Capítulo 22

Arno centró sus ojos en Lucía en cuanto la reunión de la hermandad terminó, esperando pacientemente el momento en que se separara de Gastón para poder ir a hablarle de forma privada. Aunque le pareció pasar una eternidad, al final vislumbró a la chica dirigirse a la salida sin el francés, quien se quedó a hablar con uno de los asesinos.

-¡Lucía, espera! -La nombró mientras salía tras ella fuera de la sala, asegurándose de que Leroux no se había enterado de nada. La chica se detuvo para esperarlo, dejando que hablara en primer lugar. -Tengo que hablar contigo de algo importante, pero este no es un buen lugar para ello. Necesitaremos privacidad.

-Vale, ¿qué sugieres? -Respondió aún sorprendida, dándose cuenta de que realmente le preocupaba que aquello dejara de ser secreto, mientras el resto pasaba cerca al salir.

-Si quieres puedo ir mañana al café a buscarte, a eso de las once.

-Sí, está bien. Te esperaré entonces. Adiós, Arno.

-Lucía. -Habló el castaño para detenerla antes de su marcha, pensando en la forma más políticamente correcta de expresarse. -Es importante que nadie sepa esto, por favor.

La joven asintió con seriedad, aumentando su intriga y sorpresa, reflejo en su ceño fruncido que relajó para regalarle una leve sonrisa de despedida antes de perderse entre los pasillos.


Como había prometido, a la mañana siguiente Arno llegó al Café Teatro casi a las once. Atendido brevemente por la regente del lugar, puso rumbo al cuarto de su compañera de forma lenta, pensando aún en cómo revelarle las nuevas noticias.

Ni siquiera durante la noche había podido encontrar una forma buena para suavizar el impacto, por lo que aún continuaba inseguro. No le quedaba más alternativa que improvisar.

El asesino abrió la puerta al recibir el permiso de la rubia, quien lo recibió levantándose de enfrente del tocador, vestida con su simple ropa de calle de hombre. La tensión era palpable en ambos, pero Lucía fue quién tomó la iniciativa.

-¿Qué es lo que pasa, Arno? He estado toda la noche pensando en tus palabras.

-Siento haberte preocupado, en realidad no es nada malo, es un hilo del que tirar. Lo mejor será que tú misma lo veas. Ayer fui a investigar a casa de Mirabeau, me encontré a Quemar y me dio esta carta que el maestro escondía para mí. Léela.

La chica tomó el papel de las manos de Dorian, sentándose en la cama mientras sus ojos cruzaban el papel con velocidad, pero a medida que avanzaba por el escrito, su cerebro le pedía más lentitud.

Al terminar de leerla guardó silencio, manteniendo la mirada perdida, mientras su mente corría veloz.

-Lo siento. Pero a pesar de lo que dice, no sabemos nada con certeza, Lucía. -Comentó Arno tras atreverse a romper el silencio, observando que ella se levantaba y le entregaba el papel con algo de brusquedad.

-Venga, Arno; esto ya es demasiado sospechoso. Todo apunta a que ese hombre es mi padre, y si de verdad Élise no miente, es casi seguro que todo esto es verdad. François De La Serre se calló todo para que no se descubriera que tuvo una aventura, y eso es lo único que le importó.

-Oye, no hay pruebas de nada aún, ni siquiera lo conocías. Él no era así.

-¿Y tú sí? Te recuerdo que hasta su asesinato ni sabías que era templario. -Espetó ella con enfado, pero Arno no entró en aquello, entendiendo que ella pasaba por un mal momento. Debía focalizar lo verdaderamente importante.

-No es el momento de que discutamos; vamos a buscar la verdad, y el primer paso es encontrar a esa tal Marie.

-Pues estamos perdiendo tiempo. Vámonos.

-Espera, -agregó al verla amagar con ir a la puerta- París es enorme, antes hay que averiguar dónde está su granja. Sé que es difícil, pero tienes que intentar relajarte y pensar con claridad. Voy a buscar esa información, y seguramente esta noche la tendré. Escribiré a Élise también para que vuelva.

-Podemos hacerlo más rápido, Arno. Gastón podría ayudarnos, conoce a muchos…

-No, Gastón no debe enterarse de nada de esto. -Agregó rápido, sintiendo una fuerte molestia al instante. -Esto debe ser un secreto entre tú, Élise y yo, porque aparte de resolver vuestro problema, hay que averiguar quién ha matado a Mirabeau, y nadie, ni siquiera dentro de la orden de París, está fuera de sospechas. Si investigar en esto va a hacer que Leroux se entere, quizás debería hacerlo solo.

-¿Por qué piensas eso? Cada uno hace su vida, ¿sabes?

-Bueno, pues quizás deberías explicárselo a él, porque por si no te habías dado cuenta, tiene que controlar dónde estás y qué haces a cada momento. No parece que tengáis una relación muy sana. -Le devolvió con la misma molestia el comentario, que ella retornó con menos agresividad, sabiendo que tenía razón. No obstante, la vergüenza de aquella situación que vivía hizo que mintiera para conservar la dignidad.

-No tengo una relación con él como tú crees, no existe esa exclusividad ni posesión, así que puedes estar tranquilo porque nadie va a enterarse de tu plan. No hay opción de que me excluyas, porque he dejado mi vida y mi tierra atrás para resolver esta mierda, Arno.

-Está bien, es justo. Salgamos entonces para comenzar a trabajar. Te esperaré abajo.

