Capítulo 9
A pesar de las vueltas dadas para despistar a los hombres enemigos, la pareja no lograba perderlos de vista, y las cosas fueron a peor cuando los templarios alertaron a la guardia francesa de que los detuvieran, al grito de criminales, al pasar por un puesto de vigilancia.
Tras cruzar el puente y salir de la isla de la Citè, tomaron la principal avenida hasta girar en un callejón, escuchando las pisadas y el tintineo de las armas al trote de los persecutores en la distancia corta.
Tras varios giros entre callejuelas estrechas y apenas iluminadas más que por la luna llena, ambos se detuvieron un instante, respirando agitadamente.
-Quizás ya los hayamos perdido. Escalemos la fachada y usemos los tejados.
-No –Respondió Lucía raudamente. –No deben estar muy lejos, y podrían vernos por ahí arriba. Es mejor seguir a pie. Mierda, ¿lo escuchas?
El francés apretó la mandíbula mientras asentía al sonido de nuevos pasos correr por la zona, y voces instar a encontrar a los asesinos. Arno pretendió que reanudaran la carrera, pero la chica lo detuvo agarrándolo del brazo e introduciéndolo en un callejón cercano ante la certeza de que estaban rodeándolos, y volverían a encontrarlos al correr a lo loco.
-Quítate la capa, y las armas que se vean a simple vista, ¡vamos, rápido, tengo un plan! –Susurró con premura, a la vez que hacía lo que le pedía al francés, soltando después su melena.
La mujer recogió las cosas de Arno y las ocultó junto con la suyas entre los escombros de madera, yeso, y hojas que ensuciaban el suelo, haciendo un pequeño túmulo. Acto seguido se apoyó contra la pared para quedar frente al asesino, hablando con firmeza sin esperar más tiempo, mirándolo a los ojos.
-Bésame.
-¿Qué? –Susurró con sorpresa él, abriendo más los ojos ante su petición. –Yo no…
Lucía no le dejó terminar, y sabiendo que el tiempo apremiaba, agarró el rostro masculino con ambas manos y lo besó con ímpetu en los labios, aplastándolos contra los suyos.
Pasados un par de segundos redujo la fuerza del beso, y llevó sus manos al cuello del francés, rodeándolo con los brazos mientras tímidamente entreabría los labios.
Al ver que Arno se sumó al juego y la abrazó por la cintura, permitiéndole a su vez que sus lenguas jugaran, la chica se relajó y dejó llevar, besándolo sin rigidez, escuchando poco después como los hombres pasaban de largo sin prestarles atención.
Tras un breve tiempo, cuando el silencio volvió a hacerse y los guardias se hubieron alejado, Lucía concluyó el beso despacio, separándose lentamente mientras sus manos seguían posadas de nuevo en las mejillas del castaño, hasta que al mirarlo a los ojos las retiró.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo de templanza por no sentirse morir de vergüenza ante su mirada llena de confusión, que encontró encantadora, e hizo palpitar más rápido su corazón.
-Siento si me he excedido demasiado, pero sabía que funcionaría y pasarían de largo. No nos habían visto mucho las caras.
-Está bien, ha funcionado. Vayámonos de aquí.
La rubia asintió y rezó para que sus piernas funcionaran, siguiendo al hombre tras recuperar sus cosas de la mano de Arno, quien parecía aún algo aturdido y cortado tras el encuentro.
La pareja corrió en silencio por las calles de París hasta llegar a la casa que ocupaba el francés, donde ambos se desencapucharon y pudieron relajarse, estando a salvo. Lucía tomó la palabra a la vez que contemplaba al asesino quitarse la capa y armas que portaba, poniéndose cómodo.
-Arno, me gustaría poder estar presente mañana cuando hables con Élise para poder preguntarle por mi tema, ya sabes. Puedo hablar con ella e irme para dejaros luego solos, no quiero entrometerme en vuestras cosas.
-Podrás quedarte, sí. No hay problema. Igualmente, no creo que vayamos a hablar de nada que no sea trabajo, tranquila.
-Bien, gracias. Nos veremos mañana entonces allí. –Agregó amagando con dirigirse a la puerta, pero la voz de Arno la detuvo.
-No deberías volver esta noche, estarán aún buscándonos. El café está muy cerca de la zona. Quédate aquí y mañana iremos juntos a reunirnos con Élise.
-Está bien, tienes razón. Buenas noches pues.
Arno trató de hablar para ofrecerle el cuarto, pero ella al intuirlo, negó con la cabeza y una leve sonrisa, haciendo que él comprendiera y le diera las buenas noches, agregando que había de todo lo que pudiera necesitar en la estancia, incluida ropa. La española dio las gracias y lo observó desaparecer del salón, sintiéndose más relajada en el acto, sin entender por qué.
