Capítulo 13
Charlotte sonrió desde la barra cuando vio aparecer a Arno, saliendo de su posición para saludarlo con un beso en la mejilla. La mujer fue directa al grano, sabiendo qué hacía allí.
-Lucía está arriba, cambiándose.
-¿Se marcha?
-Sí, ha quedado con alguien. Pensé que era contigo. –Comentó la mujer, observando el ceño fruncido del francés, quien pronto cambió la expresión para disculparse con la mujer, e ir en busca de la joven.
Arno subió la escalera y caminó por el pasillo hasta la que fue su habitación, llamando con los nudillos en la puerta entornada. Pronto recibió respuesta para entrar.
Lucía se hallaba sentada frente a un pequeño tocador con espejo, peinando su melena dorada para hacerse una coleta alta. Pronto vislumbró por el espejo al asesino, cuando este se posicionó tras ella.
-Arno, has tardado más de lo que creí que lo harías. ¿Cómo se lo ha tomado Élise?
-No muy bien, la verdad, tal y como esperaba. Por eso quería verla antes que tú. ¿Has quedado con ella?
-No. Pensaba buscarla esta tarde para averiguar más de ese tal Contamine. No tienes que preocuparte porque vaya a perder el control, Arno. He asumido que nada será como lo planeé, seguramente el hombre al que busco está muerto, no podré obtener venganza. Sólo quiero saber la verdad y comprender por qué mataron a mi madre.
La rubia calló y se levantó al terminar de peinarse, encarando al francés con rostro serio. Él habló tras un leve asentimiento.
-Está bien, confío en ti. Sólo te advierto de que Élise no sabe mucho de ese hombre. Me dijo aún así que iba a investigar. Entra a la mansión por la puerta de las cocinas, y no lo hagas como acostumbras. Llama primero.
Lucía sonrió levemente y asintió, contagiando a Dorian. La mujer le dio las gracias y volvió a hablar, cambiado de tema al observar el reloj de bolsillo que reposaba en la cama.
-Tengo que irme ahora, Arno, pero podría ir a buscarte esta noche a casa para contarte cómo ha ido. –Comentó poniéndose en marcha, seguida del hombre.
-Esta noche voy a matar a Sivert. Van a reunirse en el palacio de las Tullerías. Lo interceptaré cuando regrese a su casa.
-¿Necesitas ayuda? Puedo acompañarte si quieres.
-No, gracias. No será difícil. Además, creo que será más fácil hacerlo solo para que no puedan detectarme.
-Está bien, pues mucha suerte, Arno. Ten cuidado.
El asesino le dio las gracias cuando estuvieron en la planta baja, regalándole una sonrisa antes de verla partir y desearle a ella la misma buena fortuna. Antes de salir del café, Arno tuvo curiosidad por la cita de la joven, extrañándole que no hubiera contado nada, con lo que salió con cautela, dispuesto a seguirla.
Tan sólo un par de calles más allá del café, el hombre se ocultó tras una esquina al ver que ella se había detenido al encontrarse con un hombre encapuchado que enseguida reconoció: Gastón Leroux. Aquello le sorprendió al instante, pero mucho más observar como el francés acariciaba el rostro de la chica fugazmente, antes de ponerse en marcha.
Lucia amagó con abrir la puerta de las cocinas de la mansión De La Serre, pero recordó las palabras de Arno y llamó, esperando pacientemente a ser abierta.
Élise abrió una pequeña rendija, pero al ver a la rubia frente a su puerta lo hizo por completo.
-Ya sabrás por qué estoy aquí. ¿Podemos hablar, por favor?
Ante el comentario de la asesina, la pelirroja le ofreció pasar, guiándola al salón principal. Lucía intentó no fijarse en demasía en la decadencia del lugar, y aceptó la oferta de sentarse y quedar frente a Élise. La templaria habló tras un segundo, contemplando a la española.
-Me sorprende que hayas conseguido venir sin Arno. No estaba muy convencido de que fuéramos capaces de hablar civilizadamente.
-Sí, lo sé, pero te digo lo mismo que a él; sólo quiero saber la verdad por entender el asesinato de mi madre y poder descansar al fin. Tengo algo sobre Contamine que podría ayudar para saber si es mi padre o...
-O si lo era el mío.
Lucía atisbó un deje de rabia en su mirada, mezclado con un fugaz temor, que le hizo hablar con indignación.
-Tampoco me haría ninguna ilusión que fuera mi padre, pero no nos precipitemos aún pensando eso; visto lo visto, podríamos enterarnos de que alguien más estuvo en el ajo.
-Bien, pues centrémonos en Contamine. ¿Qué sabes tú?
-Se quién lo asesinó. Pierre Foucault, el hermano de Eugene Foucault. Al parecer, Contamine y Pierre eran amantes, pero Pierre no lo amaba, como sí pasaba al contrario. Lo espiaba por orden de alguien del Temple para averiguar qué sabían él y el gran Maestre de tu orden. Debió contarle lo de los documentos y sus intenciones al confiar en él, y Eugene se aseguró de que su hermano hiciera lo supuestamente correcto y lo traicionara. Recuerdo que Eugene antes de morir dijo que por esa época acababa de entrar al Temple; quizás el líder de la facción pro limpieza le mandara esa misión para saber que podía confiar en él, y si atamos cabos, encajaría que ese hombre que mueve los hilos sea el mismo que lo hace ahora, el que tiene todos los asesinatos a sus espaldas; el gran Maestre Germain.
