Capítulo 30
Unos toscos golpes en la puerta de la habitación hicieron que Lucía frunciera el ceño con extrañeza. No esperaba a nadie, y pasada una hora debería ponerse en marcha para buscar a Gastón, con el que había quedado para continuar trabajando.
La rubia se alejó del tocador delante del cual se peinaba, abriendo para encontrar a Leroux demasiado serio ante ella. Pronto supo que algo no iba nada bien.
El hombre entró en el cuarto sin decir nada, con lo que fue la mujer la primera en hablar tras cerrar la puerta.
-Creía que habíamos quedado en tu casa en una hora. ¿Pasa algo?
-¿Qué pasó anoche? -Preguntó sin mirarla, mostrando un tono serio y amenazante. Lucía no entendió nada, pero un leve temor empezó a surgir en su interior.
-¿Anoche? Nada, estuve aquí. Me fui a dormir pronto, ya te dije que…
Gastón se giró abruptamente, y con rabia agarró a la chica del cuello, empotrándola contra la pared más cercana. Lucía trató velozmente de zafarse de él, pero sólo consiguió que apretara con más fuerza y golpeara su cabeza contra la pared antes de hablarla.
-Estuviste con Arno aquí a medianoche, no creo que durmieras mucho. ¡Te lo estás follando! -Alzó la voz en sus últimas palabras, no pudiendo contener su ira.
-Claro que no. Sólo vino a hablar un momento…
-¡No me mientas! ¿A escondidas, a media noche? Me estás engañando con él. -Cortó su frase con ímpetu.
La rubia trató de aflojar la fuerza de sus manos con las suyas propias, sin éxito, y ante la respuesta de apretarla más, dejó de luchar y habló con un susurro entrecortado.
-No te estoy mintiendo, ni engañando con nadie, joder…
-Te avisé de que no buscaras nada, que te alejaras de él porque estás conmigo, y conmigo no se juega. -Susurró apretando la mandíbula, muy cerca de la cara de ella. Lucía no se achantó y habló con enfado, canalizando su miedo en adrenalina.
-Si lograses controlar tus celos patológicos verías que estás jugando contigo mismo, montándote historias incoherentes. No quiero formar parte de ellas, Gastón. Estoy harta.
Lucía trató de golpear al hombre con una rodilla, pero Leroux fue más rápido y la detuvo, girándola bruscamente para aplastar su rostro ladeado contra el muro, haciéndola gemir de dolor. Pronto susurró cerca de su oído.
-No me provoques. Me obligas a hacerte daño, ¿no lo ves? Tú eres mía. Tienes que obedecerme y dejar de arrastrarte patéticamente por un tío que claramente pasa de ti, cielo. Dorian no te querrá nunca, sólo te utiliza; y no puedo culparlo por ello, porque eres muy bonita, pero poco lista.
-No quiero nada con él. -Logró susurrar, apenas disimulando que lloraba. Escuchó con dolor como Gastón reía levemente.
-Te acabo de decir que la poco lista eres tú. Yo lo sé todo, y sé que te gusta y tratas de hacerme quedar como un gilipollas. Así que tendré que castigarte como más te duele para que entiendas cómo debes portarte, y que debes dejar de ser una fulana y provocarlo a él también. Es un hombre, cariño.
Lucía forcejeó de nuevo para liberarse, pero Leroux la giró de nuevo, agarrándola del cuello para amenazarla mirando directamente sus ojos vidriosos.
-Entiendo lo débil de tu género, así que voy a ponértelo más fácil. Si no dejas de verte con él, de pensar en él, y descuidarme, lo que haré es ir directamente a por Arno, y te juro que lo mataré, y después quizás a ti cuando me canse. ¿Está claro?
Gastón apretó más sus dedos entorno al cuello de la española, haciendo que esta finalmente tuviera que asentir varias veces. Entonces el francés la soltó de golpe, haciendo que empezara a toser, llevándose las manos a la zona dolorida.
-Estás avisada. No habrá segundas oportunidades. Cámbiate y te veré en la taberna de mi barrio en media hora.
Tras la firme y gélida frase, el hombre salió del cuarto rápido, regalando un sonoro portazo que alivió incluso a la muchacha. Sin embargo, aquella sensación fue totalmente fugaz, y enseguida la rabia y el dolor se apoderaron de ella.
La rubia lloró en silencio, amargamente, mientras se dejaba caer en el suelo y se abrazaba las rodillas, escondiendo la cara entre ellas. Sus peores pesadillas no habían hecho más que comenzar.
Élise se encontraba sentada a la mesa del salón destrozado de su antigua casa en París, pero ignoraba la página del diario de su padre, mientras se miraba en un pequeño espejo de mano para limpiar el corte en su pómulo izquierdo.
