Capítulo 26
Los tres se encontraban en la cocina del palacete, en silencio mientras bebían vino y Arno terminaba de encender la chimenea de la estancia.
Élise observaba discretamente a Lucía frente a ella, absorta en la copa que miraba con un rostro difícil de definir, mientras se arrebujaba en la manta que la cubría. A pesar de haberse secado y cambiado de ropas, parecía seguir helada.
La pelirroja había discernido una actitud extraña entre ambos asesinos, con una perceptible incomodidad que avivó su curiosidad, pero se reservó cualquier muestra de haberlo notado para sí misma.
-Bueno, esto ya está. Voy a hacerme con más leña o durará poco. Vuelvo enseguida.
Al comentario de Arno, este abandonó la estancia para ir a conseguir la madera, dejando a las chicas solas. Tras unos instantes de duda, Élise se vio impulsada a hablar.
-Lo siento. Sé que ya lo sabes. ¿Estás segura de que tu madre no tenía ya los papeles? -Comentó despacio, haciendo que la española levantara la vista por fin.
-Yo no los encontré al menos. Me parece extraño que la mataran años después si no encontraron nada, pero por otro lado, sabiendo la calaña de esa escoria templaria, no es tan raro.
Élise guardó silencio ante su contestación fría. Tenía razón; si sabían que había estado ayudando a su padre, poco importaba que tuviera o no los papeles para sobrevivir. Al volver a hablar, Lucía le dirigió una mirada sorprendida.
-¿Nunca te habló de él, no comentó nada?
-No. Inventó toda una historia para ni siquiera pasar por su recuerdo. Me dijo que la había violado un soldado. Sé por qué preguntas eso; necesitas saber si lo que escribió fue tan real como parece, si de verdad se enamoró de esa forma. Por lo que yo he concluido al ver a mi madre te diría que sí, porque a ella le pasó lo mismo, hasta el punto de mentirme para no recordarlo y alejarse del dolor que le provocaba pensar en su abandono. No me malinterpretes, entiendo que volviera con vosotras, erais su familia y eso siempre va primero. Tú eras su hija.
Élise la miró fijo a los ojos, sorprendida de aquella sinceridad sin rencor, y se sintió culpable al pensar en el dolor emocional que todo aquello debía suponerle a su hermanastra. Tuvo que hacer un esfuerzo para hablar nuevamente.
-No creo que supiera que tú existías. Por mucho que decidiera quedarse con mi madre y conmigo, conozco cómo era. No hubiera ignorado a un hijo suyo, y menos de una mujer a la que quería.
-No puedo decirte lo contrario, pero nunca lo sabremos. Ya da igual eso. Sólo quiero encontrar a aquellos por los que fue asesinada, resolver todo ese asunto de los putos papeles y vengarla de alguna manera.
-Lo haremos. Toda esa gente caerá, Germain y sus secuaces. Pagarán una a una las muertes. -Tras hacer una pausa y ver en la cara de Lucía poco ánimo, volvió a hablar. -No voy a decirte que a partir de ahora no estarás sola y todo eso porque somos medio hermanas, porque apenas nos conocemos y es ridículo, pero eres buena persona y luchas por hacer justicia, como yo, así que te ofrezco mi ayuda si la necesitas en algún momento, y me gustaría poder contar con la tuya.
La española la miró seriamente, y terminó asintiendo con una levísima sonrisa que la francesa le devolvió, para después alzar su copa hacia ella y brindar juntas, sellando aquel pacto.
Ya entrada la noche, Lucía regresó al café teatro, entrando por la zona privada para encaminarse a su habitación entre el silencio y la oscuridad. Tenía una sensación extraña tras la conversación con Élise, continuaba atrapada en la impotencia, pero había visto una leve luz ante la mano que ella le ofreció, dejando los rencores de los que ninguna era culpable.
Al entrar en el cuarto la chica se sobresaltó, y rápidamente un nudo se formó en su garganta al ver allí a Leroux, quien se levantó de la silla ante el tocador para mirarla de frente, sin acercarse. Lucía fingió frialdad para ocultar su miedo, y habló con firmeza.
-¿Qué haces aquí? Márchate.
-Espera, por favor. -Dijo él, sujetándola de un brazo cuando pasó cerca, soltándola al ver la cara que puso a su tacto. -Lo siento, perdí el control por la rabia. Los celos me dominaron. Me gustas mucho. Te quiero, Lucía, por eso me puse así.
-No entiendo que te sientas así, no tengo nada con Arno, con nadie. No me interesa buscar nada. -Agregó tras un silencio, no sabiendo muy bien cómo salir de aquella situación. Sus palabras le impactaron por el grado de ansia.