Lucía no respondió, observándolo abandonar la estancia, aún cargada de la tensión de la pequeña discusión. Cuando se quedó sola en el lugar se permitió suspirar con pesadumbre y molestia, pero tras unos instantes se recompuso para salir del cuarto y bajar a la entrada de la taberna, ignorando a Arno para acercarse hasta la barra y hablar en un rápido murmullo con Charlotte.

-Si viene Gastón dile que voy a estar ocupada siguiendo unas pistas, y yo me pasaré a buscarlo cuando regrese, por favor.

-Claro, tranquila. Tened cuidado.

Tras una rápida sonrisa y un gracias, la joven aceleró el paso para llegar hasta el asesino, poniéndose en marcha para seguirlo en la búsqueda del paradero de aquella mujer.


El cochero detuvo el caballo con aquel leve sonido incomprensible que apaciguaba al animal, haciendo que Arno y Lucía bajaran del pequeño carromato, aún en silencio, manteniendo la tensión no resuelta desde su pequeña discusión en el dormitorio de la española.

-¿Seguro que no quieres que os recoja a la vuelta de Versalles, Arno? -Preguntó el fornido hombre, cogiendo la carta que el asesino le daba.

-Estaremos bien, muchas gracias, Louis. Sólo entrégale la carta a Élise.

-Está bien. Pues a la derecha el camino lleva a la entrada de Sèvres, y la granja de los Allard siguiendo este sendero recto. No está lejos, enseguida veréis el bosque despejarse.

-Bien, gracias. Nos vemos, Louis.

El cochero hizo un gesto con la cabeza y partió, dejando a la pareja sola mientras se encaminaba rápido entre la maleza por el camino indicado, observando que el sol comenzaba a descender en el horizonte con velocidad.

No tardaron en llegar a la enorme granja de aquella familia, dejando a un lado los establos y recintos de cría de animales para acercarse hasta la casa que los acompañaba formando el lugar. Era de una sola planta, rústica, construida con piedra. Arno llamó a la puerta con los nudillos, cruzando una breve mirada con su compañera antes de ser abiertos. Una mujer de unos treinta, delgada y con el pelo oscuro recogido los miró con extrañeza, antes de hablar firmemente.

-¿Puedo ayudarles? Si han venido a comprar caballos tendrán que volver en el horario de venta, me temo.

-Sentimos las horas, pero no venimos a eso, señora Allard. Nos gustaría poder hablar con usted para que nos ayudara a resolver unas dudas, por favor. Queremos hablar sobre su padre.

Ante la añadidura de Arno la mujer ensombreció el rostro afilado, y habló rápido tratando de cerrar la puerta, mostrando el miedo que aquello despertaba en ella.

-Mi padre murió hace mucho y no me hablaba con él. Váyanse, por favor. No quiero problemas.

-¡Espere! -Intervino Lucía, poniendo el pie ágilmente para que no cerrara, hablándole a la mujer en un tono de súplica. -Por favor, lo que pueda decirnos podría ayudarme a resolver el asesinato de mi madre. No serán más que unos minutos, por favor. No somos templarios.

-¿Os ha seguido alguien? -Agregó Marie tras un silencio de reflexión, observando a la chica negar con la cabeza, a la vez que mantenía su mirada, terminando por ceder. -Dad la vuelta a la casa y esperadme dentro el cobertizo que hay.

Los asesinos no rechistaron, poniéndose de camino mientras la dueña del lugar cerraba y se adentraba en el hogar, para después aparecer rápido tras unos pocos minutos. La dueña de la granja fue al grano.

-¿Qué queréis saber? ¿quiénes sois?

-Somos asesinos, pero no se preocupe porque no queremos meterla en problemas. Sólo queremos información sobre su padre. -Dijo Arno calmadamente, esperando a que Marie hablara.

-En realidad no sé mucho de él, su nombre era Gustave. Yo era pequeña cuando dejó a mi familia. Se fue a España a vivir para huir del Temple. Mi hermana recibió la noticia de su muerte hace ya bastante, y supo la verdad de su huida, que no nos había abandonado por gusto. Dejó una carta explicando todo para ser entregada a nosotras cuando muriera.

-¿Decía algo sobre por qué se sentía en peligro? ¿Si tenía algo valioso para los templarios? -Añadió ansiosa Lucía, desanimándose al ver a la castaña negar con la cabeza.

-Explicaba que había dejado la orden por observar una gran corrupción y ansias de poder en una parte de sus líderes, y que tenía que dejarlo todo para que todos estuviéramos a salvo. No sé nada más, vivía en Aragón, en un pueblo cerca de la frontera. No recuerdo el nombre. Mi hermana fue allí y no encontró nada en su casa de lo que están buscando ustedes ¿Qué tendría que ver él con el asesinato de su madre? -Preguntó a la rubia, realmente intrigada.

-Su padre fue asesinado seguramente para evitar que recibiera una valiosa información contra sus propios enemigos dentro de la orden. Creo que asesinaron a mi madre porque pensaron que se la entregaron a ella en su lugar, o algo así. Gracias por su tiempo.

Arno no dijo nada al ver que zanjaba la conversación, sabiendo que tristemente aquel hilo esperanzador había resultado ser un fiasco en gran medida, con lo que comenzó a alejarse del lugar junto con Lucía, envueltos de nuevo en un profundo silencio, aunque esta vez, alejado de la incomodidad pasada.