Capítulo 32

Élise se levantó al escuchar que llamaban a la puerta del deteriorado palacete, abandonando los libros y cartas que releía, encontrando al otro lado a Arno, a quien esperaba. Lo dejó pasar mientras se saludaban escuetamente y el asesino hablaba, yendo al grano.

-¿Has podido conseguir algo finalmente?

-Bueno, no mucho. Escribí a Weatherall el mismo día que descubrimos que el nombre estaba al revés, y en su contestación me ha dicho que no recuerda a nadie cercano a mi padre con ese apellido, ni siquiera el nombre. Investigaría, no obstante. Lo que sí me ha dicho es que puede ayudarnos a pasar desapercibidos en Poissy mientras estemos allí. Uno de sus hermanos tiene una pequeña granja a las afueras de la ciudad; dice que si le pide que nos acoja unos días, lo hará, aunque no se lleven mucho.

-Bueno, algo es algo; al menos tendremos dónde meternos sin llamar mucho la atención. Respondámosle ahora, no perdamos más tiempo. -Agregó mientras señalaba al escritorio, haciendo que Élise respondiera rauda, haciéndole sonreír levemente.

-Ya lo hice diciéndole que sí. Sabía que te parecería bien. Ayer justo llegó su respuesta con la dirección del lugar, así que podemos salir esta misma noche. Nocturnidad y alevosía, justo en nuestro estilo preferido. ¿Ya lo sabe Lucía?

-Sí -respondió tras una leve inspiración, añadiendo el resto tras un silencio breve, pensando en qué vendría después-, pero no va a venir.

-¿Cómo? Tras una pista tan importante, ¿por qué? Parecía muy interesada en seguir con el tema, lo dijo.

-Ya, pero dice que tiene mucho trabajo aquí y no puede irse.

La pelirroja escudriñó de forma discreta el rostro del francés, ahora más serio y pensativo. Sabía que algo no iba bien, pero le extrañaba que pudiera ser entre ambos. Sin sentir pudor, la mujer se lanzó a indagar.

-Arno, cuéntame qué pasa en realidad; es evidente que algo no marcha bien solo con ver la cara que has puesto. ¿Os habéis peleado o algo así?

Él suspiró tras unos instantes, pensando antes de sincerarse y sentarse junto a la pelirroja en un sofá cercano de la amplia estancia.

-No tengo ni idea de qué pasa, pero ella rehúye de mí desde la última vez que nos vimos. A pesar de que me dijo que todo estaba bien entre nosotros, ahora dice que está confusa y prefiere poner distancia de por medio.

-Arno, ya te lo dije; está enamorada de ti, y sé que en tu interior lo sabes, aunque trates de fingir que no, sea cual sea el motivo. No debería sorprenderte esta situación, y encima estar viéndonos juntos debe ser difícil para ella.

-Claro que lo entiendo, y es normal; pero hay cosas que no lo son, Élise, por eso estoy así. -Agregó raudo, mirándola a los ojos, clamando ayuda. -¿Por qué no dice la verdad? Sí, entiendo que le dé vergüenza y se sienta idiota por lo que teníamos tú y yo, y eso. ¿Y por qué está con Gastón?

-Intenta olvidarte, supongo. Si otro le da cariño, quizás sea capaz de dejar de quererte, pensará…

-El problema es que no creo que ese hombre le dé nada. No sólo lo pienso yo. Tengo un mal presentimiento con eso, creo que él la está utilizando para pasarlo bien y se está aprovechando de ella; puede que incluso que la esté tratando mal, y me siento culpable en parte si eso es así.

-Podríamos averiguarlo. Recuerdo lo que me has contado de ese tipo, podrías tener razón. Puede que Lucía esté cometiendo un error serio si se abandona con alguien como él.

-Lo sé, y no puedo dejar de pensarlo; pero ella me ha dicho que la deje en paz. Es adulta, e inteligente, por eso también me choca creer que eso tan extremo pueda pasar.

-No me parece tan descabellado según en qué circunstancias -murmuró la joven mientras meditaba sobre la española y lo poco que sabía-. No hay por qué intervenir directamente. Con vigilarlos valdrá para saber qué pasa realmente; todos ganan de ese modo. Tú no te metes en su vida, pero si estuviera en problemas podrías ayudar.

-Sí, es buena idea. No puedo quedarme tranquilo si no descubro que de verdad todo va bien.

-Genial, pues en cuanto volvamos de Poissy ya tienes una misión tras un poco de reflexión para ambos. ¿Nos ponemos a organizar el viaje para esta noche? -Agregó con voz suave, sonriéndole levemente.

-Claro, no perdamos tiempo. Gracias, Élise.

