Capítulo 35

Lucía llegó al costado de Notre Dame aprovechando la oscuridad de la noche para no ser vista, buscando el lugar por el cual entró con Arno hacía ya tiempo.

La mujer resopló ante la escalada, pero no lo pensó mucho más y se puso a la tarea, consolándose con que al menos no tenía que fingir que era ducha en la acción.

Tras un par de minutos y algún susto por resbalarse con la roca húmeda tras la lluvia de la tarde, la rubia alcanzó la vidriera de la nave lateral que en su día forzó su compañero, pasando a hacer lo mismo hasta conseguir abrirla, sin tanta pericia como él lo hubo hecho. Por su mente, de nuevo, pasaron aquellos pensamientos recurrentes de sentirse intrusa en la orden, pues claramente no era habilidosa como la mayoría de los que entraban en ella.

Obligándose a concentrarse, aparcando toda quimera que su autoestima tocada provocaba, la joven se introdujo en el templo, apareciendo en la tribuna tras cerciorarse de que no había nadie en aquel pasillo.

El lugar parecía desierto, tal y como esperaba a aquellas altas horas donde quedaba cerrado al público, con lo que se dispuso a bajar a la nave central para buscar la entrada a la cripta, recordando que estaba oculta tras una estantería de la sacristía.

La mujer tomó las escaleras para bajar de la zona, sin darse cuenta de que, en realidad, no estaba sola en la iglesia. Aquello cambió en un segundo cuando el estrépito de un disparo inundó la zona y la bala impactó contra su clavícula, derribándola.

El silencio no volvió de nuevo, sino que fue sustituido ante la llegada de varios hombres armados desde la entrada principal y una de las laterales.

Lucía se puso en pie rápidamente, aun agradeciendo al cielo porque sus protecciones hubieran protegido su carne ante el impacto, escondiéndose tras una columna para resguardarse de los nuevos disparos. Tenía que pensar cómo salir de allí ya, pues claramente era una emboscada, en la cual había caído como una idiota sin darse cuenta de nada.

No había tiempo para lamentos, ni siquiera para quedarse quieta en una misma posición, con lo que la española salió corriendo de su cobertura, sacando su arma de fuego y disparando contra el primer enemigo que encontró cerca, metiéndose de nuevo en las escaleras para rehacer sus pasos.

Los pasos raudos de sus captores la seguían de cerca, con lo que no lo pensó dos veces y corrió a alcanzar la vidriera que le dio acceso, pero no contó con encontrar templarios en la tribuna también.

Tras resguardarse de un nuevo disparo, la rubia sacó su espada para enfrentarse contra los dos templarios que corrían hacia ella, agobiada al saber que, en unos instantes, los de la nave llegarían también y no tendría ninguna posibilidad.

Transformando el miedo en adrenalina, Lucía luchó con velocidad, consiguiendo matar pronto a uno de ellos, pero recibiendo un corte abdominal antes de lograr vencer al segundo, al haberse distraído con la entrada de los que corrían subiendo la escalera.

Sin siquiera hacer caso a su corte, la mujer corrió al hueco del ventanal para escabullirse, saltando con todas sus ganas hacia un arbotante cercano, gimiendo de dolor cuando su herida se aplastó contra la piedra.

Se dejó caer al suelo desde el elemento estructural, llegando al pequeño deambulatorio que recorría la zona de las vidrieras por el exterior, buscando una buena zona para bajar al notar que sus fuerzas no iban a concederle piedad en aguantar un descenso complicado.

Nuevos disparos desde las alturas hicieron que se pegara a la pared, comenzando a alejarse mientras otros hombres iban en su busca. No había más formas que bajar por los muros; los templarios estaban en todas las salidas que usaría alguien normal, con lo que se mordió el labio mientras hacía frente a su miedo, pasando a descolgarse por el costado de la construcción que daba al cementerio.

-¡Está aquí, en el cementerio!

El grito de aquel hombre hizo que la rubia se sobresaltara, observando a unos metros al templario cargar su mosquetón, dispuesto a dispararle.

Lucía aprovechó los pocos segundos que aquello le condecía para descender cuanto pudo, concienciándose de la locura que iba a acometer ante la cercanía del tirador, pasando a saltar hacia él cuando ya no pudo apurar más tiempo.

A pesar del impacto, el hombre no perdió la consciencia, y enseguida trató de matar a la rubia agarrándola del cuello, gracias a la ventaja dada por el dolor que la dejó debilitada tras el salto. No obstante, cuando aquel ya reía al comprobar que ganaba la batalla, un disparo atravesó su espalda, haciéndolo caer de lado en el acto.

-¿¡Estás bien!? -Preguntó Arno tras llegar corriendo a la asesina, quien tosía mientras se ponía a cuatro patas sobre la tierra.

-Sí… -Susurró con poca convicción, llevándose la mano al abdomen, la cual se tiñó de carmesí enseguida.

-Venga, tenemos que irnos antes de que vengan todos. Te ayudaré.

La chica se apoyó en él sin decir nada, pero antes de emprender la marcha, nuevos templarios llegaron al lugar. Arno cambió el plan, diciéndole que se ocultara tras las lápidas mientras él se encargaba.

Lucía no tuvo tiempo de decirle que eran demasiados, contemplándolo correr hacia los enemigos, batiéndose con maestría contra el grupo de 4 recién llegado. Debía ayudarlo antes de que pudieran venir más. Con aquel pensamiento en la cabeza la chica se apoyó en el muro y sacó la pólvora, cargando su arma de fuego todo lo veloz que pudo.

