Capítulo 40

Lucía inspiró hondo tras sentarse en la cama mientras Arno se quedaba frente a ella, de pie, mirándola con fijeza.

-Aguanté toda esa locura de Gastón porque se ha obsesionado conmigo y me estaba chantajeando, y ahora que todo ha acabado así, el esfuerzo ha sido en vano. No quería que te hiciera daño. Me dijo que si no me alejaba de ti y hacía lo que él quería te iba a matar. He visto de lo que es capaz, y lo bueno que es, Arno. No podía…

La rubia calló cuando las lágrimas fueron más fuertes que ella. Apartó la vista del asesino y se limpió con el dorso de la mano, sintiendo que el joven se sentaba a su lado, despacio.

-No tienes que hacer eso por nadie, tú eres lo primero, Lucía. No tengas miedo por mí, podré defenderme, y a partir de ahora seremos muy cautos y le pararemos los pies. No le tengas más miedo a Gastón, eso le hace crecerse.

-No puedes imaginarte lo sádico y retorcido que llega a ser y a pensar… y con toda la influencia que tiene en tantos lugares…

-Da igual. Va acabar muy mal por ser un cabrón egoísta y sádico, y me voy a encargar de ello, te lo prometo. Tú debes prometerme que vas a luchar por dejar eso atrás, y contarme todo lo que pase a partir de ahora. ¿Por qué no quería que te juntaras conmigo hasta tal punto de pegarte? -Añadió tras un silencio, formulando una pregunta de la que conocía respuesta.

El francés buscó los ojos claros de la chica. Necesitaba oír de su boca aquello que todos parecían saber con certeza, y que ellos dos habían temido decir en voz alta por sus propias quimeras mentales. El corazón del francés se aceleró cuando Lucía habló con voz temblorosa, tratando de contener el llanto.

-Porque sabe que estoy enamorada de ti. Pero él tiene razón en lo que dice -agregó, tratando de recomponerse de su amarga tristeza, sintiéndose idiota-; tú amarás siempre a Élise, y es natural que así sea. No quiero entrometerme entre vosotros, así que, no sé… creo que volveré a España tras ocuparme de Gastón, y dejaré todo atrás para intentar retomar lo que quede de mi vida. Siento haberte metido en esto, Arno.

La última frase de la chica apenas se escuchó, volviendo a sentir que el llanto acudía a ella. No obstante, él ignoró aquella disculpa para lanzar una pregunta que casi estaba haciéndose a sí mismo.

-¿Crees que se puede amar a dos personas a la vez?

-No lo sé; sólo te he amado a ti.

El asesino giró su rostro para buscar la mirada de Lucía, quien se atrevió a centrarse en sus ojos tras aquella directa confesión. De nuevo su corazón se desbocó, pero siguió su instinto y sentimientos con total sinceridad, hablando de nuevo sin dejar de mirarla.

-Empiezo a pensar que sí, porque te quiero, Lucía. Y déjame decirte que lo de Élise no es ya como piensas; el pasado quedó atrás en ese aspecto. No puedo dejar de pensar en ti.

-Arno… -Susurró lastimeramente, con el alma atenazada por demasiadas emociones, dulces y dolorosas. No podía resistirse ante aquello, pero tenía miedo de equivocarse si continuaba aquella senda que tanto deseaba.

Dorian pudo encontrar en sus ojos aquella mortificación, y volvió a intervenir con el alma abierta totalmente.

-Es verdad, te lo juro. He sido un idiota todo este tiempo al estar lejos de ti y no decir la verdad, y de fingir, por miedo a abandonar mi pasado con Élise. No la amo de ese modo, ya no, aunque te dijera esas cosas en el pasado. No diría esto si no lo creyera realmente, porque lo único que no quiero es hacerte más daño del que ya te he provocado. Siento ser tan idiota, Lucía, y siento no haberte dicho antes lo que me importas, y que te quiero.

Arno sonrió débilmente, contagiando a la rubia, quien posó su mano en la mejilla del hombre, acariciándola hasta que el francés buscó sus labios. El beso fue lento, al igual que el leve abrazo en el que ambos se envolvieron.

