Capítulo 28
Lucía sólo había dormido un par de horas, pero pronto había despertado tras una pesadilla, siendo incapaz de dormir de nuevo.
Tras asegurarse de que nadie había pasado por allí con ningún mensaje de Élise, la mujer se vistió para lanzarse en busca del francés también, no soportando más aquello.
El amanecer estaba despuntando cuando la joven salió del Café Teatro, y sin saber por dónde empezar, caminó rumbo hacia el barrio de Arno a la par que prestaba atención a su alrededor.
Lejos de la Citè, la rubia frunció el ceño cuando a lo lejos observó a una mujer de reconocida cabellera pelirroja salir de la única taberna abierta en el barrio.
-¿Élise? -Alzó la voz, haciendo que la mentada se girara. Ambas se acercaron la una a la otra velozmente.
-Creía que no estabas buscándolo. Recibí tu nota hace horas. -Habló la francesa en primer lugar.
-He salido hace nada, cuando me lo ha permitido el trabajo. -Mintió rápidamente, centrándose en lo importante. -¿No has conseguido averiguar nada de su paradero?
-Casi nada. He recorrido media ciudad y lo único que me han dicho en un par de tabernas, es que lo echaron por pelearse con otros clientes. No sé dónde estará. Quizás haya vuelto a su casa ya.
-Iré allí. Intentaré avisarte si lo encuentro.
-Está bien. Lo mismo digo.
Ambas mujeres partieron hacia direcciones distintas con la misma presteza, caminando entre la leve neblina creada por la humedad de la prima.
Lucía no tardó mucho en llegar al barrio del asesino, visualizando la casa en pocos minutos mientras sentía que su corazón latía con más velocidad, lo que hizo que maldijera interiormente mientras rogaba con timidez que no estuviera allí. Pronto se arrepintió de aquel pensamiento egoísta y llamó a la puerta varias veces.
Pasaban los segundos y nadie respondía, a pesar de que insistió más. La rubia suspiró y se acercó a una de las ventanas, observando el interior en penumbra, pero con la misma suerte.
Antes de que la chica pudiera irse con la decepción de la mano, escuchó el sonido de una botella cayendo al suelo dentro del hogar. Estaba allí, seguro que sí. No le quedaban más opciones que colarse si él no pretendía abrir. Tenía que comprobar su estado.
Sin pensarlo más se dirigió al lateral de la casa para trepar por el canalón más discreto de cara al vecindario, dirigiéndose hacia la ventana que sabía podía abrir por su antigüedad y estado, consiguiendo meterse dentro del demacrado y viejo despacho.
Lucía bajó las escaleras del segundo piso al escuchar de nuevo sonido proveniente del salón, caminando despacio hasta aparecer en el umbral de la puerta que comunicaba con la estancia principal.
Allí estaba él, sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared y los ojos cerrados con una fuerza que hacía fruncir su ceño. Llevaba la misma ropa que la anoche pasada, salvo que se había desprendido de la capa asesina, y su camisa estaba manchada de sangre, y algo rota.
La rubia se acercó despacio, esquivando los cristales rotos de lo que fue una botella vacía de vino, sentándose a su lado sin decir nada. Contempló desde la cercanía, cuando su pelo suelto y revuelto le dejo ver, que tenía la ceja izquierda rota y le sangraba levemente aún.
-Parece que has tenido una buena pelea. -Al ver que él no reaccionaba, habló de nuevo con suavidad. -Voy a salir un momento para intentar mandar un mensaje a Élise y decirle que estás bien. Lleva casi toda la noche buscándote después de que le dijera lo que había pasado. Siento haberlo hecho, pero estaba preocupada porque te cegara la ira.
-No. -Susurró de forma gutural él, sin abrir los ojos. Aquello junto con su tono delataba que ya no estaba borracho, y la jaqueca de la resaca estaba martirizándolo. -No quiero que me vea así; no la avises.
-Está bien. Lo haré luego entonces. -Susurró mientras se mordía el labio, dudando sobre qué decir y cómo, hasta que finalmente se decidió. -Arno, hay que coserte la ceja, está rota y sangra todavía. Arno…
-Déjame, Lucía -añadió sin mirarla tras que insistiera. -No quiero pagar nada contigo, por favor. Vete.
-No puedo dejarte así, y sé que lo que te diga no será un gran consuelo, pero… oye, sé que debes sentirte fatal, y todo esto es injusto en parte. Pero no puedes venirte abajo ahora y renunciar a todo lo que ya has logrado. Debes pensar fríamente y relajarte; ellos volverán a readmitirte, ya lo verás.
-Eso no me importa, para mí la hermandad no significa lo mismo que para ellos. Es sólo un trabajo, uno con buenos recursos que podía ayudarme a resolver el crimen de François. -Agregó abriendo los ojos, centrando su mirada en la pared de enfrente.
-Bien, pues mejor para ti incluso si las cosas no mejoran en ese aspecto. Después de todo lo que has aprendido y los contactos que has hecho, podrás tener buenos recursos incluso sin ellos, Arno. ¿Por qué estás así entonces?
