Capítulo 34

Arno alzó la vista del libro que leía cuando llamaron a la puerta. Se extrañó por ser casi medianoche, con lo que se acercó a abrir tras guardar la pistola a su espalda.

-Élise. -Susurró sorprendido al ver a la joven al otro lado, invitándola a pasar, acto seguido. -¿Pasa algo? ¿Hay novedades?

-Sí, eso mismo; aunque no en relación con lo de Poissy, al menos que sepamos hasta ahora. Lucía vino a verme anoche y me contó que los asesinos en Marsella descubrieron algo. Un hombre que fue al viaje y era amigo de mi padre fingió su asesinato después de aquello. Se llama Jean Jacques Perriand, y huyó a Marsella, pero se fue de allí al tiempo y nada más se supo de él. Otro hilo del que tirar. He estado toda la tarde mandando cartas y visitando gente que pudiera hablarme de ese hombre, pero aún no tengo respuestas.

La pelirroja contempló que el asesino parecía sorprendido y confuso tras asimilar la información, hasta que finalmente habló, sin sorprenderla en absoluto.

-¿Lucía fue directamente a ti? Está rompiendo las reglas al contarte esa información.

-Sí, lo sé. A mí también me chocó, e incluso le pregunté por ello, y es justo lo que te dije, Arno. Está enamorada de ti y se siente ridícula porque piensa que no vas a dejar de quererme de ese modo.

-¿Te dijo eso? -Agregó con un murmullo, haciendo que la chica interviniera con exasperación.

-¡No, pero no hace falta! Sus palabras exactas fueron que necesitaba alejarse un poco porque tenía sentimientos confusos por ti. Es evidente lo que está haciendo, y que te quiere, porque también añadió que estaba cansada de sentirse idiota porque tú me quieres a mí. Arno, no sé a qué le temes en este asunto, pero estáis equivocándoos. Y por su modo de actuar, creo más tu teoría sobre ese tal Gastón. Dijo que le había dicho que se alejara de ti.

El asesino suspiró tras unos instantes, y aún dándole vueltas a todo el asunto, se dejó caer en una de las sillas del lugar. Tras llevarse las manos al rostro y frotárselo, habló poco después mientras miraba a la pelirroja.

-No sé qué hacer, Élise. Puede que tengas razón en todo lo que dices, y sí, también en que ella me gusta, pero no quiero hacerle daño. Me ha dicho que la deje en paz, parece que ha tomado una decisión muy en serio respecto a mí. ¿Qué se supone que debo hacer entonces?

-Hablar con ella para que ambos seáis sinceros de verdad, Arno. Si entonces ella dice que quiere alejarse de ti y estar con ese tipo, no habrá más vueltas. Y si por el contrario todo es fruto de su temor por ser un segundo plato, y ese hombre se está aprovechando de ella, podremos ayudarla y vosotros ser felices juntos.

El francés no dijo nada, asimilando aquellas palabras que parecían fáciles en su boca, a la par que impactantes. Era real que ambos habían dejado atrás su antigua relación, viviendo una nueva donde el amor se había transformado. Por un momento se sintió raro, pero enseguida el sentimiento se difuminó.

-Tienes razón. Debo ser franco, y ella conmigo. Trataré de hablar con Lucía, y por si acaso, a espaldas de Gastón.

-Bien, ya me contarás. Cuando tenga respuestas a mis cartas te diré si sé algo de ese tal Perriand. Intenta no meterte en líos investigando.

-Descuida. -Agregó, devolviéndole la misma sonrisa pícara que le había otorgado, despidiéndose de la joven antes de que se marchara.


Élise entró en el antiguo palacete de su familia, cerrando la puerta de la cocina con un suspiro de alivio al haber acabado por fin aquella horrible tarde de trabajo con más inconvenientes que ventajas.

La chica continuó presionando sobre el corte en su brazo mientras ponía agua en un cuenco, recogiendo un trapo limpio para curar su reciente herida, hecha por un grupo de mercenarios que la habían reconocido e intentado atrapar para entregarla al temple. Ahora que sabían que estaba de nuevo en París permanentemente; tendría que marcharse de nuevo.

Además de la pelea, su visita a la hija de un antiguo templario tampoco fue fructífera. Nadie recordaba nada de Perriand, o no tenían constancia de nada importante al menos.

Apartando la frustración del día, la chica se apresuró por vendar la herida tras cortar el trapo limpio, saliendo de la estancia con el candelabro que aún quedaba encendido.

Llegó al amplio salón y depositó el objeto sobre el escritorio del lugar, delante del cual se sentó para escribir. No obstante, mientras preparaba lo necesario vislumbró algo en el suelo, cerca de la entrada principal.

Élise se acercó de nuevo con el candelabro en la mano para disipar la penumbra, encontrando que era una carta que alguien había metido bajo la puerta. Sin pensarlo la tomó y volvió al escritorio, desplegando el papel para proceder a leerlo. Su corazón se aceleró al reconocer por el sello del lacre que era de un conocido de su padre.

