Capítulo 12
Arno se acercó hasta la puerta trasera de las cocinas de la que había sido la espléndida mansión en París de la familia De La Serre. A pesar de que había sido saqueada apenas un año atrás, sabía que Élise estaría allí entre los escombros de lo que había sido uno de sus hogares.
La puerta estaba abierta, tal y como esperaba, y de forma lenta avanzó entre la oscuridad del lugar, dejándose guiar por la tenue luz que la luna dejaba entrar por las ventanas, hasta salir de aquella gran estancia y llegar al pasillo.
Mientras el asesino avanzaba por el ancho corredor, ahora desprovisto de su lujosa decoración, los recuerdos de su infancia lo asaltaban, pero se obligó a centrarse al percibir la tenue luz de varias velas en el salón principal, donde pudo vislumbrar a Élise sentada a la mesa rectangular, leyendo algo.
Antes de que Arno pudiera llegar hasta ella, la mujer lo observó por el rabillo del ojo, y sin pensarlo cogió la pistola que reposaba en la mesa y apuntó hacia el intruso.
-Sé que no debería esperar una calurosa bienvenida al haberme colado, pero esto quizás sea demasiado. –Se burló el francés sin mucho humor, moviéndose sólo cuando ella dejó el arma en su lugar, abandonando después la carta que leía.
-Bueno, ya sabes que no son buenos tiempos. Prefiero ser cauta y no bajar la guardia. Te hacía en Versalles con tu amiga asesina.
-Regresamos esta tarde; quería hablarte de lo que allí ocurrió, antes de que Lucía lo haga. –Respondió seriamente, haciendo que la chica le hiciera un gesto para que se sentara.
-Bien, ¿qué ha pasado? ¿No estaba allí Dupont?
-Sí, justo donde dijiste. Lucía habló con él. No es su padre, a pesar de las coincidencias. Dijo que estuvo en ese viaje, pero no tenía ni idea del desvío al pueblo de Lucía, y afirmó que conoció hace poco la existencia de esos papeles.
-¿Y por qué le creéis? A pesar de que ella fuera persuasiva al modo violento, él podría no decir toda la verdad.
Dorian posó sus ojos en los claros de ella, y tragó saliva antes de revelar lo que le hacían creerlo, temiendo la reacción de la pelirroja.
-Dupont dijo que dos personas fueron las que no regresaron directamente a Francia después de aquel viaje a la corte española. Louis Contamine, y tu padre.
-¿Qué? Mi padre no fue a ese viaje, justo le coincidió con otro. Estuvo en Marsella por orden directa del Maestre de aquella época. Mi madre también lo sabía. Dupont debe mentir por alguna razón, puede que en verdad no sea el padre de esa chica, y que no fuera a su pueblo, pero sabe quién lo hizo.
-¿Por qué iba a haber mentido?
-¿Y por qué habría de haberlo hecho mi padre, Arno?
La voz de Élise alzarse más de lo normal por su creciente enfado, hizo que el silencio invadiera la estancia un segundo después, mientras ambos se escudriñaban. Dorian pensó la forma de encarar la situación para no llegar a discutir, midiendo con precaución sus palabras.
-Quizás os hubiera puesto en peligro, Élise… no lo sé. Pero sólo tenemos dos opciones de quienes pudieron ser, y ambos están muertos. Tú eres la persona que más puede ayudarnos a resolver este enigma, y sé que es duro pensar en la posibilidad de que tu padre fuera aquel hombre.
-Mi padre no hubiera violado a una mujer, y aunque no hubiera sido así, no habría engañado a mi madre; la amaba. Tú lo conocías, Arno; es imposible.
-Lo sé, y pudo ser Contamine, y no él, por eso te pido ayuda. No sé nada de ese hombre.
-En realidad no era Templario. Era amigo de mi padre. Trabajaba en el servicio del antiguo gran maestre como administrador de su casa y consejero. Era bastante joven, por eso aún no lo habían iniciado. Fue él quien descubrió la conspiración que quería matar al gran Maestre, y la corrupción de muchos del círculo templario. Mi padre lo ayudó a desaparecer cuando corrió peligro, pero lo asesinaron igualmente. No sé nada más de él, pero investigaré para saber más sobre el asunto. Ahora si no te importa, Arno… quiero estar sola, por favor.
El hombre supo que sería inútil discutir o presionarla, con lo que conteniendo su impotencia por no poder ayudarla a entender todo aquello que él acababa de desbaratar, se levantó de la silla y salió por donde había llegado, en un frío silencio.
Lucía vació su vaso de vino de nuevo, tragando el resto del contenido de forma rápida. A pesar de sentirse mareada ya, su cabeza no la dejaba tranquila.
