Capítulo 3
Arno llegó puntual al café teatro, adentrándose hasta llegar a la barra de la taberna, encontrándose con la sonrisa de Charlotte en cuanto lo vio. El hombre se sentó en una mesa cercana, haciendo que la mujer lo imitara.
-Vaya, hacía tiempo que no te veía. Ya pensaba que te habías olvidado de nosotros.
-No, claro que no, Charlotte. He estado muy ocupado.
-Ya, estoy al corriente de las cosas. No pierdas la esperanza, Arno, ni la templanza. Es importante pensar con claridad.
-Lo sé, aunque es difícil ¿Dónde está Lucía? -Cambió de tema, para evitar las emociones que acudían a él.
-Bajará enseguida. Es cosa mía su retraso, disculpa. Me está ayudando con una reparación en la segunda planta. Vigila que no la ciegue la venganza, Arno. Es una buena chica y está perdida. Es muy vulnerable en realidad.
-Pues no lo parece en absoluto por lo poco que he visto, la verdad.
-Es su mecanismo de supervivencia; sólo una fachada.
-Hola, perdona por hacerte esperar. Ya estoy.
La pareja observó a la recién llegada con un deje de incomodidad, que la regente del café solventó despidiéndose y dejándolos solos, deseándoles suerte. Arno acto seguido se levantó, y volviendo a encapucharse, instó a la chica a seguirlo. Haciendo lo mismo, ella obedeció.
-Charlotte me contó que antes vivías en el café, no hace mucho atrás. -Rompió el silencio la asesina tras unos minutos de camino, viendo que aquel hombre era muy callado. Le incomodaba el silencio con extraños.
-Así es. Pero cuando empiezas a ser conocido por cierta gente, es mejor ir cambiando de casa con el tiempo. Por eso me fui. No quisiera que tuviera problemas por mi culpa.
-Es una mujer muy amable. Uno de los asesinos que me trajo vivió aquí una temporada y le salvó la vida cobijándolo tras que le hirieran gravemente. Lo ocultó por simple humanidad, sin pedirle nada a cambio.
-Es fantástica, sí. Lleva años siendo una fiel aliada de la hermandad, y aunque tratamos de devolverle los favores, no alcanzaremos a agradecerle todo jamás. Este es el barrio. -Cambio de tema al adentrarse en la avenida principal, buscando la tienda, anunciando que estaba cerca.
Una vez hubieron divisado la botica en la media distancia, se encaminaron tras cerciorarse de que nadie les prestaba atención. Entraron en el establecimiento donde una mujer terminaba de comprar, despejando después el mostrador ante el cual un anciano medio encorvado y delgado de apenas pelo, salvo en la barba, aguardaba.
La pareja de asesinos se descubrió el rostro, y Arno habló primeramente.
-Buenos días, señor. Venimos de parte de Mirabeau, somos los ases...
-Sé bien quiénes sois, joven. –Le cortó con tranquilidad. -Haced el favor de cerrar bien la puerta, y seguidme al interior para que podamos hablar.
Lucía se giró para bloquear la puerta con el pestillo, avanzando tras su compañero en seguir al anciano a la trastienda, donde entre multitud de armarios y estanterías aguardaba un pequeño escritorio lleno de viejos libros. El hombre se disculpó para poder sentarse debido a sus achaques, ofreciendo a la pareja hacer lo mismo en unas sillas apiladas contra la pared, pero declinaron raudos y Lucía tomó la palabra sin darle oportunidad a Arno.
-El mentor Mirabeau dijo que usted había sido templario hace mucho tiempo, y que quizás podría saber algo sobre mi padre, el hombre al que busco y por el cual mataron a mi madre en España hace cuatro años. Viajó con una pequeña comitiva a mi país hace 20 años para negociar con el rey.
-Hace veinte años yo ya no estaba en la orden del Temple, jovencita, pero quizás pueda saber algo. Dime, ¿qué sabes de tu padre?
-Que era de París, e importante. Mandado especialmente a Madrid para un encuentro con el rey. De regreso a Francia paró en mi aldea, Aísa, en Aragón. Él se quedó más tiempo allí, solo, y los que iban con él prosiguieron. Nada más sé, señor.
Tras unos segundos pensativo, el ex templario habló con su voz entrecortada por los años.