Parecía que, por unos minutos, ninguno se atrevía a emocionarse demasiado, lo cual hizo que continuaran besándose de una forma cuidadosa y lenta. Pero aquello acabó por ser relegado a otro término cuando la pasión inflamó a ambos.

Lucía dio el primer paso al separarse de la boca del hombre, para después guiar sus manos hasta su camisa. Arno la ayudó con rapidez para volver a besarla, esta vez con arrojo y necesidad, imitándola para empezar a desnudarla.

La pareja se desvistió enseguida, tratando de abandonar la boca del contrario el menor tiempo posible, a medida que la velocidad de sus besos crecía. Lucía contuvo un leve gemido cuando Arno paseó su boca por su cuello, mientras deslizaba la mano contraria por su pierna hacia el muslo, recostándola en la cama.

Las manos de la joven recorrieron la espalda del asesino en el momento en el cual este se puso sobre ella y besó sus labios con pasión, empezando a estimular su sexo a la par.

Poco después, Lucía se incorporó levemente para quedar de rodillas junto con Arno, acariciando su miembro rítmicamente, a la vez que mordía con cuidado el labio inferior de él.

Al separarse tras unos instantes, la rubia empujó al hombre para que quedara recostado sobre el lecho, y así poder posicionarse sobre él. Apenas tuvo tiempo de inclinarse para buscar su boca cuando Arno ya estaba incorporándose para llegar a besarla, a la vez que la rodeaba con sus brazos.

Aquello duró poco, pues Lucía comenzó a moverse, haciendo que él volviera a tumbarse y sus manos fueran a parar a sus caderas, donde apretó a sentir el placer que aquello le produjo. No obstante, él volvió a incorporarse para besarla con ansias, enredando los dedos de su mano en el cabello pajizo de la chica.

Ambos se movieron levemente para que Arno pudiera penetrar a la española, comenzando despacio, observando su reacción por si debiera parar, pero aquello no ocurrió. Lucía apoyó su frente contra la de él un segundo mientras reprimía sus gemidos, hasta no poder hacerlo por más tiempo. Fue entonces cuando él aumentó la velocidad.

Ante el culmen que se avecinaba, la mujer besó al asesino de forma profunda hasta que alcanzó el orgasmo, y solo pudo rozar sus labios con los de él, necesitando respirar con más intensidad. Sintió que poco después él pasaba por lo mismo, manifestándolo en la fuerza con que aferraba su cuerpo menudo, deteniéndose unos instantes después con la respiración agitada.

La chica enmarcó el rostro de Arno con sus manos, sonriendo antes de besarle con lentitud, separando mucho más despacio sus labios de los de él para volver a mirar sus ojos. Él entonces sonrió con levedad, pasando a imitarla al instante, abrazándola a la vez.

Arno cambió la postura, alzando a la chica en sus brazos para que ambos pudieran quedar tumbados en la cama, mirándose en un silencio nada incómodo.

El asesino llevó su mano diestra a la mejilla de la chica, surcándola con cariño mientras apartaba su fino cabello, sonriendo cuando ella tomó su mano y se abrazó a su pecho, abandonándose a sus caricias hasta que se incorporó para besarlo con todo el amor del que fue capaz.


Lucía despertó lentamente, y al abrir los ojos vislumbró que se encontraba sola en la cama.

Arrugando el entrecejo con extrañeza se levantó, contemplando poco después que en la mesilla de noche había una nota.

"Siento haberme ido de esa forma, pero tengo una reunión con Quemar esta mañana y no quería despertarte. No me gustaría que pensaras que huyo después de lo de anoche, porque no me arrepiento de nada y fue increíble. Te veré esta noche en el escondite y podremos hablar. Arno"

La española sonrió al instante de leer aquello, sintiéndose fuera de su ser, en una nube ante tal sentimiento de plenitud y emoción en su interior. No podía creer que lo pasado en la noche anterior fuera real.

Lo último que recordaba antes de haberse quedado dormida era que habían estado besándose, volviendo a hacer el amor, y de nuevo quedaron observándose sin decir nada en un ambiente increíble. Volvió a conmoverse ante aquella sensación; todo había sido sumamente tierno y delicado, incluso cuando en pleno sexo habían apartado la delicadeza. Sonrió instintivamente, echándolo ya de menos.