Capítulo 7
Arno escuchó de nuevo el sonido de alguien llamando a su puerta, pero volvió a ignorarlo bebiendo directamente de la botella de vino, pensando sin poder remediarlo en Élise. El único consuelo que tenía era que seguro que volvería a verla el martes, justo cuando Sivert retornara para esa reunión secreta celebrada en la cripta de Norte Dame; lo único que había conseguido averiguar con utilidad futura.
El hombre, ensimismado en sus pensamientos, apenas se percató de la aparición de Lucía, quien llegó por la entrada al salón desde la planta superior. Sin duda había entrado por la ventana del despacho.
-Ya has tomado como costumbre colarte en mi casa. –Comentó al mirarla brevemente de pie frente a él, sin mofa en la voz. Ella respondió con la misma seriedad, sin dejar de observarlo sentado a la mesa.
-Sabía que estabas dentro, ignorándome. Entiendo que quieras estar solo por tu enfado, pero no deberías dejarte consumir por ello. No es una buena idea.
-No quiero pagar mi frustración contigo, Lucía. No quiero hablar del tema.
-Sí, claro que quieres. Desahógate antes de que te envenene más y hagas algo de lo que puedas arrepentirte. Es una putada que te quiten la oportunidad de algo que te pertenece, que necesitas. Puedo entender cómo te sientes, y lo siento mucho. Iremos a por Germain, y eso no podrán arrebatártelo. Parece que Sivert vuelve para el martes. –Cambió de tercio para darle alguna buena noticia que lo distrajera.
-Sí, lo sé. Es lo único que he podido avanzar. Sé dónde se reunirán. Por eso había ido a ver a Mirabeau, para decirle que iba a matarlo.
-Bien, estás un paso más cerca del final, el martes es dentro de tres días. Élise De La Serre volverá entonces y quizás halles más información.
-No si la matan antes. –Susurró con temor, oscureciendo su tono. Lucía vio como se levantaba de la silla, inquieto.
-Bueno, por lo que tengo entendido debe ser una mujer precavida y buena en la lucha. No creo que lleguen a ella tan pronto ni fácilmente. Seguro que estará bien y muy pronto la verás. Debes tener esperanza.
-Sí, ya, eso intento. Es tan complicado… -Murmuró tras unos segundos de silencio, sintiéndose abatido. La joven comprendió su frustración, puesto que ella se sentía igual muchas veces.
-Lo sé, créeme… pero es lo único que nos queda, junto con luchar, Arno. Al menos no estás solo, tienes a tu hermanastra, aunque estéis enfadados. Lo arreglareis porque se nota que la quieres.
El francés la miró sonreír tristemente, y sintió la enorme nostalgia y pena de la muchacha, que sin duda debía de sentirse muy sola allí, sin amigos, fuera de su tierra, intentando vengar a su madre muerta por un padre al que odiaba. Debía de ser muy duro estar en aquella circunstancia.
-Gracias por los ánimos, la verdad es que me siento más relajado. Tienes razón, debo calmarme para pensar con claridad. ¿Qué tal tu noche, algo nuevo? –Cambió de tema para intentar borrar la pena del rostro de la rubia, quien tras un suspiro resignado, habló.
-Parece que mi padre trataba de esconder unos documentos; no se sabe qué contenían, pero podrían ser revelaciones de crímenes de los templarios más reaccionarios, es lo más lógico. Foucault dijo que escuchó a Germain hablar sobre ellos; pero si mi madre los escondió, ya no están. Cuando murió desmantelé la casa junto con su hermano y no había nada. Así que no sé mucho más. No obstante, sigo sin una maldita pista sobre quién es mi padre.
-Bueno, ahora tenemos algo sólido, un hilo del que tirar. Conseguiremos encontrar pistas, ya lo verás.
Lucía respondió a la sonrisa que Dorian le regaló, y musitó un gracias con sinceridad, recuperando después su firmeza para proseguir.
-En fin, ahora que sé que no vas a hacer ninguna locura, voy a irme. Prometo que intentaré no colarme más en tu casa, pero tienes que abrirme la puerta. –Bromeó con una sonrisa, haciendo que él asintiera.
-Lo intentaré, aunque sólo sea para que descubras qué se siente cuando te abren.
-Bien, estaré esperando ese momento. Buenas noches, Arno.
-Buenas noches. Oye –habló dubitativo, haciendo que ella se detuviera antes de salir del salón. – ¿Te apetece hablar un poco? Apenas nos conocemos y hemos hablado de algo que no sea trabajo, y si te soy sincero, preferiría no dejar que mi cabeza pensara ahora mismo.
-Sí, claro. No hay problema. –Respondió la joven tras unos segundos de duda, ocultándolo al responder.
Lucía se acercó hasta la mesa, sentándose frente a Arno, quien le ofreció vino, pero ella declinó con una negación de cabeza, escuchándolo hablar, acto seguido.
-¿Cómo es tu ciudad? Sólo sé que eres del norte de España.
-Bueno, llamarlo ciudad es más que generoso; es una aldea muy pequeña: unas pocas casas, una plaza donde hay una iglesia, y una taberna; el resto es monte y prado, nada más. Es muy tranquilo, hay poco que hacer. No como aquí, es terriblemente abrumador.
-Seguro que es precioso. –Comentó el hombre tras la sonrisa de la joven, pensando que le encantaría algo así, al menos por un tiempo. -¿Y qué hacías allí antes de todo esto de la hermandad? ¿ayudabas a tu madre en la taberna?
