Capítulo 31
Arno abandonó la amplia avenida, demasiado transitada para la lluvia que caía, entrando en el Café Teatro, dirigiéndose hacia la barra en cuanto localizó a Charlotte. En cuanto sus ojos se cruzaron, el hombre supo que aquella visita tampoco sería fructífera, tal como le había ocurrido hacia cuatro días atrás al ir a buscar a Lucía para informarle de las novedades.
-Hola. ¿No ha venido por aquí desde el miércoles? -Fue directo al grano al tener a la regente delante. La castaña cambió el semblante veloz ante aquellas palabras.
-Sí, finalmente vino ayer, y durmió aquí incluso… cuando le conté que llevabas días intentado dar con ella por algo importante me dijo que iría a verte.
-Pues no lo ha hecho, Charlotte. ¿Qué te contó para explicarte esta repentina ausencia? -Preguntó, sabiendo tan bien como su interlocutora que algo raro ocurría.
-Me dijo que había estado fuera de París por algo de trabajo, que no pudo avisar antes de irse. Dijo, además, que iba a quedarse con Gastón ahora que habían regresado, porque debían seguir a un tipo importante, para a su vez, encontrar a otro o algo así. Si te digo la verdad, no me convenció mucho con tanta vaguedad en la historia. Estaba rara, no quería hablar conmigo mucho, y eso es porque no sabe mentir en absoluto; siempre la pillo. ¿Crees que de veras no está tan liada y me mintió? ¿Es que ha pasado algo entre vosotros para que te evite?
-No, o no al menos tan importante como para llegar a esto, creo -agregó con sinceridad, recordando las palabras de Élise sobre los sentimientos de Lucía por él. Enseguida cambió de tercio, aparcando el tema espinoso-. Igualmente voy a averiguar qué le pasa, y a contarle la nueva pista que tenemos; le dará esperanza para seguir con el tema de los papeles. Gracias por todo, Charlotte, si averiguaras algo más házmelo saber, por favor.
-Descuida, así lo haré. Espero que Lucía no esté metida en problemas.
-No, claro que no; no es de esas. Me enteraré de lo que pasa.
La mujer le devolvió la sonrisa tranquilizadora, para después verlo salir raudo del local, y no pudo evitar que el gesto de su rostro cambiara de nuevo, de forma inconsciente. Tenía un mal presentimiento con lo poco que sabía de la situación de la española, y esperaba con fuerzas que aquello que pensaba no estuviera ocurriendo.
Arno puso rumbo al instante hacia su nuevo objetivo, apresurándose en el camino hacia uno de los barrios colindantes al suyo propio, donde uno de los asesinos de la hermandad residía. Aquel hombre era de los pocos que no lo había contemplado con aquellos ojos recelosos del resto, incluso no había votado en su expulsión, así que era perfecto para obtener información con presionar un poco y sin tener problemas; era racional y empático.
El francés aceleró el ritmo cuando la lluvia comenzó a caer con intensidad, corriendo finalmente por las calles de París, a cada instante más desiertas, hasta llegar al lugar indicado.
Tras una breve inspección visual, y hacer algo de memoria, Arno recordó cuál era la puerta a la que debía acudir. Antes de llamar pudo escuchar sonido al otro lado, el cuál cesó en el momento en el que sus nudillos tocaron la madera desgastada.
El asesino que abrió del otro lado cambió su expresión al instante, fijando sus ojos oscuros en los de Arno, quien se adelantó a hablar.
-Antoine, por favor. Necesito hablar contigo, sólo tú vas a ayudarme, no eres como el resto.
-Dorian… no puedo meterme en líos con la orden. -Murmuró el joven, algo más mayor que Arno, echando un vistazo rápido a su hijo pequeño en el interior de la sala.
-Te prometo que no tiene que ver con eso, en serio. Es sobre Lucía. Seré breve.
El hombre de cabello corto oscuro se pasó la mano por la nuca, y suspirando lo dejó pasar al interior, comentándole a su compañero que debía seguir trabajando mientras hablaban. Además de servir a la orden, Antoine era carpintero.
Tras conseguir que el infante volviera a entretenerse con un juguete de madera, el padre retornó al escritorio en el cual trabajaba en mitad de aquella sala semi vacía.
-Bueno, Dorian; ¿qué es lo que pasa con la española? Hace días que no la veo, ya te lo adelanto.
-¿Ha estado de misión fuera de la ciudad con Leroux? -Ante el silencio comprometido de su compañero, intervino con súplica en el tono. -Antoine, esto no tiene nada que ver con la orden; necesito encontrarla y no lo consigo, es importante. Creo que podría tener problemas.
-Sé que ha estado con Leroux este tiempo, trabajando y eso, pero no se han ido a ningún lado. Las misiones ahora mismo son encontrar a ciertos personajes, y vigilar a Germain hasta que vuelva Trenet de Marsella. Los templarios planean algo gordo.
-¿No has visto a Lucía por el escondite en estos días? Estoy intentando saber por dónde aparecer para pillarla con más probabilidad de éxito. -Agregó tras un breve silencio, al descubrir la mentira de la rubia a Charlotte. Antoine dejó de lijar una de las piezas de madera para mirarle al hablar.
