Capítulo 21
Arno llegó a la casa de Mirabeau poco después de conocer la noticia de su muerte, encontrando allí a parte de sus criados reunidos con el hombre que llevaba el hogar, y había sido la mano derecha del conde. Aquel le dijo que un asesino del consejo se encontraba en el dormitorio, examinando el lugar en busca de pruebas, con lo que el francés subió al cuarto.
-Maestro Quemar. -Saludó Arno al castaño, haciendo que este dejara de leer unos papeles del escritorio del difunto, el cual yacía sobre la cama tapado con una sábana blanca.
-Hola, Arno. Supongo que Leroux ya te ha avisado.
-Sí, hace apenas una hora fue a mi casa. ¿Es cierto que lo han envenenado? -Preguntó mirando el cadáver, viendo que su superior asentía.
-Sí, con acónito. He podido identificarlo en unas copas, y eso quiere decir que lo asesinaron hace poco, anoche quizás, no mucho más tarde. Sabes quienes usan esa sustancia siempre, ¿no?
-Los templarios, sí. Pero, ¿por qué envenenarlo siendo enemigos declarados? No tiene sentido.
-Bueno, teniendo en cuenta la mentalidad y obsesión de Mirabeau por recuperar la paz, quizás no lo viera de ese modo y se reuniera con alguno en secreto para intentar derrocar a Germain con gente de dentro, no lo sé. Debemos investigar la cuestión y ser cautos. Las cosas están desmadrándose.
Dorian lo observó suspirar con cansancio y resignación, apretando la mandíbula al saber cuánta razón tenía; el caos que los rodeaba y no dejaba que vieran soluciones factibles y rápidas. Ante aquellos pensamientos el asesino quedó mudo, pero Quemar volvió a hablar, sacando un sobre de su chaqueta.
-He encontrado esta carta escondida en un doble fondo del escritorio. Es para ti, Arno. Nadie la ha leído. Sólo te pediría que, si hubiese algo útil para continuar nuestra misión, me informaras, por favor.
-Claro, lo haré. Gracias. -Respondió el francés mientras recogía el sobre con extrañeza, sorprendido por aquello.
-Te veré esta noche en la reunión de la hermandad. Si me disculpas, voy a seguir investigando.
Ambos se despidieron sin más palabras, con un leve gesto de cabeza, y Arno se puso en marcha para salir del lugar, caminando raudo por la calle hasta llegar a una taberna sencilla, donde tras obtener un poco de vino, se dispuso a leer la carta, reconociendo rápido la caligrafía esmerada de Mirabeau.
"Arno, si estás leyendo esto, yo habré muerto y mis sospechas se han cumplido.
Sé que esto te parecerá muy extraño, pero voy a resolver tus dudas en esta carta, porque a pesar de nuestras diferencias y tu rebeldía para con el credo, eres un hombre leal en quien puedo confiar, alejado de pensamientos radicales.
He estado ocultando información sobre François De La Serre, con quien estuve trabajando por la paz entre nuestras hermandades, como todos saben, y por lo cual me he granjeado muchos enemigos. Él fue a ese viaje a España, y sé que su misión era entregar los famosos papeles a un extemplario que vivía en Aragón, pero lo mataron y aquello no fue posible. Aquel pobre hombre era de París, y he averiguado que una de sus hijas aún vive y tiene una granja a las afueras de la ciudad. Su nombre es Marie, y es famosa entre la aristocracia porque cría buenos caballos Con esa información podrás encontrarla y averiguar qué sabe sobre los documentos y los secretos templarios.
Sé que esto hubiera adelantado mucho trabajo para ti y Lucía, pero François me hizo prometer que guardaría todo nuestro trabajo en estricto secreto, y me atrevo a decir que por más factores personales que de trabajo. No obstante, desconozco si es el padre de Lucía, aunque como también te pasará a ti, las sospechas que tengo de que así sea son altas.
Siento dejar este peso sobre tus hombros, pero creo sinceramente que puedes buscar el camino que nos lleve a la paz, Arno. Sé sensato, y mantente alerta, incluso con los miembros de nuestra propia orden, porque en estos tiempos de odio, no podemos fiarnos de nadie. Mirabeau."
Lucía caminó hasta la taberna donde debía encontrarse con Gastón al atardecer, tras terminar con sus respectivas misiones tras el asesinato del maestro de la orden parisina, y no podía sino maldecir porque aquel momento hubiera llegado, sabiendo que ya no habría más excusas posibles para alejarse del francés.
Pronto lo encontró sentado a la barra, bebiendo de una gran jarra. Pudo vislumbrar al instante, antes de que la encontrara allí, un rostro algo serio ante los pensamientos que parecían entretenerlo. En cuanto fue consciente de la presencia de la rubia, él cambió de actitud para mostrarse tan seguro y despreocupado como siempre.
