Capítulo 36
Lucía terminó de vendar su herida tras haberse bañado, tardando lo que le pareció una eternidad por los dolores que sufría después de lo acontecido la noche anterior. No obstante, su cuerpo no era el único que la torturaba, sino que también su cabeza.
La escena y palabras de Arno resonaban en su mente sin descanso. ¿Cómo ocultar la verdad más tiempo sin que todo se derrumbara? ¿Y si no dejaba el tema y continuaba, haciendo que Gastón se enterara y fuera a por él? Y lo que le parecía más difícil; ¿podría aguantar otra conversación llena de verdades sin revelarle toda la realidad, echándolo todo a perder?
La joven terminó de vestirse tras un amargo suspiro, observando por la ventana como el atardecer se cernía presto sobre la ciudad, cada vez más adelantado ante la proximidad del invierno.
Abandonando el tema, optó por sentarse ante el tocador de su cuarto en el Café Teatro, abriendo el pequeño cuaderno que allí reposaba para leer sus anotaciones sobre las pistas que seguía y tenían hasta el momento del tema templario. Sin embargo, a los pocos minutos tuvo que detenerse ante la llamada de alguien a su puerta.
Instintivamente se tensó, temiéndose saber quién se hallaría al otro lado, sobre todo ante la insistencia que mostró de nuevo al no ser abierto al instante.
Lucía avanzó hacia la puerta tras una mueca de dolor al levantarse, abriendo sin dejarse pensar para recibir a Gastón, quien como de costumbre portaba un rostro serio y duro. Ella ni siquiera preguntó qué hacía por allí, guardando silencio mientras lo dejaba pasar, cerrando la puerta lentamente. En cuanto lo escuchó, supo que había bebido.
-¿Qué pasó anoche? Se supone que ibas a venir esta mañana para preparar la misión de mañana.
-Me tendieron una trampa en la catedral y necesité un médico. Los templarios saben en qué ando; me lo dijo Élise De La Serre mediante uno de sus informadores cercanos a Germain. -Comentó sin energía, vislumbrando que su rostro no se relajaba, lo que no vaticinaba nada bueno.
Casi no le dio tiempo a reaccionar cuando el asesino explotó, sintiéndose engañado con lo que sabía, acercándose abruptamente para agarrarla del cuello y empujarla hasta estamparla contra la pared.
-¡Di toda la verdad! ¡Sé que estuviste con Arno, maldita sea! Y sé que estuvisteis en una de las casas francas de la orden. Me estás desobedeciendo, Lucía… no tenía claro si podía fiarme de ti, así que he tenido a alguien vigilándote para confirmar que, además de estúpida, eres una puta.
La rubia trató de aflojar el agarre de sus manos entorno a su cuello, hablando como pudo en aquella circunstancia, aun manteniendo la cara del francés muy cerca.
-Él apareció sin más; no sé cómo supo que estaba allí, pero lo hizo y fue a salvarme de la emboscada. Te juro que no hice nada. Me marché en cuanto pude, de verdad.
-¿Por qué iba a creerte? Él te gusta y eres débil, Lucía.
Ella ahogó un gemido cuando el hombre golpeó su cabeza contra la pared, apretando más su cuello. Tenía que ser hábil en sus palabras; debía convencerlo como fuera.
-Si me han vigilado todo este tiempo sabrás que hago lo que me pides y nunca he ido a verlo. Le he dicho que no me busque, Gastón. Sabes realmente que te obedezco y haré lo que me pidas. Puedes fiarte de mí porque tenemos un trato, por favor. Si tú no cumples tu palabra y me das algo de cancha, esto no podrá ir bien para nadie, ni siquiera para ti; siempre desconfiando, pensando qué pasará y qué no… soy tuya solamente, deja que te lo demuestre.
-Solo mía… -murmuró él, relajando el agarre sobre la mujer- yo dejo vivir a Arno y tú solo serás mía.
-Sí, eso es. Arno me da igual. Solos tú y yo, por eso tienes que dejar de hacer todo esto, no es necesario.
-Lo siento… Te quiero, te quiero, Lucía. No soporto que puedas pensar en nadie más, tienes que entenderlo. -Murmuró mientras pasaba a enmarcar el rostro de la joven entre sus manos, haciéndola suspirar de alivio.
La española no dijo nada, simplemente dejó que él siguiera con su retahíla, pasando a besarla por el cuello hasta llegar a sus labios, no tardando en aumentar la pasión y tratar de desnudarla.
Como cada vez, Lucía dejó la mente en blanco para soportar el sexo con él, sabiendo que encima tendría que añadirle en aquella ocasión horribles dolores en sus frescas heridas. Sin embargo, el dolor en su alma era más fuerte esa vez, recordando las palabras de Arno pidiéndole ser valiente, y no pudo evitar que las lágrimas cayeran de sus ojos.
Aquello no estaba bien, y Lucía lo sabía con total certeza, pero no podía dejar de sentirse culpable tras haber sido tan desagradecida con Arno, cuando encima la había salvado.
