Capítulo 25
Arno no estaba seguro de aquello, puesto que sólo había pasado un día desde toda la revelación de la verdad, pero no podía seguir distanciado de Élise más tiempo, aunque supiera que ella desearía estar sola. Tenía que ayudarla a sentirse mejor, a entender y no odiar para seguir adelante.
Pronto llegó ante el palacete de De La Serre en la ciudad, más modesto que el de Versalles, aunque igual de mal parado por la revolución y sus disturbios. Sin perder tiempo se dirigió a la entrada principal.
El hombre llamó con los nudillos en la puerta, pero al ver que no era recibido tras insistir, dio la vuelta para dirigirse a la entrada trasera, la cual podría abrir con seguridad. Tal y como esperaba, finalmente pudo entrar en la casa.
Avanzando por los pasillos en silencio, se dirigió hacia la escalera al ver que en la sala principal no había nadie y el sonido provenía de la planta alta. Parecía que alguien tiraba cosas al suelo, y caminaba agitadamente por uno de los cuartos.
Siguiendo los sonidos, el asesino llegó hasta el umbral del antiguo despacho de François, encontrando a Élise revolviéndolo todo. El hombre pronunció con suavidad su nombre, haciendo que ella se girara asustada en un segundo.
-¿Qué haces, Élise?
-Buscar respuestas. Podría haber algo más en alguna parte, pero no he encontrado nada. Mierda. -Susurró hasta pararse, observando el caos a su alrededor. Arno se acercó unos pasos a ella.
-Élise, sé que debe ser difícil, pero tienes que parar ¿Qué quieres encontrar? ¿Qué esperas saber?
-¡Algo que confirme todo ese maldito cuaderno, algo que me diga si mi madre lo sabía! -Le gritó con enfado, mirándole a los ojos para mostrarle su incomprensión. Cuando la joven suspiró para calmarse, Arno respondió.
-Élise, el cuaderno es claro, corrobora todo lo que Lucía nos dijo también. Es real. Escucha, no podemos cambiar el pasado, y aunque nos duela, hay preguntas que no serán contestadas. ¿Cambiaría algo de lo que viviste con tu padre que se respondieran esas preguntas? ¿O con tu madre? Qué más da ya qué ocurriera, o cómo.
La pelirroja no lo miró a los ojos, meditando aquello que ya había pensado, aunque con brevedad. Sabía que él tenía razón, pero aún las cosas seguían dando vueltas en su mente, y el dolor de la traición continuaba perforando su corazón. Necesitaría tiempo, y no sabía cuánto.
Élise apartó los pensamientos de su cabeza, y se insufló valor para salir de su espiral negra, posando los ojos en Arno nuevamente.
-¿Ya se lo has contado a ella?
-Sí, leyó el cuaderno. Se lo llevé poco después de marcharte tú. Tampoco se lo tomó bien, se enfureció. Se llevaron los papeles y a pesar de todo mataron a su madre. No debe ser fácil de asumir.
-No, claro que no. -Respondió ella, esta vez calmada, recogiendo unos cuantos libros del suelo y dejándolos en la estantería.
Arno se acercó hasta quedar frente a ella, acariciando su mejilla con cariño, sonriéndola fugazmente para pasar a besar sus labios. Enseguida notó la respuesta de la chica, quien con ganas se aferró a su calor, demostrándole su necesidad ante tanta turbulencia emocional. Sin separarse callaron por unos segundos, mirándose a los ojos hasta que Arno habló.
-Iba a ir a buscar a cierto boticario con pocos escrúpulos para que me ponga sobre una pista definitiva para atrapar al asesino de Mirabeau. Quizás te siente bien salir de aquí y distraerte ¿Vienes conmigo? A trabajar juntos, como en los viejos tiempos.
Élise no pudo evitar sonreír ante su broma, y asintió para aceptar, haciendo que Arno le devolviera el gesto brevemente, para después ponerse en marcha ambos.
La pareja llegó tras un rato caminando hasta el punto indicado. Alcanzaron los suburbios cercanos al muelle sur del Sena, concretamente una modesta botica de la que pendía el cartel de cerrado ante la inminente caída de la noche en poco tiempo. Aún así, Arno abrió la puerta.
El hombre que recogía tras el mostrador de madera dijo que estaban cerrados, pero el francés habló con firmeza, con Élise detrás.
-No vengo a comprar. Vengo a por información sobre el tipo al que vendiste de forma ilegal ese acónito. No, no; no vas a ir a ningún lado. -Añadió al ver que pretendió correr, cogiéndole de la pechera rápidamente.
Arno dio la vuelta para que el mostrador no los separara, y lo empujó contra la pared, amenazándolo con su hoja oculta para que hablara.
-¡No sé quién era, no le vi la cara, iba encapuchado como tú! Sé que era un hombre mayor. Vino hace un rato siguiendo a una chica rubia que también preguntó por él. Se fue tras asegurarse que no lo había visto ¡No sé nada más!
