Capítulo 20

Lucía se sintió ridícula vestida con aquella ropa holgada, aunque aquella era la menor de sus preocupaciones, y se dio cuenta con crudeza cuando se vio envuelta por el olor de Arno que impregnaba su ropa y la removió por dentro, anhelándolo a pesar de no haberlo tenido nunca.

La chica suspiró mientras se obligaba a dejar de pensar, saliendo rápido de allí para bajar la escalera y llegar al salón casi a la carrera. Enseguida maldijo interiormente cuando vio que el hombre esperaba sentado en el sofá, vestido sólo con el pantalón seco y sin camisa.

Arno dejó de observar y manipular su herida cuando la vio allí plantada, y tras alzar una ceja con confusión y preguntar si estaba bien, ella volvió a la tierra y se sentó frente a él, respondiendo en un susurro que sí, aunque nada convincente.

El francés calló mientras la veía trabajar en un estricto silencio, raro e incómodo. Finalmente habló tras no aguantar más su intriga.

-Lucía, ¿estás bien? ¿Te pasa algo conmigo?

La rubia alzó los ojos hasta encontrar la mirada de Arno, quien serio la miraba, haciéndola sentir mal al instante.

-No, Arno, claro que no; ¿cómo podría ser eso? Sólo me has ayudado desde que llegué. Lo siento, estoy algo distraída últimamente. ¿Por qué piensas que me pasa algo contigo? -Añadió con incertidumbre, y un deje de miedo.

-Bueno, parece que me evitas últimamente. Más que nada, estar a solas conmigo. Te noto incómoda. -Arno observó que ella negaba con la cabeza con una tirante sonrisa llena de nerviosismo, y ante su mutismo decidió hablar de nuevo sobre su hipótesis. -Que tengas algo con Gastón y yo lo odie no cambia nada entre nosotros; tú decides lo que quieres, nada más importa.

La chica se quedó quieta durante unos instantes, maldiciendo interiormente sin poder mirarle a los ojos. Arno pronto volvió a intervenir, creyendo haber hablado más de la cuenta.

-Lo siento, mi intención no es entrometerme en nada. No tienes por qué hablar del tema si no quieres.

-No tengo nada con él, técnicamente hablando. -Respondió finalmente, volviendo a coser la herida del asesino. -Simplemente hemos tenido algún encuentro, ya sabes… no estamos juntos ni nada parecido, aunque Gastón haga ese tipo de cosas delante de la gente.

-Hablas como si no quisieras seguirle la corriente.

-Bueno, si te soy sincera, no sé muy bien qué quiero. Él quiere esto, y yo me dejo llevar, supongo que la soledad es muy mala, y al final acabas aferrándote a cualquier cosa que te haga sentir algo de cariño.

Arno encontró la tristeza en el rostro de la rubia, a pesar de que ella sonrió con levedad para tratar de darle un tono jocoso, alejado del dolor que en realidad sentía. Decir aquello en voz alta sonaba demasiado patético como para soportarlo. La voz del francés hizo que lo mirara.

-Sé cómo te sientes… pero ya no tienes por qué sentirte así; no estás sola. Somos amigos, ¿no?

-Claro, gracias. Supongo que estar lejos de casa y estar en esta situación de punto muerto hace que esté sensible, pero no pasa nada.

La chica mintió con gran esfuerzo para parecer creíble, ignorando las voces dentro de su cabeza que le decían que la verdad era que estaba enamorándose de Arno, y era inalcanzable. Lucía optó por abstraerse de todo y finalizar su trabajo, levantándose de la silla mientras hablaba.

-Pues ya está cerrada. Voy de dejar esto en la cocina y a lavarme.

-Bien, gracias. Me iré a la cama para dejarte dormir. -Agregó él al darse cuenta de que ella quería estar sola, levantándose y cubriéndose el torso.

Antes de salir del cuarto la miró, y se tragó una nueva pregunta para cerciorarse de que estaba bien, puesto que, a pesar de sus palabras, era evidente que no. Con aquellos pensamientos el asesino abandonó la estancia.

Arno despertó súbitamente ante los gritos que comenzó a escuchar en la planta baja, los cuales hicieron que se levantara raudo, encendiendo la pequeña lámpara de aceite que reposaba a su lado.

El hombre bajó corriendo las escaleras, clamando el nombre de la española con miedo al pensar que alguien podría estar atacándola, pero vio que en realidad estaba teniendo una pesadilla y se revolvía en el sofá mientras dormía. Arno dejó la lampara sobre un mueble y se agachó junto a la rubia.