Arno tuvo que hacer frente a la nueva tanda de enemigos antes de acabar con los dos últimos de la primera, notando que pronto perdió ventaja y uno lo agarró por la espalda tras que recibiera un puñetazo, pero enseguida se vio liberado cuando Lucía disparó al atacante que lo retenía, volviendo a cargar el arma para seguir ayudándolo.

Cuando la situación volvió a ser favorable, y Lucía acabó por acercarse a luchar al quedarse sin munición, el francés se apresuró al tener oportunidad de huir, tomando a la joven en brazos para correr lejos del lugar, escuchando como los nuevos templarios disparaban en su dirección.

Tras unos minutos de huida, Arno se detuvo al llegar a un barrio pobre de la zona, adentrándose en una casa baja abandonada que los asesinos usaban como escondite en situación de emergencia.

Al adentrarse en el oscuro salón, solo iluminado por la luz lunar que entraba por los agujeros del tejado, dejó a la joven en el suelo, aconsejándole sentarse en una de las sillas del vacío lugar.

Ella obedeció, reprimiendo los quejidos al hacerlo, observando después que el asesino rebuscaba en sus bolsillos y se acercaba.

-Vale, déjame verlo. Te taponaré la herida para que podamos curarte cuando estemos en un lugar seguro. -Comentó acuclillándose frente a ella, mostrándole las vendas.

Lucía alzó su camisa sin decir nada, dejándole trabajar hasta que su curiosidad fue mayor a la incomodidad.

-¿Cómo sabías que estaba en problemas?

-Los templarios han descubierto a quién buscas, así que están al tanto de la posibilidad de que ese Perriand pueda estar vivo y saber de más. Élise me ha puesto al día de todo, y a ella un viejo amigo de su padre. Si no fuera por la carta que avisaba de que iban a por ti, quizás ahora no estaríamos hablando.

-Genial… -Murmuró ante las pésimas noticias, sintiéndose aún más inútil.

Arno terminó de atar las vendas entorno al corte, pasando después a levantarse y hablar de nuevo.

-El hombre de la carta también decía algo que podría ser importante respecto a lo que encontramos en el cuaderno de François. Dijo que Perriand tiene una hija bastarda que ocultaba, pero con la que tenía relación. Ella firmaba las cartas como Manet. Volveremos seguramente a Poissy a seguir esa pista, y quizás así haya suerte.

-Bien, es algo esperanzador al menos, porque aquí nadie sabe nada. -Agregó con dificultad al levantarse de la silla. -Ya me contaréis si descubrís algo, yo tengo que seguir la misión de la orden, ya sabes. Gracias por tu ayuda, Arno.

-Lucía, espera -añadió raudo al ver que pretendía marcharse, sintiéndose nervioso de pronto. –Quiero hablar contigo. No sé qué pasa, por qué huyes de mí de ese modo. Entiendo eso de que te sintieras confusa respecto a tus sentimientos, pero creo que no has sido sincera conmigo, y tampoco contigo misma.

-No tengo que darle explicaciones a nadie sobre mi vida, Arno. Igual el que debería pensar sobre sus propias emociones eres tú. -Soltó con enfado. -Quieres a Élise, lo dejaste muy claro. Yo me confundí, ¿vale? He pasado malos tiempos y he estado muy vulnerable; es normal que creyera sentir cosas por ti cuando has sido tan amable conmigo y yo he estado tan sola, pero eso se terminó. Quiero estar con Gastón y que estemos bien, por eso me alejo de ti, porque no os soportáis.

-Si eso fuera cierto no estarías evitándole constantemente. Todo el mundo se da cuenta, Lucía -Replicó, contagiándose de su enfado y actitud defensiva. Se dio cuenta de que los ojos de la española se tornaban vidriosos, pero continuó diciendo lo que pensaba. -Sé que algo no va bien entre él y tú, y que te ponga condiciones como no verme a mí es algo más que ilustrativo de que esa relación es más que insana. ¿Con qué te está chantajeando? Conozco bien a Leroux; no dejes que te haga daño, sé inteligente, Lucía y sal de ahí.

-No tienes ni idea, Arno. ¡Métete en tus asuntos y déjame!

La rubia contuvo las lágrimas, fingiendo ira para ocultar sus verdaderas emociones, dándose la vuelta para huir del lugar con presteza, pero el francés alzó la voz al instante, siguiéndola.

-¡Di la verdad de una vez, a qué le temes!

Arno formuló la frase mientras agarraba su brazo, cerrando de nuevo la puerta con el libre, a la vez que hacía en un movimiento brusco y veloz para que ella lo mirara, pero todo su enfado y exasperación se esfumó al contemplar la reacción de la asesina.

Lucía apretó su espalda contra la pared en cuanto la giró, pasando a poner sus manos como protección ante el ataque que su cuerpo parecía esperar. Su rostro reflejaba miedo, al igual que su acelerada respiración. Finalmente, no pudo retener más las lágrimas, las cuales comenzaron a recorrer sus mejillas.

-Lo siento mucho, no pretendía…

El susurro suave y avergonzado del francés se perdió cuando ella reaccionó al poco rato, saliendo aprisa de la casa, dejándolo sólo y tremendamente confuso.