Capítulo 4

Aquel hombre encapuchado con una capa borgoña apagado sonrió de forma burlona, hablando después con una voz grave y profunda, llena de seguridad.

-Ya veo que eso que dicen de que los españoles sois muy apasionados es verdad. Puedo entender las ganas que tienes de rebanar cuellos templarios, querida, pero si entras ahí, estarás muerta.

-¿Y tú quién eres? –Preguntó sin atisbo de broma, tratando de verle la cara, pero no consiguió sino sólo poder observar su boca y barbilla angulosa bien afeitada.

-Soy Gastón Leroux, asesino de la hermandad de París. Perdona por la entrada, soy demasiado teatral a veces.

-Lucía Ripoll. -Murmuró mientras apartaba la hoja del cuello de aquel hombre.

-Sí, sé quién eres. Mirabeau me ha puesto al tanto. ¿Por qué no vamos a un lugar más tranquilo y me cuentas qué pretendías entrando ahí? Quizás pueda ayudarte.

-Está bien, te sigo.

Sin dilación, aquel extraño se puso en marcha con calma, diciendo a la joven que cerca de allí había una taberna de mala muerte donde nadie hacía preguntas ni se fijaba en los clientes, así que era una buena elección para poder hablar sin tapujos.

No tardaron más de diez minutos en llegar al lugar, donde apenas había gente a aquellas horas de la mañana. Gastón se descubrió el rostro al entrar, caminando hacia una de las mesas del fondo, junto a la barra.

-¿Te gusta el vino? –Preguntó girándose a Lucía, quien asintió, observando que aquel hombre alto era moreno con el pelo recogido a la moda en una baja coleta, de ojos marrones penetrantes. Calculó que debía estar en la treintena por las arrugas de expresión en su rostro de facciones duras.

Ambos se sentaron en silencio, esperando a que las bebidas pedidas por el asesino llegaran. Cuando la camarera las sirvió y recibió unas monedas de Gastón, se marchó dejando sola a la pareja, que empezó su conversación. Lucía no tenía pensado comenzar a hablar, pero si lo hubiera hecho, tampoco habría tenido oportunidad, puesto que el hombre se lanzó después de un breve sorbo.

-Tengo entendido que Mirabeau ha asignado a Dorian para que trabaje contigo. ¿Qué le has dicho para que te ofrezca tan nefasta ayuda, querida?

-¿Qué problema hay con Arno? –Preguntó con curiosidad, recelando al ver la sonrisa socarrona del hombre.

-Bueno, tengo que admitir que el chico es buen asesino, dentro de la técnica al menos. Es bueno; pero está obsesionado con su venganza personal, y le gustan demasiado los templarios, y no precisamente matarlos. Por lo que tengo entendido, tú buscas a uno en concreto, ¿no?

-Sí, a mi padre; voy a matarlo. Por su culpa asesinaron a mi madre, en resumidas cuentas. Sé que era de París y una pieza clave en el Temple en su época.

-¿Y qué pretendías? ¿simplemente entrar ahí y preguntar, esperando obtener una gentil respuesta? ¿Acaso Arno ya ha envenenado tu pensamiento con sus burdos sueños de paz, o Mirabeau?

-No, nada de eso; pero lo que es un hecho es que el Temple está dividido, y eso puede ser de mucha utilidad, porque si están traicionándose y hay gente que no piensa igual que antes, quizás quieran delatar a esos canallas y pueda obtener pistas.

-Quizás, sin duda. Pero yo tendría cuidado de que no intenten engañarte para después ir contra ti y matarte. No puedes fiarte de un templario nunca. –Respondió él con una leve sonrisa, pasando a beber. Lucía pensó en ello, sabiendo que era muy posible ser engañada. No obstante, respondió con seguridad.

-Estoy al tanto de la calaña de esa gente. Seré cauta. ¿Sabes algo que pueda ayudarme? ¿Por quién podría empezar?

Gastón pensó unos instantes, rondando el canto del vaso con sus dedos, hasta que habló volviendo a fijar sus ojos en los de ella.

-No tengo mucha idea de quién puede saber sobre qué ocurrió hace 20 años, pero tengo la misión de asesinar a un templario que es la mano derecha del nuevo maestre de la orden, y quizás sepa algo interesante. Puedes venir conmigo, y te dejaré hablar con él antes de darle muerte.

-Sí, eso estaría muy bien. ¿Cuándo será?

-Mañana de madrugada, cuando parta de viaje hacia Marsella. Abordaremos el carruaje en el camino a la salida de la ciudad. Nos reuniremos a media noche en la salida del barrio de Marais.

-Está bien, allí estaré. Gracias. Debo irme para ver a Mirabeau.

A la despedida de la mujer, esta se levantó y abandonó el local tras que el hombre le dedicara una leve inclinación de cabeza,

Lucía llegó a la entrada del escondite de la hermandad cuando el sol del mediodía se hallaba en su punto más elevado, y recorrió los pasillos desiertos del lugar hasta el estudio donde el consejo se reunía, encontrando allí a Mirabeau y Quemar.

La joven se detuvo en el umbral de la puerta tras quitarse la capucha, esperando a que le dieran paso.

-Señorita Ripoll, pase. Hemos acabado nuestra conversación. ¿Has hablado con el boticario? -Preguntó el conde, mientras su compañero se sentaba al escritorio, escribiendo una carta.

