Capítulo 8
Arno llegó al punto del alto tejado que quería, muy cerca de la entrada principal a la catedral de Notre Dame, un cuarto de hora antes de la media noche.
Arropado por la oscuridad nocturna, se acuclilló para observar lo que ocurría unos metros más abajo, y así decidir cómo intervenir, pero el hombre se alertó al sentir una presencia acercarse, haciéndole levantarse y llevar la mano a su espada.
-¿Qué haces aquí? –Preguntó, deshaciendo la postura de en guardia al observar a Lucía con su atuendo de asesina.
-¿No pretenderás hacer esto tú solo? Es una reunión de los más importantes del Temple. Estará muy bien vigilado. Notre Dame ahora mismo es una fortaleza.
-Lo sé, por eso el sigilo es la única opción. Tengo que colarme ahí dentro y escuchar lo que digan. Esa reunión es una fuente de información increíble.
-Deja de hablar en singular, Arno. Voy a ayudarte. ¿Hay rastro de tu hermanastra?
-No, no he visto más que a guardias y templarios. Sivert aún no ha llegado, pero lo hará. Pongámonos en marcha, podremos colarnos por el lateral, por alguna de las vidrieras. Ya lo he hecho antes.
Lucía no puso objeción, a pesar de que no era muy buena escaladora, pero no podía permitir que él se diera cuenta o la dejaría atrás, así que se guardó su miedo y lo siguió por los tejados hasta el costado derecho de la catedral, entrando en el pequeño cementerio, comenzando a trepar por la pared y ventanales hasta llegar a los arbotantes.
En aquel primer cuerpo de la construcción, el francés se dirigió hasta una de las vidrieras a la altura del transepto, sacando sus ganzúas para abrirla.
-No eres muy buena trepando, ¿verdad? –Susurró el hombre sin dejar de trabajar, haciendo que la rubia a su espalda maldijera interiormente. Obviamente se había dado cuenta de su torpeza. Ella respondió con firmeza.
-Pues sí, no es mi fuerte, pero me defiendo. No debes preocuparte, te seguiré el ritmo. Tú eres muy bueno, sin embargo, tanto que es increíble. ¿Quién te enseñó, ¿Bellec?
-Bueno, él me ha enseñado cosas, sí, pero he de admitir que esto venía de antes de ser asesino. Me gustaba demasiado apostar en las tabernas y tenía que huir muy a menudo, así que la necesidad me ha enseñado. Ya está, vamos.
La pareja volvió a retomar el silencio al entrar por la ventana dentro de la silenciosa catedral, imbuida en la penumbra que creaban las velas de los fieles, pero suficiente para poder ver en la noche. Sin dilación, y ante la nula presencia de nadie en la zona, la pareja descendió hasta la nave principal.
-Hay que encontrar la entrada a la cripta, pero no está en el altar; la que existía fue tapiada hace mucho.
-¿Quizás en la sacristía? En las dependencias fuera del alcance de todos debe haber una entrada, pero corremos el peligro de encontrarnos a alguien.
-Probemos suerte. Tampoco tenemos otra opción, porque fuera no hay acceso.
La chica asintió y caminaron veloces hacia la puerta de la sacristía. Arno volvió a usar sus ganzúas para abrir la puerta tras cerciorarse de que no se escuchaba nada al otro lado, entrando en la amplia sala que guardaba material de la liturgia en varios armarios y mesas, pero no había más puertas que comunicaran con la sala.
-Quizás en las otras dependencias esté la entrada. –Comentó Lucía mientras examinaban el lugar, pero Arno se detuvo ante una gran estantería llena de libros antiguos, susurrando que había algo allí.
Al pasar la mano por el lomo de los libros, Arno encontró que uno de ellos no lo era en realidad, sólo una cubierta hueca que ocultaba una palanca. Al tirar de ella, la estantería se apartó despacio, dejando ver un oscuro pasillo descendente. Ambos asesinos se miraron un instante, y comenzaron a descender despacio, aguzando el oído para estar bien prevenidos de alguna presencia.
Pronto el pasillo llegó a la cripta donde reposaban las reliquias, guardadas allí tras los incidentes de la comuna y sus ataques, en una amplia sala de piedra. La corona y el trozo de la supuesta cruz de Cristo reposaban en un pedestal que se encontraba dentro de una urna de cristal, protegida por barrotes que lo enjaulaban, lejos de manos enemigas.
-¿Y ahora, qué? ¿Nos separamos? –Preguntó Lucía al ver que había dos caminos posibles comunicando con la estancia sacra.
-No creo que sea buena idea.
-Tardaremos menos así; además, esa gente está reunida, no creo que sea muy peligroso ni haya movimiento. Hay que conocer este sitio para planear el asesinato de ese canalla cuando salgan.
-Está bien. Ante cualquier problema, huye, ¿de acuerdo? Esto es asunto mío. No quiero que nadie salga herido. Tú izquierda, yo derecha.
Lucía asintió, y ambos se separaron por su correspondiente ramal, avanzando en la negrura de aquellos pasillos fríos y angostos.
