Capítulo 16
Élise estaba cada vez más nerviosa. Había perdido la noción del tiempo y aún estaba sola, sin saber qué ocurría y dónde estaba Lucía. Lo único que la animaba un poco era que estaba consiguiendo desatar una de sus manos, así que se centró en aquello para lograr salir y buscar a la española, tratando de no pensar en lo que podría haber pasado.
La pelirroja consiguió al fin desatar una de sus manos, y sin perder tiempo la llevó hacia la que seguía inmovilizada, forcejeando con la gruesa cuerda, cuando se sorprendió al escuchar la puerta abrirse rápidamente. Se quedó paralizada al ver allí a Arno, quien se acercó veloz hasta ella, ayudándola a desatarse del todo mientras hablaba.
-¡Élise! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? -Preguntó mientras sujetaba su rostro, pero ella ignoró sus palabras, y tomando sus manos entre las suyas habló rápido.
-No hay tiempo para explicaciones. Lucía está aquí, hay que buscarla. Se la llevaron hace ya más de una hora.
-Está bien, vamos a ello. ¿Puedes luchar?
-Sí, estoy perfectamente. Hay que darse prisa. -Instó la muchacha mientras cogía la pistola que le pasaba el asesino, para después seguirlo hasta la puerta y salir, obedeciendo en lo que le decía.
La segunda planta parecía desierta, puesto que ni siquiera se escuchaban ruidos, algo que extrañó a Élise enormemente e hizo que una punzada de miedo surgiera en su pecho. Alzó levemente la voz en un susurro.
-¿No has encontrado a nadie al entrar?
-Aquí arriba no. Pero abajo si hay movimiento; en las cocinas.
-Quizás haya algún sótano o algo así donde la tengan.
Arno asintió ante su propuesta, y se dirigieron al piso bajo de forma cautelosa, escuchando sonidos por el lugar. Efectivamente el foco era la cocina, pero tras una breve inspección vieron que sólo se encontraban allí dos criadas. Élise no pudo resistir la tentación ante la culpabilidad que sentía, e ignorando las palabras del francés, se introdujo en la estancia, apuntando a las mujeres.
-¿Dónde tienen a la asesina? ¡Responded!
-Bajando las escaleras del pasillo de la derecha. En el sótano.
-¿Y Pierre?
-Salió hace un rato. No sabemos dónde está nadie. -Agregó veloz una de las mujeres, haciendo que Élise bajara la pistola y saliera junto con Arno de allí, dirección a aquellas escaleras.
-No deberías ser tan imprudente. -Riñó el hombre al llegar frente a la puerta a la que conducían los peldaños, en un angosto pasillo.
-Ya, ya lo sé Arno, pero si algo le pasa a Lucía será mi culpa, y ya me siento lo suficientemente mal. Intentemos tirarla abajo; no tenemos cómo abrirla.
-Lo haré yo. Tú quédate arriba y cúbreme. Germain venía hacía aquí creo, es cuestión de tiempo que aparezcan todos y estaremos en seria desventaja.
Élise asintió con un brillo especial en los ojos ante aquello, pero tuvo que reprimir su ansia de venganza ante las condiciones en las que se hallaban, con lo que subió las escaleras y dejó a Arno analizando la cerradura. El francés maldijo tras perder su última ganzúa intentando abrirla, y no tuvo más opción que comenzar a patear la robusta puerta, hasta que consiguió que cediera tras romper el mecanismo.
El hombre contuvo un instante su respiración agitada tras el esfuerzo al ver la escena. La española se encontraba en el suelo sentada, con las manos atadas, y estas a su vez a los tobillos. Su rostro estaba hinchado y ensangrentado.
-¡Lucía!, ¿estás bien? -Preguntó veloz mientras se arrodillaba frente a ella, comenzando a desatarla. La chica alzó la vista para mirarlo, sorprendida y confusa por su presencia.
-Estoy bien… ¿Élise?
-Está arriba, vamos; hay que salir de aquí.
-No puedo andar, me he torcido el tobillo. -Agregó al tratar de levantarse, haciendo que el castaño la cargara en brazos sin dilación, escuchando con temor jaleo sobre ellos.
Al salir del estrecho pasillo, Élise alertó a Arno para que no cruzara hacia ella y esperara, perdiéndose al instante de la vista de su compañero y disparando a quién trataba de detenerla. Al acertar corrió en busca de Arno, gritando cuando lo observó.
-¡Vamos, por aquí!
El hombre corrió lo más rápido que pudo hacia la cocina tras la chica, quien lo cubrió para que el amante de Pierre no pudiera volver a dispararles de nuevo.
Élise se adelantó a Arno para abrir la puerta de la casa del asesino, cerrando cuando hubo entrado tras el duro viaje de huida.
-Voy a llevarla a la habitación. ¿Puedes traerme las cosas para curarle las heridas? -Preguntó mientras se dirigía a las escaleras, sin detenerse. Élise habló rápido para decirle que sí, perdiéndolo de vista para cumplir su tarea.
