hombre.
-No debes cuidar de ella, aunque lleve poco tiempo siendo asesina, no es una aprendiz. Creemos que necesitas un poco de trabajo en equipo para relajar tu sed de venganza, y centrarte en otra misión a parte de matar a Sivert, te ayudará a ver con perspectiva. Además, una ayuda extra agilizará tus progresos.
-No quiero ayuda.
-No pensabas igual hace unos días, antes de que Élise De La Serre se marchara de Paris, y tú actuaras sin el beneplácito de este consejo, asesino, fracasando en tu intento de atrapar a Sivert, y poniendo en peligro a muchas personas.
Tras el comentario tajante de Mirabeau, sin atisbo de humor, el silencio calló como una losa entre los presentes. No hacía falta recordarle a Arno que estaba en el filo de la navaja, y su suspiro resignado lo demostró. Sólo podía acatar aquello. El maestro francés volvió a hablar ante el lenguaje corporal de su discípulo, el cual mostraba rendición.
-La hermandad de asesinos se ayuda en cualquier circunstancia, incluso en una tan pequeña como el problema de uno de nuestros hermanos. Y tenemos la primera pista para que podáis empezar a trabajar hasta que vuelva Sivert, y retoméis la venganza del señor De La Serre. Lucía, como sabrás hemos estado en Francia en una tregua con los templarios hasta hace un par de años, con lo que un antiguo miembro de la orden del temple, ahora muy anciano, ha accedido a contestar tus preguntas. Nos debía un favor, así que te ayudará.
-Muchas gracias, mentor. ¿Dónde puedo encontrarlo?
-Ahora regenta una botica en el barrio de Le Halle. Arno te guiará hasta allí.
Ambos asesinos asintieron a modo de despedida, sabiendo que la conversación había acabado, saliendo después sin mediar palabra por el mismo camino que el de llegada.
Una vez en la calle, Arno tomó la palabra de forma seria y seca.
-Mañana por la mañana iremos a ver a ese hombre; ahora debo intentar averiguar pistas sobre Sivert.
-Ya has oído, estoy aquí para ayudarte también. Aunque sea desobedeciendo las órdenes de tu mentor. -Agregó ella sin vacilar, haciendo que el hombre se detuviera para encararla, hablando el ardor de la ira.
-No voy a actuar, sólo quiero espiar a sus aliados para enterarme de algo útil. Mirabeau no comprende lo que es que la culpabilidad te coma por dentro. No puedo quedarme esperando sin más.
-Lo sé -respondió calmada, centrando sus ojos en los oscuros de él-, por eso no voy a detenerte, sino a ayudarte. Dos pares de orejas escuchan más que uno. ¿Sabes dónde ir?
El castaño se tomó un segundo ante la firmeza de la joven, sorprendido, para después ceder tras entender que no cejaría. A fin de cuentas, no tenía por qué ser un estorbo.
-Sí, parte de sus subordinados van a beber a una taberna conocida cerca del palacio de justicia. Puede que hablen de trabajo, y de ese canalla.
-Bien, te sigo.
El hombre asintió ante la respuesta de la rubia, poniéndose en marcha por las calles poco transitadas de la madrugada, manteniendo el silencio hasta que Lucía habló, intrigada por lo que habla oído en el escondite.
-Para que pueda ayudarte al máximo deberías contarme tu historia. ¿Por qué vas tras el asesino de ese templario? ¿Por qué te juntas con su hija, que igualmente pertenece a la orden? Son nuestros enemigos.
-Ellos no son como el resto. Son buenas personas y tienen honor. No buscan su beneficio directo, ni se aprovechan del dolor ajeno. Pero si estás tan obcecada como otros en ver simplemente malos y buenos, no lo entenderás. –Agregó él con un deje de enfado.
-No quiero juzgarte, mis experiencias personales son mías, lo sé. Cuéntamelo. -Dijo ella, reservándose para si el odio hacia los templarios. Le costaba vivir en aquel clima donde ambas órdenes habían sido casi amigas, algo tan distinto a lo que había vivido en España.
-François de la Serre me acogió bajo su tutela cuando era un niño y asesinaron a mi padre. Lo hizo a pesar de que él era templario y mi padre asesino. Me cuidó más allá de lo que debía hasta el momento de su muerte, tratándome como a alguien de su familia. Yo pude haber evitado su muerte si hubiese entregado una maldita carta a tiempo que informaba de una traición contra él, precisamente por buscar más concordia y paz en el mundo.
-Lo siento mucho. Entiendo lo duro que debe ser. -Susurró la joven, más relajada que antes tras su revelación. Mientras seguían andando, se atrevió a indagar más. -¿Encontraste al asesino de tu padre?