-¿Cómo sabes todo eso? -Preguntó Élise con suma sorpresa, escudriñando el rostro de la española en busca de respuestas no verbales.
-Tengo mis fuentes, pero no puedo decir más o las metería en problemas. La información es totalmente fiable. -Añadió ante el silencio de Élise, deseando internamente que hablara de una vez. Cuando lo hizo, hablando con decisión, Lucia suspiró aliviada discretamente.
-Tenemos que encontrar a Pierre Foucault. Es el único que puede responder a tus preguntas... y a las mías. Puedo averiguar dónde está fácilmente, cuándo lo sepa, trazaremos un plan y lo secuestraremos. No pararemos hasta que diga toda la verdad.
-Me parece bien. Esperaré tu respuesta entonces. -Agregó la española, levantándose, dispuesta a salir por las cocinas cuando la voz de Élise la detuvo.
-Lucía. Me gustaría que hiciéramos esto al margen de Arno; lo necesito.
La rubia se sorprendió ante la súplica en su voz, encontrando en sus ojos dolor y angustia. Que la dejara ver aquello a ella, alguien en quién no confiaba, enemiga natural por sus condiciones, conmocionó a la joven al poder entender sus sentimientos por las dudas sobre su padre.
-No le diré nada, tranquila. -Acto seguido, Élise asintió en señal de gratitud, con humildad, y observó a la asesina desaparecer de su hogar.
Arno se levantó del sofá al oír llamar a su puerta con suavidad, y sin delicadeza tiró en el mueble la gasa ensangrentada que había apretado contra el corte de su hombro izquierdo y parte del pecho.
-Vaya, creí que este día nunca llegaría. -Se burló al ver a Lucía ante él, dejándola pasar. Ella obvió la mofa y se tensó al verlo herido.
-¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
-Tras matar a Sivert aparecieron unos guardias y me hirieron; no es grave, sólo necesita unos puntos.
-Vale, pues deja que te lo cosa, no podrás solo. -Comentó relajada mientras le instaba a sentarse en el sofá y dejarla actuar. Cuando ella se hubo sentado frente a él en una silla, preparada para coserlo, habló. -Conque has logrado matarlo al fin.
-Sí, y he logrado averiguar otro nombre de los involucrados. Una mujer de la orden. Será la siguiente. ¿Qué tal fue con Élise?
-A pesar de ciertos momentos de tensión, hemos hablado civilizadamente. No tienes que preocuparte, Arno.
-Qué críptica... -Susurró con una leve sonrisa, instándole sin palabras a que diera detalles, cosa que Lucía entendió.
-Hemos acordado llevarnos bien para trabajar juntas. Vamos tras la pista de Contamine, y en cuanto tengamos algo, nos pondremos en contacto. Aún no hay novedades. ¿Necesitas que pare? -Cambió de tema al ver el rostro de sufrimiento del francés mientras daba los primeros puntos de sutura.
-Prefiero que lo hagas de una vez, del tirón.
-Bien, no tardaré mucho.
El silencio se hizo protagonista entre ambos mientras la chica trabajaba concentrada, muy cerca de Dorian, quien no pudo evitar escudriñar sus rasgos de cerca. Pronto comenzó a sentirse incómodo al recordar de forma automática aquel beso de hacía días atrás, que no había dejado de volver a su mente en algunas ocasiones.
Rápidamente apartó sus ojos de ella, y pensó en la escena que había presenciado aquella mañana. Habló al no poder evitar contener la curiosidad.
-Oye, sé que no me incumbe en absoluto, pero... ¿tienes algo con Gastón? Os vi esta mañana.
Lucía de inmediato se detuvo por la sorpresa y la vergüenza, y tras mirarlo a los ojos un segundo, continuó tratando de responder con naturalidad.
-Oh, no; en absoluto… sólo quería hablar con él sobre algo. No me interesa de esa forma, aunque reconozco que es atractivo, pero no es mi tipo.
-Parece que tú el suyo sí.
-Ya... a veces me incomoda, la verdad, pero pienso que sólo quiere ser amable, y no le digo nada.
-Igual deberías. Gastón es de los que cree que siempre tiene que tener razón y el mundo gira en torno a él. Podría darte problemas, aunque si es el caso, te ayudaría encantado cerrándole la boca.
-Tranquilo, todo estará bien. -Se esforzó en sonreír Lucía y guardar sus secretos que le unían a Leroux, siguiendo la no tan broma. -Tendrás que buscarte otra excusa para poder pegarle, Dorian.
-Tenía que intentarlo.
La joven le sonrió tras el comentario, recibiendo el mismo gesto, para después volver a la herida y terminar de coser.
-Vale, esto está ya. -Agregó levantándose para dejar la aguja, observando al girarse que Arno había hecho lo mismo. Apenas escuchó que se lo agradecía mientras se quedó observando su trabajado torso desnudo.
-¿Pasa algo?
-No, sólo que tienes sangre; espera. -Habló con nerviosismo, cogiendo el paño húmedo de la palangana con agua de la cómoda.
Lucía se acercó hasta él y frotó suavemente los surcos rojos que manchaban su piel cerca de la recién cosida herida, descendiendo despacio hasta su pecho, limpiando la suciedad de su pectoral izquierdo. Tras permanecer parada unos segundos en la zona, la joven volvió en sí y se alejó con una sonrisa fingida.
-Ya está. Descansa, Arno. Ya nos veremos.
Al francés apenas le dio tiempo a intervenir cuando la muchacha estaba yéndose del hogar, dejándolo allí anclado con una extrañísima sensación en su interior.
