Capítulo 19
La mañana había amanecido nublada, y con el paso de las horas hasta el mediodía, la cosa no había mejorado, amenazando en algún momento lluvia. Lucía apretó el paso y llegó ante la puerta de la casa de Arno, esperando encontrarlo allí ya a aquellas horas del día.
Una sensación contradictoria la invadió cuando el hombre abrió la puerta, sorprendiéndose de verla.
La joven en realidad había estado evitando encontrarlo desde la reunión de la hermandad, al observar su cara tras el repentino beso de Gastón. Lucía habló primero, esforzándose por parecer natural, y aparcar ese incómodo nerviosismo que ya era normal al tenerlo cerca.
-Hola, tengo algo importante. ¿Podemos hablar?
-Claro, adelante. -Añadió, dejándola entrar, frunciendo el ceño ante su efusividad. -¿Todo va bien? ¿Ha pasado algo?
-Sí, tranquilo. Es sólo que tengo información sobre esa mujer, Marie Levesque, la que buscas por su implicación en el asesinato de De La Serre.
-Tenía entendido que estaba fuera de la ciudad.
-Sí, así es. Pero hoy regresa para llevar a cabo una misión de parte de su gran maestre, al que tanto idolatra. Esta noche estará en el muelle del Hotel de Ville para supervisar e incautar el grano que llega a la ciudad. Al parecer quieren acelerar la violencia de la revolución aumentando la hambruna de París, y acercar sus objetivos sin tener que mancharse mucho más las manos. No sé si exactamente quieren ir a por alguien o buscan sembrar más caos, pero la cosa es que es tu oportunidad perfecta para matarla.
-¿Cómo sabes todo eso? -Preguntó sorprendido, observando que el rostro de la chica tomaba rigidez ante tal cuestión, a pesar de su intento por maquillarlo. La rubia respondió veloz, sin darle importancia al elemento clave.
-Lo descubrí cuando iba con Gastón a vigilar a templario que es amigo de su familia y está metido en el ajo del grano. La información es totalmente fiable, y no se han enterado de nada. El lugar estará algo vigilado por si aparece la guardia, pero puedo ayudarte para facilitártelo. Me encargaré de montar alboroto de algún modo, vendrán a por mí, y entre el despiste tendrás tu momento de ir por ella.
-Es un buen plan, pero no quisiera que te metieras en líos por mí, Lucía. Además, ¿qué pasa con tu tobillo?
-Somos compañeros, ¿no? Déjame hacer por ti lo mismo que tú por mí, es la única forma en la que puedo darte las gracias. Ya estoy bien como para correr, no te preocupes.
-Está bien. ¿Cómo quedamos? -Cedió tras el convencimiento de la mujer, quien contestó rápido, dando señales de que había pensado en todo.
-Ve a media noche, que es cuando llegará la mercancía. Yo estaré por allí ya merodeando para ver qué método utilizo. Sabrás cuándo actuar.
-Bien. Reúnete conmigo aquí después, no estamos muy lejos del sitio. Si el contrario no vuelve en una hora es que algo va mal, sólo entonces iremos en busca del otro.
-Vale, pues te veré está noche. Tengo algo que hacer antes. Adiós, Arno.
La joven sonrió levemente y se dirigió rápido a la salida sin darle tiempo al francés a hablar, lo cual volvió a confirmarle que algo extraño le pasaba, aunque no sabía si sería por él, o por el hecho de no querer hablar del beso de Gastón, al que sabía de sobra, él odiaba.
Arno miró impacientemente el reloj de bolsillo de su padre por cuarta vez. Habían pasado las doce hacía quince largos minutos, y a pesar de que el mediano barco había llegado al muelle, no había nada que diera una pista sobre la presencia de Lucía.
El asesino volvió a asomarse desde debajo del puente en el que se hallaba, vislumbrando que varios hombres seguían descargando a unos cien metros. No podía esperar mucho más, así que decidió comenzar su plan e improvisar sobre la marcha, saliendo de aquel lugar para subir y estar a ras de suelo, ocultándose entre los restos de maderos y desechos para acercarse lentamente y poder visualizar a su objetivo.
En el momento en que Arno, ya muy cerca del barco, llegó a una nueva cobertura y se dispuso a asomarse cuidadosamente por un lateral, un gran estruendo cercano lo sorprendió, haciendo que mirase hacia la dirección de la explosión de forma instintiva. Enseguida vislumbró como una pequeña columna de humo se formaba a la altura de la avenida cercana. Aquello lo hizo sonreír un instante, para después aprovechar el ajetreo de sus enemigos, y poder asomarse sin tantos miramientos.
Allí estaba ella, Marie Levesque, supervisando la carga del cereal en una carreta tirada por un caballo.