-Llegas más tarde de lo que pensaba, querida ¿Todo bien con ese templario?
-Sí, es sólo que no estaba donde se suponía, así que tardé más en encontrarlo, pero no he descubierto nada. -Respondió ella tras declinar la oferta de beber.
-Pues ya somos dos. Esto va a ser complicado. Tengo que ir a cambiarme antes de la reunión de esta noche. Ven conmigo y después iremos juntos.
El hombre escudriñó el rostro de la chica, quien no parecía muy convencida de aquello, pero logró persuadirla sin que pusiera mucha objeción, con lo cual ambos emprendieron el camino hacia la casa del asesino.
El ambiente entre ambos era algo tenso ante el excesivo silencio del moreno, cosa que a Lucía le extrañó, con lo que decidió preguntarle, aún sabiendo que aquello podía derivar en temas peliagudos para ella.
-Estás muy callado hoy, ¿ocurre algo?
-Simplemente he estado pensando en lo que dijo Dorian cuando fui a su casa esta mañana.
-¿A qué te refieres? -Preguntó la española, a pesar de saber a qué se refería.
-A qué según lo que tú le has dicho, tú y yo no tenemos nada.
-Bueno, técnicamente es así, ¿no? No hemos hablado sobre eso.
-Lo sé, lo que me sorprende es que sí lo hagas con él. ¿Te ha preguntado?
Lucía se sorprendió de sus respuestas, y trató de responder de forma despreocupada, sin darle la importancia que parecía tener para él.
-Sí, tenía curiosidad después de lo que vio el otro día en el escondite, nada más ¿Qué pasa por ello?
-Quizás se meta más de la cuenta donde no le llaman, simplemente, querida. Ahora que está distanciándose de su hermanastra, no me gustaría que fijara su objetivo en ti. Te quiero sólo para mí. -Confesó el hombre mientras se paraban ante la puerta de su casa y la encaraba con una sonrisa sensual, para después abrir y entrar en la pequeña estancia poco iluminada por la del atardecer. Gastón volvió a hablar cuando cerró tras de sí. -Quizás deberíamos hablar de lo que tenemos para que puedas saciar la curiosidad de Dorian la próxima vez.
-Está bien, te escucho. -Respondió siguiéndole la corriente, dándose cuenta de que estaba celoso. Quizás hubiera subestimado sus sentimientos hacia ella al pensar que él simplemente querría tener sexo.
-Me gustas, querida, y mucho como ya has podido comprobar, y me gustaría que pudiéramos hacer que esto continuase, aunque no establezcamos una relación formal si no quieres. Pero lo que debe quedar claro es que no puedo consentir que, de ser así, otros hombres intenten conquistarte, y menos aún Arno.
-Eso no ocurrirá, tranquilo; ni siquiera con otros. -Dijo con sinceridad, ocultando aquel automático deje de tristeza. Leroux sonrió levemente y se acercó más a ella, abrazándola por la cintura.
-Entonces, ¿qué respondes? ¿Me das una oportunidad?
-Está bien -Respondió al pensar que, a pesar de no estar interesada, aquello le vendría bien para olvidarse de Arno. Gastón ensanchó su sonrisa ante su respuesta, que no perdió a pesar de la nueva intervención de la chica. -Preferiría, no obstante, que fuéramos discretos, por el trabajo más que nada, ya sabes.
-Tranquila, preciosa. Las demostraciones quedarán sólo entre tú y yo.
Acto seguido, el hombre pasó a besarla con ardor, comenzando a desnudarla mientras la guiaba hacia su dormitorio, henchido de triunfo y deseo.
Cuando la media noche estaba al caer, los asesinos convocados de París fueron llegando al subterráneo de la Saint Chapelle, envueltos en una especial tensión silenciosa ante la muerte del mentor.
Arno enseguida pudo notar aquella atmosfera al cruzar la puerta y caminar por los pasillos, aún sin poder sacar de su mente lo que había leído en aquella carta. Debía hablar con Élise primero, pero no estaba seguro de cómo enfrentar aquella conversación al saber que heriría a la pelirroja. Y lo mismo le ocurría con Lucía.
El hombre se distrajo cuando escuchó que lo nombraban al llegar a la amplia sala circular, pasando a hablar con uno de sus compañeros, a quien había recurrido días atrás para conseguir información sobre su objetivo. No obstante, se distrajo de la conversación cuando contempló que Gastón y Lucía llegaban al lugar.
La mujer no se había percatado aún de su presencia, pero si lo hizo Leroux, quien fingió no verlo para pasar a besar la mano de Lucía y traer su atención, entonces ambos intercambiaron unas breves palabras y el hombre se marchó tras acariciar su mejilla, pasando después a sonreír socarronamente a Dorian.