Habían pasado 3 días desde el incidente en aquella casa abandonada, y ante el conocimiento por Élise de que al día siguiente volvían a irse a Poissy, se decidió a dar el paso y tratar de al menos, dejar de pensar todo el rato en ello.
Se había cerciorado de que Gastón había dejado de ordenar seguirla en aquellos días, en los cuales había estado casi todo el tiempo con él, en su casa durmiendo incluso, esperando que se calmara y su plan diera frutos. Ahora era su momento.
La rubia llegó ante la puerta del asesino cuando el sol se había ocultado ya hacía horas, y las calles estaban desiertas. Tomó aire para tranquilizar su fuero interno y llamó, escuchando poco después los pasos del hombre acercarse, lo cual activó aún más el latir de su corazón.
En cuanto Dorian abrió la puerta mudó su rostro serio a una mueca de sorpresa total. Lucía luchó con todas sus fuerzas por parecer natural, y no tan nerviosa como se sentía. Su voz se alzó con un leve tembleque.
-Hola, ¿podemos hablar un momento?
-Claro, pasa.
Ella dio las gracias mientras se adentraba en el salón, contemplando que el hombre había estado bebiendo, aunque no parecía estar afectado por el alcohol.
Arno la invitó a sentarse, lo que la devolvió a la tierra, pero la joven rechazó la oferta. Pasó a ir directa al grano para tratar de acabar cuanto antes con aquella dura tarea.
-Te debo una disculpa por haber sido tan ingrata el otro día. Me salvaste, y apenas te lo agradecí. Siento estar siendo tan idiota últimamente contigo, Arno. Te debo mucho.
-No pasa nada, tranquila. Sé cómo eres, por eso todo me resulta tan raro. Sólo quiero saber si estás bien o puedo ayudarte. El otro día me preocupó tu reacción.
La chica desvió la mirada un instante, tomando una profunda exhalación antes de hablar.
-Sé que te debo una explicación, y lo siento mucho, Arno… pero créeme que es mejor así, ¿vale? Yo estoy bien.
El francés sostuvo su mirada, escudriñando su rostro en busca de la verdad, que para nada era lo que sus palabras decían. Pronto se fijó en las marcas de su cuello, pareciéndole extraño que aquello hubiera ocurrido en la pelea de la catedral. Cuando la española rompió el incómodo silencio para anunciar que se iba ya, él intervino enseguida. No podía callarse, no soportaba mirar para otro lado ante aquellos malos presentimientos y la lóbrega apariencia de la joven, imbuida en la tristeza.
-Quiero respetar tus decisiones, en serio, tu vida es tuya y todo eso; pero es evidente que no estás bien, Lucía. Cuéntame qué te pasa, por favor. Odio verte así, estás diferente.
-No puedo, Arno. No insistas, por favor. -Susurró al perder la compostura, sintiendo que sus ojos se anegaban en lágrimas
-¿Y cómo puedo yo dejarte así? Ya simplemente con lo de la otra noche me he sentido fatal. Sea lo que sea tiene que haber una solución.
-Tengo que irme.
La joven zanjó el tema al ver que se tornaba complicado, avanzando hacia la puerta con presteza. Sin embargo, Arno se apresuró a detenerla, aunque esta vez agarrándola con suavidad del brazo.
El asesino miró sus ojos claros desde aquella corta distancia, y sin soltar su brazo todavía, limpió una lágrima de la mejilla de la española mientras hablaba.
-Sé que es todo por Leroux. ¿Él te ha hecho esto? -Preguntó con seriedad, posando levemente sus dedos en la mancha oscura del cuello.
-Esto es más complicado de lo que crees, pero es lo mejor. -Murmuró sin alzar la vista, pero él elevó su mentón al hablar de nuevo.
-¿Lo mejor para quién? Tú mereces algo mucho mejor que ese cretino. Nada debe ser más importante que tu propia felicidad.
-Está obsesionado, y si me alejo de él hará daño a alguien. Deja que me vaya, por favor. -Suplicó, tratando de soltarse de su agarre. El hombre entonces sujetó sus manos, haciendo que lo mirara de nuevo.
-Te está haciendo daño a ti, Lucía. Podemos juntos acabar con todo su chantaje, sea lo que sea. Quiero ayudarte. Me importas, y más de lo que piensas.
Ambos quedaron en silencio, observándose con una diafanidad que hizo que sus corazones latieran más rápido. Ella estaba nerviosa, pero a pesar de esas palabras, anclada a la dura realidad. Sin embargo, Arno se acercaba a otro pensamiento opuesto que cada vez le era más difícil negar.
El asesino volvió a llevar una mano al rostro de la rubia, acariciándolo suavemente. Fueron cuestión de segundos lo que tardó en acercar su rostro hasta besarla en los labios, haciendo que ella quedara quieta por unos instantes.
Lucía le correspondió tras sucumbir a la tentación, olvidando los remordimientos que hacían eco dentro de su cabeza. Aquello consiguió que Dorian intensificara el beso, a la vez que la abrazaba de la cintura.
Al separarse lentamente la mirada de ambos se cruzó de nuevo, pero cuando parecía que el francés iba a decir algo, Lucía se giró sin decir nada, abandonando la casa enseguida.