En aquel momento una nueva explosión rompió el silencio nocturno, donde comenzaba a escucharse la intensa caída de la lluvia, la cual había pasado a un estado más violento.
La francesa había mandado acelerar el proceso a los trabajadores, para después mandar a observar lo ocurrido a un hombre que la acompañaba, quedándose sola mientras sacaba una pistola. Arno entonces comenzó a pensar frenéticamente su plan de actuación.
-¡Vamos, daos prisa antes de que lleguen los mariscales a ver qué ha pasado! -Habló con crispación Marie, haciendo que uno de los trabajadores hablara.
-Aún quedan bastantes sacos, señora. No creo que nos dé tiempo.
-Inútiles… guardad el resto y partid hacia el muelle sur de la ciudad. Nos vemos allí en una hora.
Ante el comentario de la templaria, los hombres volvieron al barco para levar ancla mientras ella volvía a ocultar su arma y subir al carro, dirigiéndolo fuera del lugar.
En aquel momento Arno actuó, saliendo de su escondite y siguiendo la carreta velozmente, tratando de alcanzarla antes de que abandonara la zona desierta del muelle.
Finalmente, el hombre alcanzó la parte trasera del carro, pero la inercia del golpe hizo que Marie se diera cuenta, girándose para reconocer con pavor al asesino, cosa que hizo que su mano derecha buscara el arma con presteza y disparara, errando el tiro cuando Arno desvío su brazo hacia el cielo.
Tras un pequeño forcejeo el asesino logró arrebatarle el arma y tirarla al suelo, pero antes de poder desgarrar el cuello de la mujer con su hoja oculta, sacó un pequeño cuchillo que logró clavarle encima del pectoral izquierdo, haciendo que se quejara del dolor automáticamente.
Arno concentró sus fuerzas para evadirse del dolor y parar una nueva puñalada de la mujer, que farfullaba maldiciones contra los asesinos, hasta que finalmente logró herirla con su hoja oculta, pasando después en un movimiento rápido a terminar con ella al apuñalar su aorta. Había perdido la posibilidad de interrogarla, pero la satisfacción de haber terminado con otro culpable de la muerte de François hizo que la sensación no fuera tan amarga.
Arno detuvo el carruaje y observó su herida un instante, contemplando que no había sido muy grave gracias a su protección, con lo cual se olvidó de ella y saltó del rudimentario vehículo, poniendo rumbo a su casa con velocidad, mientras la lluvia continuaba cayendo con fuerza.
Lucía se levantó de aquella silla del salón de su compañero en cuanto la puerta se abrió rápidamente, pudiendo suspirar tranquila por su regreso.
-Dios, no para de llover. ¿Cuándo has llegado? -Habló Arno mientras se quitaba parte de sus ropas mojadas y armas, contemplando que la chica estaba tan empapada como él.
-Hace apenas unos minutos. Los guardias me descubrieron en la segunda explosión y tuve que huir hasta perderlos antes de venir aquí. ¿Has acabado con ella?
-Sí, gracias por la ayuda, aunque me he llevado un regalo de su parte antes. -Comentó con un deje de malhumor mientras descubría la zona herida, que aún sangraba. Lucía se acercó unos pasos, preguntándole qué había pasado.
Mientras el francés relataba el resumen de lo acontecido, la chica le instó a sentarse en el sofá y esperarla para curarlo, tomando asiento frente a él tras acercar la silla en la que antes había estado esperando.
-Has tenido suerte, no ha sido muy profundo. No necesitaremos un médico, con coserlo y limpiarlo servirá, pero antes creo que deberías cambiarte de ropa. -Dijo al ver que estaba helado.
-Al igual que tú, estás calada igualmente.
-No te preocupes, voy a arreglarte esto y me iré; voy a volver a empaparme.
-Quédate aquí, es absurdo que vuelvas hasta el café con este tiempo teniendo aquí tu sofá. -Bromeó sonriendo, haciendo que ella se contagiara. -Venga, cambiémonos de ropa. Te dejaré algo mío para esta noche.
Lucía accedió tras dudar, volviendo a sentirse realmente incómoda y estúpida, y en riguroso silencio siguió a Arno hasta su dormitorio, con la cabeza dando vueltas a multitud de cosas que sólo la atormentaban.
-Esto servirá, Es lo más pequeño que tengo. -Dijo él tras pasarle una camisa blanca y unos pantalones oscuros y estrechos, cogiendo después su propia ropa. -Te esperaré abajo.
-Gracias.
El francés sonrió levemente ante su agradecimiento, dejándola sola en el cuarto, habiendo percibido claramente, de nuevo, aquel extraño comportamiento y seriedad en ella.
