Capítulo 18

Lucía entreabrió la boca para hablar, pensando por un momento en mentir a Leroux, pero pronto rectificó al darse cuenta de que aquello era estúpido e inmaduro, así que suspiró y habló mientras se esforzaba por mirarle a la cara y reconocer su culpa.

-Lo siento mucho, Gastón. Tienes razón. Estaba en un mal momento y hablé más de la cuenta, pero te aseguro que a pesar de todo no te he comprometido. No di ningún detalle. ¿Arno te dijo algo concreto? -Preguntó con un deje de temor.

-No, nada detallado. Parece que Dorian también es de los que sueltan la lengua en ciertos momentos.

-De veras que lo siento. Es muy ingrato por mi parte. Me has ayudado mucho a avanzar.

-Está bien, querida. No te martirices. No obstante, no creo que vaya a contar nada. Y puedo adelantarte que el daño no es tan grande, ya que hay un giro de los acontecimientos, y la gente va a enterarse de todo. He descubierto que los papeles ya no existen y han sido destruidos. Es fiable, información desde dentro del Temple.

-¿En serio? ¿Ya lo sabe Mirabeau?

-Sí, hablé con él hace unas horas, pero ha dicho que tiene que pensar en qué hacer ahora. Lo más probable es que nos mande reunir para ponernos al tanto y planear la nueva estrategia, hasta entonces habrá que esperar órdenes. ¿Qué te ha ocurrido? -Cambió de tema el hombre al recordar su excusa, observando que su rostro estaba magullado.

-Fui a por el amante de Contamine, el otro hermano Foucault, y la cosa no salió muy bien en ningún aspecto.

-Bueno, encontraremos otra pista que poder seguir, no desesperes. Sólo espero que de aquí en adelante tus promesas sean más sólidas. -Agregó con una nueva sonrisa burlona.

-Eso voy a intentar. De verdad que lo siento.

-Podemos encontrar la manera de que me recompenses el pequeño desliz.

Al susurro del francés, este se acercó hasta quedar a escasos centímetros de la española, acariciando su rostro para después besarla lentamente en los labios. Lucía no se movió, respondiendo levemente al beso, para después hablar al separarse de él.

-Gastón, no creo que sea buena idea.

-¿Por qué no? No pasa nada, querida. ¿Acaso no te gusto?

-No tiene que ver con eso, es incómodo y podría ser problemático. -Dijo tratando de poner excusas, observando que el moreno no se daba por vencido y continuaba peligrosamente cerca, abrazándola por la cintura.

-Piensas demasiado, Lucía. Permítete divertirte y olvidarte de todo un rato; vamos, querida.

El seductor murmullo de Leroux se perdió mientras besaba el cuello de la chica, paseando sus manos con suavidad y firmeza por su menudo cuerpo. Lucía no se resistió al saber que no la dejaría en paz, y se resignó ante lo inminente, pensando que podría ser una buena forma de olvidarse de Arno de aquella manera que tanto le asustaba.

Sin perder tiempo, el asesino comenzó a desnudarla despacio, y a pesar de sentir que ella no estaba muy receptiva, continuó sin darle importancia. Lucía simplemente trató de apagar su mente y entregarse a la pasión de Gastón, sintiendo en su interior que aquello en algún momento acabaría mal.

-Adelante. -Cedió el paso Lucía a su habitación al escuchar el sonido de alguien llamar.

La joven dejó de escribir aquella carta para su tío, girándose en la silla para ver entrar a Arno. El hombre hizo un gesto con la mano para que ella no se levantara, hablando después de una leve sonrisa.

-¿Cómo lo llevas?

-Bueno, no tan mal como parecía que sería. Puedo apoyarlo al menos y andar algo, aunque el médico me ha dicho que intente hacerlo lo menos posible. ¿Qué tal tú? ¿Y Élise? -Preguntó con serenidad, ocultando su curiosidad.

-Ha vuelto a marcharse, esta vez a Versalles para seguir investigando. Está inquieta, y no parará hasta disipar sus dudas, igual que tú. -Agregó con una débil sonrisa, contagiando a la mujer. Acto seguido cambió de tema, mostrando seriedad. -He venido a algo más que por simple cortesía. Mirabeau nos ha convocado esta noche en el escondite de la hermandad. Es algo serio, y me dijo que puede que te resulte útil para tus planes, así que, puedes asistir.

-Destruyeron los documentos templarios. Me he enterado.

-¿Tan rápido? ¿Cómo? -Preguntó sorprendido Arno, mirándola fijamente. Lucía trató de ocultar su vergüenza al recordar el por qué.

-Gastón me lo dijo. Lo vi anoche. ¿A qué hora hay que estar allí?

Ante la pregunta rápida que esquivaba el anterior tema, el hombre pudo discernir algo que no le gustó en demasía, pero no se atrevió a preguntar, respondiendo simplemente.

-A media noche, y te advierto que Mirabeau es muy exigente con la puntualidad.