-No. Sé quién fue y por qué lo hizo, pero se escapó. Huyó del país hace mucho y no supe más de él. Fue un asesino que traicionó a la hermandad y se pasó al bando templario. Tuve bastante con no poder resolver aquello. Debo vengar al señor De La Serre al precio que sea.
La rubia no supo qué decir, puesto que entendía lo doloroso de esa situación, tan parecida a la suya propia, así que simplemente susurró que lo harían, jurándose internamente ayudar a ese hombre para que el mundo fuera un poco mejor.
Tras unos minutos de camino, saliendo de la Isla de la Cité, Arno se detuvo a la entrada de un concurrido café, observando por la ventana si había alguien que pudiera reconocerlo dentro, pasando después a hablar con la chica al cerciorarse de que no.
-Varios de esos tipos son templarios, cercanos a Sivert. Los he visto antes. Intentemos no llamar la atención y escucharlos.
-Espera –intervino Lucía, haciendo que se detuviera-. ¿Por qué mejor no nos separamos? De mí no van a sospechar, nadie me conoce aquí. Déjame sacarles la información y me reuniré contigo en tu casa después.
-Si te vas con alguno de ellos puedes tener problemas. ¿Qué pasará entonces?
-Ya has oído a tu mentor antes. Sé defenderme, Arno. Si me voy, te veré luego; me las apañaré.
-Está bien. Yo me quedaré detrás de los de las mesas, tú ve a la barra. Ten cuidado.
Ella asintió con solemnidad, y ambos entraron en la taberna como si no se conocieran, ocupando sus puestos como acordaron.
Arno se desencapuchó, dirigiéndose a un hueco en una de las mesas, sentándose junto a un grupo de hombres, ya borrachos, observando como la chica se quitaba la capa y se posicionaba en un lateral de la barra, al lado de los hombres de Sivert.
Dorian pidió lacónicamente vino al mesonero cuando se acercó, centrándose en la conversación que los hombres sentados en la mesa de al lado tenían, pero pronto perdió el interés al escuchar que el tema era la aventura extraconyugal de uno de ellos. Posó entonces sus ojos en la asesina española de nuevo, sorprendiéndose al verla hablar con uno de los hombres animadamente.
Lucía había soltado su cabello dorado, dejándolo ondear por su espalda mientras sonreía abiertamente al desconocido, pareciendo jovial y extrovertida, todo lo contrario a lo que Arno había visto en ella. Muy pronto observó que la chica comenzaba con su táctica para ganarse al hombre, tal y como el francés había supuesto; acercarse más a él y susurrarle al oído, fingir que hacía excesivo calor para abrirse varios botones de la camisa blanca, haciendo que su corpiño resaltara el escote. Su interlocutor parecía encantado, y ella resultó ser una actriz estupenda, con lo que el asesino dibujo una breve sonrisa torcida, bebiendo después de su vino.
Arno cerró tan rápido su reloj como salió de sus pensamientos al oír llamar a su puerta, levantándose de la silla para abrir, encontrándose a Lucía al otro lado, de nuevo con su rostro serio, sin atisbo de la chica del café. La joven se quitó la capa negra, mojada por la lluvia que hacía poco había comenzado a caer, y reveló sangre en su camisa. Aún llevaba el pelo suelto, aunque esta vez se hallaba despeinado y húmedo.
-Sivert volverá la semana que viene, porque el gran maestre de la orden hará una reunión entre algunos de los hombres importantes de París. Al parecer es algo secreto para el resto de templarios, porque el tema que tratarán tiene dos facciones. Eso es lo que he podido averiguar.
-Pues es bastante, muchas gracias por tu ayuda. ¿Estás bien? -Agregó mientras se fijaba en la sangre, haciendo que ella asintiera y se explicara.
-Tranquilo, es de ese pobre diablo. Al dejarlo inconsciente le partí un labio y sangró bastante. Te veré mañana para ir a ver al boticario.
-Bien. Iré a buscarte yo. ¿Dónde te hospedas?
-En el café teatro en la isla de San Luis. Me consta bien por Charlotte que sabes dónde es. -Comentó con una leve sonrisa, haciendo que él asintiera con el mismo gesto.
-Estaré allí a las 10. Gracias de nuevo.
-Buenas noches, Arno.
El asesino se despidió del mismo modo, observando la primera sonrisa real de la chica, lo que hizo que curvara sus propias comisuras, pensando a la vez que las cosas podrían ser menos horribles de lo que pensó al comienzo.
