Capítulo 6
Tal y como habían acordado, Lucía apareció en la salida de la ciudad del barrio de Marais, vestida de nuevo con sus ropas de asesina, pantalones oscuros y capa del mismo tono, cubriendo la camisa y el corpiño que llevaba.
La joven buscó con la mirada, apoyada en un árbol, hasta que observó llegar a Gastón en la lejanía, distinguiéndolo por aquella capa asesina borgoña. El hombre sonrió levemente, de una forma tan decidida como su forma de andar, parándose ante ella.
-¿Lista?
-Claro. Te sigo. –Respondió firmemente, comenzando a caminar junto al asesino, quien habló.
-¿Qué te ha pasado en la cara?
-Subestimé a un templario anoche intentando sonsacar información que pudiera valerme.
El hombre rio entre dientes antes de hablar, saliendo fuera de la ciudad, acercándose a un árbol cercano al camino donde había dos caballos preparados y atados.
-Deberías relajarte, querida. La mejor de las virtudes es saber tener paciencia. Sería una pena que te mataran tan pronto.
Lucía no dijo nada, simplemente observó una de sus sonrisas que empezaba a aborrecer, subiendo al caballo tal y como le dijo, escuchando el plan.
-Ese hombre al que vamos a asaltar se llama Eugene Foucault, y por lo que sé es quien, junto con el nuevo gran maestre, ha mandado al diablo la antigua tregua entre templarios y asesinos, con lo cual me han mandado aniquilarlo. Teniendo en cuenta que él también es de esa facción pro limpieza dentro de su propio bando, porque, primicia, también colaboró con el asesinato de De La Serre, podría saber algo si ese es el motivo detrás del asesinato de tu madre. Encárgate del cochero, y yo me meteré dentro para atrapar a Eugene. Lo sacaré para ti, preciosa. Vamos allá.
Gastón hizo que su caballo fuera al galope tras usar sus riendas, no dando oportunidad a la joven de replicar, haciendo que Lucía lo siguiera a la misma velocidad. Continuaron de igual forma hasta que comenzaron a visualizar el carruaje del templario al trote, ajeno a lo que se avecinaba.
La rubia se adelantó rebasando al francés cuando este hizo un gesto de mano para darle paso, llegando a ponerse en paralelo con el conductor. Fue entonces cuando saltó hacia él sin pensarlo un segundo, no dándole posibilidad de reacción al golpearlo fuertemente en la cabeza con su arma de fuego para no matarlo, y sólo dejarlo inconsciente.
A los pocos segundos, mientras Lucía hacía parar a los caballos para detener el carruaje, sintió como Gastón saltaba encima de la madera y se colaba dentro del receptáculo. Hubo unos instantes de movimiento dentro, y después de un segundo de quietud, el asesino sacó violentamente al templario de dentro, tirándolo al suelo y poniéndose encima mientras lo amenazaba con la hoja oculta en el cuello.
-Eugene Foucault, lugarteniente del nuevo gran maestre templario François Germain. Tienes un minuto para responder, y si veo sinceridad en tus ojos y colaboración, puede que te perdone la vida. –Amenazó Gastón, dirigiendo una mirada a la joven, ahora a su lado, incitándola a intervenir.
-Hace 20 años los templarios de París viajaron a España, una pequeña comitiva que se desvió al regresar a territorio francés. Uno de aquellos hombres se quedó en una aldea de Aragón llamada Aísa. Estuvo con una mujer allí, mi madre, y años después de que se largara la asesinaron. ¿Qué sabes de eso?
-El gran maestre de esa época murió y De la Serre ocupó su lugar. Yo acababa de entrar en ese entonces. Sólo sé por Germain que quién fuera allí trataba de esconder unos papeles importantes que iban contra los verdaderos templarios como nosotros, no contra estos nuevos idiotas que creen en la paz y la concordia.
-¿Qué dicen esos papeles?
-No lo sé, conspiraciones contra importantes de la nación, corrupciones, asesinatos programados para limpiar el temple, supongo.
-Mi madre no tenía ningún papel de esos, ¿por qué querrían matarla?
-¡No lo sé, niña! Tendrás que buscar en lo más alto.
-Muy bien, templario –volvió a tomar la palabra Gastón, viendo como la frustración fruncía los labios de Lucía, anunciando que no tenía más que decir. –Ahora ha llegado tu hora para redimir tus pecados y abusos.
-¡He dicho la verdad, no sé nada más, lo juro! –Gritó con pavor ante la promesa rota del asesino, haciendo que este sonriera malignamente.
-Un asesino no perdona nunca. Compórtate como un hombre y muere con dignidad, escoria templaria.
