Capítulo 5

La rubia no pensó mucho ante su descubrimiento, y automáticamente lanzó un cabezazo contra la nariz del templario, haciéndolo caer al suelo entre gemidos.

En cuanto la mujer se levantó del sofá, dispuesta a huir por la ventana, el hombre la sorprendió velozmente tirándole del cabello y la golpeándola en la cara, haciendo que la respuesta ante la bofetada fuera un ataque con un pequeño abrecartas que Lucía tomó del escritorio cercano. Él lo interceptó con maestría, y consiguiendo arrebatárselo tras un forcejeo, lo dirigió al cuello de la joven para clavárselo cuando la redujo contra el escritorio, boca arriba.

Lucía apretó los dientes mientras hacía fuerza contra las manos de su agresor, sintiendo el metal clavarse en su carne hasta que pudo golpear al hombre con la pierna, volviendo después a pegarle un nuevo rodillazo que lo derribó. Fue entonces cuando corrió a la ventana, abriéndola para escapar, escuchando como el templario gritaba ayuda, pidiendo que atraparan a la puta rubia.

Mientras descendía por la fachada veloz, la asesina escuchó la puerta del lugar abrirse, y varios hombres salir tras ella en cuanto echó a correr, disparándola de vez en cuando. La joven maldijo cuando vio que a ese pequeño grupo se unían otros tipos que habían encontrado de camino. Unos diez hombres la seguían velozmente, y no sabía dónde esconderse.

Pronto reconoció el barrio donde se hallaba, y sin pensarlo puso rumbo al único sitio donde podría ocultarse sin llamar la atención. Corrió por las calles girando por varias al azar para despistar, hasta subir a un tejado, agachándose para no recibir los disparos, sintiéndose aliviada al ver a escasos metros la casa de Arno.

La joven saltó para llegar al tejado del edificio de enfrente, y se descolgó por la fachada hasta llegar a la ventana del piso superior; pero estaba cerrada, con lo cual se dejó caer hasta el suelo y llamó imperiosamente a la puerta principal con el miedo rebosando en su interior.

-¿Lucía? ¿Qué diablos...?

La asesina no dejó hablar a Arno cuando abrió y lo empujó al interior para cerrar después de sopetón, apoyando su espalda contra la puerta mientras intentaba recuperar el aliento.

Pronto se tensó cuando escuchó que aporreaban la puerta, y muchas de las cercanas, pero no permitió a Arno ir a abrir, sino que lo empujó para que quedara en su antigua posición, cubriendo la boca del francés con su mano, pidiéndole silencio a la vez que negaba con la cabeza.

Al escuchar que los pasos se alejaban y podía relajarse, apartó la mano del asesino y se alejó de él para poner distancia, tocándose después con cuidado el corte de su cuello que seguía sangrando.

-¿Qué demonios ha sido eso? ¿Quién te seguía? -Preguntó él mientras buscaba agua para llenar un cuenco, tomando un trapo limpio para tratar la herida de la chica.

-Eran templarios. Me infiltré en una fiesta privada para intentar averiguar algo para seguir, pero no ha valido de nada, sólo para que un baboso me manoseara.

-¿Estás loca? Te arriesgas demasiado. Esa estrategia no te servirá para lo que necesitas. -Comentó el asesino con un tono más calmado, haciendo que ella se sentara en una silla, imitándola para ponerse a limpiar la herida con cuidado.

-Tenía que intentarlo, Arno. Los hombres suelen pensar poco, pero cuando lo hacen con la entrepierna, mucho menos. Podría haber funcionado. Habló de que le alegraba la muerte de De La Serre, pero no conseguí que me dijera si el gran maestre había sido el que ordenó su asesinato. Lo siento.

-Ya encontraré una nueva pista cuando Sivert vuelva y pueda matarlo. Y tú también, buscaremos miembros antiguos de la orden, pero de una forma más segura.

-Espero que Élise De La Serre vuelva pronto. Ella podría saber algo, su padre era el gran maestre. Estaba metido en todo. ¿No tienes modo de contactar con ella? -Preguntó, haciendo que él cambiara de tono, dejando de mirarla.

-No, pero volverá, y lo hará para matar a Sivert, porque la conozco bien. La buscaré e intentaré que te ayude.

-Gracias, y siento esto. No quiero molestarte. -Susurró con un deje de vergüenza, siendo consciente de cómo iba vestida, además de que su falda estaba desgarrada y gran parte de sus piernas estaban al aire.

-No pasa nada. Traeré algo para que puedas cubrirte. -Agregó el hombre al observar su repentino pudor, tratando de no mirarla más de la cuenta.

Lucía recibió la manta con alivio, y se la paso por encima de los hombros musitando un Gracias. Arno lo ignoró y le dijo que iba a vendarle la herida, ya que había dejado de sangrar y no necesitaría sutura, así que volvió a sentarse frente a ella, tomando las vendas. Lucía cambió de tema para sentirse menos incómoda por el silencio, y por tenerlo tan cerca.

-Está mañana al poco de separarnos me encontré con uno de tus compañeros asesinos: Gastón Leroux. Me ha ofrecido ayuda; mañana me llevará hasta un hombre importante que tiene que eliminar. Quizás descubra algo.

