Capítulo 23
El camino hasta París había sido algo más largo de lo esperado a causa de encontrar un medio para hacerlo que no fuera andando, pero finalmente habían conseguido que un granjero que se dirigía a la ciudad los llevase.
Lucía había estado callada prácticamente todo el viaje, mientras Arno respondía a las preguntas del afable hombre, quien parecía querer conversación ante aquella oportunidad de entretenimiento que se le había presentado. No obstante, cuando algo iba referido a la rubia, esta se esforzaba por ocultar su estado anímico y responder a aquel desconocido.
Cerca de la media noche la pareja se separó del granjero, haciéndolo cerca de la isla de la Citè, y por tanto también de la zona donde se hallaba el Café Teatro. Una vez quedaron solos en la desierta calle de la ciudad, Lucía habló sin mucho afán, tratando de despachar rápido la despedida.
-Gracias por la ayuda. Te veré pronto en busca de pistas sobre lo de Mirabeau. Adiós, Arno.
-Espera -la detuvo al verla girarse-. Sé que es inútil que diga esto, incluso estúpido, pero no debes desanimarte, a pesar de todo hemos conseguido saber algo más con certeza. Aunque cueste, llegaremos al final de todo esto.
-No lo sé, ya no tengo nada claro y estoy cansada, yo…
Lucía se detuvo en seco, inspirando con fuerza para no derrumbarse ante el francés, quien notó que necesitaba desahogarse con alguien. A fin de cuentas, y sumado a todo aquel caos, debía sentirse sola lejos de su pueblo y conocidos, sin nadie a quien acudir.
-Venga, te acompañaré hasta el café. No te reprimas, te escucho. Quedártelo todo para ti es mucho peor. -Comentó mientras se ponían en movimiento, pero ella se quedó en silencio un rato hasta que fue capaz de hablar sin sentir que iba a llorar.
-Me siento estúpida porque ni siquiera sé decirte qué siento. Es una mezcla de todo, y cambia constantemente. A veces me levanto sintiendo que en verdad me da igual que François sea mi padre, o resolver todo esto, porque mi madre no va a volver, y pienso en dejar esta historia, volver a lo que me gusta y dejar la orden, a la que me uní por simple odio y obsesión de venganza, sin importarme nada de lo que juré al entrar. Pero tampoco me parece justo no saber por qué le hicieron aquello a mi madre. Tengo que hacer que descanse tranquila, resolver su crimen y tratar de superar todo aquello con respuestas para poder vivir yo.
-Ya, entiendo bien de qué me hablas. A pesar de todo ya no puedes dejarlo pasar, tampoco te lo perdonarías. Sólo te queda ser fuerte un poco más. Es lo único que podemos hacer tú y yo. Nuestras historias son muy parecidas en realidad; siento mucho de lo que acabas de decir. Yo estoy igual de perdido, si te sirve de consuelo.
Lucía sonrió ante su último comentario, mirándolo fugazmente también sonreír con aquel deje de tristeza. Aprovechando un nuevo silencio, puso en orden sus pensamientos y cambió de tema mientras llegaban a las puertas del café.
-Siento haber sido tan brusca antes. Me enfadé y volví a hablar de más sin tener en cuenta que tú querías a ese hombre, y quieres a Élise. No hay pruebas de nada, no puedo hacer eso. Perdóname, Arno.
-No pasa nada, lo entiendo. Está olvidado. -Respondió, quitándole importancia, parados frente a la puerta lateral por donde accedían los empleados. Lucía rompió el nuevo silencio, algo incómodo esta vez.
-¿Quieres pasar y tomar algo? Charlotte guarda un whisky muy bueno para situaciones como estas, aunque creo que pronto me dirá que retira sus palabras de que lo use cuando lo necesite, al darse cuenta de que la mayoría de mi tiempo es vivir en la desesperación.
-Claro, te sigo. -Respondió con una tierna sonrisa al observarla con el mismo gesto, a pesar de saber que aquello era verdad.
Ambos caminaron cuando Lucía abrió la puerta, recorriendo los pasillos alumbrados tenuemente por las luces que quedan en la noche encendidas, hasta llegar al despacho de la regente, donde la española preparó los dos vasos con el líquido ámbar. Tras que ambos bebieran un ligero sorbo tras un sarcástico brindis sobre su suerte, Arno intervino tratando de ocultar su incomodidad.
-Yo también quería pedirte disculpas por decirte aquello sobre Gastón y vuestra relación, sea cual sea, no soy nadie para inmiscuirme. Tú eres adulta y sabes dirigir tu vida.
-Bueno, tampoco creas que tanto. En realidad, accedo a lo que me pide y estamos como saliendo. No estoy mal con él, no me malinterpretes, pero no siento lo mismo. Supongo que no aguanto más sentirme tan sola, no sé.