-¿Entones por qué os besasteis? Vine a buscarte y tu casera me dio tu mensaje, pero vine en la noche a comprobar si habías regresado y os vi.
-Fue una tontería, estaba triste y... no sé qué me pasó. -Mintió lo mejor que pudo, pero sabía que el hombre conocía parte de la verdad, y sus siguientes palabras se lo confirmaron.
-Es normal que busques alguien que te proteja, eres vulnerable querida, pero me tienes a mí. Debes olvidarte de Arno, él no puede darte lo que necesitas. Ama a Élise De La Serre y no te querrá jamás de ese modo; ¿lo entiendes? Debes alejarte de él.
Lucía se esforzó enormemente por no llorar ante aquellas duras palabras, que sabía tenían razón, hiriendo su corazón con fuerza. Bajó la mirada para no dejar ver lo incontenible, pero Gastón alzó su rostro y la abrazó entre susurros.
-Tranquila, yo te ayudaré; te haré fuerte.
La rubia lloró con más ganas, de modo silencioso mientras él comenzaba a recorrer su cuerpo y besar su cuello, demostrándole sus intenciones de consuelo. La mujer cerró los ojos con fuerza y le dejó continuar, sintiéndose horrible y triste, pero Leroux tenía razón. Debía olvidarse de Arno, y si no era capaz de conseguirlo por las buenas, dejaría que aquellas formas poco amables lo hicieran.
Tras haber pasado parte de la noche hablando tras la marcha de Lucía, rememorando los viejos momentos de sus infancias, Arno decidió regresar a su casa y dejar a la chica. Ambos habían recuperado parte del humor perdido tras aquel tiempo juntos, pero Arno antes de marcharse volvió a temas de trabajo.
-Oye, ¿Qué significa esa última frase en las páginas del final? ¿Has pensado en ello?
-Tenam Erdna. Yssiop. -Recitó de memoria la pelirroja, despacio, mientras reflexionaba a ceño fruncido. -No tengo ni idea de qué puede ser. No tiene sentido ¿Será algún idioma extraño?
-Debemos averiguarlo, sea lo que sea, tiene que importar. Intenta averiguar algo entre tus contactos, seguramente tenga que ver con algo del Temple. Yo me organizaré con Lucía mañana en la reunión de los asesinos por lo de Bellec, y trataremos de seguir la pista de Germain y el resto. Si alguno encuentra algo, nos pondremos en contacto.
-Está bien. -Agregó mientras lo acompañaba a la puerta, cambiando de tema tras un silencio. No estaba muy segura de si sacar aquel tema era lo mejor, pero el nombre de la española hizo que recordara su extraña actitud. -¿Pasa algo entre Lucía y tú? Los dos estabais raros.
-No, claro qué no. Las cosas están desbordándonos, como a todos. Está confusa y algo deprimida.
Élise calló de nuevo, hablando cuando llegaron ante la puerta. El hombre se giró veloz ante su comentario directo.
-Sabes que está enamorada de ti, ¿no?
-¿Qué? Claro que no. Somos amigos, compañeros. Puede que hayamos sido demasiado cercanos entre nosotros, porque he intentado animarla y me parte el corazón ver su sentimiento de soledad, pero eso es todo. Además, está saliendo con un idiota de la orden.
-Bueno, eso no quiere decir que no le gustes.
-No es así, Élise. -Añadió tajante, sorprendiendo a la joven, pero esta no insistió.
-Está bien, tú eres quién la conoce más. Nos vemos, Arno. Ten cuidado.
-Tú también. -Se despidió tras una sonrisa tenue, abandonando el palacete.
Élise cerró la puerta y pensó en aquella reacción del francés. Lo conocía muy bien, y sabía que se estaba mintiendo a sí mismo, ¿pero por qué? ¿Tendría la sensación de estar molestándola a ella, o estaba ocultando una parte que no quería asimilar sobre los sentimientos de Lucía, y los suyos propios?
Era probable que él pudiera sentir algo por la española, lo había notado en la propia incomodidad que Arno mostraba al estar juntos, hasta en la forma en que la miraba.
La pelirroja se sorprendió de no sentirse nerviosa o celosa ante aquello. Su sentimiento era de felicidad y deseos de que él siguiera adelante con su vida, que pasara la página amorosa que ambos compartían, puesto que no veía la posibilidad de que al final pudieran ser una pareja convencional.
La muchacha suspiró, vaciando su mente tanto como pudiera mientras se encaminaba hacia la escalera del hogar, pensando en intentar dormir un poco al fin, después de tantas noches de insomnio y preocupaciones.