"Querida Élise, cuánto me alegro de saber que estás bien. Me pillaste justo a tiempo, puesto que cuando leas esto estaré de viaje hacia Borgoña. Tu carta me hizo pensar mucho en el pasado, y en el futuro que nos amenaza al leer las nuevas que me has contado.

Recuerdo a Jean, también fue amigo mío, al igual que de François, y puedo asegurarte que fue al viaje de España hace 20 años, aunque no sabía nada de que fingió su asesinato y consiguió salir indemne a la traición que ahora pudre nuestra orden. Sin embargo, tengo algo que puede serte muy útil, aunque no tengo detalles. Sé que Perriand tuvo una hija bastarda, pero sin embargo la quería mucho y tenía contacto con ella, aunque en secreto, claro; él estaba casado, pero su mujer no le daba descendencia y acabó por tener una amante de la que surgió esa chiquilla. No sé el nombre de su hija, ni siquiera su aspecto, pero sí que su apellido era Manet, puesto que así ella firmaba las cartas que le mandaba. Ojalá te sirva de ayuda.

Por cierto, también me he enterado de algo más que podría servirte. Parece que hay una asesina extranjera que está siguiéndole la pista a Perriand. Ayer en la reunión que mantuve hablaron de ello, puesto que habló con un tabernero que es sobornado por Germain para contarle todo lo que pueda interesarle. Me temo que ese descubrimiento va a fastidiar bastante; ellos también empezarán a buscar el rastro de Perriand por si pudiera haber ocultado la información de los documentos. Van a matar a esa mujer al anochecer en una emboscada, no sé más detalles, sólo que la siguen y será hoy. Siento no ser de más ayuda.

Contactaré contigo si averiguo algo más. Ten mucho cuidado"

Rápidamente la joven guardó el papel en su bolsillo, para correr sobre sus pasos y volver a recoger sus armas y capa, saliendo veloz del hogar en busca de Arno, preocupada por la suerte de Lucía ante aquella revelación y lo tarde que ya era. Seguro que la joven ya había salido para comenzar su trabajo.

La pelirroja montó en su caballo y galopó sin descanso, llegando ante la casa del asesino. Sujetando las riendas del animal, golpeó con el puño en la madera desgastada. En cuanto la puerta se abrió, las palabras fluyeron veloces, de forma atropellada.

-¡Van a por Lucía, se han enterado de lo que está investigando y han preparado una emboscada para matarla esta noche!

-¿Qué, cómo lo sabes? -Preguntó con confusión Arno, viendo como ella sacaba un papel arrugado del bolsillo que le entregó.

-Es de un viejo amigo de mi padre, aliado de mi causa. Está en el consejo de Germain ocupándose de los contactos con el temple fuera de Francia.

-Mierda… voy a coger mis cosas, espérame.

El asesino le devolvió el papel, corriendo al interior de la casa para buscar sus armas y capa, saliendo enseguida, ya listo.

-¿Dónde vamos a buscarla? -Preguntó Élise, contemplándolo cubrirse mientras caminaba decidido, alejándose.

-Tú ve al Café Teatro y pregunta a la dueña. Busca por la taberna de ese espía. Yo iré directamente a sonsacar la información a alguien a quien iba a ver mañana.

-Pero Arno… ¿¡qué pretendes!?

-Hazme caso, yo me ocupo, Élise. Tú debes tener cuidado también -Alzó la voz mientras se alejaba, dejando a la pelirroja perpleja, hasta que subió en el caballo y partió en la dirección contraria.


Arno corría por las calles cada vez más desiertas ante la llegada de la medianoche, entrando en la Corte de los Milagros, donde como cada día el jolgorio y la decadencia rezumaban por doquier.

Enseguida localizó su objetivo refunfuñando órdenes a sus lacayos rateros para estafar por la ciudad, y sin pensarlo avanzó hacia el rey de los mendigos esquivando gente hasta que estuvo lo suficientemente cerca para que él le viera también.

Arno supo que huiría ante su último encuentro hacía meses, con lo que sacó su arma de fuego y apuntó, alzando la voz con seriedad.

-Ni se te ocurra moverte. Fui misericordioso una vez, pero no habrá dos si intentas algo raro.

El tipo se detuvo, y asustado se giró para encararlo, alzando las manos en señal de rendición.

-Está bien, asesino. Dime qué quieres y lárgate.

-¿Dónde van a emboscar a la asesina española esta noche? ¡Habla! Sé que estás al tanto de todo lo que pasa, porque eres un perro muy servicial con tus amos. Saben que hemos descubierto lo del templario que huyó a Marsella. -Agregó mientras lo agarraba de la pechera con una mano, apretando el cañón del arma contra su mejilla.

-Creo que cerca del cementerio de la catedral. Inventaran una falsa reunión en la cripta como cebo para atraparla allí. Deben de estar a punto de empezar; sería a medianoche.

-Buen perro. -Sentenció Dorian, soltándolo con desprecio.

Acto seguido el francés se puso en marcha, dándose toda la prisa posible ante la hora que era, abandonando su frialdad cuando la preocupación y el miedo se hicieron protagonistas.