Élise se encontraba sentada ante una mesa circular del café, delante de una taza humeante, y por las facciones compungidas de su rostro se veía que estaba pensativa sobre asuntos complejos que ocupaban su mente. Su ceño se frunció levemente al observar a Arno junto con aquella extraña hasta su posición. El asesino habló antes de hacer nada, descubriendo su rostro, así como la propia española.
-Élise, ella es Lucía Ripoll, asesina de España. Está aquí para resolver el crimen de su madre, y cree que tú podrías darle respuestas. También me ayuda en la búsqueda de la verdad para con el asesinato de tu padre, por eso está aquí conmigo.
-Muy bien, pues sentaos y hablemos. –Agregó con un deje de frialdad tras escudriñar a la joven unos segundos. Cuando la pareja se sentó frente a ella, habló de nuevo. -¿Qué es lo que habéis descubierto?
-A pesar de que Sivert fue la mano ejecutora del crimen, hay más detrás. Uno de ellos, Eugene Foucault, murió a manos de un asesino hace unos días. No sé quiénes más participaron, pero sí sé por lo que dijo Eugene, y lo que escuché anoche en esa reunión, que el cabeza de todo esto es el nuevo gran maestre, ese tal Germain. Van a usar la revolución para conseguir deshacerse de todos sus enemigos políticos, y del resto que intentan que haya una paz entre asesinos y templarios. Van a ir a por Mirabeau, por eso fueron a por tu padre, y por eso van a ir a por ti.
-Sí, eso lo he averiguado también. Me ven como la líder de la facción progresista dentro del Temple, y saben que trataré de recuperar el lugar que me corresponde. He estado buscando a los que piensan como yo, que aunque pocos, quedan aún, pero nadie va a arriesgarse a mover ficha, así que tengo que matar a Germain. Esa es mi prioridad, incluso el resto de los que participaron me dan igual. Lo quiero a él.
La furia se pudo palpar ante su tono cortante y mirada encendida. Arno no trató de relajarla, puesto que sabía que no serviría de nada. Élise no renunciaría a su venganza, y era algo que le hacía temer por su vida.
-¿Qué vas a hacer? No puedes esconderte ni luchar contra todos ellos, Élise. Necesitas ayuda.
-De momento no han podido conmigo, y si estás pensando de nuevo en ofrecerme ayuda de los asesinos, la respuesta es no, ya lo sabes. Si de verdad quieres ayudarme trabajemos para encontrar una oportunidad para matar a Sivert, y después a Germain.
-De acuerdo. Esa ha sido mi prioridad todo el tiempo, pero debes tener cuidado.
-Lo sé, y lo tengo en cuenta, Arno.
Lucía encontró entre ellos algo especial, aquella forma en la cual se miraban hizo que pensara que aquello no era un simple amor fraternal. En Arno era más que evidente; su preocupación, la forma en que la miraba, con una especial atención, casi venerándola en silencio.
La joven salió de su ensimismamiento cuando Élise le pidió que le contara su historia, para ver si podía ayudarla.
-Mi padre era un templario de Paris, alguien importante. Se desvió de su pequeña comitiva para ir a mi aldea en el norte de España hace veinte años. Mi madre y él tuvieron algo, no sé si real sólo por parte de ella o qué, pero la cosa es que nunca más volvió a saber de él, y hace cuatro años la mataron. Tiene que ver con ese hombre, lo sé, y ahora mucho más después de escuchar lo que Foucault dijo. Al parecer ese hombre pudo haber escondido unos documentos que comprometen a los templarios del ala más reaccionaria, cuadraría que hubieran ido a por mi madre por ello, pero nunca he encontrado dichos documentos. Tu padre era el gran maestre… ¿sabes algo?
-Esos documentos son reales, sí, y justamente contienen la revelación de la enorme traición de la parte podrida del Temple, porque esto no va sólo de querer o no el entendimiento con los asesinos; va sobre una facción queriendo destruir a otra, y es evidente que por eso mataron a mi padre. Y seguramente a tu madre, porque, aunque no los tuviera, podrían pensar que los tenía. Sé quiénes fueron en esa comitiva a España, lo escuché todo cuando le contó a mi madre lo que había pasado.
Lucía sintió que su corazón se agitaba vertiginosamente ante las ansiadas respuestas al fin, pero hizo un enorme esfuerzo por no impacientarse y escuchar todo el relato de la pelirroja, quien pudo discernir sus ansias, con lo que abrevió.
-Aquello pasó unos meses antes de que mi padre ocupara el puesto de gran maestre, porque al anterior lo asesinaron, y él mismo creía que era por haber intentado esconder esos papeles. La comitiva se desvió a tu pueblo porque cerca de allí vivía un hombre al que iban a entregar los documentos para llevarlos al consejo supremo del Temple en Borgoña y desmantelar toda la corrupción, pero por lo que sé no lo encontraron, así que quizás lo habían matado. De los tres hombres que fueron a España, uno murió asesinado, otro vive en Marsella, retirado de todo el caos, y el último es el que creo que podría ser tu padre; vive en Versalles, y su nombre es Èmile Antoine Dupont.