-No ha ido por allí desde que te expulsaron, y si te digo lo que pienso de verdad, creo que es por Leroux. La controla mucho. Ya sabes que no le gusta que no se haga lo que él quiere.
-Gracias, Antoine; ya tengo lo que necesitaba saber.
-¿De verdad? ¿va todo bien, Arno? -Agregó sorprendido, viendo al francés dirigirse a la puerta, pero este no respondió más que un nuevo y seco gracias, antes de salir de la casa.
Al menos algo de lo que Lucía había dicho era verdad; estaba con Gastón en su casa, era evidente, así que no había otra manera de verla que yendo al lugar y encontrarla sola en algún momento. Toda aquella historia estaba tornándose extraña, y el hombre no podía evitar que un leve deje de ira se inflamara en su interior. No se fiaba en absoluto de lo que pudiera estar tramando Leroux.
No obstante, el asesino tuvo que templarse ante la idea de tener que esperar el momento propicio, poniéndose en marcha desde aquel preciso instante para vigilar a su desagradable compañero y encontrar su momento para poner las cosas en claro con Lucía.
-Mierda.
El susurro de Arno salió con desgana, mientras observaba como Gastón y Lucía se metían en casa del hombre. Había estado buena parte de la tarde siguiéndolos después de haber dado con ellos, al fin, en lo que parecía el trabajo de seguimiento de un hombre al que Dorian no conocía.
Con abatimiento, se sentó en el tejado desde el que observaba, suspirando ante el pensamiento de que ya no podría ver a la joven a solas, puesto que empezaba a oscurecer y seguramente no saldrían más. No obstante, tras un rato transcurrido, su semblante cambió al ver que la puerta de la casa volvía a abrirse.
Gastón salió del lugar, encapuchándose al instante y alejándose de allí en soledad, ante la sorprendida mirada de Arno. Sin perder tiempo, cuando fue seguro, el hombre bajó de los tejados hasta llegar ante la puerta, al abrigo de la penumbra.
Pudo escuchar tras llamar, como la chica avanzaba muy despacio para tratar de no hacer ruido, asomándose levemente por una de las ventanas. Arno la vio, y entonces alzó la voz para que lo oyera.
-Leroux se ha ido. Ábreme, por favor.
El castaño retrocedió un paso cuando escuchó que la rubia abría la puerta tras unos instantes. Contempló en su rostro una leve sonrisa rígida mientras trataba de sonar despreocupada.
-Arno, hola. ¿Qué haces aquí?
-Intentar que dejes de evitarme, Lucía. He hablado con Charlotte, ¿por qué no me has buscado? -Preguntó con seriedad, escudriñando sus facciones, incapaces de disfrazar su tensión, la cual no entendía.
-Lo siento mucho, iba a hacerlo, pero se me fue de la cabeza… he estado muy ocupada trabajando con Gastón. ¿No te dijo Charlotte que no estuve por aquí?
-Sí, lo hizo; pero sé que es mentira, por eso digo lo de que me evitas.
-Claro que no… -Susurró, ocultando su vergüenza mientras bajaba la vista, pero Dorian se adelantó de forma efusiva.
-Es evidente; sabías que te buscaba por algo importante, y aún así te ha dado igual. ¿Qué es lo que pasa, Lucía?
-Yo también estoy confundida, Arno. -Soltó tras no pensarlo mucho, fijando sus ojos claros en los de él. -Me he alejado de ti por eso, ¿vale? Estoy con Gastón, y no quiero que las cosas se compliquen.
-¿Él te ha dicho algo?
-No. Lo he decidido yo, así que te pido que lo respetes. ¿Qué es lo que ha pasado? -Cambió de tema, poniéndose seria, evitando seguir contemplando el rostro lleno de incomprensión del francés. Él inspiró discretamente antes de hablar, resignado ante aquello que no le sonaba muy veraz.
-Hemos descubierto un hilo del que tirar con el asunto François. ¿Recuerdas esas palabras sin sentido? Están escritas al revés: André, Manet, Poissy. Debe ser alguien importante para estar ahí de ese modo, quizá incluso sepa algo de lo que contenían los papeles; es el que faltaba del viaje de hace 20 años, eran 4 de verdad, contando con François. Élise y yo vamos a ir a Poissy a buscarlo, ¿vienes con nosotros?
-No es buena idea, tengo que estar aquí por trabajo. -Agregó tras un breve silencio, con un hilo de voz.
-Viniste aquí para resolver el asesinato de tu madre. Me dijiste hace unos días al conocer que François era tu padre que no ibas a dejarlo estar, que llegarías al final de este asunto ¿y ahora que hay de qué tirar ni siquiera investigas? Por qué intentas engañarme diciendo que no pasa nada. La otra noche cuando hablamos me dijiste que todo estaba bien entre nosotros.
-Sí, y es verdad, pero prefiero alejarme un tiempo para asegurarme, Arno. Déjalo. Tú y Élise sois más que suficientes para investigar a ese hombre, cuantos menos, mejor; ya me contaréis lo que habéis descubierto y entonces os ayudaré. Márchate, por favor.
El francés no fue capaz de articular palabra ante la sorpresa de su actitud y palabras. Ante aquella situación extraña e incomprensible, decidió cejar en su intento de conocer la verdad oculta, y dejó que la chica cerrara la puerta tras aceptar su rendición, con una agridulce sensación en su interior.
