Capítulo 27
Nunca antes Lucía se había sentido tan lejos del tiempo presente y la concentración.
No había un solo minuto en el cual su cabeza parase de pensar en todo lo que estaba pasando. François De La Serre era su padre, tenía una hermanastra, el camino para encontrar a los culpables del asesinato de su madre volvía a desdibujarse, estaba enamorándose del hombre que la ayudaba en aquella gran ciudad y amaba a su nueva hermana…
La mujer inspiró profundamente y centró la vista en la sala que la rodeaba, donde muchos asesinos esperaban a la hora de comenzar la reunión, la cual se avecinaba tensa.
Pronto encontró a Leroux entre los miembros, y se consoló al menos con estar sola en aquel momento y poder dejar de fingir indiferencia.
Sabía que cometía un error con dejar estar aquella relación extraña con Gastón sin quererlo ella, sólo haciéndolo para tratar de olvidarse de Arno, pero estaba desesperada y perdida. Prefería no pensar en alguno de sus problemas, y con aquello al menos conseguiría que Lerroux no la acosara.
En aquel momento Quemar entró en la sala junto con Beylier. Ambos portaban caras serias, las cuales no podían ocultar preocupación. El murmullo general disminuyó considerablemente, y lo hizo casi por completo cuando a los pocos instantes, Arno cruzó la puerta de madera oscura.
Lucía sintió su rubor crecer con ganas cuando cruzó su mirada con la de él, recodando la escena pasada aquella noche en el café, pero pronto fue rebasada por aquella sensación de nudo en el estómago y anhelo. Se centró en desechar todos sus sentimientos para prestar atención a la reunión que comenzaba. Quemar comenzó a hablar, sorprendiendo a los presentes con sus palabras directas y cortantes.
-Bellec asesinó a Mirabeau por no estar de acuerdo con los planes de paz que quería llevar a cabo. Acabamos de conocerlo de la mano de Arno Dorian, aquí presente, su asesino. Explícate ante este consejo, Arno. Tienes la palabra.
El hombre tragó saliva discretamente, sabiendo que aquello no les había gustado nada, y muchos se pondrían en su contra, sobre todo porque gran parte de sus compañeros lo veían como el tipo que ignoraba el credo y la orden, atento sólo a sus vendettas personales. Habló con firmeza, centrándose en Quemar y Beylier.
-Encontré pruebas que me condujeron al que vendió el veneno, un boticario que comete ilegalidades cerca del muelle. No tenía nada planeado, todo surgió muy rápido y tuve que actuar sin pensar. El boticario me dijo que justo había estado allí hacía poco siguiendo a alguien, concretamente a Lucía, que como sabréis trabajaba en lo mismo con Leroux. Seguí las indicaciones que pude obtener y los encontré en el muelle. Bellec iba a matarla, la tiró al río, atada. Luché contra él y lo maté antes de que se adelantara. ¿Qué habríais hecho vosotros en mi lugar?
-Primeramente, no involucrar a la señorita De La Serre en esto, puesto que los trapos sucios de la orden se lavan en casa. Porque, aclaro al consejo, que se te ha pasado contar que la llevaste allí, con lo que deducimos que le cuentas todo lo que no debería saber un templario, ni siquiera uno del ala progresista -Agregó el hombre de piel oscura. -Y segundo, tratar de mantener a Bellec con vida, sólo reducirlo o herirlo para sonsacarle información.
-¿Qué información pretendíais obtener? ¿O acaso creéis que iba a recapacitar sobre sus actos? Bellec era un fundamentalista, tanto como lo son esos templarios a los que perseguimos. Pude comprobar con sus últimas palabras que estaba convencido de que Mirabeau estaba equivocado y había que acabar con sus planes.
-¿Y cuál es tu excusa para desobedecer constantemente órdenes y nuestro credo a la mínima oportunidad de avanzar en tus asuntos personales? Cuando entraste aquí aceptaste unas normas. -Intervino Quemar de nuevo, mostrando con su voz que seguía igual de enfadado.
-Está claro que a Dorian siempre le han importado un bledo. Fingir aceptar, y que esto le importa, era la forma fácil de obtener los beneficios de la hermandad.
El mentado posó los ojos centelleantes por la cólera en Gastón, quien se mantuvo serio, a pesar de sentirse feliz por dentro. Sin poder reprimirse, Arno replicó.
-¿Tienes algún otro pasatiempo que no sea practicar tu animadversión hacia mí?
-Basta. No entraremos en ofensas personales. Esto es muy serio. -Intervino raudo Quemar, volviendo a fijar sus ojos en el castaño. -Me temo que, a la vista de tus antecedentes, debemos amonestarte de forma severa, Arno. Ante la escasa presencia de altos cargos en estos momentos, y siguiendo las reglas, votaremos en esta sesión. Que alce la mano quien esté de acuerdo con una expulsión temporal de Arno Dorian de la hermandad asesina.
El hombre no daba crédito a aquello, pero no pudo hablar mientras observaba bastantes manos alzarse. Antes de replicar, Quemar dictó el veredicto.
-Por mayoría de este consejo y sus integrantes, Arno Víctor Dorian, quedas temporalmente expulsado de esta hermandad, prohibiéndosete trabajar en sus misiones y obtener alguno de sus beneficios o secretos, hasta que este consejo vuelva a admitirte cuando estime oportuno. A la vuelta de Trenet revisaremos la situación. Aparte de este tema, volveremos a centrarnos en nuestro anterior objetivo conjunto, asesinos. Hay que
continuar localizando a esos reaccionarios y parar a Germain, así que todo el mundo de nuevo a su tarea, por favor. Podéis iros, la sesión ha terminado.
