Capítulo 39
Lucía terminó de vestirse, dispuesta a salir de su cuarto tras tantos días allí metida, aunque fuera por las estancias del Café Teatro y no solo en su habitación, pero el día había llegado.
Se detuvo frente a la puerta, sujetando el pomo mientras su respiración se aceleraba. Tenía miedo, y por mucho que tratara de obviarlo para hacerlo desaparecer, no funcionaba.
Sabía que en aquella reunión de la hermandad estaría Gastón, y en esa ocasión, ni Charlotte ni nadie podría impedir que acudiera a ella. No sabía a qué iba a enfrentarse, lo que aún la aterrorizaba más.
Sin anclarse en el bucle de su cabeza, la joven abrió la puerta y se lanzó al pasillo, bajando las escaleras con una fingida seguridad que se tambaleó cuando Charlotte salió a su encuentro, abandonando la tumultuosa estancia principal del edificio.
-¿Ya te vas? ¿Te encuentras bien?
-Sí, no puedo ir en caballo, así que necesito tiempo. Me tira un poco, ya sabes, pero estoy bien, Charlotte. Gracias. -Agregó con una leve sonrisa que la mayor respondió.
-¿No necesitas nada? Sabes que Èmile puede acompañarte…
-De verdad que no hace falta. Tengo que hacer esto sola, Charlotte. -Dijo con solemnidad.
La castaña asintió ante su respuesta, viéndola después partir con decisión y la velocidad que su estado le permitía. Charlotte suspiró al estar sola, consolándose al pensar que Arno estaría allí para cuidar de ella.
A cada metro avanzado, el latido del corazón de Lucía se hacía más veloz ante la inminente llegada a la capilla gótica a orillas del río. Luchando contra el agarrotamiento de sus músculos y el dolor de sus costillas, la joven se concentró en respirar profundamente mientras caminaba. Pronto comenzó a vislumbrar la entrada oculta al lateral, y varias personas llegando al lugar.
Respiró con alivio al no reconocer a Gastón entre los asesinos que entraban, pero a pesar de eso, no pudo deshacerse del miedo. La alerta estaba a niveles estratosféricos en su interior. No había vuelta atrás, así que debía ser fuerte.
Repitiéndose aquel mantra alcanzó la puerta del escondite, sintiendo al introducirse en el largo pasillo un leve y lejano murmullo de sus compañeros. La sala de reunión debía estar ya casi al completo, puesto que la hora del comienzo casi había llegado.
Caminó despacio por el pasillo, saludando con un gesto de cabeza a los que la rebasaron, hasta que se alarmó cuando alguien la sujetó de un brazo con fuerza.
Leroux la introdujo en una de las salas anexas al pasillo, empujándola contra la pared sin ningún cuidado. La rubia enseguida trató de defenderse, haciendo que el hombre la golpeara en la cara antes de cogerla del cuello para inmovilizarla.
-Por fin te dignas a salir de tu ratonera ¿Acaso creías que ibas a poder esconderte de mí? No dejaré que te burles de mí, ¡me oyes! -Murmuró, tratando de no gritar, apretando más el cuello femenino.
Gastón continuó amenazando a la rubia, clamando venganza mientras ella luchaba contra su fuerza, sintiendo que el dolor de su costado la destrozaba. Aquello se manifestó en lágrimas que se teñían con el miedo, el cual crecía aceleradamente. No obstante, aquello cambió en un segundo.
Arno entró en el cuarto a toda velocidad, abalanzándose sobre Leroux, ipso facto, tras darle un puñetazo en la cara y apartarlo de la chica. Rápidamente Lucía trató de detenerlos, gritando al ver que era incapaz de hacer nada para acabar con aquella brutal pelea entre ambos.
Dorian fue quien obtuvo la ventaja al haber cogido por sorpresa a su adversario, pasando a estamparlo contra la pared al tenerlo dominado.
-Ya te estás largando de aquí, Leroux. No vuelvas a acercarte a ella, ¡te queda claro, bastardo! ¡Porque si vuelves a tocarla te mataré!
Tras la fría amenaza de Arno, el asesino rio entre dientes, haciendo que el filo de la hoja oculta que amenazaba su cuello fuera apretada más contra él.
-¿Qué es eso, Arno? ¿Una amenaza?
-No; es una promesa, y te aseguro que tengo muchas ganas de cumplirla.
-Igual te sorprendes viendo que el que acaba muerto eres tú ¡porque pienso matarte!
Gastón gritó mientras desataba su furia y le daba un cabezazo al asesino, apartando el brazo de su cuello a la vez. Sin embargo, Arno se repuso velozmente y volvieron a enmarañarse en una marea de puñetazos, hasta que varios compañeros entraron en la pequeña sala.