-Bien, pero debo advertirte de ese hombre. No me fiaría mucho de Gastón. Es un fanfarrón, y demasiado altivo, enfrascado en sus propias ideas que parecen ser la única verdad permitida. -Comentó, tratando de ocultar su desagrado por él, pero Lucía lo percibió en su gesto. Se detuvo de observarlo directamente a los ojos, hablando.

-Veo que no te cae muy bien. A él tampoco pareces gustarle en demasía.

-Sí, es algo reciproco y que todos saben. Demasiados puntos de desencuentro. Sé que no tienes por qué hacerme caso, porque tampoco me conoces a mí, pero Gastón tiene algo... no sé, yo tendría cuidado simplemente.

-Tendré presentes tus palabras, porque aunque no te conozca, no todo el mundo me ocultaría en su casa y curaría mis heridas; gracias. –Dijo mientras le regalaba una sonrisa que él le devolvió antes de contestar.

-Bueno, siendo estrictamente técnicos, me he visto obligado a ocultarte porque no me has dado opción, pero lo habría hecho igual. Vamos a ser compañeros.

La chica ensanchó su sonrisa ante el comentario en tono relajado de él, y volvieron a cruzar sus miradas unos segundos. Arno entonces anunció que había terminado el vendaje, y preguntó si necesitaba algo a la par que se levantaba y se lavaba las manos tras llenar el cuenco con agua limpia.

-No, ya has hecho suficiente por mí, estoy bien. Debería irme ahora que estoy algo mejor. No te molesto más. –Dijo levantándose, dejando la manta sobre la silla de forma ordenada, pero Arno habló de nuevo.

-No es buena idea que salgas ahí fuera. Puede que estén cerca, buscándote. Y no vas precisamente discreta. Puedes quedarte aquí y pasar la noche. En la habitación de al lado del estudio hay una cama. Yo dormiré aquí, en el sofá.

-Oh, no, nada de eso. Sí me quedo, yo dormiré en el sofá. Esas son las condiciones del acuerdo; innegociable.

-Está bien, como quieras. –Sonrió el francés mientras alzaba las manos en señal de rendición, deseándole buenas noches antes de partir escaleras arriba, girándose para sonreír por última vez a Lucía cuando esta volvió a darle las gracias.

Al quedarse sola, la chica se levantó de la silla despacio, notando como el dolor en su cuerpo había aumentado, así como el cansancio, con lo que recogió la manta y se dirigió al sofá, tumbándose en él sin importarle nada más, cerrando los ojos.


Arno bajó la escalera despacio por si la española seguía dormida, asomándose al salón antes de entrar, observando que estaba despierta y de pie frente a la cómoda donde tenía el balde lleno de agua para limpiar su herida. El hombre se fijó en aquella ocasión en el estado de su falda, rajada hasta la altura de su muslo; no podía salir así a la calle.

El hombre giró sobre sus talones para volver a la habitación, recordando que los antiguos dueños habían dejado ropa de mujer en el armario. Efectivamente, allí halló lo que buscaba; un vestido largo y liso sin prácticamente vuelo, de color blanco. Arno lo tomó y bajó de nuevo, esta vez adentrándose en la estancia, haciendo que ella cejara en su intento de vendarse el cuello.

-Buenos días ¿Qué traes ahí? –Preguntó Lucía, observando como él dejaba el vestido extendido en el sofá.

-Lo dejaron aquí los antiguos dueños. ¿No pretenderás salir así a la calle a plena luz del día? Los mariscales van a detenerte. –Bromeó con una leve sonrisa, haciendo que ella se mirara un segundo.

-La ropa es de Charlotte… va a matarme. Gracias, Arno. ¿Podrías ayudarme a vendar la herida, por favor?

-Claro. –Respondió, acercándose hasta el mueble, recogiendo la venda limpia.

El francés se posicionó delante de ella, tan cerca que la cara de la joven quedó a la altura de su cuello, dejando que se diera cuenta de la diferencia de altura entre ambos. Estaba acostumbrada a que aquello le pasara por su baja estatura. sin embargo, la sensación de incomodidad que sentía en aquel momento no era cotidiana, algo que desestabilizó su fuero interno. Para su suerte, el asesino fue rápido y se distanció unos pasos al terminar.

-Muchas gracias, Arno, por todo. Debo irme ya antes de que Charlotte se preocupe más. Voy a cambiarme. –Se despidió con una sonrisa, cogiendo el vestido, haciendo que Dorian hablase antes de que abandonara el cuarto.

-Ten cuidado esta noche con Gastón. Espero que puedas conseguir información.

-Gracias.

Lucía salió del salón tras su escueta despedida y tirante sonrisa, metiéndose en la primera estancia que halló para cambiarse rápido y salir de allí. La necesidad de hacerlo la puso nerviosa, porque se debía a la presencia de Arno, algo inconsciente pero que empezaba a preocuparla. Lo mejor sería no darle vueltas y centrarse en el trabajo, así que, con aquella mentalidad, borró todo lo demás de su mente y comenzó a desvestirse veloz con la perspectiva de una noche que podía ser muy productiva en su misión.