El francés depositó a Lucía en la cama de su cuarto, pasando después a quitarse la capa de asesino y desprenderse de las armas que portaba, sentándose en la cama para quedar a su altura. El hombre escudriñó las heridas de su rostro, hablando a la vez.
-¿Cómo te encuentras? ¿Hay algo más que te ocurra que no se vea a simple vista?
-No grave al menos. Sólo me pegaron y me torcí el tobillo en una caída.
Élise entró en aquel momento, depositando en la mesa cercana a la cama los utensilios necesarios para la cura. Habló dirigiéndose a la española, vislumbrando una extraña incomodidad en ella.
-¿Estás bien? ¿Te torturaron mucho?
-Élise -habló Arno cuando Lucía tranquilizó a la joven-, ¿Puedes ir a avisar a un médico? Yo sólo puedo ocuparme de lo básico.
-Claro, volveré enseguida con él. Recuerdo que cerca hay uno. Hasta ahora.
A la marcha de la pelirroja, Arno humedeció en el agua limpia del cuenco un paño para después acercarse más a Lucía, y comenzar a limpiar su rostro con suavidad. La rubia habló en un susurro tras breves instantes, sintiéndose terriblemente incómoda por su cercanía, no dejando de pensar en las palabras de Élise en aquel cuarto antes de ser separadas.
-Arno, esto no es necesario. Puedo hacerlo yo, en serio.
-No digas tonterías, apenas podrás ver por el ojo izquierdo. No me cuesta nada, tranquila. Si necesitas que pare, dímelo, ¿vale?
-Gracias. -Susurró, pasando a inspirar discretamente, dejando que el hombre limpiara su rostro con cuidado. Evitó mirarlo hasta que habló.
-¿Por qué no me dijisteis nada sobre lo que habíais descubierto? Podrían haberos matado si no llego a enterarme. Entiendo que Élise no quisiera decir nada, no estamos en nuestro mejor momento, ¿pero por qué tú? Desde que fuimos a Versalles no has querido hablar de eso.
-Tengo que resolver mis propios problemas, tú ya tienes los tuyos, Arno. -Dijo la chica, desviando su verdadera preocupación, lo cual notó el francés, deteniéndose para mirarla a los ojos.
-Te dije que te ayudaría, y voy a hacerlo. Sé que eso no te preocupa. ¿Qué es lo que de verdad pasa?
Lucía centró sus ojos en los de él finalmente, y dejó salir toda su frustración y miedo, hablando rápido.
-Todo tiene cada vez menos sentido. Me estoy dando cuenta a cada paso de que todo lo que creía saber es falso; todo lo que me han dicho era mentira, hasta mi madre. No sé quién soy, y cada detalle que averiguo me conduce a algo que me da vértigo y no puedo afrontar. Pierre era amante de Contamine, dice que era homosexual y nunca hubiera yacido con una mujer. ¿Y si François De La Serre es mi padre de verdad? Para colmo sé que hay gente que sabe más de lo que dice, y se callan, cosa que no entiendo. Mirabeau es uno de ellos, aunque no debería habértelo dicho.
Arno calló unos instantes, sorprendido por lo escuchado, pero pronto se repuso y pudo vislumbrar como Lucía escondía sus incipientes lágrimas. Sintió enseguida tristeza por ella, empatizando al recordar que no muy lejos en el tiempo él también estuvo así.
-Entiendo cómo puedes sentirte, y sé que nada que te diga podrá hacer que estés mejor, pero vamos a descubrir la verdad juntos, somos amigos. Pase lo que pase podrás con ello, ya lo verás. -Concluyó mientras limpiaba una lágrima del rostro de la joven, quien no pudo evitar mirarlo a los ojos.
Arno sonrió levemente cuando ella agarró la mano que había pasado en su rostro y asintió, dándole las gracias en un leve murmullo. El francés continuó con el cuidado de las heridas de la chica mientras volvía a hablar, tratando de ocultar su deje de incomodidad ante la escena ocurrida.
-Para poder ayudarte vas a tener que contarme todo lo que sabes, no podemos ocultarnos cosas. Puedes confiar en mí, quedará entre nosotros. ¿Qué pasa con Mirabeau?
-Él y François De La Serre trabajaban juntos para proteger y hacer públicos los documentos templarios. Él sabía que François fue a ese viaje, así que tiene que saber más de lo que ha dicho, quién fue a mi aldea, al menos.
-¿Quién te ha dado la información?
-Gastón. Mirabeau lo tiene trabajando en la búsqueda de los papeles.
-Bien, pues tendremos que investigar a Mirabeau. Podría tener cartas o algo que revele más datos. Podríamos empezar por su casa.
-¿Cómo vamos a entrar en su casa a fisgonear? Es muy arriesgado, Arno.
-Tranquila, yo me ocuparé de eso, no te preocupes. Se me ocurrirá algo.
La joven aceptó de forma reticente, pero relajó sus facciones ante la leve sonrisa del castaño, pasando a darle las gracias de nuevo mientras escuchaban el sonido de la puerta, anunciando la llegada de Élise y el médico.