-¡Estás muerto, Dorian! ¡Y tú, puta mentirosa! -Gritó colérico Leroux mientras dos hombres se lo llevaban, y el resto quedaba en el pasillo, murmurando.
Arno entonces se centró en la española, quien apoyada contra la pared respiraba de forma acelerada, llorando en silencio. El asesino se acercó despacio, alzando la voz con levedad y tacto.
-Lucía, ¿estás bien? Déjame ver si está rota. -Agregó dulcemente, agarrando su mentón para poder observar su nariz sangrante. -Vale, está bien. Lucía; háblame, por favor. Qué necesitas.
La joven fue incapaz de hablar, atropellada por lo acontecido. Ahora Arno sabría la verdad, y Leroux no pararía hasta acabar con ambos. Todo se había ido al traste, y con ello sobrevino una oleada de ansiedad que intensificó su llanto ante la preocupada mirada del francés.
Sin decir nada la chica salió corriendo de allí, dejando sólo al hombre en la estancia, contemplando su huida con el corazón encogido. Pero no pudo correr tras ella ante la llegada de Quemar, quién parecía más que enfadado.
-¡¿Qué diablos está pasando aquí?! Arno, no es muy buena señal que precisamente hoy comiences en líos…
-Se lo explicaré todo, maestro. Es un asunto serio.
-Muy bien, pues acompáñame al despacho de arriba. Decidles a todos que la reunión se atrasará media hora. -Comentó a uno de los asesinos allí presentes, quien asintió para después ponerse en marcha velozmente.
Arno corrió para salir del escondite de la hermandad asesina al finalizar la reunión grupal, y que volvieran a aceptarlo en la orden de nuevo. Quemar había mantenido el secreto de la nueva información, tal y como le había dicho, pero nada de eso podía importarle ahora.
El hombre mantuvo su veloz carrera hacia el Café Teatro, llegando a la sala repleta de gente, la cual aún bebía alegremente y bailaba al son de la música que se tocaba en el pequeño escenario. Arno se acercó a la barra abriéndose hueco entre la multitud al divisar a Charlotte, quien al verlo delegó sus actividades para acudir a su encuentro, hablando en primer lugar.
-¿Qué ha pasado, Arno? Lucía ha vuelto muy pronto y se ha encerrado en su habitación.
-¿Está allí entonces?
-Sí, pero no quiere hablar con nadie. Ni siquiera a mí me ha abierto. No creo que lo haga contigo.
-Entraré por la ventana, tengo que hablar con ella. -Comentó al instante, volviendo tras sus pasos, mientras la mujer alzaba la voz para pedirle respuestas sobre lo ocurrido, pero la ignoró.
Rodeando el edificio llegó bajo las ventanas de las habitaciones donde se hallaba la de Lucía, vislumbrando un leve resplandor de la lámpara de aceite que tenía prendida.
Sin más dilación, Dorian comenzó a trepar por la fachada lateral, como antaño había hecho muchas veces, alcanzando la ventana correcta. Acuclillado en el alfeizar llamó con los nudillos al cristal. Pronto Lucía apareció al otro lado con cara de sorpresa.
-Por favor, déjame entrar. -Habló el francés, contemplando que ella inspiraba con fuerza, pero cedía finalmente.
La rubia abrió la ventana y se alejó para que el asesino pudiera entrar. Mientras ella le daba la espalda, ocultando su vergüenza y tristeza, él cerró de nuevo para no dejar entrar el frío. Tras un breve silencio, Arno empezó a hablar.
-Primero de todo, siento mucho entrar de esta forma; sé que quieres estar sola y eso, pero no puedo dejarte así después de todo lo sucedido… sabiendo que no estás bien, y desde hace un tiempo.
Ella se dio la vuelta, sorprendida por conocer aquello, pues desconocía qué era exactamente lo que sabía. El hombre volvió a tomar la palabra al ver su rostro, el cual comprobó, seguía húmedo tras su pasado llanto, cesado no debía hacer mucho.
-Charlotte me contó todo lo que sabía cuando regresé de Poissy. Yo tenía mis sospechas, pero desde luego no sabía que todo fuera tan extremo. ¿Por qué no me contaste nada de lo que te hacía, y que tenía que ver con que nos viéramos? ¿Por qué aguantarlo todo tú sola?
Lucía no se atrevió a girarse, escuchando las suaves palabras de Arno, quien tras un silencio le rogó que le contara la verdad sin tapujos. Aquello hizo que finalmente le echara valor, mirándole. Ya no podía remediarse el mal hecho.
-Está bien, te lo contaré.