Arno y Élise se miraron velozmente, pensando lo mismo, y se tensaron al intente. El francés volvió al boticario, hablando con rapidez.
-¡¿Por dónde se fue siguiéndola!?
-¡No lo sé, no lo vi! Pregunta a las chicas de la esquina. Es un burdel, igual han visto algo.
El asesino lo soltó, y junto con Élise corrieron fuera, en la dirección dicha. Dos mujeres estaban en la calle a las puertas del burdel hablando entre ellas.
-¿Habéis visto hace poco a una chica rubia, bajita, encapuchada con una capa oscura? -Preguntó sin perder tiempo, haciendo que las jóvenes se extrañaran. A pesar de aquello, una respondió.
-Nos preguntó por dónde quedaba el muelle sur y se marchó corriendo para allá.
La pareja se puso de inmediato a correr hacia el rio tras un rápido agradecimiento de parte del francés, dejando a las mujeres más que extrañadas de nuevo. Arno no podía dejar de darle vueltas a su fatídica sensación al pensar que el que había sido su maestro en la orden era el culpable del crimen, pero a cada pieza que encajaba, las pruebas iban señalándolo inexorablemente.
Con el aire justo tras el cansancio de la carrera, por fin empezaron a divisar el rio y el muelle, descendiendo por la leve cuesta que los llevaba al lugar, ya desierto, de no ser por una figura sobre las tablas de madera que se levantaban sobre el río. Pronto distinguieron que aquella persona terminaba de atar a otra de pies y manos, que se agitaba tumbada sobre la húmeda madera.
-¡Bellec! ¡Traidor! -Gritó Arno mientras corría hacia él, desenvainando su espada con rabia al reconocerlo.
El hombre se giró veloz al oír su nombre, y se apresuró a terminar con Lucía para después tirarla al agua de una patada, atada de pies y manos. El hombre entrado en años sacó su pistola y disparó hacia Arno en cuanto pudo, fallando, pero aquello le dio unos segundos vitales para sacar su espada y recibir la estocada de su pupilo.
-¡Élise, Lucía! -Gritó Dorian antes de volver a cargar contra el moreno, haciendo que la pelirroja se apresurara a liberarse de sus armas en la orilla, para tirarse al agua en busca de la española. -¿Cómo has podido matar a Mirabeau? ¡Cómo eres capaz de juzgarnos a los demás siendo tan cínico!
-¡Alguien tiene que salvar la orden, Arno! Todos vuestros sueños infantiles nos llevarán al desastre ¡Nunca habrá paz! -Le gritó con enfado, esquivando una estocada, para después lograr herir al joven en el pecho. Dorian se repuso rápido para salvar la vida, hablando entre quejidos.
-Las cosas son así por gente como tú. El mundo está cambiando, no estamos en los tiempos de Altair.
-Alguien como tú no podrá entenderlo nunca, Arno. No hay cabida para los dos bandos.
Bellec estaba anclado en sus convicciones, no había duda, y aquello le vaticinó a Dorian el final. Alguno de los dos debía morir en aquella lucha, y se aseguraría de no ser él por el bien de todos, a pesar de la aprensión que le daba matar a aquel que le había enseñado tanto.
Élise por su parte logró dar con Lucía en el fondo del río, inconsciente, y se apresuró a bucear hacia la superficie, tratando de que la chica también tuviera la cara fuera del agua, nadando como buenamente podía hacia la orilla, con lentitud y dificultad. Vislumbraba de reojo cada cierto tiempo la frenética lucha, con temor al ver que Bellec era muy bueno, y hería varias veces a Arno.
Finalmente, Dorian fue capaz de ganar terreno y desgastar lo suficiente a su mentor, hasta que en un nuevo acto de tratar de matarlo con la poca saña y energía que le quedaban, Arno atravesó su garganta con la espada. El hombre la retiró tras unos instantes, contemplándolo mientras asimilaba lo que acababa de ocurrir, distrayéndose al escuchar a Élise.
-¡Arno, necesito ayuda!
El mentado guardó su espada y corrió hacia la orilla, adentrándose en el agua para ayudar a la pelirroja a sacar a Lucía. El hombre la cargó en brazos para posarla de cúbito supino en la arena.
Ante la inconsciencia de la joven, el francés comenzó a hacer compresiones sobre su pecho mientras Élise la desataba, contemplando después a Arno trabajar con rapidez, murmurando para que ella volviera en sí. Finalmente Lucía despertó, comenzando a toser con violencia.
-Está bien, tranquila. Respira despacio.
La española quedó volteada sobre la arena hasta que dejó de toser y escupir agua, para después incorporarse y quedar sentada, hablando con dificultad.
-Bellec mató a Mirabeau.
-Lo sabemos. Bellec está muerto, lo he matado ¿Estás bien? -Preguntó mientras tocaba su hombro, viéndola asentir y tiritar de frío.
-Vamos a mi casa. Está más cerca. -Añadió Élise, haciendo que Arno asintiera, levantándose el suelo para después ayudar a la rubia, poniéndose todos en marcha aprisa.