-En mis tiempos ya había mucho movimiento en España. El rey y su familia parecían partidarios de la causa, al contrario de lo que sucedía en Francia, por eso trataban de aliarse e ir contra la realeza francesa, así que había muchos viajes allí, sobre todo de importantes de la orden. Lo que es extraño es que pasaran por tu aldea, ya que la ruta siempre era la misma al regresar para cruzar los Pirineos por un lugar estratégico que no conocía nadie salvo nosotros, y eso me lleva a pensar que esa deliberada estancia allí en soledad era por algo o alguien. Si él era importante, pienso que quizás las intrigas y las traiciones pudieran estar detrás de ese desvío. Yo salí de allí por eso mismo, hay dos fracciones en el Temple y cada vez es peor. Intentan liquidarse entre ellos por la forma de pensar que empezó a tomar la facción menos radical. Quizás alguien conspiraba contra él, quizás contra alguien importante, el gran maestre de su tiempo, y fuera su mano derecha. Quién sabe. Necesitas a alguien de dentro de la orden para conocer datos precisos, niña, yo he pasado demasiado tiempo fuera. Siento no poder ser de ayuda.
-Está bien, señor. Gracias por su tiempo, de veras.
Tras una leve inclinación de cabeza, los asesinos salieron raudos de allí, esta vez sin cubrirse. Lucía habló mientras se alejaban del lugar.
-Necesito encontrar gente del temple que esté en esa facción. Si de verdad llevan años peleando entre ellos y la cosa está ahora peor que nunca, quizás sepan algo de por dónde empezó todo, y qué ocurrió en el pasado.
-Sí, es muy probable. Al igual que creo que mataron al señor De La Serre por pertenecer a ese grupo moderado de la orden. Cada vez lo estoy viendo más claro.
-Oye, tú eres amigo de su hija, ¿no? Y ella es templaría. ¿Por qué no haces que se reúna conmigo? Podría tener respuestas.
La rubia pudo vislumbrar como el rostro de Arno se ensombrecía ante el nuevo viraje del tema, y con una rigidez instantánea en la voz, el hombre respondió.
-No quiere verme. Tuvimos una discusión después de que Sivert se me escapara. Ella tenía otros planes, y yo los estropeé. Se ha marchado y no sé cuándo volverá, como sabrás por lo que leíste en la carta.
-Bueno, buscaremos más personas hasta que vuelva. -Agregó la española, tratando de relajar el ambiente ante el sufrimiento que parecía causarle el tema al francés. -Al final tendrás nuevas oportunidades. Sivert volverá pronto y podremos matarlo. No te desanimes.
Arno la miró un instante, observando la media sonrisa que esta le regaló amablemente, y antes de que pudiera darle las gracias por el apoyo, la rubia volvió a hablar, abandonando la ternura.
-Voy a ponerme en marcha; buscaré templarios de esa facción para averiguar un hilo del que tirar, y si descubro algo del caso De La Serre te buscaré. Tú también tendrás cosas que hacer.
Tras una leve sonrisa, la joven comenzó a alejarse, escuchando que el francés le decía que se verían después, alejándose en dirección contraria. Lucía no pudo evitar mirarlo de soslayo al girar una esquina, pensando en Élise De La Serre y la relación que lo unía a ella para que la circunstancia de tenerlos separados le doliera tanto. A fin de cuentas habían compartido toda la vida juntos, era su hermanastra; debía de quererla.
Lucía dejó su mente en blanco al llegar al prostíbulo que buscaba, precisamente en el mismo barrio de la botica. Entró con firmeza, dirigiéndose a la primera chica que encontró en la planta principal.
-Hola ¿Buscas trabajo, niña? –Comentó la mujer morena de mediana edad, continuando con su tarea de apretarle el corsé a una muchacha muy joven.
-No, señora. Sólo quería hacerle una pregunta, para ver si puede ayudarme. Sé que aquí vienen templarios, y he oído que frecuentan una taberna también cercana. Estoy buscando a alguien en concreto, así que necesito hablar con sus compañeros. Es importante, y no sabrán nada de nuestra conversación, por favor.
-La taberna de Juliette, así se llama el lugar. Sal del barrio por la parte sur y lo verás frente al jardín del palacete que hay. No vengas por este lugar, niña. No queremos problemas con esa gente.
-Muchas gracias, señora; descuide.
La rubia salió rauda del local para dirigirse por donde le habían indicado, volviendo a encapucharse mientras caminaba rápidamente entre el gentío, sintiendo que en su interior, a cada paso, el fuego de la ira y el asco por saber que tendría a esa gente tan cerca, aumentaban frenéticamente. Debía relajarse y fingir. No podía perder la carta de que nadie la conociera y no sospecharan de ella.
Allí estaba la entrada a la taberna, a escasos 50 metros; desde las pocas ventanas podía observar que el interior no estaba muy lleno, pero eso no la desanimó, y volvió a emprender la marcha con decisión hacia la puerta de madera oscura.
Antes de que la chica pudiera llegar a la entrada, se sorprendió con temor cuando alguien se dejó caer desde el tejado, no demasiado alto, bloqueándole la entrada. La española no pensó y dejó actuar a su cuerpo, sacando su hoja oculta para amenazar al encapuchado de delante, apuntándole al cuello.