-¡Lucía, despierta! ¡Lucía! -La nombró con efusividad, atreviéndose a tocarla, agarrando sus brazos cuando despertó en un segundo y trató de golpearlo, asustada.

-Arno…

-Tranquila, sólo era un sueño. No pasa nada. -Susurró el francés mientras se sentaba a su lado, observando como ella trataba de limpiar las lágrimas que bañaban sus mejillas, pero era incapaz de detener el llanto.

Arno se sintió sobrecogido por su dolor, y puso su mano en la espalda de la joven, haciendo que esta lo mirara un instante mientras él volvía a susurrar con calma que todo estaba bien y no se preocupara. La rubia asintió levemente, a pesar de seguir sintiéndose igual de mal, lo que hizo que hablara con voz entrecortada.

-He soñado el asesinato de mi madre, pero esta vez la mataban delante de mí, sin que yo pudiera hacer nada. La mataba el que supuestamente es mi padre, y se jactaba de que nunca podría acabar con esta historia, ni sentirme bien porque en realidad no valgo para nada de esto, y estoy condenada a estar sola para siempre, martirizándome a mí misma.

El hombre calló por unos segundos, viendo como se derrumbaba ante la pesadilla a la que su subconsciente la había sometido, sacando todos sus problemas emocionales y afectivos, que parecía ser, la torturaban más de lo que demostraba. Arno sintió un especial dolor al verla así, y sin decir nada la abrazó despacio, estrechándola contra su pecho.

-Claro que vales, y has demostrado ser muy fuerte. Llegaremos al final del asunto y podrás vivir en paz, ya lo verás.

-Lo siento, Arno. -Sollozó, a la par que se aferraba a él. El hombre sonrió sin que pudiera verlo ante su contestación; siempre creía que molestaba.

-No tienes que disculparte, no pasa nada. ¿Quieres estar sola?

-No. Quédate, no me dejes sola, por favor.

Lucía cruzó la mirada con el castaño, rompiendo el abrazo. Él simplemente se limitó a asentir solemnemente, pasando después a pasar un brazo por los hombros de ella y abrazarla contra sí para que se recostara en él, dejando que el silencio los envolviera. Para su sorpresa, aquella vez no hubo ni una pizca de incomodidad en el aire, solo calidez y cariño.

Arno despertó despacio, sintiéndose algo desubicado, pero enseguida aquella sensación pasó al entender que se había quedado dormido en el salón con Lucía.

La chica se hallaba tumbada prácticamente sobre él, abrazando su cintura y apoyando la cabeza en su abdomen. Mientras, Dorian estaba recostado en el sofá y rodeaba su espalda con un brazo.

Por un instante se sintió incómodo, pero pronto se dio cuenta de que aquello le gustaba, y se detuvo a contemplar a la mujer, al fin en calma, pasando a saciar aquel impulso que lo llevó a apartar los mechones rubios que tapaban parte de su cara, disfrutando de la belleza de su rostro con un deje de culpabilidad y miedo. Trataba de ignorar que su presencia le gustaba cada vez más, y era más difícil con el paso de los días apartarla de su mente.

Arno no tuvo que plantearse cómo despertar a Lucía cuando llamaron a la puerta impetuosamente, haciendo que ella misma se desperezara en cuanto vio su postura sobre el hombre.

-Lo siento mucho, Arno. -Susurró con vergüenza mientras se sentaba, viendo como él iba hacia la puerta, tranquilizándola con una seca palabra rauda.

Toda aquella sensación de extrañeza e incomodidad que se formó en el ambiente se disipó en cuanto abrió la puerta y observó a Gastón Leroux ante él, cubierto con su capa borgoña.

-Han matado a Mirabeau. Acabo de encontrarlo hace unas horas. El consejo se reunirá esta noche.

-¿Qué le ha pasado? -Preguntó Arno, con incredulidad.

-Lo han envenenado claramente. ¿Qué hace ella aquí? -Añadió al descubrir la presencia de la española, quien iba a intervenir al ver su rostro rígido, pero Arno se adelantó con la misma frialdad.

-No es de tu incumbencia, Leroux.

-Estuve buscándola anoche, estaba preocupado. Tenemos algo, para tu información, Dorian.

-Pues ella no piensa igual.

Lucía se levantó rápido para acercarse a ambos al ver que la situación se calentaba, y habló a Leroux mientras se posicionaba al lado de Dorian.

-Iba a irme ya, dame un minuto y te acompañaré, ¿vale?

-Claro, preciosa. -Respondió con triunfo el mayor, agarrando la mano que la chica había posado en su mejilla, para después besarla y sonreír con chulería al castaño.