Lucía escondió su mirada clavándola en el vaso medio vacío, sintiéndose avergonzada y terriblemente triste al pensar en parte de lo que ocurría y ocultaba, y fue entonces cuando se dio cuenta que precisamente aquellos momentos eran un absoluto error. Debía distanciarse de Arno si quería dejar de quererlo antes de que fuera tarde.
La chica volvió a la tierra cuando sintió que el francés posaba su mano sobre la suya, sonriéndole con cariño mientras le decía que él estaba allí para paliar su soledad en cuanto pudiera. Esas palabras fueron el detonante para que las lágrimas apenas pudieran ser contenidas por la aragonesa, quién volvió a desviar la mirada, disculpándose.
Arno la obligó a mirarle, tomando su barbilla suavemente, para después limpiar una nueva lágrima en su mejilla con el pulgar, dejando que el silencio los envolviera hasta que lentamente la abrazó contra su cuerpo, y escuchó los sollozos de la chica.
El abrazo se hizo más fuerte un segundo después, hasta que Lucía pudo contenerse y detener su llanto, entonces ambos se separaron lentamente hasta poder mirarse. Arno le regaló una pequeña sonrisa que Lucía recibió muy quieta, sin poder dejar de mirarlo mientras su corazón se encogía ante aquella magnitud de sentimientos, y finalmente sucumbió a la tentación.
Los labios de la rubia buscaron los del francés en un movimiento dubitativo y algo lento, pero pronto fue respondida con el mismo sentimiento cuando Dorian superó la sorpresa. La chica se separó muy poco tras unos segundos para respirar entrecortadamente, atreviéndose a alzar la mirada, pero no pudo reaccionar cuando Arno le devolvió el beso.
-Lo siento. -Susurró él cuando ambos volvieron a distanciarse, empezando a ser conscientes de lo que había sucedido.
-No, no. He sido yo, lo siento. No sé qué me ha pasado.
La pareja se distanció, levantándose del escritorio sobre el que se habían apoyado, pasando a despedirse rápida y escuetamente casi sin mirarse, hasta que finalmente Arno abandonó el lugar. Lucía pudo al fin suspirar y cubrirse la cara con las manos, sintiéndose aún más confusa.
Élise entró en la oscuridad de la que había sido su casa en Versalles, frustrada, como cada día que había regresado allí desde que abandonó París y no había conseguido información útil.
La chica se deshizo de la ropa de abrigo, tirándola al suelo de la entrada sin cuidado para caminar hasta una cómoda cercana donde aún reposaba la botella de vino a medio terminar, la cual había estado bebiendo antes de marcharse. Tras llenar la copa que había junto a ella, tomó un largo sorbo.
Anduvo por la entrada mientras encendía un par de candelabros que pudiera portar después, cuando al acercarse a un lado la puerta de entrada pisó algo. Arrugando el entrecejo se agachó para recoger aquel papel doblado, abriéndolo rápido al observar que era una carta.
Arno le había escrito aquella misma mañana contándole toda la nueva información que se había perdido, aunque había escuchado de la muerte de su mentor, pero aquella revelación de la carta secreta del difunto encendió una nueva esperanza en su corazón. Quizás habían descubierto algo con aquella Marie.
Rápidamente, al terminar de leer, la pelirroja corrió escaleras arriba para poder buscar material de escritura e informar a su colaborador en Versalles de que partía de inmediato a París. Aquel era un hombre que había trabajado siempre para su padre, y la había visto crecer, no se merecía menos que un mensaje para que no se preocupara.
Élise entró en el que fuera despacho de su padre, atreviéndose al fin a hacerlo después de tanto tiempo tras su muerte, y a pesar de su rauda entrada, los recuerdos y el estado lamentable del lugar la paralizaron a los pocos pasos. Verlo en aquella fuerte penumbra era aún más siniestro y triste.
La mujer trató de no pensar, dirigiéndose al centro, hacia el gran escritorio de madera para buscar lo querido, sentándose cuidadosamente en la silla ante él tras dejar el candelabro sobre la mesa. Tras una inhalación profunda comenzó a buscar papel y tinta.
Pronto sus ojos se centraron en uno de los cajones del mueble, llamando su atención y llenándola de rabia. Habían forzado aquel recoveco que anteriormente había tenido una cerradura, y sólo su padre podía abrir. En aquellos tiempos oscuros de revolución, nada era respetado ya.
Con los ojos llameantes por el fuego de las lágrimas retenidas, la mujer hurgó en el compartimento observando que claramente sólo había papeles del temple y trabajo, nada que alguien normal pudiera considerar valioso, pero algo llamó su atención.
Al fondo, bajo los papeles sueltos, encontró un pequeño cuaderno de cuero sin nada en la cubierta. Con el corazón palpitante Élise lo abrió, encontrando la caligrafía de su padre. Aquello era un diario personal, muy personal, y desde las primeras palabras fue confirmado, haciendo que la joven no pudiera parar de leer ante la revelación de la tan ansiada verdad que hizo que sus ojos fueran incapaces de llorar.