La pelirroja sonrió de nuevo, esta vez con ternura, acariciando la espalda del hombre con un gesto de camaradería antes de que ambos se pusieran en pie para trabajar.


Lucía despertó al escuchar que llamaban a la puerta de su cuarto en el Café Teatro, recordando que se había quedado dormida tras el baño, al llegar de una tarde de espionaje para la hermandad.

La paz que sentía se disolvió al instante al hallar al otro lado a Gastón, como de costumbre, con una faz seria de mandíbula apretada, y ojos encendidos por aquella chispa oculta de ira, que ya siempre estaba presente.

La rubia tuvo que hacer un gran esfuerzo porque su rostro no reflejara la desazón de volver a verlo, después de unos días por fin cada uno en su casa, sin prácticamente verse ni en el trabajo, todo gracias a que el francés sabía de la lejanía de Arno. El hombre había cedido a que se alejara a tener algo de privacidad ante la noticia, lo cual había recibido la española como una bendición. Rezaba porque aquello no estuviera a punto de romperse.

Tras hacerse a un lado en silencio, él pasó dentro con velocidad, girando sobre sus talones para encararla nuevamente sin palabras. Lucía habló la primera, sintiendo que el miedo hacía latir frenético su corazón.

-¿Qué ha pasado? Creía que habíamos quedado mañana para la misión…

-Lo que ha pasado es que he sabido algo que no contaste en su momento -la interrumpió, clavando sus ojos en los de ella, acercándose unos pasos más antes de seguir con un murmullo amenazante. -Arno estuvo en mi casa y te dijo que se iba. Le viste, y mentiste diciendo que te abordó por la calle. ¿Pensabas que no iba a saberlo? ¡¿Aún no entiendes cómo funciona esto?!

Ante el grito del asesino, Lucía se forzó a susurrar excusas, pero él la agarró del cuello al instante, empotrándola contra la pared más cercana. Ante sus amenazas, la rubia habló como pudo, intentando rebajar la presión en su cuello contra las manos de Gastón.

-Deja que te explique las cosas, por favor. No ha pasado nada, y yo no le busqué. No quería que pensaras nada y pudieras ir a por él por ir a buscarme a tu casa a hurtadillas; por favor, escúchame.

-Habla. -Soltó con sequedad, soltándola. No obstante, quedó igual de cerca de ella, reteniéndola contra la pared.

-Como le evitaba, buscó la forma de poder verme a solas, porque han descubierto algo en ese diario de François. En él había tres palabras escritas al revés; André Manet y Poissy. Él y Élise fueron para allá. Arno me lo dijo para que fuera con ellos, pero le dije que no y que me dejara en paz, ya está. Te lo juro, Gastón. Estoy aquí y él no, ya has visto que te tomo en serio.

Leroux pensó unos instantes, y finalmente se alejó de ella. Lucía aprovechó que estaba de espaldas para suspirar con alivio, tensándose cuando él habló de nuevo.

-¿Quién se supone que es, o podría ser ese Manet?

-Creen que es el cuarto hombre que fue al viaje de España, quizás incluso relacionado con algo de los papeles. -Susurró, entre el miedo y la extrañeza. Ante la respuesta del hombre, solo hubo espacio en la mente de la joven para la sorpresa.

-Eso no puede ser. No sé quién será ese tipo, pero te puedo asegurar que no es el que falta; Se llamaba Jean Jacques Perriand, y lo asesinaron poco antes que Contamine por lo mismo. El tipo era oriundo de Marsella, y vivió sólo unos años en París hasta que lo mataron. No era alguien popular, creo que ni siquiera muy importante en el Temple, lo cual explicaría que tus amigos, a pesar de ser nefastos investigadores, no lo conocieran. Deberías empezar investigando a ese tipo, querida, creo que te sería más fructífero. Te veré mañana como acordamos; solo venía a darte tu castigo, pero a la vista de lo que me cuentas, no será necesario. También puedo ser compasivo, Lucía; todo depende de ti, ¿lo ves?

Tras una sonrisa socarrona, el asesino salió del cuarto finalmente, dejando la estancia envuelta en un absoluto silencio que fue roto por un profundo suspiro.

La rubia se dejó caer en la cama, llevándose las manos al rostro para frotarse, aún pensando en lo que había dicho Gastón. Todo aquello era muy extraño y confuso. ¿Quién sería ese André Manet entonces para estar en ese papel, oculto durante años por De La Serre?

Aprovecharía aquel momento en el cual estaba sola en la ciudad para averiguar más sobre aquel Jean Jacques Perriand, rogando interiormente porque aquella vez su investigación no volviese a un punto muerto, ante la casi seguridad de que Arno y Élise no descubrieran nada en Poissy.