No se alarmó al escuchar que alguien entraba por la puerta de la cocina, ya que sabía que era Arno, quien se anunció mientras cerraba tras de sí en la lejanía.
-Estoy en el salón. -Alzó la voz la pelirroja, escuchando los pasos avanzar hasta que encontró a Dorian frente a ella.
-Veo que no fue muy bien tu visita a Versalles. ¿Necesitas ayuda?
Élise negó con la cabeza y terminó su tarea, soltando el espejo sobre el cuaderno. Miró al asesino sentado en un lado del escritorio, pasando a ponerlo al corriente sobre lo sucedido en aquellos días.
-Anteayer fui a Versalles al final, cuando Weatherall me confirmó que ese templario que fue amigo de mi padre estaba por allí. ¿Recuerdas a Weatherall, por cierto? No pasaba mucho por casa en esa época. -Agregó antes de seguir.
-Sí, el ayudante de tu padre, el que te enseñó a luchar a espada y se ocupaba de ti.
-Sí, eso es. Es el único en el que puedo confiar. Le he contado todo esto; sigue trabajando conmigo. Bueno, el caso es que encontré al amigo de mi padre, y sin dar mucha información, le mencioné lo de aquellas dos extrañas palabras sin sentido. Pero tampoco sabe nada en absoluto. También me confirmó que el otro hombre que fue a España hace 20 años era de Marsella y dejó el temple, pero podría ser que hubiera cambiado de lugar, ya que estaba amenazado por abandonar la orden, o algo así.
-Joder, Marsella está en la otra punta del país, y ese tío es la única pista que tenemos para intentar hallar algo de lo que contenían los papeles. Una de las maestras asesinas está allí intentando averiguar algo. Saben que hay incluso más de un ex templario en esa ciudad, por lo visto.
Élise guardó silencio mientras pensaba, reclinándose en la silla hasta hablar con resignación en su voz cansada.
-No nos queda más remedio que esperar a que vuelva entonces, y seguir por aquí dando palos de ciego, ¿verdad?
-Eso creo, sí. Con lo que tardaríamos en ir sería contraproducente. Ya nos enteraremos de lo que averigüen cuando vuelvan y decidiremos qué hacer. Lucía nos lo contará si no me vuelven a admitir en la orden, no te preocupes. -Trató de animarla el francés, con una leve sonrisa que ella respondió.
La joven cambió de tema tras unos segundos pensándoselo, pero finalmente se lanzó con gran curiosidad sobre qué habría pasado finalmente en los días que había estado ausente de la ciudad de la luz.
-¿Hablaste al final con Lucía?
Arno lanzó su rostro hacia ella, poniéndose algo tenso al instante mientras recordaba la escena en la alcoba de la española días atrás. Aún seguía dándole vueltas a aquello, arrepentido de haber dicho cosas y de haber callado otras, pero ya era absurdo lamentarse. Había que seguir hacia delante sin parar.
-Sí, lo hice. Le dije que estoy algo confundido con lo que siento, y que no quiero hacerla sufrir, porque a pesar de todo estoy enamorado de ti.
-Oh, Arno… ¿por qué no le has dicho que te gusta de verdad? No has sido sincero. -Dijo Élise, ladeando al cabeza mientras esperaba una respuesta, la cual vino con la presteza que acompaña al arrepentimiento de lo que no puede ser cambiado.
-¡Porque está con ese tipo! Además, ella tampoco me ha dicho nada claro, básicamente ha seguido mi misma línea. ¿Qué debería hacer?
-Claro que te ha seguido el rollo, ¿qué esperabas después de decirle eso? Si te hubiera sido sincera, sólo ella se habría tirado al vacío sin mirar.
Arno calló y alejó su mirada de la francesa mientras pensaba en la razón de sus palabras, pero Élise no insistió al saber que no debería estar en una situación fácil, contemplando de soslayo su rostro de ceño fruncido.
La pelirroja posó los ojos en el cuaderno de delante y el espejo, tomándolo del fino mango para jugar con él levemente mientras veía las letras reflejarse en la superficie pulida. De repente paró al darse cuenta de que algo empezaba a tomar sentido en el reflejo.
-Manet. André. Poissy.
-¿Quién es ese? -Preguntó el hombre, sin darle importancia a su susurro, pero entonces se asustó cuando ella se levantó de golpe con el diario en mano.
-¡Está escrito al revés, Arno! ¡Tenam Erdna. Yssiop, significa; André Manet. Poissy! ¡Tenemos algo, aunque no sepamos qué aún!
El hombre contempló las palabras en la vieja libreta, para después dirigir la vista al rostro radiante de Élise, el cual mostraba la primera sonrisa alegre de verdad tras mucho tiempo. Esperaba que aquello no fuera otro callejón sin salida como anteriores pistas, y por fin poder continuar con algo que animara a todo el grupo ante tal momento que todos atravesaban.