-Así es, pero no ha podido ayudarme mucho. Lo único que he sacado en claro es que mi padre buscaba algo o a alguien en mi pueblo natal. El desvío hacia él es sospechoso por lo que me ha contado el anciano, y dijo que posiblemente pudiera tener que ver con la división de ideas dentro de la orden del Temple. Parece que lleva años agitando sus filas.

-Desde luego, no es nuevo todo esto, no. -Susurró el mentor mientras lanzaba la vista hacia un lado, de forma resignada, volviendo a la chica. -Tendría sentido que tu padre, perteneciese al bando que fuere, para ir en contra de las opiniones diferentes, fuese en busca de alguien o algo, para ocultarlo, para matar… hay muchas posibilidades.

-Demasiadas, mentor. Por eso necesito poder acercarme a templarios que me den respuestas. Por eso estoy aquí, para pedir autorización, y saber si podéis ayudarme con algún nombre.

-Si el señor De La Serre viviera podríamos acabar pronto y sencillamente, pero con este nuevo maestre templario nuestra tregua se está rompiendo. Ahora mismo no tenemos aliados en sus filas, así que hasta que la señorita De La Serre no vuelva a París, me temo que no puedo ayudarte de ese modo. No obstante, tienes permiso para espiar e indagar hasta encontrar algún templario que pueda dar información sin consecuencias para nadie, pero no mates a ninguno, ¿entendido?

-Sí, señor. Gracias.

La joven hizo una ligera inclinación de cabeza y giró sobre sus talones, alejándose del lugar para ponerse en marcha. Debía empezar su búsqueda porque nadie le garantizaba que aquel hombre al que Gastón iba a matar supiera nada.

-Vale, ya estás lista. Ten mucho cuidado, Lucía.

La asesina sonrió a Charlotte, dándole las gracias por haberle prestado aquella ropa que llevaba para infiltrarse como prostituta en una taberna exclusiva a la que iban los templarios. Se sentía extraña con aquel corsé negro apretado que realzaba sus senos increíblemente, y una falda del mismo tono, larga y poco holgada.

-No te preocupes si no vuelvo a dormir. Gracias otra vez, Charlotte. -Se despidió con una sonrisa, pasando a salir del cuarto, poniendo rumbo al cercano burdel del que partiría en un carruaje.

Tal y como esperaba, cuatro mujeres más iban con ella hacia la taberna templaria. Ninguna se interesó por quién era, además la entrada al lugar fue sin percances, con lo que se vio dentro de un amplio salón ricamente decorado y lleno de hombres de diversas edades, quienes bebían despreocupados, perdidos en conversaciones.

Lucía se movió por el lugar escudriñando los presentes en busca de algo que distinguiera a alguno importante, y pronto divisó bajando por una escalera que conducía a la planta alta, a uno que lo parecía, ya que bajaba con el que sabía era el nuevo gran maestre.

La chica esperó a que ambos se separaran, y entonces se acercó rápido, cambiando de actitud radicalmente.

-Hola, guapo. Me han encargado venir personalmente a buscarte para pasarlo bien. Trabajar tanto no es bueno.

-Tienes razón, cariño. ¿Cómo te llamas? No eres francesa, ¿verdad? -Agregó el hombre mientras se acercaba un poco más, rodeando la cintura de la chica, acercándose a sus labios rojos por el carmín.

-No, no lo soy. Me llamo Paola y soy italiana, aunque llevaba mucho viviendo en España. Allí los templarios están de capa caída.

-Eso he oído. Pero aquí no pasará igual. Váyanos a un sitio más privado, cielo.

La rubia sonrió y se dejó guiar por una mano demasiado baja en su espalda hacia la escalera, volviendo a hablar.

-¿Llevas mucho trabajando en la orden?

-Como diez años, entré un poco tarde. Pero aquí estoy, siendo subordinado directo del gran maestre en el consejo.

-Vaya, un hombre importante. Qué excitante. Apuesto a que habrás matado a muchos y sabrás muchos secretos. -Comentó con fingida emoción, entrando en un cuarto con un sofá y un escritorio. El hombre se sirvió un trago que ingirió rápido para volver a ella y abrazarla

-Algo sé, sí. Hay demasiada gente pensando cosas raras últimamente. ¿Tregua con los asesinos? Por Dios, sólo a un iluso como a ese viejo de De La Serre se lo ocurriría. Está bien muerto, y la lista seguirá para todo aquel que contradiga nuestros planes futuros.

Lucía se mantuvo pendiente a sus palabras ante aquel nombre mientras se dejaba manosear y besuquear, tratando de conseguir más información por aquel derrotero, de la forma más discreta posible. Pero él ignoraba sus preguntas sin disimulo, y empezó a remangar su falda, poniéndose sobre ella en el sofá. La chica volvió a intentarlo lanzando una directa cuestión final ante el camino en el cual el encuentro se tornaba.

-¿El gran maestre ordenó matar a De La Serre?

El hombre no respondió, y ante la visión de que se desabrochaba la bragueta, la española deshizo su recogido tras quitarse la larga horquilla impregnada de un potente sedante, y con un movimiento rápido trató de clavársela en el cuello, pero se sorprendió cuando él la detuvo raudo, sujetando su muñeca.

-¿Crees que soy idiota? Una puta no hace tantas preguntas, cielo. –Susurró mirándola fijamente, reteniendo con fuerza sus brazos, burlándose de ella con una socarrona sonrisa.