-Porque nadie entiende que esto no es una simple venganza para mí, que esto va mucho más allá. Todos se empeñan en creerme un idiota que no razona y sólo persigue heroicidad por vengar a De La Serre, y no es así, joder. -Añadió con un deje de rabia, suspirando después para hablar con calma. -He vuelto a fallar, a la memoria de François, a Élise y a mí mismo. Cada vez dudo más de ser capaz de hacer algo de forma correcta. Nunca acierto.
-Oye, eso no es verdad, y sé que es fácil decirlo. Puede que algunos piensen eso que dices y te vean como un inconsciente que persigue su venganza personal sin más, pero otros no. Y lo que tiene valor, es que los que te importan saben quién eres, como Élise, Arno. Incluso Mirabeau sabía eso de ti, lo dejaba claro en esa carta.
-Y ahora también está muerto. -Susurró, bajando la cabeza para inspirar de nuevo. Alzó la mirada cuando sintió la mano de Lucía sobre la suya.
-Y tú no eres culpable de ello. Descubriste a su asesino e hiciste lo que tenías que hacer, además me salvaste la vida. Yo sí me comporté como una idiota, por ejemplo.
La rubia le sonrió levemente tras el comentario, contemplando como los ojos del francés estaban llenos de dolor, un dolor que había atisbado en otras ocasiones, y ahora se dejaba ver en todo su esplendor. Aquel sentimiento era algo mucho más grande y complejo, era visible. Sus palabras se lo confirmaron.
-Esta lucha parece no tener fin, y cada paso dado es sobre arenas movedizas que sólo consiguen hundirme más. Estoy perdido, y frustrado por no poder ayudar a Élise, ni siquiera a ti.
-A mí me has ayudado mucho, y es en serio. Arno, -añadió para que la mirara, llevando la mano a su hombro. Cuando él se fijó en ella, la rubia posó su mano en su mejilla- eres un hombre muy fuerte, y es normal que tengas momentos de debilidad. Muy pocos podrían soportar tanto como tú hasta ahora. No te rendirás, eres valiente. Y no estarás solo porque Élise y yo estaremos ahí.
La española le sonrió con ternura, moviendo lentamente su pulgar sobre la mejilla áspera del asesino, quien encontró aquella sinceridad y calidez en sus ojos claros haciéndole sentir algo mejor.
Arno musitó un gracias con una mueca que pretendía ser una sonrisa, y pronto observó como Lucía trataba de alejarse de él para poner algo más de distancia, con un visible rubor en las mejillas. No obstante, el hombre sintió algo dentro de él que lo impulsó a detenerla. No quería que se alejara ante aquella calidez.
El francés agarró la mano de la rubia que se alejaba de su cara, para sin soltarla, acercarla hasta su pecho mientras se inclinaba y la besaba en los labios con lentitud y dedicación, en un acto cargado de ternura que sorprendió a la propia mujer.
Lucía sintió al instante que su corazón golpeaba con fuerza en el pecho, pero sucumbió al mismo tiempo al olvidarlo todo y responder a su beso con el mismo afecto. Muy pronto se dejó llevar por lo que sentía, y aumentó la pasión del encuentro mientras pasaba las manos por detrás del cuello del hombre, sin importarle el sabor a vino de su boca.
Arno abrazó el cuerpo menudo de la mujer contra él en unos instantes fugaces de mayor pasión, hasta que sintió que ella frenaba poco a poco, alejándose de él. El francés la imitó y rompió la cercanía lo suficiente para mirarla a los ojos. Se sorprendió al encontrar en ellos un deje de ansiedad. Parecía querer decir algo que se atascaba en su garganta con fuerza.
-Arno, yo…
-Perdóname. -Se adelantó él con vergüenza, pensando en que ella estaba con Lerroux y querría decirle que aquello no estaba bien. -No debería haberlo hecho, no sé por qué…
La rubia agarró su rostro y lo besó impetuosamente, haciendo reinar de nuevo el silencio en la sala.
Arno muy pronto dejó de lado sus sensaciones incomodas, respondiendo al nuevo beso, pero ambos se detuvieron cuando llamaron a la puerta, alejándose lentamente él uno del otro hasta que la reconocible voz de Élise habló al otro lado.
-¿Arno? ¿Lucía? ¿Estáis ahí?
Por un segundo nadie se movió, ni siquiera se atrevieron a mirarse a los ojos, hasta que repentinamente Lucía se levantó del suelo con presteza.
-Lo siento. -Susurró antes de dirigirse a la puerta y abrir.
Las palabras de Élise se ahogaron en un sorprendido silencio cuando la rubia pasó de largo para irse de allí, susurrándole al pasar por su lado que debía irse.
-¿Qué ha pasado? -Preguntó la pelirroja alzando una ceja, mientras Dorian perdía la mirada en el vacío, con la mente funcionando a toda marcha.