Gastón entonces clavó su hoja oculta en la garganta del hombre, sin piedad, con un deje de satisfacción que la rubia pudo discernir. Odiaba de verdad a esa gente, y aquello le intrigó, pero salió de su ensimismamiento cuando él se levantó tras limpiar el arma en las ropas del muerto.
-Bueno, no es mucho, pero algo más sabes. Larguémonos de aquí antes de que venga alguien.
Ella asintió y volvió a su caballo para seguir al francés, quien alzó la voz para comunicarle la dirección hacia el escondite de los asesinos para informar a Mirabeau de aquello. Le extrañó que fuera a estar allí a esas horas de la madrugada, pero Gastón dijo que estaría, puesto que le esperaba expresamente. Aquella misión era de las importantes.
Tras un viaje de algo más de veinte minutos, la pareja llegó a la entrada del complejo subterráneo asesino, habiendo abandonado los caballos antes de la llegada a la isla de la Citè.
Lucía cruzó la puerta antes que Gastón, quien la siguió hasta la sala de reunión al subir las escaleras, escuchando dos voces familiares hablar: las de Mirabeau y Arno. Ambos se callaron en cuanto vieron a la pareja entrar. Leroux habló en primer lugar, dirigiéndose al mentor.
-Está hecho, mentor. Foucault ha muerto. Tenía esta carta.
Mirabeau la tomó y leyó por encima, pero la voz indignada de Arno se alzó, mirándolo con reproche.
-¿Mandaste que lo matara sabiendo que podría tener que ver con el asesinato de De La Serre?
-Tenía, está confirmado, Dorian. –Agregó Gastón con un deje de triunfalismo, antes de que Mirabeau respondiera. Arno entonces se dirigió al asesino, sin ápice de humor.
-¿Y lo has matado sin obtener respuestas? ¡Sabía quién más está detrás!
-El gran maestre Germain está detrás, es evidente, no hacía falta que lo dijera siquiera. Además, te he ahorrado trabajo, ya está muerto. Ocúpate de Germain y Sivert.
-¡Me corresponde a mí matarlos a todos! ¡Es mi maldita misión! –Alzó la voz, enfadado, sintiendo que su sangre hervía por la actitud del hombre, quien sonrió levemente, escupiendo su última frase.
-Quizás si fueras más diligente lo habrías encontrado primero, y averiguado todo lo que te estoy contando. ¿Quieres que te haga el trabajo con Germain también? No vaya a ser que también se te escape…
-Te juro que si no cierras la boca, Gastón, voy a…
-¡Basta! –Alzó la voz Mirabeau, haciendo que Arno se detuviera en seco, al igual que Gastón para defenderse al ver que pretendía ir a golpearlo. –Arno, no estábamos seguros de su implicación, pero no podíamos dejar que escapara porque necesitábamos interceptar esta carta. Planean asesinar a muchos, y no sólo dentro del Temple. Van a por el rey, a por el consejo entero de París, a por mí, y a por Élise De La Serre. Ahora que sabemos que François Germain es la cabeza pensante de todo hemos avanzado mucho, Arno, céntrate en todo lo que acabas de conseguir y dejemos de luchar entre nosotros, porque la guerra contra los Templarios ha vuelto, y debemos salvar a los que lo merecen para que este mundo no se vuelva peor. Asesino Dorian, tienes el permiso de este consejo para encontrar a los implicados en el asesinato del señor De La Serre y darles la paz, y como todos los demás hermanos de esta orden, de detener al nuevo maestre templario. Esto nos concierne a todos.
-Muy bien, pues que así sea.
Ante el comentario irritado de Arno, este salió de allí raudo, enfadado porque le quitaran lo único que podía hacerle sentir mejor, enfadado porque Élise estuviera en tan grave peligro y ni siquiera supiera dónde se encontraba, colérico porque Gastón Leroux hubiera vuelto a salirse con la suya, alzándolo más en su pedestal de altivez. No iba a permitir que siguieran dejándolo atrás, simplemente no podía.
Lucía sintió el impulso de salir tras él, pero Mirabeau rompió su deseo, preguntándole qué hacía allí y cómo iba su misión, con lo que no tuvo más remedio que olvidarse del francés por el momento y responder las preguntas del hombre, visiblemente afectado por las hostilidades y tiranteces entre sus compañeros.
No sólo Francia estaba al borde del colapso tras el inicio de la gran revolución, sino que los templarios se alzaban en pie de guerra, y la hermandad asesina de París no estaba unida al completo. El peso de tantas cargas y desastres se reflejaba cada día en sus ojos cansados y en su cuerpo rígido. Sin duda, además, la actitud de Arno después de todo aquello le preocupaba enormemente, puesto que estaba al borde de hacer lo que le viniera en gana.