El pasillo de Arno pronto se convirtió en leve cuesta hacia arriba que conectaba con varios angostos pasillos destartalados por la caída de rocas hacía tiempo atrás, y antes de que el hombre pensara por dónde iría, escuchó levemente voces por uno de ellos, adentrándose por el correspondiente.
Aquel corredor terminaba medio tapiado por un desprendimiento de piedra, pero el asesino lo trepó sin problema hasta llegar a la pequeña abertura que quedó, reptando a través de ella. Mientras, las voces se hacían más nítidas, hasta llegar a escucharlas bajo él.
Había subido hasta conectar con la sala donde estaban los templarios, y pudo verlos levemente asomándose entre las rocas. Reconoció a Sivert y Germain, pero no a los otros 3.
-Ella es la primera a la que hay que eliminar, representa todo lo que dejó de legado su padre. Si encuentra aliados poderosos que sigan esa estúpida falacia de la paz, podría convertirse en gran maestre, y todos sabéis que ese sería nuestro fin.
-¡Pues aprovechemos ahora que sabemos que ha vuelto a París! ¡Antes de que los asesinos nos den el mismo final que a Foucault! Somos más importantes que la maldita revolución, y lo sabes, gran maestre. Sin nosotros no habrá nueva Francia.
-Nos ocuparemos de la señorita De La Serre, pero antes hemos de enviar un mensaje a los asesinos por su provocación. Tenemos un plan para desbaratar la hermandad de París. Iremos a por Mirabeau a través de…
-¡Señor! –La entrada de un guardia del gran maestre le hizo callar. –Hay intrusos. Deberían acabar por su seguridad. Son asesinos. De momento vamos tras una mujer, pero podría haber más. También está aquí la hija de De La Serre. Las encontramos peleando.
-Maldita sea… con un poco de suerte esa asesina igual hace el trabajo. Se levanta la sesión, señores. Salgamos por la catacumba oculta que lleva al cementerio.
Arno se puso en marcha para deshacer sus pasos tras maldecir por lo bajo, comenzando a correr por los pasadizos oscuros con el corazón palpitante ante la noticia de que Élise estaba allí mismo también.
En cuanto llegó a la sacristía encontró a un hombre muerto de un tajo en la garganta, y comenzó a escuchar sonidos de pelea y un par de tiros, lo que hizo que no saliera abruptamente de la habitación, sino que se asomase primero.
El hombre pudo observar desde su posición a Lucía batirse con un par de templarios, pero ni rastro de Élise. Al ver que la rubia tenía dificultades y pretendía huir ante la llegada de más que cargaban con sus armas de fuego, Arno salió de la sacristía y mató por la espalda a los dos que la acosaban a espada.
-¡Corre, al lateral! ¡Saldremos por la ventana! –Gritó mientras la empujaba antes de que los soldados dispararan, dirigiéndola al lugar indicado, haciendo que ella fuera en primer lugar para poder acabar con los templarios desde su posición.
Tras devolverles los tiros antes de que se anticiparan y pudieran herir a la española, Arno trepó por la arcada hasta llegar a la tribuna, siguiendo a Lucía hasta la vidriera abierta para escapar a toda velocidad, dejándose caer ambos al suelo al estar a una distancia prudente, pero la mujer no cayó en pie.
-¿Estás bien? Vamos, hay que salir de aquí. –Habló mientras la agarraba del brazo para ayudarla a levantarse, volviendo a correr para atravesar el cementerio y salir a la entrada principal de la catedral.
Mientras atravesaban la plaza para tomar una de las calles que a ella desembocaba, se encortaron a Élise cortándoles el paso con su pistola en ristre. Lucía dejó salir su hoja oculta de forma amenazadora, pero Arno intervino veloz, desencapuchándose.
-¡Soy yo, Élise! No somos enemigos, parad.
Ambas mujeres abandonaron la actitud hostil al entender la situación, pero continuaron mirándose desafiantes un par de segundos hasta que la pelirroja habló.
-Si has venido a matar a Sivert ya puedes irte, Arno. Esta es mi venganza.
-Esta noche va a ser imposible, pero he escuchado cosas importantes. Van a por ti, Élise, quieren matarte.
-Ya, pues que se pongan a la cola.
El grupo se alarmó ante la estridencia de un tiro hacia su posición, contemplando que el resto de la guardia templaria había salido de la catedral y avanzaban a por ellos, con lo que no tuvieron más opción que cubrirse tras la pared. Antes de que nadie saliera corriendo, Arno sujetó a la francesa del brazo para mirarla y hablar con súplica.
-Reúnete mañana conmigo a las 10 en el Café Teatro de San Luis, por favor. Debemos hablar. Estamos del mismo lado.
-Está bien. –Aceptó tras un segundo, cediendo ante su mirada sincera, para después salir corriendo por un callejón cercano. Automáticamente después, Arno instó a Lucía a seguirlo para salir de allí corriendo por aquella calle, mientras los guardias los perseguían.