-Tendré que salir casi ya por culpa de esas muletas. -Se burló con una leve sonrisa, haciendo que el castaño respondiera al acto.

-Vendré a por ti. Conseguiré un caballo para que no tengas que andar. Tienes que hacer caso al médico. Estaré abajo a las once. Te dejo descansar.

-Bien, gracias, Arno.

Tras un fugaz intercambio de sonrisas estúpidamente tensas, el hombre salió del cuarto y Lucía suspiró con fuerza, sintiendo a pesar de todo que su rigidez no disminuía ante lo que se avecinaba.

Arno ayudó a Lucía a bajar del caballo a la orilla del Sena, dejando al animal atado no muy lejos de la entrada, donde podía entretenerse con algunas plantas cercanas, para acto seguido entrar en silencio en el escondite de la hermandad.

A pesar de que había algunas personas por los pasillos, el silencio era demasiado grande y tenso, reflejando la situación que perturbaba al grupo.

Antes de llegar al despacho de reunión tras subir las escaleras de la sala circular, Lucía maldijo interiormente al escuchar la voz de Gastón llamarla. En pocos instantes el moreno subió y se puso a la altura de la pareja, ya que Arno había ignorado el comentario de Lucía de separarse y verlo dentro.

-Dorian. -Saludó escuetamente al asesino, con un leve movimiento de cabeza, para después sonreír a la chica, acercándose veloz a ella hasta tomarla por la cintura y besarla con fervor.

Leroux volvió a sonreír al separarse, e ignorando a Arno se introdujo en el despacho, donde la voz de Mirabeau se alzó para pedir a la gente que acabara de entrar y guardara silencio. Aquello alivió a la española al no tener oportunidad de que Arno hablara sobre lo ocurrido, y es que su cara de extrañeza y aprensión había sido muy reveladora.

-Asesinos de París -comenzó a hablar el mentor al crearse el silencio en el grupo de unos 20 asesinos, los más destacados e importantes-, nuestra lucha contra el Temple está en su peor momento desde hace décadas, como bien sabéis. Con la llegada de Germain, el más oscuro pasado ha vuelto a nuestras vidas, y no hay más que sangre a nuestro alrededor. Los documentos que podrían hacer caer a esa rama virulenta han sido destruidos, como sé que ya sabéis todos. Es una información fiable, de un espía asociado a nuestra hermandad, así que me temo que debemos encontrar otro hilo del que tirar para evitar más masacres y derrocar a Germain, limpiando así el ala podrida de odio del Temple.

-¿Por qué hablar de derrocar, Mirabeau? -Intervino Bellec. -Sabes tan bien como yo que la única forma de parar esto es masacrándolos, devolviéndoles su misma moneda, y volviendo a hacer una tregua como en los tiempos de De La Serre: aunque a las pruebas me remito, una absurda tregua no es más que un cuento infantil que no sirve de nada a largo plazo.

-Bellec tiene razón -dijo Gastón-, y a la vista de la velocidad con la que están actuando, debemos encontrar un nuevo hilo para seguir tras ellos ya mismo. Torturar y matar sería lo más eficaz para agilizar el proceso.

-¿No tienes más recursos? ¿De qué trauma infantil viene ese abuso y disfrute de la violencia? -Agregó Arno, visiblemente molesto. A la gente no le extrañó al tener en cuenta su enemistad con el asesino, quien respondió de la misma forma ácida.

-Quizás del mismo que te hace a ti acostarte con tu traidora hermanastra templaria.

-¡Ya basta! -Alzó la voz Mirabeau, haciendo que el silencio reinara de nuevo. -No voy a tolerar ataques personales de ningún tipo. Esto es serio, señores, y os recuerdo que, si no queremos ser como ellos, debemos optar por el camino correcto; el de la razón. No vamos a dedicarnos a la matanza despiadada por mucho que nos tienten a ello. Vamos a seguir la senda que intentamos construir en tiempos de François, y para ello mataremos a Germain, sí, pero no a más de los que debamos, y menos sin razones de peso. Vamos a desbaratar lo podrido de su orden desde dentro. ¿Alguna idea para reunir pista de los nombres que podrían estar en esa lista?

Los presentes callaron, envueltos en aquel tirante silencio, hasta que Sophie Trenet habló.

-Puede que en Marsella podamos descubrir algo. He sabido que en un pequeño pueblo costero viven algunos templarios retirados de la orden, justo por haber divisado a tiempo los peligros que acechaban en tiempos de François. Podrían conocer de la traición, e incluso en la del anterior maestre.

-Bien, Sophie. Reúne un grupo y parte hacía allí, por favor. Mientras nosotros aquí investigaremos y trataremos de frenar a Germain. Si alguien averigua algo, que acuda a mí de inmediato, y os advierto que, si alguien se toma la justicia por su mano sin contar con este consejo, será expulsado para siempre de esta hermandad. Podéis iros.

Ante la seca despedida, los asesinos comenzaron a abandonar el lugar, siendo el primero en salir Bellec, visiblemente enfadado por la terquedad de Mirabeau.