Capítulo 17

Lucía despertó calmadamente, y pronto comenzó a notar que el brebaje del médico perdía su efecto, y su cuerpo comenzaba a doler de nuevo con intensidad.

No sabía cuánto tiempo llevaba dormida desde que tomó aquel remedio, y tras ser curada la dejaron descansar, pero intuyó que no más de un par de horas al levantarse cuidadosamente y observar por la ventana el exterior.

Tras un breve momento de duda sobre qué hacer, la joven decidió salir del cuarto de Arno, abriendo la puerta despacio para no hacer ruido, caminando cojeando por el corto pasillo hasta llegar a las escaleras. Pronto comenzó a escuchar las voces del francés y su hermanastra, y la curiosidad sobre la conversación hicieron que no revelara su presencia, quedando oculta tras la pared para escucharlos.

-No puedo dejar de pensar en ello tras las palabras de Pierre, Arno. Todo apunta a que mi padre es ese hombre, y aunque hay una parte de mí que no quiere creerlo, las malditas pruebas que tenemos conducen a ello y hacen que me sienta enormemente idiota. El hombre al que creía conocer a la perfección, al que admiraba, va a resultar ser un fraude.

-Élise, No conocemos ningún detalle, ni siquiera si es cierto. François era un hombre respetable, y sus cualidades como padre no van a cambiar. Lo que tu viviste con él no va a cambiar… -Intentó animarla Arno, pero la pelirroja sacó su ira alzando la voz, dejando ver que no pensaba igual.

-¡Fue un mentiroso! Me da igual que no violara a esa mujer, si tuvo un idilio con ella, pensar que la quisiera… engañó a mi madre, una mujer que renunció a mucho por él, a la que se supone que amaba incondicionalmente. Sé que de haber sucedido nunca se lo dijo, porque mi madre no hubiera podido tener la misma relación con él tras algo así. Fue además un cobarde. Necesito saber la verdad, tratar de entender las cosas.

Lucía apretó los labios mientras sentía que sus ojos se humedecían ante el quebrado susurro de Élise, sintiendo el mismo hueco en el pecho que ella, pero inspiró con fuerza para no llorar, escuchando la respuesta de Dorian.

-Sabes que descubriremos toda la verdad cueste lo que cueste, y sabes que no estarás sola, Élise. Nunca, a no ser que quieras; yo estoy aquí y no he cambiado.

-Oh, Arno… ojalá la vida no nos hubiera tratado de este horrible modo, y todo pusiera ser como al principio. -Sollozó con una triste resignación, haciendo que el hombre interviniera con solemnidad y firmeza, mostrándole sus más íntimos deseos.

-Podemos hacer que lo sea, olvidar todo tras vengar a tu padre y ser felices juntos. Te quiero, Élise. Y eso nunca podrá cambiar.

Ante el silencio que vino después, Lucía se atrevió a asomarse levemente para observar qué ocurría, contemplando lo que había supuesto. Ambos estaban besándose con un visible cariño y amor, que no había mermado con el paso del tiempo.

La asesina sintió un mundo de sensaciones ante aquella escena, que no hizo sino aumentar su vulnerabilidad y soledad. Rápidamente perdió la alegría por ambos, para sentir envidia y tristeza.

Se tenían el uno al otro, y ella no tenía nada. Anhelaba que alguien la quisiera de esa forma tan fuerte, y poder querer a alguien así, dejando de sentir su ya proverbial soledad. Pero lo que aumentó su malestar emocional fue pensar que el amor de Arno por Élise era inquebrantable, y eso haría que nunca pudiera ser para otra mujer.

Lucía había estado bloqueando sus emociones desde que había empezado a sentir atracción por el francés, pero aquello no había servido, y cada vez había ido en aumento, pasando del simple atractivo físico a algo más sólido y peligroso. Élise tenía razón, le gustaba Arno, y cada vez más.

La joven dejó de mirar la escena y caminó con sigilo hacia el cuarto, de nuevo con el amargor de la decepción en su ser, pero con un pensamiento férreo en su cabeza. Debía alejarse de él para no enamorarse del todo, puesto que no podría soportar perder una batalla más.

Arno llegó ante la casa de Mirabeau, encontrando la entrada abierta mientras los criados limpiaban. Al conocerlo de vista lo saludaron con un movimiento de cabeza que lo invitó a entrar.

Antes de que pudiera hablar, observó al hombre que buscaba descender por la escalera; el administrador del mentor asesino.

-¡Arno! Hacía tiempo que no te veía. Si vienes a ver a Mirabeau, siento informarte de que no está aquí, y no creo que vuelva pronto. Me alegra haberte visto.