El ruido de aquella bulliciosa taberna cercana al Café Teatro parecía lejano debido a su abstracción. Aquel fracaso y las nuevas incógnitas sobre la historia de su pasado estaban volviéndola loca, haciéndose cientos de preguntas. No sabía cómo continuar ante los nuevos acontecimientos, y aquello a esas alturas empezaba a enfadarla y deprimirla sin poder controlarlo.
Apenas se dio cuenta de que alguien se sentaba a su lado en aquel lateral de la barra, y aunque vislumbró por el rabillo del ojo que estaba mirándola, ignoró a la persona hasta que habló.
-No te tenía por alguien que ahoga sus penas en una taberna como un vulgar borrachuzo.
-Pues siento decepcionarte, Gastón. –Respondió tras observar que era el asesino de cabello oscuro. Esa vez iba vestido a la moda, sin atisbo de ropas de trabajo.
-¿Qué te pasa? ¿La búsqueda por Versalles no ha ido bien? –Preguntó sin burla, haciendo que ella se sorprendiera de inmediato, y lo encarara.
-¿Cómo sabes eso?
-Estoy al tanto de mucho más de lo que crees, querida. Es mi trabajo. Siento que no haya salido bien. ¿Qué pista sigues ahora?
-La de dos hombres que están muertos, y parece que son los únicos que podrían haber sido mi padre. Las cosas cada vez parecen enmarañarse más.
-¿Uno de ellos es François De La Serre?
-Sí, ¿por qué? ¿Qué sabes, Gastón? Necesito respuestas, por favor.
El hombre se lo pensó un instante, pero la súplica en los ojos de ella, hicieron que se acercara más para no hablar demasiado alto.
-Creo que quien sabe más de lo que dice es Mirabeau, pero tienes que prometer, querida, que no dirás nada sobre esto que voy a contarte, porque si no, Mirabeau va a dejar de confiar en mí y me expulsará de la orden.
-Está bien, no diré nada que pueda delatarte, lo juro.
-Bien. La cosa es la siguiente; llevo un tiempo trabajando para Mirabeau en secreto buscando esos malditos papeles. No quiere que nadie se entere de nada, por eso sospecho que sabe más de lo que dice. Al parecer, él y François De La Serre trabajaban juntos para protegerlos y hacerlos públicos. Mirabeau sigue anclado en su idea de que ambas órdenes no sean rivales, así que quiere completar el trabajo que inició con el antiguo gran Maestre. Estoy seguro de que él sabe quién fue a esconderlos en tu aldea, aunque ahora lo único que le preocupe es saber quién los robó y dónde están.
-Maldita sea… ¿y por qué no quiere decirme qué sabe, a sabiendas de que llevo media vida buscando a ese hombre misterioso? –Preguntó retóricamente, dejando salir su enfado en el tono y la rigidez de sus músculos faciales. Gastón entendió aquello, pero también el peligro que suponía para él.
El francés la contempló devolver la vista al vaso vacío, que agarró con fuerza para simplemente soltar rabia y presión, mientras sus ojos amenazaban con llorar. Gastón entonces agarró su mentón e hizo que lo mirara nuevamente.
-Descubrirás la verdad, porque tu perseverancia es más fuerte que todo lo demás, querida. No desesperes. Si averiguo algo te informaré, pero recuerda nuestro pacto, preciosa.
-Lo haré, puedes estar tranquilo. Gracias.
-Bien, ahora deberías irte a casa para mañana comenzar con lo que tienes a mano: Élise De La Serre. Puedo acompañarte si quieres. No estaría bien dejar a una mujer medio borracha andar sola por las calles a estas horas. –Comentó con una sonrisa seductora, aún sosteniendo el rostro de ella. La española se soltó del agarre, sujetando la mano del asesino unos instantes.
-No, estoy bien, gracias. Tienes razón, debo centrarme y no compadecerme.
-Eso es. Eres fuerte, una asesina.
Lucía le devolvió la sonrisa con algo de tirantez ante la más que sospecha de las intenciones de Leroux, ya manifestadas desde el primer encuentro. Él intentaba seducirla, algo que a la mujer no le interesaba en absoluto, pero temía hablarle claro y perder su ayuda. Si lo que había oído sobre él era verdad, no era alguien con quién tener demasiada cercanía.
La rubia se levantó de su asiento y volvió a darle las gracias por la información, a lo que el hombre respondió imitándola, aunque no dejándola marchar de inmediato. Gastón la sujetó del brazo y la besó en los labios fugazmente tras atraerla hacia su cuerpo, hablando al separarse despacio.
-Perdóname, querida, pero no he podido resistirme.
-Está bien. Adiós. –Se despidió apresuradamente, con incomodidad, corriendo después lejos de aquel lugar con la mente centrada en encontrar a la mañana siguiente a Élise.