-No, siempre he sido algo solitaria. Me dedicaba al pastoreo de lo poco que teníamos y nos ayudaba a sobrevivir. El pastor de mi pueblo era ya mayor, y necesitaría alguien que continuase con su legado, así que me ofrecí a ello. Me enseñó y continué su trabajo cuando murió. El tiempo que no estaba en la montaña lo pasaba en la iglesia con el cura. Él fue quién me enseñó francés.
-Buen maestro, y buena alumna, sin duda. Es bastante bueno.
-Gracias, aunque no estoy muy de acuerdo por lo que a mí respecta. –Rio levemente, desviando la vista de Arno. –Él sin embargo si era un gran maestro, y una persona excepcional. Enseñaba a todo el mundo lo que sabía y podía ayudarnos; a leer, escribir… era muy compasivo, y siempre tenía tiempo para cualquiera, fuera lo que fuera el problema. Lo echo de menos. Echo de menos el pasado en general. A veces es muy difícil recordar.
-Sí, lo sé bien. –Susurró Arno tras un suspiro, sumándose a la tristeza de la rubia. –No hay nada que hacer respecto a ello, salvo continuar, ¿no?
-Eso me temo, y por eso aquí estamos. ¿Qué pasó con tu madre? –Cambió de tema la española tras un pequeño silencio. El hombre se puso algo serio de nuevo, y pronto se arrepintió de preguntar.
-Nos abandonó cuando supo que mi padre era un asesino; mi padre no me lo contó así, claro, pero lo supe después por Bellec; fueron amigos. Mi padre me cuidó siempre, hasta que lo mataron en Versalles.
-Lo siento mucho Arno. No debería haber preguntado.
-Tranquila, está bien. No hemos tenido mucha suerte ninguno, supongo. –Relajó la conversación con una sonrisa tenue, haciendo que la chica interviniera.
-No mucha, es cierto; pero haremos que eso cambie. Supongo que la única parte algo positiva es que ya no podemos perder más, y valoramos como debemos lo poco que nos queda. A ti te queda tu hermanastra. Se nota que la quieres mucho.
-Sí; crecimos juntos, ya sabes. –Respondió, tratando de ocultar el tipo de amor que en realidad sentía por Élise. –Esa familia volvió a dármelo todo después de la muerte de mi padre. Nunca podré agradecer lo suficiente. Y menos después de todo lo ocurrido.
-No tienes la culpa de la muerte de François De La Serre, Arno. No entregaste a tiempo una carta que no sabías lo que contenía. Es injusto que te castigues por ello, sobre todo porque estás invirtiendo toda tu vida en hacer justicia desde el asesinato. Y ya sé que vivirlo es bien diferente a decirlo, pero si no tratas de verlo con perspectiva, eso te destruirá.
Arno suspiró profundamente, llevándose la mano a la cara para restregársela. Sabía aquello de sobra, pero era incapaz de alejarse de su obsesión, y de la culpa.
No supo qué responder, así que guardó silencio y bajó la mirada, pasando a beber un sorbo de la botella, sintiendo tras dejarla en su lugar, que Lucía había posado su mano sobre la de él para llamar su atención. Cuando volvió a encontrar su mirada de ojos azules, habló con firmeza y cariño.
-Saldremos adelante; somos fuertes.
-Creo que tú más que yo.
-Cuando me conozcas más no creo que lo sigas pensando, Arno. –Respondió con una leve risa, separando su mano de la de él, contagiándole la sonrisa. Tras unos instantes de silencio y de incomodidad por su parte, la chica habló de nuevo. –Creo que debería irme ya. ¿Estarás bien?
-Sí, claro. Gracias, ha sido reconfortante. –Agregó mientras se levantaba tras ella, acompañándola a la puerta.
-Sí, también para mí. Ya volveremos a repetirlo; no todo va a ser trabajar. Nos vemos. Adiós, Arno.
El hombre respondió con la misma palabra, recibiendo un leve apretón en el brazo por parte de la rubia, quien cerró tras de sí, dejándolo solo en la estancia.
Arno se mantuvo allí parado durante unos segundos, pensando en Lucía. En aquella corta conversación desenfada había descubierto cosas de ella, y pronto le vinieron a la cabeza las palabras de Charlotte.
Cuando se prestaba atención se veía que era vulnerable, y ciertamente trataba de ocultar todo lo que la destrucción de su mundo había ocasionado, con una fachada de fingida firmeza y seguridad.
Igualmente, el francés había podido descubrir que la rubia era tierna y cariñosa, algo que desde luego no abundaba en aquellos tiempos, y se sorprendió de sentirse algo mejor después del encuentro. Pensó que quizás era así por la propia necesidad de amor que debía sentir tras su negra suerte en el pasado, algo que no le resultaría descabellado, puesto que él mismo muchas veces se sentía igual, y se daba cuenta de ello cuando estaba con Élise. Cuánto la echaba de menos y la necesitaba.
Ante aquellos nuevos pensamientos, Arno decidió bloquear su mente e irse a dormir para no volver a lóbregas cavilaciones. Pronto volverían a reunirse, y estarían más cerca de acabar con la venganza por el padre de la pelirroja. Debía tener esperanza para poder seguir luchando, tal y como había recordado aquella noche gracias a Lucía.