El asesino le dio las gracias y lo vio salir del hogar, para después suspirar resignado y seguir sus pasos al exterior, pero tras varios pasos, se paró y se planteó la posibilidad que rondó su mente y podía ser más productiva que hablar con el conde en persona. Guiado por aquella idea, rodeó el edificio y trepó por la fachada lateral hasta la ventana del dormitorio, colándose sin tener que forzarla, al estar entreabierta.

Tras un rápido vistazo al cuarto, el hombre se puso a examinar los armarios y escritorios del lugar, buscando cualquier texto que llamara su atención y pudiera contener alguna pista sobre el asunto del viaje a España y su unión con François De La Serre. Estar en aquel punto muerto y tremendamente lleno de incertidumbre estaba matando tanto a Élise como a Lucía.

Los pensamientos de Arno se detuvieron en la española mientras continuaba revolviendo en un cajón de escritorio. Aquella mañana la había encontrado muy rara, con unas desmesuradas ganas de abandonar su casa tras pasar allí la noche después de la visita del médico. No entendía qué podría ocurrir para que se comportara así, pero aquello lo tenía pensativo y algo preocupado.

De pronto se vio sorprendido por una voz que reconoció bien y lo asustó, haciendo girarse para encarar a su incómodo compañero.

-Vaya, conque rebuscando a hurtadillas en las cosas del mentor de la orden. Dime, Dorian ¿en qué lío vas a meterte ahora? -Preguntó con mofa Gastón, haciendo que el castaño le respondiera sin humor.

-Ante todo, no te incumbe, y añado que lo mismo podría preguntar yo. Has hecho lo mismo; colarte aquí, y no creo que para nada bueno.

-Aunque te cueste y joda creerlo, trabajo en un asunto especial para Mirabeau, algo delicado. No puedo dejar que me vean, o podría ponerlo más en peligro. Venía a informarle de algo sumamente importante sobre esos dichosos documentos templarios.

-Bueno, no todos podemos tener misiones tan importantes, Gastón. Yo quería información, porque creo que aquí más de uno está callando más de lo que realmente dice.

-Siempre, querido compañero. ¿Y qué puede interesante a ti sobre tu obsesivo tema que Mirabeau sepa? Ya estás tras los asesinos de François.

-No estoy aquí por eso. Quiero encontrar alguna pista para ayudar a Lucía.

-Oh, así que es eso… ¿Qué pasa, Dorian? ¿No tienes suficiente con tu hermanastra, y ya no sabes cómo camelarte a Lucía? -Comentó con una sonrisa socarrona, haciendo que Arno se molestara.

-Eso es algo que te pegaría más a ti. De hecho, es más que evidente que estás recurriendo a eso, haciéndote el interesante por tu trabajo para Mirabeau, simplemente para llamar su atención y que te haga caso, visto que no le interesas como te gustaría.

-Veo que sabes mucho, Dorian. Aunque igual te sorprendes descubriendo que no tanto como crees.

Ambos se mantuvieron la mirada unos instantes, aparcando la ironía ante la visible molestia de Gastón con ese último comentario, lo cual puso a los dos asesinos al mismo nivel de malestar, pero ninguno pasó a continuar con el peligroso juego de humillarse mutuamente.

-En fin, me voy. -Añadió Arno tras un leve suspiro, dándose cuenta de que había hablado de más, y aquello podría perjudicar a la española. Antes de salir por la ventana se giró para encarar a Leroux. -Sé que es mucho pedir, pero preferiría decirle a Mirabeau yo mismo que me cuelo en su casa.

-No soy un chivato. Dejaré que tengas tu momento de valor.

-Muy bien. -Susurró Arno antes de salir del dormitorio, dejando solo al hombre de la capa roja.

Lucía caminaba por los desiertos pasillos de la zona privada del Café Teatro, dirigiéndose a su habitación para acostarse tras un aburrido día donde había tenido que estar quieta casi todo el tiempo por su tobillo. A pesar de haber insistido en ayudar en tareas relacionadas con el local, no había podido cerrar su mente al vaivén de pensamientos que la atormentaban. Esperaba que el sueño consiguiera el objetivo.

Al entrar en el cuarto, la joven se sobresaltó ahogando un grito al encontrar a Gastón sentado sobre la butaca cercana a la ventana. El hombre sonrió de forma torcida, con un deje de picardía, y se levantó mientras Lucía hablaba.

-Entrar a un lugar a escondidas por la ventana no es algo que esté bien.

El moreno sonrío mientras se acercaba hasta quedar a unos pasos de ella, fijando sus ojos en la asesina. Susurró manteniendo su gesto.

-Contar cosas que se juran no contar, tampoco, querida. Sé que hablaste con Arno de lo que te dije sobre Mirabeau.

La chica no supo qué decir, sintiendo vergüenza y un deje de temor, aguantando su mirada.