Arno apretó la mandíbula y salió rápido de la sala, evitando con ganas la satisfacción en el rostro de Leroux.
Lucía por su parte sintió el enorme impulso de salir tras el francés, pero paró su ademán al encontrar los ojos de Gastón vigilándola con una mirada seria. La rubia maldijo interiormente, acobardándose ante el recuerdo de lo que el hombre llegaba a hacer cuando perdía la templanza, siendo dominado por sus enfermizos celos.
Élise se levantó de la mesa, dejando de lado aquel libro viejo de cuentas del temple para abrir la puerta del palacete. Era extraño que alguien a esas horas de la noche fuera a importunar, pero igualmente fue hacia la entrada.
Alzó una ceja al ver a un niño de unos 10 años ante ella con un sobre en la mano.
-Lucía Ripoll manda esto para la señorita De La Serre.
-Gracias -Susurró con extrañeza mientras cogía el papel, no dándole tiempo a decir nada más cuando el niño salió corriendo, perdiéndose en la oscuridad de la noche.
La pelirroja se apresuró a abrir la nota, leyendo las breves palabras escritas en una caligrafía pequeña y apretada.
"Élise, han expulsado a Arno de la orden por lo ocurrido, y temo que ante la furia que debe sentir ahora mismo pierda el control y se meta en líos de verdad. No puedo ir a ayudarlo ahora mismo, por favor, búscalo y escríbeme de vuelta. Lucía"
La primera sensación de extrañeza se disipó rápido ante las cábalas de lo que podría ir mal. Conocía bien a Arno y todo lo que estaba pasándole respecto a la orden y el asunto de su padre, con lo que la joven se apresuró a buscar su capa y armas, para salir de allí veloz y buscarlo por la ciudad.
Lucía frotó con fuerza la madera desgatada del suelo del pequeño escenario del Café Teatro, poniéndole empeño, como si por limpiar con más euforia pudiera eliminar todo pensamiento de Arno de su mente.
Maldijo de nuevo su suerte tras parar y quitarse los finos mechones pegados a la frente, al pensar que justo aquella noche que Lerroux la había dejado en paz, y podría haber ido a buscar a Dorian, se había contenido para no hacer enfadar a Gastón.
La rubia suspiro mientras trataba de contentarse pensando en que Élise podría encontrarlo en aquella fría madrugada y consolarlo. Nadie sería mejor que ella, además. Ante la amarga resignación mezclada con tristeza que intentaba reflotar, Lucía volvió a concentrarse en las machas del suelo con fiereza.
-¿Lucía? ¿Pero qué haces a estas horas?
El murmullo de Charlotte hizo a la española asustarse y girar en seco la cabeza, pero pronto aquella sensación fue reemplazada por la vergüenza. No quería dar explicaciones de más, y con aquella mujer sería muy complicado.
La regente del lugar dejó la pequeña lucerna sobre la barra de bar, acercándose a la joven, quien se levantó del suelo mientras hablaba con un leve resuello.
-No podía dormir y necesito distraerme, así que he venido a hacer algo útil. Sé que te quejas de la limpieza de ese maldito suelo, aunque ahora puedo decirte que no es culpa del pobre Camile.
-Es por lo de Arno, ¿no? Estás preocupada por él. -Agregó tras un silencio, sentándose en una silla cercana, señalándole la de enfrente a la joven.
-Sí, acabó muy enfadado, y no es para menos con todo lo que está pasando… espero que Élise dé con él.
-¿Por qué no has salido a buscarlo? Al final no tuviste trabajo con Gastón.
La rubia apartó la mirada de sus ojos curiosos unos instantes, mordiéndose el labio antes de responder.
-Pensé que era mejor que lo hiciera Élise, lo conoce bien, sabe dónde buscarlo… ya sabes.
-Y lo de evitarte problemas con Gastón es secundario, ¿no? -Agregó con un tono firme que sorprendió a la rubia. -Sé que es celoso, alguna vez os he escuchado discutir. ¿Por qué estás saliendo con él, Lucía? No pareces muy entusiasmada.
-Yo… no lo sé, Charlotte.
La castaña escudriñó a la chica mientras esta negaba con la cabeza, evitando mirarla para que no leyera en su rostro tan bien como sabía. La mayor habló de nuevo con tono dulce, intentando que la española se sincerara y dijera lo que ella temía.
-Lucía, no tienes por qué engañarme; puedes ser sincera conmigo. No hay nada que temer. ¿Qué pasa? Dime la verdad. -Charlotte desplazó su mano hasta la de Lucía, haciendo que ella la mirara y hablara tras soltar el aire con un suspiro denso.
-Estoy con Gastón porque lo quiere, y yo lo utilizo para tratar de olvidarme de Arno. Me gusta y no puedo dejar de pensar en él, y es algo absurdo porque está enamorado de Élise.
-Quizás no sea la mejor forma, cielo… ni evitar a Arno a toda costa.
-Es lo único que se me ocurre, Charlotte, porque cada vez es más difícil para mí tenerlo cerca.
-Quizás si hablaseis sobre…
-No, eso sólo empeoraría todo. Él tiene ya demasiado encima, y yo también. Te agradezco tu preocupación, Charlotte, de verdad, pero no quiero hablar de esto. Voy a terminar el suelo y me acostaré.
Lucía se levantó de la silla, y con parsimonia fue a ocupar su anterior lugar con aquel dolor en el pecho, ya familiar.
